Pastel de calabazas

 

 

 

Los instantes siguientes fueron confusos. A Dulce le pareció ver que Íñigo agachaba la cabeza, que Verónica miraba con una cierta tristeza hacia Javier y que éste respondía con una intensa mirada de odio. Pero no podría asegurarlo. En cuanto apretó el botón, fue consciente de una sola cosa: borrado su vídeo, y habida cuenta de que no había ningún otro, la aplicación conectaría con la cámara de su móvil para que improvisara un discurso en directo. Debía pensar qué iba a decir. Toda la empresa estaba allí y nadie tenía ni idea de lo que iba a pasar. No podía felicitar a Javier por un ascenso que no le habían concedido y, por supuesto, no iba a felicitar a la rubia de bote. Decidió que lo zanjaría con un «Felicidades a todos y que siga la fiesta». Si alguien preguntaba, diría que había habido un problema técnico pero que lo había solucionado sobre la marcha. Igual ni siquiera la despedían, aunque eso le importaba muy poco.

—Felicidades a todos y que siga la fiesta —dijo con fingido entusiasmo a modo de ensayo—. Felicidades a todos. ¡Qué siga la fiesta! ¡Felicidades! ¿Felicidades?…

Por fin se apagaron de golpe todas las pantallas del local, tanto los televisores en los que ponían videoclips como los móviles de los asistentes. Todos menos el de Dulce, que mostraba aún el botón rojo y una pantallita en negro. Se colocó ante la cámara y se dispuso a verse en pantalla. Sólo tenía que decir la frase, pulsar el botón por última vez y entonces todo habría acabado. La gente a su alrededor se miraba extrañada. Los breves segundos de silencio, unidos a la falta de estímulos visuales procedentes de las pantallas, parecían ejercer un extraño efecto en las neuronas de los asistentes a la fiesta. Por un instante pareció que alguno tenía intención de empezar a pensar cuando por fin apareció la cara de Dulce. Por todas partes. Dulce miraba a la audiencia desde la enorme pantalla situada tras el director general; desde los monitores en los que unos minutos antes se mostraban videoclips; desde todos y cada uno de los móviles de los atónitos asistentes a la fiesta.

—Felicidades a todos y que siga la fiesta —soltó Dulce casi sin pensar. Pero no ocurrió nada.

La Dulce de las pantallas no había movido los labios. Seguía mirando a cámara muy triste. Fijándose bien al fin, Dulce se dio cuenta de que aquello no era la emisión de la cámara de su móvil. Aquél era un vídeo grabado en su casa. Se suponía que lo había borrado, pero ahí estaba, a punto de felicitar a Javier por un ascenso que no tenía y presentar su dimisión delante de toda la empresa. Salvo que… No podía ser. Aquél no era el vídeo que había preparado con sus amigos. Aquél parecía… Dulce buscó con la mirada a Íñigo y lo localizó observándola con el semblante muy serio. Y entonces lo entendió. Entendió las palabras de Íñigo de hacía unos minutos y, sobre todo, entendió hasta qué punto había metido la pata con aquel estúpido plan que finalmente iba a cumplirse exactamente como lo había ideado en un primer momento.

—Querido Javier —decía la Dulce llorosa del segundo vídeo, el que había grabado para sí y había olvidado borrar—. Sé que no es el día adecuado, pero llevo años queriendo decirte esto y no puedo esperar más. No creo que te sorprenda saber que te he querido desde el mismo instante en que te conocí. Lo que quizá te sorprenda es saber que aún hoy, tanto tiempo después, hay una parte en el fondo de mi corazón que sigue esperando que me mires como nunca me has mirado y te des cuenta de que soy exactamente lo que necesitas para ser feliz. Por eso quiero aprovechar este momento, aquí, delante de todas estas personas, para pedirte que me mires. Que me mires de verdad y te preguntes si la chica que tienes ante tus ojos puede ser algo más que la amiga fiel que ha sido todos estos años. Que te preguntes si alguien va a quererte más o de un modo más incondicional. Que te preguntes, en definitiva, si no ha llegado ya el momento de darle una oportunidad a la única persona que nunca te ha fallado y que nunca te fallará. ¿Qué me dices? ¿Vas a darle una oportunidad al…?

