♥ CAPÍTULO 8 ♥
Cuando contemplaba mi rostro en el espejo no me reconocía.
No era yo la que estaba frente al espejo, era otra. Una Anabela 2.0...una Anabela 4G, remasterizaba, re-versionada, con todas las actualizaciones al día.
Por fuera era la misma, nadie pondría en duda eso, la única variación casi imperceptible a simple vista era uno que otro kilo menos a causa del repentino ejercicio entre las sábanas.
¡Vaya forma de eliminar grasas! ¿Quién necesita de dietas y gimnasio cuando tiene buen sexo?
Estaba tonificando partes de mi cuerpo que ni siquiera sabía que tenían músculo.
Haciendo a un lado los múltiples beneficios que estaba recibiendo de mi situación “profesional” con Joaquín, me enfrentaba ante un hecho que no podía contener más. Una extraña enfermedad me consumía, se extendía por todo mi cuerpo; era un virus, un virus incontenible, el del libertinaje.
Aclaro, no me estaba convirtiendo en una adicta al sexo, me estaba convirtiendo en una adicta a él en combinación con el sexo.
El departamento en su totalidad se transformó en un escenario no apto para menores de 18 años. Estábamos invirtiendo bien el tiempo, y sobre todo, optimizando al máximo el uso del mobiliario y espacio.
Sexo en el piso del salón: con alfombra de base para hacer más tolerable el contacto del cuerpo con el duro y frío suelo. Mi puntaje a tal situación: 7.
Si a eso se le agrega un cálido fuego de chimenea, y alguna que otra copa de vino tenemos una escena 9 puntos.
Sexo en la cocina usando el bajo mesada como sostén: de espaldas a él recibiendo profundas embestidas por detrás («por detrás» no significa anal, lo menciono para que no haya confusiones. Ese orificio de mi cuerpo seguía siendo un terreno inexplorable). Mi puntaje final: 10.
¡Sí, sí, 10...las cocinas se hicieron para el sexo, lo comprobé!
A pesar de ser un acto reiterativo, volvimos a estampar la forma de mi trasero en el escritorio e hicimos extensivo el asunto a la mesa del living. Y para no desmerecer al resto del mobiliario le dimos un buen uso también a las sillas.
¡Dios, la silla...la silla se lleva un puntaje de 12!
Pensar que mi madre durante años mi había enviado a clases de equitación, y yo nada, ni el más mínimo interés. Montar a caballo parecía ser una actividad genéticamente ajena a mí.
¡No, mamá, el problema no era yo...era el caballo! Necesitaba a éste tipo de semental. Cabalgar sobre él provocando el ritmo y profundidad de sus penetraciones con mis movimientos me había llevado al paraíso ida y vuelta en segundos...ida y vuelta en segundos...ida y vuelta en ...ida y vuelta...
¿Dije un puntaje de 12? No, no...¡20!
Después de días de improvisación sexual los convencionalismos pidieron a gritos protagonismo y se lo dimos, retomamos el juego en la cama. Mis sábanas reaccionaban a su cuerpo de la misma manera que lo hacía el mío, se enredaban en él, lo tomaban como rehén, y la carcelera era yo.
El reconocimiento del placer me había llevado a buscar mi satisfacción, a obtener el dominio. Joaquín era un auténtico maestro, no sólo lograba llevarme hasta los límites del goce supremo, también me instruía para que yo solita los alcanzara.
Tener el control despertaba un plus en mi excitación, y también en la de él. Su rostro había abandonado días atrás el manejo de las sensaciones, notaba en cada una de sus expresiones que disfrutaba al igual que yo. Existía un instante, un único y fugaz instante en medio del estallido del clímax en donde nuestros ojos se encontraban en el silencio. Tal vez era mi pensamiento de escritora de novela romántica enamorada del amor que interpretaba lo que deseaba, pero me gustaba creerlo, me convencía con la idea de que lo que estamos sintiendo era lo opuesto a la simple manifestación de un contrato de partes. Ahí, en sus ojos, no se hallaba el reflejo de una transacción, no existía ninguna relación profesional; ahí existían dos personas que habían encontrado en la piel del otro un refugio, un lugar en común. Éramos dos personas con cuerpos que encajaban a la perfección.
No tenía intenciones de exagerar, de hecho yo misma había regulado mis emociones para que éstas no se subieran al tren que finalizaba en la terminal equivocada, la de los sentimientos reales. No iba a decir que Joaquín era mi media naranja, no, eso estaba muy lejos de llegar a ser una posibilidad, pero podía ser mi medio limón, en su defecto una media manzana, un cuarto de kiwi...o cualquier otra fruta de estación, no sé... ¡algo!
Espanté a los pajarillos de caricatura que danzaban sobre mi cabeza, los desgraciados eran los que habían traído a mi mente todos los pensamientos anteriores. Quería disfrutar del momento.
Desnudo él, desnuda yo, a horcajadas encima suyo, con su miembro dentro de mí sometido a mis movimientos. Cada balanceo que generaba con mi cadera estimulaba mi clítoris latiente...amaba estar así, vibrando sobre él, rozando el éxtasis sin límites. La inhibición ya era una asignatura vieja y aprobada para mí, era una animal colmando el mejor de sus instintos.
Frenesí, locura, ansías...todo eso aceleró mis ganas, mi cuerpo. Joaquín se aferraba a mis nalgas y acompañaba mi ritmo dándole profundidad a las embestidas que yo dirigía. Mis piernas se solidarizaron con el resto de mi cuerpo y le entregaron toda su fuerza.
Se los dije, estaba desarrollando músculos en lugares habitados por la flaccidez y la desidia. ¡Por primera vez en mi vida estaba deseosa de que llegara el verano, iba a tener un cuerpo torneado a base de sexo!
Estábamos llevando a cabo una escena perfecta, a segundos de alcanzar el punto máximo de rating, y de repente...
...y de repente alguien grito ¡Corten!
Un calambre, un maldito calambre había invadido mi muslo derecho y se extendía sin contemplación al resto de mi pierna.
Dolor, indescriptible dolor.
—¿Qué sucede?—la preocupación de Joaquín iba dirigida a la expresión de mi rostro, no al abandono de mi carrera sobre su pene.
—Tengo acalambrada la pierna—manifesté entre dientes. La postura no ayudaba, al contrario, potenciaba más el dolor.
Se incorporó sobre la cama sosteniéndome por la cintura, con delicadeza y una inevitable sonrisa previa a la risa, me rodeó con un abrazo de oso y ayudó a mi pierna a extenderse sobre la cama, luego hizo lo mismo con la otra.
—¿Mejor?
Mis ojos danzaron en sus órbitas a modo de respuesta. Lo había apaciguado un poco, tan sólo un poco. La sensación punzante y dolorosa seguía recorriéndome. Sus mejillas estaban moradas, a punto de estallar.
—¡Hazlo! Ríete tranquilo, aplica a la situación—Y la que no pudo contenerse fui yo. Escupí una carcajada con mezcla de dolor y él se sumó a la simpática melodía—¡Qué conste en actas, ésta no fue una de mis clásicas interrupciones de aguafiestas!
Enterrados en el subsuelo del edificio, ahí estaban mis anteriores prejuicios sexuales. Nada me detenía cuando lo tenía a él desnudo a centímetros de mí.
—¡De ser así, démosles un vuelco a los dolorosos acontecimientos!—dijo ocultando en sus labios el claro indicio de que él tampoco estaba dispuesto a dar por terminada la fiesta—¡Abrázame fuerte!
¿Abrazarte fuerte? ¡No se diga más!
Lo abracé con ganas, con fuerzas, con muchas intenciones no confesables en público.
Elevándome como si fuera una pequeña almohada de plumas, giró con nuestros cuerpos entrelazados y me puso de espaldas a la cama. Mis piernas fueron libres, extendidas por completo se olvidaron del dolor.
—¿Y ahora?¿Mejor?—repitió.
Su cuerpo tibio sobre el mío...esa combinación siempre es “mejor”.
—Creo que superaste las expectativas de mi cuerpo, y por tal motivo, éste comenzó a manifestarse.
—Tú, tu cuerpo y las manifestaciones de ambos deberían formar parte de mi currículo personal—bromeó.
—¡Coincido, eres un combo multi-beneficio! Sí necesitas una carta de recomendación no tienes más que pedirla.
—Lo voy a tener en cuenta, sobre todo porque posees cualidades narrativas que de seguro van a favorecerme.
Nunca había abandonado mi interior, su sexo duro y erecto seguía torturando al interior del mío. La esencia pura de la excitación todavía recorría nuestra piel, un movimiento fue suficiente para retomar la actividad interrumpida. Lentas y profundas, sus penetraciones inundaron la humedad de mi sexo de esa manera.
Dejé a mis piernas tranquilas, reemplacé la necesidad imperiosa de sentir su cuerpo con caricias. Mis brazos recorrieron su espalda, la acariciaron hasta llegar a su trasero...ese trasero creado para el pecado. Si existiera una nueva versión del Paraíso, la manzana debería ser reemplazada por su trasero. ¡Sí, Eva, en mi versión tú hincarías tus dientes en esto! ¡En esto!
—Auhhh...—un gritó se escapó de sus labios—Si ésta es tu forma de cobrarte el calambre con mi cuerpo, lo aceptó.
Caí en la cuenta que la excitación de mis pensamientos había perdido el rumbo en lo real, le estaba clavando mis uñas con fuerza, mucha fuerza.
—Pero hazte responsable de las consecuencias—finalizó con una sonrisa que me reveló la verdad oculta detrás de ella: «la venganza iba a ser terrible».
La represalia daba inicio, besó mis pechos, mordisqueo mis pezones.
—A ésta altura de nuestros encuentros, decirte que aceptó los resultados de mis acciones es innecesario. ¡Sabes qué tipo de mujer soy!
Soy de las que reconocen a sus errores, de las que asumen las acciones que responden a tales faltas...Lo reconozco, soy culpable. ¡Castígame! ¡Castígame, dame duro!
Lo último se escribió en mi frente con la tinta invisible del sudor ardiente que me recorría. Era la letra pequeña de los contratos, aquella que nadie leía, pero que al parecer Joaquín interpretaba a la perfección. Él me conocía, comprendía a mi cuerpo, desenredaba a mis pensamientos y les daba alas.
Castigo, demanda. Para mí era lo mismo.
Mis cabellos rozaban la cabecera de la cama, mi cuerpo vibraba bajo el suyo en un dulce vaivén de embestidas frenéticas. Mis piernas salieron de su estado de coma, capturaron sus caderas reconociendo que un nuevo calambre no era opción. No, el ritmo acelerado, descontrolado, salvaje de su miembro dentro de mi sexo le borraba el pensamiento hasta a mis músculos. Todo mi cuerpo estaba rendido en función del placer.
Mi éxtasis, el suyo...siempre comulgaban, se acompañaban hasta llegar al colapso definitivo. Nos saciábamos mutuamente, y eso hacía que las sensaciones que nacían en nuestros cuerpos se potenciaran.
Terminábamos saciados, agotados, y en la última semana, Joaquín parecía dispuesto a reconocerlo. Se quedaba a mi lado, compartiendo el “after sex” conmigo.
—¿Batido de frutas?—propuse una bebida alternativa a las comunes, siempre necesitábamos apaciguar a la pequeña llama interna que tardaba en extinguirse.
—Sí, pero yo me encargo. Te descontrolas con el agregado de vino blanco.
—¡Estoy tratando de ampliar mi tolerancia el alcohol!
Lo dije, el libertinaje se estaba apoderando de mí en todo los ámbitos posibles.
Se levantó de la cama para exhibirse completo frente a mis ojos.
—He estado haciendo un estudio de escenas de películas—argumenté para justificar mi nueva costumbre alcohólica—, hay «vino» por todos lados. La copa de vino, ya sea frente a una chimenea, en una terraza a solas, en un sofá frente a frente es la antesala del sexo para cualquier pareja. ¡Vino, sexo. Vino, sexo! Esa es la ecuación. Cuando lo pienso soy consciente de la cantidad de situaciones románticas que me he perdido en la vida por pedir agua mineral sin gas en vez de vino blanco. ¡Nunca más!
Había estado atento a cada una de mis palabras, es más, contuvo su opinión, era evidente que se divertía a costa de mis argumentos ficcionales.
—¡No mientas!—rompió su silencio contemplativo—Los dos sabemos que tratas de emborracharme para aprovecharte de mí.
—¡Por favor, no hay suficiente alcohol en ésta casa para emborrachar a todo eso!—señalé la totalidad de su cuerpo y de paso me di el gusto de devorarlo con la mirada.
—Es verdad, aun así déjame aclarar algo...
Abandonó la habitación y continuó desde la distancia.
—...no necesitas crear motivos para aprovecharte de éste cuerpito, él solito se ofrece.
El más desagradable de los pensamientos se hizo eco en mi cabeza.
¡Sí, él solito se ofrece...por una módica suma de cuatro cifras!
Las sensaciones placenteras vividas minutos atrás se evaporaron para dar lugar al malestar repentino. Me detestaba por pensar eso, pero a la vez no podía evitar hacerlo porque era la verdad que nos unía. Al fin de la tarde, luego de la bebida en compañía se marcharía de casa con un sobre en su bolsillo.
Por simple acto de inercia, el otro cuerpito, el que aún estaba en la cama, se levantó. Me puse mis bragas, una remera larga y fui a hacerle compañía.
La licuadora se esgrimió como protagonista principal en la “situación cocina”. Un desfile de frutas transitó el camino hacia el interior del artefacto. Estaba desnudo, la bajo mesada le cubría la parte inferior del cuerpo. Generalmente ese hecho me bastaba para poner una sonrisa en el rostro, ésta vez no, el:
¡se ofrece, se ofrece, se ofrece! ...se reproducía como un disco dañado.
Para mi suerte el ruido del aparato hizo interferencia. Maldito pensamiento.
—¿Tú? ¿Callada?
Y las palabras de Joaquín me forzaron a salir del inexorable diálogo interno.
—Estoy haciendo un registro mental de ésta imagen para luego motivarme en la escritura.
Fue una mentira a medias, solía inspirarme recordándolo.
Finalizó el batido, sirvió la bebida y me acercó un vaso. Se manejaba a la perfección en mi departamento, de hecho encontraba las cosas más rápido que yo.
—Hablando de escritura ¿Cómo llevas el asunto del tenista y la madre divorciada?
Ya le había hecho mención de la trama, y cada tanto demandaba la lectura de fragmentos para corroborar que el realismo sexual no se perdiera.
—¡Ya han sucumbido al amor, ahora sólo queda ponerles un par de piedras en el camino antes del final, y...booom, historia terminada!
Di un largo sorbo a la bebida...frutillas, banana, un toque de melocotón y jugo de naranjas. ¡Una delicia! La satisfacción se vio reflejada en mi rostro. Bebió de su vaso y lo comprobó por sí mismo. Sí, si...una delicia.
—¡Olvídate de las piedras, déjalos sucumbir al amor con una sonrisa!—dijo y finalizó el resto del batido
—No es tan sencillo.
—¿Qué no es tan sencillo?
—Sucumbir al amor con una sonrisa.
El ringtone de un móvil, él suyo, capturó la atención de ambos.
—El amor es sencillo, se ama o no se ama—pasó a mi lado con evidente intención de responder al llamado—, que tú lo hagas complicado es otro asunto.
Era un argumento simple el que exponía, un argumento que yo no podía utilizar. Era una enamorada del amor, de su esencia, pero en lo que se refería al “amor en sí” era una inexperta, aún más inexperta que en el sexo mismo. Ni golpeándome en la cara reconocería al sentimiento. Si me quedaba a la espera de una historia de amor similar a mis libros terminaría sola, compartiendo mi departamento con el gato imaginario del vecino.
Sin darme cuenta, para distanciarme de mis absurdas ideas me encontraba agudizando mi audición para escuchar la conversación telefónica que Joaquín mantenía.