Dulce había empezado a aporrear repetidamente el botón del pánico, roja de ira y de vergüenza. ¿Cómo había podido ser tan estúpida y, lo que es peor, tan rematadamente cursi? La chica que veía en las pantallas le provocaba una insoportable vergüenza ajena…, con el agravante de que era ella, por lo que la vergüenza era propia y absolutamente merecida. Cuando se cortó el vídeo, se atrevió a mirar al fin a Javier. Estaba a apenas tres metros de ella, rodeado de un sinfín de miradas entre incrédulas y divertidas que esperaban su reacción. Pero Javier no reaccionaba. Ni siquiera parecía estar mirándola directamente. Tras unos segundos que se hicieron eternos, sacudió la cabeza, dio media vuelta y se marchó sin decir una palabra. Un murmullo recorrió la sala y golpeó a Dulce como un puñetazo. Pero sus problemas no habían hecho más que empezar.

—Precioso discurso —le escupió a la cara Verónica, con rabia—. Pero si lo querías sólo deberías habérmelo pedido. Te lo habría cedido gustosa.

—Es que a mí me gusta ganarme las cosas —respondió Dulce encontrando al fin a alguien en quien descargar toda la rabia que sentía—. Yo he conseguido todo lo que tengo trabajando, no chupando pollas.

Aquella última frase resonó por todo el local, generando entre los asistentes algún respingo escandalizado y bastantes risas. Sólo entonces Dulce se dio cuenta de que, después de cortar el vídeo, se había conectado la cámara de su móvil, lo que había hecho que aquella breve conversación fuera ahora de dominio público. Cuando Verónica se dio cuenta de lo que había pasado, se quedó helada. Todo el mundo a su alrededor la señalaba y se reía, asintiendo o haciendo gestos obscenos. Sin decir una sola palabra, salió corriendo mientras Dulce pulsaba el botón rojo por última vez. Y en esta ocasión, al fin, reaparecieron los vídeos musicales habituales en el local. Poco a poco, los participantes en aquella extraña celebración volvieron a acompasar sus movimientos a los de la música y Dulce creyó que era el momento adecuado para salir de allí y poder llorar a gusto.

Mientras se dirigía hacia la puerta se cruzó con muchas sonrisas. La mayoría eran bastante maliciosas, recordándole el ridículo que había pasado cuando todos habían visto su vídeo. Pero algunas otras eran francamente amistosas, y cuando comenzaron a felicitarla supo por qué.

—Ya era hora de que alguien le dijese a la cara a esa tía lo que todos pensamos —comentó un tipo al que Dulce no creía haber visto nunca.

—Bien dicho, tía —corroboró otro—. Ya estamos hartos de que los ascensos se ganen en la cama en vez de en la oficina.

Dulce no se sentía en absoluto orgullosa de sus palabras. Las había dicho para herir a Verónica, pero no tenía intención de que todo el mundo lo oyera. En cualquier caso, si aquello hacía que se olvidaran un poco de su ridícula declaración, bienvenido fuera. Pero, por supuesto, no todo el mundo iba a olvidarlo tan fácilmente.

—Menuda decepción —la reprendió una de las Hurtado cortándole el camino de retirada—. Mucha fusta y muchas esposas para acabar suplicando cariño de un niñato delante de todo el mundo.

—Ya tenemos claro hacia dónde debes enfocar tus nuevos horizontes —añadió la otra—. Compra aquella correa de perro, pero para que él te pasee a ti.