Como mis dotes de mujer biónica todavía no se habían desarrollado, lo que capté fueron tan sólo un par de combinaciones de palabras.
«Yo me encargo», «Dile que tenga paciencia», «Estoy del otro lado de la ciudad».
Cuando regresó a mi lado estaba preparado para la partida, con su ropa puesta a pura velocidad y bolso en mano. El llamado telefónico junto a la huida repentina me hizo elaborar la siguiente secuencia de oraciones.
—Eres igual de rápido para vestirte que para desvestirte. Aunque el resultado no es tan bueno, tienes la remera al revés—en verdad la tenía, recién me daba cuenta de ello—¿Corres o te corren?
—Las dos cosas—se quitó la remera y se la volvió a calzar de la forma correcta—Asuntos familiares—finalizó para mi sorpresa.
En todas estas semanas la mención de “asuntos familiares” jamás había abandonado su boca. La sorpresa me empujó a terrenos poco comunes, si él flexibilizaba los términos y condiciones de nuestro acuerdo profesional para deslizar algo del plano personal yo no pensaba quedarme atrás.
—¿Necesitas ayuda?—sugerí. La negación nacía de a poco en su rostro. Fui rápida, la intriga del detrás de escena de Joaquín me impulsó a hacer algo impensado—. ¿Te alcanzo a algún sitio?—reforcé mi propuesta—No es de entrometida, pero oí parte de la conversación sin desearlo, y al parecer el otro lado de la ciudad te espera.
Parecía que estaba exponiendo un caso frente a un tribunal. El veredicto no se hizo esperar.
—No voy a negarlo, si hicieras eso me harías un gran favor.
—Por favor, no se diga más. Dame dos minutos y salimos.
¡Sí! Mi diosa
interior bailaba por dentro (no, esperen...¿dónde oí eso?). Debo
tachar esa línea de mis pensamientos y reformularla.
Mi diosa
interior bailaba por dentro.
Ahí va.
¡Sí! Mi cuerpo quería girar como un trompo en el suelo, necesitaba simular una danza imaginaria, en su defecto colocar un emoticón danzarín acompañando la aceptación de Joaquín.
«Asuntos familiares» Mmmm, o mi vida era muy aburrida, o algo que todavía no tenía nombre me motivaba a meterme en lo que no me correspondía.
Puse las dos opciones en la balanza para evaluar cuál de ellas pesaba más y manipulaba a mis acciones.
Vida aburrida / Algo sin nombre
Mmmmm ¿Algo sin nombre?
Comprobado. Mi balanza de pensamiento personal funciona muy mal...muy, muy mal ( me convenía creer eso).
♥ ♥ ♥ ♥
La anterior expresión, “del otro lado de la ciudad”, cobrara un realismo abrumador. Debimos cruzar toda la condenada ciudad en hora pico de tránsito para llegar a nuestro lugar de destino. Mientras nos enfrentábamos a la marea de coches frente a nosotros Joaquín trataba de paralizar el tiempo mirando minuto tras minuto su reloj. No le funcionó, las aptitudes paranormales no entraban dentro de sus cualidades.
Mi destreza de piloto de fórmula-1 lo dejó boquiabierto, así que con toda mi predisposición al volante y mis conocimientos de atajos citadinos logré invertir los minutos. Luego de una hora y cuarto de camino nuestros traseros abandonaron los asientos en la entrada del Club Deportivo Infantil Pedemonte.
¿Club Deportivo Infantil?¡Sorpresa!
Un ser vivo de ocho años de edad nos hizo compañía. Joaquín Nori tenía un sobrino.
“Nori”, increíble ese era su apellido y recién tomaba nota de ello.
Fui consciente en ese momento que todo lo que no sabía de Joaquín no era por su silencio, era por mi desinterés. Catalogaba lo que teníamos como una transacción de beneficio mutuo y al etiquetarnos de esa manera dejaba al margen cualquier hecho que se escapara de mis propios términos y condiciones.
¡Mala Anabela, mala!
Dadas las recientes circunstancias infantiles volví a manifestarme como un ser solidario y me ofrecí de chofer de turno. Aceptaron. Bueno, Joaquín se vio obligado a aceptar bajo la demanda del pequeño que parecía muy entretenido con mi presencia. Rodrigo, ese era el nombre del niño, y por la fascinación que me regalaba parecía ser el primer espécimen femenino que su tío presentaba ante él como “amiga”.
Durante todo el camino me bombardeó con preguntas.
Nombre, edad, que hacía, que dibujos animados me gustaban, cual era mi comida favorita.
Había pasado por unas cuantas entrevistas en mi carrera profesional, pero ninguna como ésta. Nunca antes la habilidad de eructar el alfabeto se me había planteado como un requisito indispensable en la vida. Al parecer lo era, y para mi desgracia yo me hallaba ante los máximos exponentes de tal experiencia; tío y sobrino se colocaban en el podio del triunfo con respecto a dicha actividad. Empujada, motivada, no sólo por ellos, sino también por mi ego, acepté el reto. Si ellos podían eructar el alfabeto, yo también.
Sin siquiera imaginarlo el desafío aceptado me otorgó un pasaporte directo a su casa. Un pasaporte directo a la vida de Joaquín.
♥ ♥ ♥ ♥
Un amplio y bello departamento. Acogedor, con calor de hogar, esa extraña sensación que no se siente en todos lados. Mi departamento era mi logro personal, decía a gritos mi nombre, de la misma manera que también manifestaba lo obvio, era el lugar de una mujer soltera. Aquí no, podía notarse la esencia familiar al cruzar la puerta.
La información que completaba la ficha personal de Joaquín se iba develando de a poco, vivía junto a su hermana y sobrino. Intenté librarme de prejuicios, no juzgar. Me dije para mis adentros que un hombre de treinta y dos años viviendo con su hermana no era algo de otro planeta. No, no lo era, aunque debía reconocer que era un argumento novelesco poco atractivo, por lo menos para una historia de amor.
Mi mente viajó al pasado, a la noche de nuestra cita. ¡Maldición, Joaquín tenía razón! Lo estaba evaluando en función de la “cantidad”.
—¿Te quedas a comer con nosotros?—la vocecita de Rodrigo interceptó a mis viejos recuerdos y lo puso en pausa.
¡Vaya pregunta! No tenía una respuesta, por primera vez en mucho tiempo, ante una situación tan simple no sabía que decir. Mi cuerpo se había atornillado a la butaca de la cocina, el primer ambiente al cual habíamos arribado a causa de la necesidad inminente de una bebida refrescante, y por lo visto no estaba dispuesto a abandonarla. A pesar de ello mi cabecita se tambaleaba en un sinfín de cuestionamientos, cada uno de ellos encontraba su origen en la palabra “límite”. Necesitaba un “límite” que me distanciara de Joaquín, no podía extender al infinito la relación comercial que teníamos, debía encontrar el momento del punto final, y esto, el contexto que estaba ante mí me llevaba a todo lo contrario.
Cuatro ojos inquisidores depositaron su atención en mi persona. Fue acoso, puro acoso. Coacción desmedida, y ante semejante comportamiento violento no me quedo más alternativa que hablar.
—¿Depende?—dije para escapar del silencio absurdo que me generaba la estupidez mental dentro de mi cabeza al plantearme conflictos innecesarios.
—¿Depende de qué?—Rodrigo actúo rápido, era evidente que estaba dispuesto al convencimiento.
—De como cocina tu tío.
—Eso es información confidencial—instó al niño a callarse con un dulce gesto. Rodrigo sonrió en complicidad—, y la única forma de obtenerla es si dejas tu trasero en ese lugar.
Ya lo mencioné, mi cuerpo estaba atornillado al asiento, y no mostraba indicios de querer marcharse.
Aquellos que dicen que la mente domina al cuerpo están equivocados, yo era la prueba viviente de ello.
—Sabes que soy una esponja que le encanta absorber todo tipo de información, más aun cuando ésta es clasificada.
—Es verdad, pero ten cuidado—abrió la puerta del refrigerador y se perdió detrás de ella—, la información que se te va a revelar puede transformarse en algo adictivo.
¡Lo único adictivo en éste lugar es tu redondo trasero que sobresale de la puerta!
—Sí, es verdad—Rodrigo contribuyó con más pruebas—, mamá se la pasa diciendo que si no le entran los pantalones es por su culpa.
—¡Ah, no, yo quiero que mis pantalones me sigan entrando!—le seguí el juego al niño.
Joaquín abandonó la incursión dentro del refrigerador y me buscó con la mirada.
—No te preocupes —dijo con ese brillo típico de picardía en sus ojos—, yo me encargo de que te sigan entrando, tengo mis métodos.
¡Fuego! ¡Fuego en mis mejillas y en otra parte que no deseaba confesar!
—De ser así, estoy dispuesta a subirme al vagón de la nueva adicción.
El contexto fuera de la común entre nosotros comenzaba a no molestarme. Sí, debía reconocerlo, el terror mezclado con una dosis de “cómo demonios me teletransporté hasta aquí” habían sembrado la semilla de la incomodidad. Por suerte la semilla no germinó.
Era agradable saber que sin importar el lugar o la situación Joaquín y yo seguíamos manteniendo nuestra dinámica.
—¡Adicción es mi segundo nombre!—bromeó él.
—¡No, no lo es!—la inocencia de la niñez se manifestó.
—¿Y cuál es si se puede saber?—utilicé la oportunidad que Rodrigo me obsequió.
—Manuel, como yo—manifestó con plena satisfacción.
Mi maestro del sexo ocultó la expresión de su rostro, era evidente que se estaba filtrando otro tipo de información clasificada.
—Joaquín Manuel, y Rodrigo Manuel—traté de que no sonara a burla.
Era tierno, era una evidente muestra de cariño hacía él por parte de su hermana. La imagen de amante perfecto mutaba hacia un hombre muy diferente del que perfilaba en el secreto de mi mente.
—Mi hermana no ha sido muy original. Lo sé, debí comprarle un libro de nombres para bebés, no lo hice y hasta el día de hoy me arrepiento.
—¿Tú tienes segundo nombre?—el espíritu inquisidor de los niños tomó dominio del asunto.
—No, soy sólo Anabela. Mi padre cree que la utilización de dos nombres provoca vibraciones diferentes en la psique del individuo generando con esto un inconveniente en la búsqueda de personalidad.
Así era Álvaro Bregan, un padre modelo de la psicología moderna. Había que conocerlo para amarlo, porque si no lo conocías, al hablar de él causabas siempre el mismo efecto: parálisis total de rostro. Joaquín y Rodrigo sucumbieron a esa expresión.
—Creo que a mi padre también le hubiese venido bien un libro de nombres de bebés—dije con tono de broma.
Rodrigo asintió con una dulce sonrisa en su rostro. Joaquín se guardaba algo en entre dientes, podía notarlo. Lo contuvo hasta que no pudo más.
—Cada vez que mencionas a tu padre más ganas de conocerlo me provocas.
Wow...wow...wow ¡Detente ahí desquiciado! ¿Conocer a mi padre?
Mi garganta se secó, se espesó. Tosí de forma inevitable.
—Bebé un poco de agua, escritora paranoica—me acercó el vaso a las manos conteniendo la sonrisa entre sus labios. Sí, estaba disfrutando del pensamiento que yo había elaborado, uno por demás equivocado—.Por si no lo sabías, te lo aclaro, a los hombres nos gusta hablar con otros hombres, y más cuando una de las partes se presenta extremadamente interesante como tú padre.
Alivié mi garganta, quité mi pie del acelerador imaginario.
—Cuando quieras, dónde quieras...a Álvaro Bregan le encantan los seminarios privados.
—Te tomó la palabra—manifestó al tiempo que sacaba diferentes tipos de vegetales del refrigerador.
Exhibió todo el material culinario frente a él y reflexionó.
—Necesito abastecerme—murmuró como en una especie de diálogo interno.
—No soy una mujer muy exigente—interrumpí su pensamiento para librarlo de la sensación de duda que lo embargaba—cualquier menú me satisface.
—¡Pero a mí no!—me atravesó con la mirada, al parecer estaba tocando un punto de él que no era de inflexión.
Rodrigo se acercó a mí con aires de complicidad.
—Pero a él no—repitió en mi oído.
¡Ya veo!
Me llamé al silencio, no quería condenarme a los infiernos de su fuego culinario.
—Voy por unas cosas—indicó y se dirigió a su sobrino—La damisela que nos sacó de apuros a nosotros se merece una atención especial ¿no te parece?
Iba a volver a interrumpir, no deseaba ser el eje que cambiaba los hábitos del lugar. No me debían pleitesía de ningún tipo.
Mis labios se movieron y se detuvieron al instante, la presión de una pequeña mano en mi brazo fue la causante de la situación. En sus ojitos color café podía leer...¡Ni se tu ocurra!
—Sí, me parece—respondió Rodrigo acompañando a su respuesta con un movimiento de cabeza afirmativo que me hipnotizó a tal punto de repetirlo.
Parecíamos dos muñecos cabezas de globo, esos que se ponen en los coches y sacuden sus cabezas siguiendo el movimiento.
—¿Quieres que te muestre mi habitación?—inteligente el pequeño, así me distrajo.
—Me encantaría que me muestres tu habitación—acepté, fue la acción más lógica.
Joaquín abandonó el departamento en busca de sus suplementos deseados y nosotros nos perdimos en un tour por todo el lugar.
Como dije, amplio y bello departamento. Contaba con tres habitaciones, por cuestiones de privacidad nos salteamos la de la madre, y pasamos sin demoras a la de él.
Habitación de niño al cien por cien. Las paredes estaban inundadas de dibujos, cada una de ellas representaba una situación del mundo animal. Océano, selva, sabana africana, bosque.
—Veo que te gustan los animales.
—¡Me encantan los animales!¿A quién no? ¿A ti te gustan los animales? Mira...
Recorrió su habitación guiado por la excitación, hurgó en cada esquina, buscó debajo de cada mueble, hasta finalmente detenerse debajo de la cama. Volvió a mi lado con una pequeña lagartija en sus manos.
—¡Éste es Felipe!—lo depositó en mis manos—Cuando se queda en casa solo se aburre y se escapa. ¿Te gusta? Me la trajo el tío, la encontró perdida en una alcantarilla—pura verborragia, Rodrigo escupía palabras a la velocidad del rayo.
Era pequeña y muy bonita, se deslizó por mi brazo causándome cosquillas. Reí.
—¿Y dónde duerme Felipe de forma habitual?
—¡Ahí!—me señaló el terrario de vidrio junto a la ventana—Duerme ahí de momento.
Fuimos hasta el terrario y la dejé dentro. La sensación de tenerla encima iba generando estremecimientos extraños, estaba a segundos de revolearla lejos de mi brazo como un acto reflejo. ¡Lo que me faltaba, estamparle el animalito contra la pared al niño!
—¿De momento?—dije curiosa.
—Sí, se está recuperando, ni bien esté mejor la vamos a llevar a un lugar en dónde pueda vivir. No está bueno tenerla encerrada aquí.
Era un buen niño, de verdad amaba a los animales.
—Tiene luz, sombra...el bosque de fondo, pero no es suficiente. Además hay que darle de comer otros bichitos, y a mí eso mucho no me gusta. Lo acepto, pero no me gusta.
—¿Quién le da de comer?—su carita me lo dijo todo—¡No me lo digas!
Joaquín, todo era Joaquín. No había preguntado pero por simple deducción comprendía que la única imagen de padre que el niño tenía era él. La única presencia masculina de la casa era Joaquín.
Treinta y dos años viviendo con su hermana. Menos mal que me metí los prejuicios en el bolsillo, de lo contrario, en éste momento estaría sintiéndome mal conmigo.
—¿Te gustó?—preguntó con ansías.
—¿Qué cosa? ¿La lagartija?