Dulce no tenía fuerzas para discutir, así que intentó esquivarlas, y se dio de bruces con Íñigo. Su mirada era más que seria. Parecía muy enfadado. Por un instante quiso recriminarle que hubiera subido aquel vídeo sin avisarla, consiguiendo que hiciera el ridículo más espantoso de su vida, pero enseguida supo que aquello se lo había ganado a pulso. Lo que realmente la preocupaba ahora era que con aquel vídeo había herido a Íñigo, y no quería perderlo a él también.

—No es lo que piensas —se defendió Dulce antes de que él pudiera acusarla de nada—. Grabé ese vídeo para mí, pero jamás quise utilizarlo. Y, si he cancelado el de verdad, ha sido porque no tenía sentido si el ascenso no era para Javier. Te juro que no tenía ninguna intención de estar con él. Ha sido un malentendido. Por favor, créeme.

—¿Me estás diciendo que una vez has visto el vídeo no has esperado ni siquiera por un segundo que él te dijera que sí? —preguntó Íñigo con voz gélida—. He visto cómo lo mirabas. No tiene sentido que intentes engañarme, pero menos aún que te engañes a ti misma.

Dulce acusó el golpe. Íñigo tenía razón. Había sido un segundo, quizá menos. Pero, efectivamente, por un instante una parte en el fondo de su alma había anhelado que Javier la mirara, sonriera y cerrara todas sus heridas con un beso. No obstante, ¿era eso tan grave? ¿Un segundo de debilidad después de tantos años deseando algo? Íñigo se estaba pasando.

—Puede que sí —respondió enfadada—. Puede que haya una parte de mí que aún no lo haya superado del todo. Pero estoy en ello, y tú mejor que nadie deberías saberlo. ¿Te vas a enfadar conmigo por un segundo de debilidad después de tantos años? No me parece muy justo.

—¿Quieres hablar de lo que es justo? Pues hablemos. No estoy enfadado contigo por haber grabado ese vídeo ni por desear estar con Javier. No elegimos de quién nos enamoramos, pero sí debemos ser responsables de nuestros actos. Tú has mentido y manipulado a gente que te apreciaba para poder tener esta última oportunidad con Javier. Te has convencido a ti misma de que en realidad querías superarlo, pero todos tus pasos han ido en la misma dirección. Y lo primero que haces inmediatamente después de eso que tan generosamente llamas «un segundo de debilidad» es atacar cruelmente a la que consideras tu rival frente a ese tío que dices querer olvidar. Lo que me cabrea no es lo que sientes por Javier, sino lo que haces por él.

—¿Estás enfadado por lo que le he dicho a Verónica? —preguntó Dulce confusa—. Ella me atacó primero, y no sabía que me iba a escuchar todo el mundo. Además, no he dicho nada que no sea de dominio público…

—¿Que no has dicho nada? La has acusado de haber obtenido el ascenso a cambio de favores sexuales. ¿Te parece que eso no es nada? ¿Tú sabes cuánto hacía que en esta empresa no ascendían a una mujer a un puesto tan importante? Y tu primera reacción es hacer lo de siempre: no sólo dar por hecho que no lo merecía, sino que lo ha logrado por su cuerpo. Sinceramente, Dulce, que estés enamorada de ese gilipollas me preocupa bastante menos que el tipo de mujer en el que eso te está convirtiendo. Y, como ya te dije, no soy masoquista, por lo que no voy a quedarme esperando a que dejes de comportarte como una imbécil.

Y, sin decir más, se marchó. Dulce aún tardó dos segundos en procesar todo lo que acababa de oír y, cuando lo hizo, rompió a llorar con fuerza mientras notaba decenas de miradas acusadoras a su alrededor. Tapándose la cara con las manos echó a correr en dirección a la puerta, chocando con quien se cruzaba en su camino y, tras varios topetazos, logró salir al reconfortante fresco de la noche, donde al fin pudo tomar una bocanada de aire antes de echar a correr como una loca hacia su casa.