—No le digas lagartija, se llama Felipe—me corrigió—, pero no te preguntaba por él, te lo preguntaba por la habitación.
—Por supuesto que me gusta tu habitación, es más, también me gustaría tener dibujos en las paredes de la mía como tienes tú.
¡Con otro tipo de fieras, claro está! Tú tío mismo por ejemplo, desnudo dibujado en el techo sobre mi cama.
—Bueno, cuando el tío regrese se lo pedimos.
«Se lo pedimos» ¿Me editaron una parte de la historia y no me había dado cuenta?
—¿Joaquín dibujó todo esto?—menos mal que era un niño y de seguro no sentía los aires de incredulidad de mi pregunta.
—Sí, y también hizo esto.
Tomándome de la mano me arrastró fuera de la habitación y me forzó a entrar a otra.
El perfume que percibí en su puerta fue suficiente para que mi cuerpo reaccionara. Estaba entrado a sus terrenos. Encendió la luz y mis ojos se abrieron redondos como platos.
¡Dios santo, era como estar dentro de un comic!
No sabía por dónde empezar, me perdí en el universo oscuro y detallista que estaba frente a mí. Esto era épica en estado puro. Personajes similares a vikingos y gladiadores creaban acción en sus paredes. Era el relato de una batalla contada en partes.
—¿Esto lo hizo tú tío?—insistí.
No pretendía ser una mala persona, y menos con mi hombre de cuerpo perfecto, pero no podía evitarlo. En la ecuación de mi mente no entraban éstas cualidades. ¡Ahí había mucho talento!
Me reprendí a mí misma con una bofetada invisible de arriba abajo. Estaba etiquetando a Joaquín como un instrumento de exclusiva función sexual.
—...y también hace esto.
Mi cuerpo era un barrilete en sus manos, me llevaba de aquí para allá; de allá para aquí.
El mobiliario de la habitación contaba con una cama central, dos mesas de noche, un mueble con un gran televisor pantalla plana, y una biblioteca con escritorio que le ganaba a todo lo demás.
La cantidad de títulos y autores dentro de esa biblioteca volvió a abrirme los ojos de par en par. Su estilo narrativo se asemejaba al estilo que se congraciaba en sus paredes, narrativa épica, histórica, fantástica. Desde Tolkien, pasando por R. Howard, Lovecraft y autores contemporáneos como McNeill y Paul Kearney.
Rodrigo interrumpió mi recorrido evaluador anteponiendo entre la biblioteca y mis ojos el bosquejo de lo que parecía ser una historia a medio trabajar.
«El juramentado»
Ese era el nombre, y sí, era una historia que respetaba la estructura de una aventura gráfica o comic. En sus dibujos podía verse el mismo estilo que en las paredes. Me obsesioné con el trabajo, las hojas desfilaron una tras otra ante mí. La trama que captaba entre imágenes era muy rica.
¡Dios santo! Sí, otra vez usaba esa expresión, no existía otra ¿El hombre con caderas de fuego hacía esto? ¡Increíble!
Y pensar que me permití darle un mini curso de escritura y personajes en nuestra primera cita. ¡Vergüenza!¡Vergüenza total!
—¡Ajá, así los quería encontrar, usurpadores de lo privado!—la voz repentina de Joaquín logró que las hojas saltaran de mis manos.
Dos tomates achicharrados, de seguro así lucirían mis mejillas.
—Lo siento—dije a modo de balbuceo patético mientras levantaba las hojas del piso.
Sonrió desde la puerta, y se acercó a mí para ayudarme a acomodar el desorden.
—Supongo que es lo justo, al fin de cuentas yo me he tomado atrevimientos similares en tu departamento.
¡Verdad! Detalle que yo había obviado. ¡Ni hacer mención de las veces que lo había encontrado con la portátil leyendo mi material! No me alcanzaban los dedos de la mano para contar.
—¿Te parece?—bromeé para bajar la temperatura voraz de mis mejillas—Creo que debería tomar un par de hojas prisioneras para evaluarlas con calma.
—En otro momento—regresó las hojas al escritorio—, ahora la presencia de ambos se requiere en la cocina.
—Pensé que el asunto era “clasificado”.
—El resultado final es “clasificado”, la elaboración requiere de trabajo comunitario.
Algo tramaba, sus labios se unieron urdiendo un plan ajeno a mi comprensión. Me observó, me recorrió con la mirada.
—¡A poner manos en el asunto!—finalizó, y tomándome por lo bajo de las piernas me arrojó como una muñeca sobre sus hombros. —Tú primero—le indicó al sobrino.
El pequeño salió de la habitación, nosotros le seguimos los pasos mientras Joaquín palmeaba mi trasero a su antojo.
¡No era una imagen correcta para dar frente al niño! No, no lo era. Pero tampoco era mi sobrino...por lo tanto: ¡Palmea, palmea con gusto que mi trasero te reconoce!
♥ ♥ ♥ ♥
La cocina se transformó en discoteca. Tío y sobrino, según información reciente, compartían la elaboración de la cena a menudo y tenían una rutina cotidiana que involucraba una canción de fondo con una coreografía que se preciaba de ser elaborada por parte de ambos.
«Play that funky music»...se reproducía y se volvía a reproducir.
Traté de mantener la compostura, fue imposible. Mis ojos derramaban lágrimas a causa de la risa.
Brazos a los costados al mejor estilo “fiebre de sábado por la noche”.
Paso de avestruz: Caderas quebrándose hacia atrás y avance simultáneo.
Paso del carrito de supermercado (Sí, así lo llamaban): Una mano en el carro imaginario y otra mano arriba, alternándose una y otra vez.
Aplauso de antebrazos: Puños cerrados y golpe de codos a ritmo frenético.
El conductor de autobús: Manos al volante invisible.
La mejor, la inesperada...la atrapada de la mosca: espantando al insecto inexistente para finalmente sucumbir ante un aplauso de manos.
El paseador de perros: brazos extendidos al frente sosteniendo la correa de un can irreal.
Mi favorita...la patata caliente: Las manos simulando la manipulación de una patata caliente que finalmente termina siendo arrojada a lo alto.
Por último, el lógico, el sello personal...el golpe de tenista. (¿Es necesario explicarlo?)
Me saturé de risas. Había acumulado carcajadas para el resto de la temporada. El estómago, literalmente, me dolía.
Mi apetito se vio diezmado por la situación satírica vivida en el momento de su elaboración. Los escalopes de ternera con salsa de mostaza acompañados de patatas fritas y verduras grilladas iban a ser un recuerdo que dentro de un par de horas añoraría.
No mal entiendan, por supuesto disfruté de la cena, pero no de la manera que me hubiese gustado, para mi lamento los acontecimientos del día me habían agotado por completo, a tal punto que le había restado fuerza a mi mandíbula, mi compañera de atracones se lanzó a la huelga sin mi permiso.
El cansancio fue general, parecíamos tres almas en pena que apenas podían arrastrar sus cuerpos. Rodrigo se derrumbó en su cama, y yo en la de Joaquín.
Los típicos fuegos internos que nacían en mí a causa del roce de su cuerpo no se manifestaron. Existía un reconocimiento mutuo, no habíamos llegado ahí para utilizar la habitación como un lugar de juegos sexuales, sobre todo porque el perfume a hogar que se respiraba dentro del departamento diluía mis ganas. Tenerlo recostado a mi lado, relajado, olvidando su rol de amante perfecto me colmaba con otro tipo de goce diferente.
—¡Dilo!—Joaquín me instó a hablar.
Mis neuronas hicieron sinapsis a la fuerza para tratar de encontrar el tópico que originaba su demanda. No lo encontró, mis neuronas también estaban de huelga.
—¿Qué quieres que te diga?—el cansancio transformaba a mis palabras en lentas.
—Lo que de seguro conservas en la punta de tu lengua...«mi habitación parece de niño».
Me impulsé sobre mis codos, y me reacomodé en la cama para que viera la expresión en mi rostro.
—Es cuestión de perspectiva—cerré mi ojo derecho—. Si lo miro así, es la habitación de un niño—abrí el ojo y cerré el otro—. Ahora, si la miro así, lo veo como el templo de un hombre con mucho talento.
Mi comentario logró un hecho sin precedente...Joaquín Manuel Nori se sonrojó.
—Lo digo en serio—me senté en la cama, quería su atención total—, y no sólo por los dibujos y las ilustraciones, también lo digo por la historia, leí poco y fue suficiente para capturar mi atención.
—Es un pasatiempo, un hobby—seguía sonrojándose y por ello utilizó una excusa para evitar que la situación siguiera expandiéndose.
—No lo creo así, de hecho creo que la habitación dice a gritos eso: ¡No somos un simple hobby, queremos nuestro lugar en el mundo!
Dejó escapar una risa.
—Lo reconozco, no es un pasatiempo, es más bien una necesidad. ¡Si no les doy vida me torturan dentro de la cabeza!
Era una buena forma de definirlo. «Una necesidad».
—¡Bienvenido al club de los contadores de historias!—dije con una sonrisa.
Desde el minuto cero “un no sé qué” me había empujado hacía él, Joaquín se había convertido en ese ojo de tormenta que siempre me capturaba, aun a costa del vaciamiento de mi cuenta bancaria. Esto me confesaba el porqué. Joaquín y yo estábamos cortados por la misma tijera.
—Deberías hacer algo al respecto—dije con aires de motivación.
—¿Hacer qué?
—Finalizar el trabajo y buscar algún contacto de editorial gráfica. Yo podría ayudarte.
Se echó a reír y se incorporó en la cama.
—¡No, gracias!
—¿Por qué , no? Hasta me ofrezco de representante si lo quieres.
Una parte de mí no estaba siendo sincera con él. Sí, tenía talento, eso era indiscutible, pero mi motivación venía de la mano de una cuestión personal...cambiarle la profesión de amante a sueldo por otra de naturaleza socialmente aceptable.
—Si hay algo que no quiero que seas es eso...
¿Eh? ¿Qué trataba de decir?
—Y que se supone que me quieres decir —soné ofendida sin desearlo.
—Me agrada lo que soy, lo que tengo y lo que somos.
ESCUCHÉ BIEN...¿Lo que somos?
—Perdón...«lo que somos», tal vez es más conveniente decir, —se corrigió, de seguro porque notó que mi respiración se detuvo por unos segundos—, lo que somos dentro de ésta relación comercial—la duda acompañó a sus palabras sentenciales.
Sin darnos cuenta nos habíamos arrinconando a un lugar no conveniente.
—Una relación comercial con mutuos beneficios—contribuí a quitarnos de la cabeza la nube de la incomodidad.
—¡Exacto!
Ninguno de los dos fuimos convincentes, el silencio forzado que nació de forma repentina nos lo decía a gritos.
—De todas maneras, insisto—tenía dos opciones: hablar o marcharme. No quería marcharme, no, no quería hacerlo—, puedo ayudarte sin estar en el medio. Tienes una posibilidad aquí—estaba convencida que lo que acababa de descubrir era una nueva puerta para él—, vivir de algo que disfrutas, algo que te haga sentir mejor contigo mismo.
¡Y lo dije! Abrí mi gran bocaza y lo dije...¿qué? Lo equivocado. Me había esforzado por mantener el prejuicio de lado, y aun así éste encontró la grieta perfecta para salir a la luz.
—¡¿Piensas que no me siento bien conmigo mismo?!
Mi dulce hombre de ojos color almendra estaba molesto. Todos los músculos de su cuerpo, de ese bello y torneado cuerpo, se tensaron.
—No quise expresarme de esa manera.
—¿Y qué quisiste decir? ¿o expresarte?—el sarcasmo le quemó los labios— ¡Qué utilizar mi cuerpo a cambio de dinero es un acto denigrante! ¡Qué por ello mi vida no es satisfactoria!—abandonó la cama, fue hasta la puerta y la cerró, supongo que para evitar que el niño se despertase. Seguía enojado, y con razón—¿Con qué derecho te pones a opinar de lo que hago o dejo de hacer?
Mal, verdaderamente mal, así me sentía. Lo poco que había comido comenzaba a agitarse en mi interior.
—Lo siento —dije, y ese fue el “lo siento” más sincero de mi vida—Trataba de ayudar, nada más.
—No soy un alma perdida que espera que alguien interceda a favor de su salvación. No necesito de tu ayuda, sé muy bien lo que hago, y créeme, no eres la primera que pretende moldear a éste pobre muchacho.
Considerando cada una de sus palabras, tenía razón, era lo suficiente mayor para decidir qué era lo correcto en su vida. Era evidente que tenía opciones, más de las que yo imaginaba.
—Vuelvo a repetir...lo siento, no era mi intención hacerte la gran “Julia Roberts en Mujer bonita”.
Patético, patético de mi parte compararlo con la película, lo sé. En mi defensa puedo decir que estaba carente de argumentos.
Silencio...y más silencio. Silencio...la furia que tensaba su cuerpo comenzó a aflojarse. Sus labios se abrieron...¡sí, se abrieron!
—Esa clase de comentarios son los que hacen que tú me agrades—sus labios se extendieron de un lado a otro, fue pura sonrisa—Contigo el enojo no se justifica.
—¿Te parece? Yo creo que sí—la sinceridad me jugaba en contra—¡Mira que soy muy prejuiciosa!
—Es verdad, lo eres—regresó a mi lado, se sentó en la cama—, aunque son tus prejuicios, no míos. No deberían importarme.
Su análisis era por demás correcto. La que se retorcía la mente a causa de los prejuicios era yo.
—Tienes razón, y tampoco deberían importarme a mí considerando la naturaleza bipolar de los mismos.
—¡Explícate mujer!
Era tiempo de exorcizar la culpa, y más cuando mi amante perfecto me lo reclamaba.
—Hay una parte de mí que siente que te utiliza como objeto, y lo detesto, me detesto a mí y a la fuente que me provoca eso.
—¿Me detestas?—bromeó y acercó su cuerpo al mío lo más que pudo.
—Sí y no.
—Decídete, las dos cosas no pueden convivir juntas.
—En eso te equivocas, conmigo si lo hacen. Por un lado no me gusta ser la clase de mujer que «paga por calidad»—las entrelíneas sexuales en mi discurso fueron detectadas por él a la perfección.
—No lo eres—parecía dispuesto a saltar en mi defensa.
—¡Lo soy!—así lo sentía.
—No para mí—me interrumpió con ganas.
Después de ese comentario quería desmayarme en sus brazos. ¡Sí, y quedarme ahí hasta el final de los tiempos!
—Déjame terminar, al principio me detesto, te detesto...—hice una pausa para procesar lo que iba a decir y aceptarlo como tal—, es fácil sucumbir ante ti.—Confesión inesperada hasta para mí.
No pudo contenerse, su sensual y provocador ego lo vistió de sex simbol por unos segundos.
—Es verdad, eso no tiene discusión.
Aún después de eso...quería desmayarme en sus brazos. ¡Sí, quería hacerlo!
Intenté retomar la línea de mi pensamiento olvidado por las ganas locas de perderme entre sus piernas.
¡No puedo evitarlo...sucumbo, sucumbo, sucumbo otra vez!
—Debo reconocer que gracias a el efecto que provocas, el “no” se convierte en un “sí” y la sensación desagradable desaparece, se evapora porque tú me ayudas a eso, me arrastras a un camino en dónde los prejuicios pesan, molestan...son inservibles.
—Los prejuicios son inservibles—era el Joaquín simple y tierno, ese que me llevaba a experimentar todo tipo de aventuras sexuales—Si me valiera de ellos tendría una vida muy aburrida.
¡Bingo! ¡Jackpot!¡Lotería! Parecía que estaba hablando en forma directa de mí.
—Me doy cuenta de ello ahora—hice una pausa obligada en pos del reconocimiento—.Mis pre-concepciones juiciosas me han detenido una gran parte de mi vida.