Tenía que procesar tanta información que no sabía ni por dónde empezar. Al final había llevado a cabo su plan original. Se había declarado públicamente a Javier y había pasado exactamente lo que esperaba: nada. Él ni siquiera había respondido, y ahora, cada vez que viera a cualquiera de las personas que habían asistido a aquella desagradable escena, se moriría de vergüenza. Tenía que salir de aquella empresa inmediatamente y rezar por no cruzarse con ninguna de aquellas personas, especialmente con las desagradables Hurtado, a las que también había decepcionado. Y luego estaban sus amigos. A ellos les había fallado doblemente. Los había utilizado y ahora los dejaría en la estacada después de todo lo que habían hecho por ella. Al menos, ahí sí podría hacer algo. Asumiría la responsabilidad de todo lo ocurrido cuando presentara su dimisión a primera hora. Procuraría que su estupidez no salpicara a las únicas personas que se habían portado bien con ella. Y finalmente estaba Verónica, aunque no podía pensar en ella en esos momentos. Dolía demasiado.

Cuando por fin llegó a casa creyó que estaría a salvo, pero sus problemas aún no habían terminado. El Chico, al que hacía semanas que no veía, la esperaba en el portal con cara de preocupación.

—Hoy no, Chico —dijo antes de que él pudiera abrir la boca—. Te aseguro que ahora mismo no soy buena compañía.

—¿Significa eso que tu plan no ha salido como esperabas?

—Significa que ha salido exactamente como esperaba… y un poquito más.

—Siento oírlo —la consoló él con la mirada baja—. Aunque últimamente no he venido por aquí porque Julia me lo había prohibido, sinceramente esperaba que te fuera bien. ¿Crees que al menos ahora podrás avanzar?

—Lo que ya no puedo es retroceder más —respondió Dulce derrumbándose al fin y notando que de nuevo se le inundaban los ojos de lágrimas—. He caído tan y tan bajo…

—Pero te repondrás. Eres una chica muy fuerte. Estoy seguro de que superarás esto.

—Bueno, eso lo dices porque me tienes cariño —contestó ella esbozando una tímida sonrisa—. Y puede que en este momento seas la única persona que me lo tiene. Quizá va siendo hora de dedicarles un poco más de atención a los que realmente me quieren, ¿no crees? De hecho, me pillas con la guardia muy baja, así que si juegas bien tus cartas, quién sabe si…

Dulce no sabía muy bien por qué había dicho tal cosa. Se sentía tan mal que las atenciones del Chico la reconfortaban, y de algún modo pensó que si le arrancaba aunque fueran tan sólo un par de piropos se animaría un poco. Sin embargo, no estaba preparada para la expresión de horror que vio en su cara.

—Bueno, yo… —balbuceó el Chico poniéndose colorado—. Por supuesto que te tengo cariño, pero como amigo. Quiero decir que no estoy interesado en nada más.

Dulce no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Acababa de soltarle el rollo del amigo? Hasta el Chico se había hartado de ella. Y, pese a lo que se había quejado de su presencia cuando la acosaba, una parte de ella se sentía tremendamente herida.

—Sí, ya, lo decía en broma —se defendió, intentando con torpeza ocultar su decepción—. Pero tan enamorado no estarías cuando me has olvidado tan pronto. No hace falta que respondas a eso, que también es broma. ¡Dios! ¿Es que todo me tiene que salir mal hoy?

El Chico permaneció callado unos segundos, sopesando si debía decir lo que tenía en mente. Dulce vio en sus ojos algo en lo que no se había fijado antes, pero que quizá siempre había estado ahí. ¿Era compasión? ¿Lástima? No entendía nada.