Llevaba años encerrada en mi misma, lo único que me daba la falsa sensación de libertad era la escritura. No se puede ser libre a medias, no, se es libre de forma completa o nada.
Wow...sí, doble: ¡Wow,wow!
No reconocía a mi pensamiento, éste hombre era una Joya que debía preservarse en beneficio de la humanidad. ¡Joaquín era un líder espiritual!
—Recurrir a ti, valerme de tu experiencia, de tus servicios no fue la elección más correcta, sobre todo mirándola desde lo moral y lo social —tenía toda su atención en mí. Sus ojos me devoraban con dulzura, su cuerpo se acercaba y me provocaba, y el perfume natural de su piel potenciaba al resto de mis sentidos. ¡Dios, era una mujer muy fácil!—, pero para mí fue la más adecuada. Me ensañaste a disfrutar, gozar, a sentir placer sin vergüenza o remordimientos, y al hacerlo, hiciste que trasladara esas sensaciones a otros ámbitos.
Deslizó su mano sobre la cama y rozó la mía. No había nada más que decir, creo que los dos nos dimos cuenta de ello, la caricia otorgó el clima que necesitábamos.
—¡Has visto, mi profesión es extrañamente funcional!—intentó poner un cierre final con un matiz más ameno.
—Bueno, si utilizamos el término «profesión» como si de verdad fuese correcto—ironicé, no lo era, sólo sonaba mejor—puede que tengas razón.
—Es una «profesión», una profesión que mantengo lejos del conocimiento de mi familia.
Simple, directo, así fue, y yo lo entendí.
—Sabia decisión, pero ten cuidado, todo sale a la luz, te lo dice una especialista en historias; la vida es eso, una historia que se contiene hasta que no puede más.
—Lo sé, mi silencio no es cuestión de vergüenza, o decepción.
—Y qué es...
—Creo que es la búsqueda de un motivo. De hecho es la búsqueda de un motivo que le ponga el punto final.
Era una costumbre, un hábito de esos difícil de abandonar. Su cuerpo se había afianzado al negocio, y en consecuencia su bolsillo se llenaba con facilidad. Era un recurso sencillo, uno que funcionaba. Lo comprendía, lo comprendía muy bien, y a la vez podía ver aquello que él no.
—El motivo es éste—mi ojos recorrieron la habitación, le marcaron el camino con ellos—, en tus paredes, en las de tus sobrino—señalé el escritorio—en aquellos bosquejos. Es más...
Me levanté en busca de algo, fui hasta el escritorio.
—¿Qué buscas?
—Lápiz y papel—Sobre el escritorio estaban sus escritos y dibujos. Encontré un lápiz, sólo eso—Además de prejuiciosa soy incrédula, necesito ver tu arte en vivo y en directo.
Rio con ganas.
—¿Quieres que te haga un dibujo?
—¡Quiero verte en acción!
Vino hasta a mí, me rodeó por la cintura con sus brazos, y apoyó su barbilla sobre mi hombro.
—En el primer cajón—murmuró en mi oído.
¡Vaya sorpresa! No sólo encontré papel, también encontré algo que desencajaba por completo con la línea de lectura que mostraba su biblioteca.
Un ejemplar de : «Entre dos fuegos». Autora: Ana Bregan.
Lo sé, no lo digan, tengo una tendencia a utilizar la palabra «fuego» en mis títulos. Creo que descubrimos el por qué...el fuego existía en palabras y no en acción.
—Bueno, bueno, bueno...¿y esto como llegó aquí?
—Mi curiosidad lo trajo, ¡increíble! ¿No?
Ante la nueva faceta de Joaquín que ahora conocía no contemplaba la posibilidad de que se regocijara con mi lectura. Sus autores de predilección eran de ligas superiores, yo, a pesar del éxito, seguía en la categoría de amateur. Me mantuve entre sus brazos, giré entre ellos y lo enfrenté.
—¡No te tortures con esto!
—No me torturo, al contrario, me ha resultado bastante entretenido. Reconozco que el erotismo no es la línea de relato en ésta historia.
¿Línea de relato? Dijo...¿¿¿línea de relato??? ¡Éste hombre es maravilloso! Maestro del sexo, líder espiritual, y colega.
—No, es verdad, siempre preferí trabajar más la esencia del romance, en éste caso puntual con un agregado de thriller.
Esa novela era uno de mis trabajos mejor logrados, y me había llenado de múltiples satisfacciones.
—¡Quién necesita sexo cuando tiene a los carteles colombianos del narcotráfico en el medio!—vitoreó con una sonrisa en sus labios.
—¡Eso mismo pensé yo!...y resultó—le entregué papel y lápiz—¡Ten, haz tu magia! Viendo y considerando que tienes en tu poder una de mis novelas, es lo justo. ¡Dibuja!
Un dibujo no fue suficiente...estaba creativo.
Desde los personajes de mi novela actual, aquella en la que él había contribuido desde su experiencia sexual, pasando por galanes emblemáticos clásicos de la literatura victoriana, hasta caricaturas nuestras. Todo eso dibujó. El mejor de todos fue el de Érica, una caricatura que nunca podría ver la luz.
Sus manos hacían magia y ahora me confesaban que no sólo lo hacían en mi cuerpo, esa magia se extendía a todo lo que tocaba.
Las horas corrieron junto a nosotros, entre dibujos y la dramatización de escenas extraídas de «Entre dos fuegos» nos rendimos a la noche, al sueño y a la cama.
♥ ♥ ♥ ♥
El olor a café recién hecho fue lo que despertó a mi cuerpo. Joaquín aun dormía a mi lado, así que contuve mis ganas locas de seguir la ruta de ese aroma para evitarme la incomodidad de enfrentarme ante la dueña de casa.
La vejiga me traicionó, parecía dispuesta a estallar. Mientras más me esforzaba en no pensar en mis ganas desesperantes de ir al baño, más lo hacía y todo mi bajo vientre dolía, dolía hasta el hartazgo.
Tomé coraje. Me levanté, fui hasta el lugar deseado, eliminé mis líquidos contenidos, y luego me lancé a lo inevitable.
Acostumbrada al cuerpazo de Joaquín me sorprendí al ver la pequeña figura femenina en el living. Me sonrió ni bien me vio, y su sonrisa se llevó la sensación incómoda que cargaba. Joven, de seguro más joven que Joaquín, delgada, con cabello castaño recogido en lo alto y unas ojeras que confesaban el cansancio a gritos. Estaba preparando lo que parecía ser la mesa del desayuno.
—Si mi deducción no me falla, tú debes ser Anabela—su voz fue suave, sus palabras calmas.
Asentí con una sonrisa a modo de respuesta.
—Y si la mía funciona tan bien como la tuya, deduzco que tú eres Mariana.
Me invitó a sentarme, lo hice. Se acercó a mí y depositó un beso en mi mejilla.
—Un gusto. Tienes cara de que una taza de café te vendría bien—dijo en un susurro forzado—Creo que a las dos nos vendría muy bien.
Desapareció dentro de la cocina y regresó trayendo consigo una cafetera desbordante. En la mesa había un surtido de galletas, tostadas, mantequilla y dulce. Se sentó frente a mí, sirvió bebida caliente en dos tazas, colocó una en mi mano y se apoderó de la otra.
—Gracias—dije tratando de sentirme a gusto con la situación—, espero que no te haya molestado encontrarme aquí—me excusé por la invasión de su hogar—, no era la idea, la noche nos encontró.
—No te preocupes, estaba al tanto de tu presencia.
Una secuencia de pensamientos indecorosos pasearon por mi mente atacándome. Lo que ésta mujer podía pensar de mí comenzaba a sonrojar mis mejillas.
—Espero que no pienses cosas raras—tartamudeé víctima de la vergüenza—, no hicimos nada fuera de lugar. Repito, no era mi intención quedarme a pasar la noche aquí.
Sonrió, inclusive se permitió reír en voz alta.
—Primero, no es necesario que te expliques, conozco a mi hermano. Segundo, si Joaquín quiere traer una amiga aquí es libre de hacerlo.
—Aun así, supongo que no es del todo agradable encontrar una extraña en tu casa a primera hora de la mañana.
—Es extraño encontrar alguien que no sean ellos dos en casa, PUNTO—bromeó con claras intenciones de relajarme—Además, déjame corregirte en algo...técnicamente es “su” casa. Nosotros vivimos con él, no al revés.
¡Ouuuhhh! Mi boca se movió pero no emitió sonido alguno. Sí, estaba sorprendida. Bebí café para ocultar mi expresión.
—El departamento está a mi nombre porque él se encaprichó en eso, pero es suyo, él lo compró hace ya dos años.
—Muy noble de su parte—balbuceé con la sorpresa en mi voz.
—¡Así es Joaquín! Siempre lo ha sido, aunque ha alcanzado su máximo esplendor desde la muerte de mamá. Al principio fuimos él y yo, ahora somos tres—sonrió al evocar a su hijo.
Mariana me estaba abriendo una puerta, una puerta que me llevaba a nueva información. Yo no podía evitarlo, me encantaba la información.
—¿Sucedió hace mucho?—pregunté con delicadeza.
—Diez años ya, y la verdad que su muerte fue un antes y después para nosotros—se sumergió en su taza provocando con esto una pausa. Disfrutó de la bebida caliente por unos segundos y continuó—Nos afectó mucho, y a mí el dolor de su muerte me llevó a tomar decisiones equivocadas, muy equivocadas —volvió a sonreír—, que sin pensarlo me llevaron a lo mejor que me pasó en la vida.
Posó sus ojos castaños oscuros en mí, me observó con un cariño que no merecía, como si el lugar que estaba ocupando en esa silla no fuese pasajero. Lo era, para mí lo era, para ella no, y la necesidad de confesión lo hizo evidente.
—Joaquín estuvo ahí para mí, se hizo cargo de nosotros. Nos dio esto, una casa, pero sobre todo la esencia de una familia. Lo que soy hoy por hoy se lo debo a él, pude estudiar, lograr lo que quería.
—¿Qué es? —interrogué de forma inevitable.
—Enfermera neonatal—lo dijo orgullosa.
—¡Oh! ¡Bella profesión!—dije con sinceridad.
—Sí, tiene sus momentos tristes, pero vale cada minuto que le dedico. Si mis fuentes son correctas—continuó—tú eres escritora, ¿verdad?
—Verdad, lo soy—recordé el talento de mi amante perfecto—y por lo visto no soy la única aquí.
Le robé otra sonrisa. La admiración que sentía por su hermano le decoraba el rostro.
—¡Haz visto!—Mariana fue pura satisfacción—Es un hombre muy completo.
¿Completo? ¡Si supieras!
Reí para mis adentros.
—Muy completo—aseveré.
—Y ante todo es un muy buen hombre, algo que en estos tiempos no se consigue fácil.
Mariana se esbozaba como la jefa de campaña de su hermano, no hice opinión alguna al respecto. Era un candidato, Joaquín era un perfecto candidato...para qué, eso es lo que no sabía. Por lo menos no todavía.
La divina providencia me quitó del apuro de omitir opinión, Rodrigo apareció ante nosotras en semi estado de sonambulismo mañanero.
—¡Buen día pequeñin!—esbozó con energías Mariana.
La imagen del niño era muy simpática, despeinado, en pijamas de las tortugas ninja y con un balón de fútbol bajo su brazo.
Fue hasta su madre, la abrazó y ésta lo besó por toda la cara.
—¿Ese balón durmió en la cama, o durmió donde corresponde?—interrogó con dulzura.
—Donde corresponde—respondió Rodrigo al tiempo que se desprendía del abrazo y rodeaba la mesa hasta mí—, conmigo.
Llegó a mi lado, me estampó un beso en la mejilla y continuó hasta lo que parecía ser su trono cotidiano, la silla de la esquina. Ahí lo esperaba un gran tazón de cereales y jugo de naranja.
—¡Sabes que odio que hagas eso, está llena de suciedad de la calle!
No pensaba inmiscuirme en una rencilla familiar; no a ésta hora de la mañana y en casa ajena.
—La limpié antes de acostarme—se defendió.
Mariana buscó contención en mí, me forzaba a una opinión con su mirada.
De acuerdo, tú lo pides...tú lo tienes.
—Su argumento justifica la acción—la sinceridad se escapó de mis labios.
Rodrigo sonrió de punta a punta. Mariana hizo lo que cualquier madre haría ante una situación similar, contuvo la suya y ordenó.
—¡Comete tus cereales!
El pequeño siguió la indicación al instante...y casi como un acto reflejo elevó el balón con claras intenciones de ponerlo sobre la mesa.
—¡Y ni se te ocurra apoyar el balón en la mesa!—la interrupción fue veloz y potente.
Rodrigo omitió su acción y puso el objeto de la discordia entre sus piernas. Refunfuñó para sus adentros y se atiborró la boca con cereal.
—¿Te gusta el fútbol, o es mi imaginación?—intenté amenizar el momento.
—Soy el delantero de mi equipo—confesó.
—¡Ah, tienes equipo! ¡Pero mira tú!
—¡Y qué equipo!—Mariana se sumó a la charla, me guiñó el ojo motivándome al asunto.
Una complicidad sin sentido se estaba generando entre ambas, como si nos conociéramos de tiempos inmemoriales.
—¿Juegan bien?—continué.
—¡Muy buen!—al pequeño se le iluminó la cara—Eso dicen todos, además vamos primeros en el campeonato.
—¿Hay campeonato?
—Sí, y el fin de semana jugamos la final ¿Quieres venir?—sonrió esperando mi respuesta.
Esto estaba deslizándose por terrenos muy raros...
—Rodrigo—lo reprendió Mariana—, Anabela tiene cosas que hacer, no la pongas en una posición molesta.
¿Posición molesta? ¿Lo era?
No pensé mucho el asunto, es más, reaccioné.
—¡No me molesta en lo absoluto! Me encantaría ir, cuenta conmigo.
El niño festejó, y con las ganas locas de hablar encima, escupió parte del cereal.
—¡Oíste tío, Anabela va a ir con nosotros a ver la final de mi equipo!
La mirada de Rodrigo me indicó el camino que mis ojos debían tomar. Otro sonámbulo mañanero, despeinado, pero sin pijama de las tortugas ninja.
—¡Sí, sí...oí perfecto! Le haremos un lugar con mucho gusto.
Me sonrió, rodeó la mesa, saludó a su hermana, a Rodrigo, por último se sentó a mi lado y me besó también en la mejilla.
¡Tantos besos en la mañana! No...no, no estaba acostumbrada. Podía hacerlo, podía acostumbrarme.
Mariana se puso en acción, sirvió una taza de café y se la entregó.
—¿A qué no adivinas quién los entrena?
—Creo que puedo adivinar tranquila—lo miré de reojo, se sonrío pero ocultó la sonrisa con ayuda de la taza—¿Así que entrenador de fútbol?
—Entrenador, no...Auxiliar—me corrigió.
—Auxiliar de tenis, auxiliar de fútbol...—bromeé—, auxiliar de todo.
Entendió la sutiliza oculta en mi broma, la disfrutó.
—No lo olvides, ya te lo he dicho...Auxiliar, después de eso agrégale lo que quieras.
—Cierto... auxiliar, después de eso agrégale lo que quieras—repetí con una sonrisa en los labios que revelaba algo que sólo él entendía—¡Cómo olvidarlo!
El color almendra de sus ojos me devoró, recorrió mi cuerpo, y mi cuerpo se exaltó ante su cercanía. ¡Sí, mi cuerpo ya extrañaba al suyo!
Aggggggg
Eso había sido un castigo, su mirada provocadora había sido un castigo al juego de mis palabras...sabía que después de esto habría una reprimenda, y yo...yo la esperaba.
—¿Una tostada?—ofreció a modo de tregua momentánea.
—Me encantaría una tostada.
Sonreí, sonrió. Y recibí mi tostada.
♥ ♥ ♥ ♥