—Mira, Dulce —dijo el Chico al fin tras tomar una profunda bocanada de aire—, y espero que no te moleste que use por una vez tu nombre, pero es que creo que hoy no estamos para tonterías. Yo la cagué contigo la primera noche. La cagué y me lo hiciste pagar. Hasta ahí todo está bien. No supe ver a la persona que tenía delante; me dejé llevar por la posibilidad de echar un polvo después de muchísimo tiempo y no pensé en nada más: ni en lo que tú deseabas, ni en tus sentimientos, ni siquiera en los míos. Eso no estuvo bien y me gané que me echaras de tu casa de aquella manera. Desde ese día he intentado demostrarte que no soy aquel chico borracho, desesperado y egoísta que conociste, pero no ha servido de nada porque ni siquiera me has mirado. Cometí un error y, aunque llevo semanas disculpándome, te ha dado igual. Te has desahogado conmigo cuando lo has necesitado y luego has pasado completamente de mí. No me estoy quejando. Las cosas han ido así y yo lo he aceptado. La verdad es que hasta me he divertido. No se me da muy bien hablar con la gente y especialmente con las chicas, porque me pongo muy nervioso y creo que se van a reír de mí, pero con vosotras ha sido distinto. Al menos, desde que apareció Julia. Os metíais conmigo pero me hacíais sentir parte de la diversión. A veces erais un poco crueles, pero yo sabía que en realidad la cosa no iba conmigo, que era broma. Aun así, todo tiene un límite. Como estás mal, estás intentando jugar conmigo para sentirte mejor a mi costa. Y eso no está bien. Al menos, no es digno de la chica que me echó de su casa por comportarme como un imbécil. Me gustaba esa chica. Y me encantaría volver a acosarla si apareciera por aquí. Pero hace tiempo que no la veo.

Dulce sintió una punzada de autocompasión que a punto estuvo de deshacerla en llanto. Sin embargo, aquello duró sólo un instante. El tiempo que hizo falta para que una oleada de rabia le hiciera desear golpear al Chico, que había elegido el peor momento, justo cuando era más vulnerable, para ponerse chulito. No obstante, aquel sentimiento tampoco duró. Analizando con más calma la mirada del Chico, se dio cuenta de que no había maldad ni lástima en sus ojos. Había tristeza y añoranza. Realmente echaba de menos a la Dulce que había conocido hacía apenas unas semanas y que se había ido desdibujando rápidamente conforme su estúpido plan tomaba forma. Ella también echaba de menos a aquella Dulce. Pero no sabía dónde estaba.

—Joder, Chico —dijo por fin cuando se calmó el torbellino de sensaciones y pensamientos que bullían en su cabeza—. Si me hubieras hablado así en su momento, se me habrían caído las bragas al suelo. Deberías soltarte más a menudo.

—Ojalá pudiera —respondió él volviendo a agachar la cabeza y recuperando la sonrisa incómoda que lo caracterizaba—, pero soy incapaz de hablar así delante de una chica que me interesa.

—Bueno, ya está bien, ¿no? Me parece fantástico que hayas decidido empezar a reivindicarte hoy, pero tampoco es necesario que me restriegues más por la cara lo poquito que te gusto.

—Sabes que no es eso —se explicó el Chico, muerto de vergüenza—. De hecho, sí que me gustabas, y me encantaba ir todo el día detrás de ti y que no me hicieras ni caso. Pero sin darme cuenta me enamoré de alguien que me trataba aún peor que tú, y eso me hizo empezar a ver las cosas de otro modo.

—¿Alguien que te trata peor que yo? —preguntó Dulce atando cabos—. ¡Tú te has enamorado de Julia! Pobrecito… Sabes que no tienes nada que hacer, ¿no?

—Lo sé. Me lo dejó muy claro desde el primer momento. Además, me parece que está saliendo con alguien porque, de un día para otro, cambió sus rutinas y me prohibió acercarme a vosotras. Me he saltado la prohibición porque era una ocasión especial, pero mejor no se lo digas.

—¿Que Julia sale con alguien? No me hagas reír. Como acosador empiezas a dar un pelín de miedo, pero está claro que no conoces a Julia. Aún no ha nacido el hombre capaz de conquistarla…

—Bueno, ya me lo dirás —contestó el Chico levantándose y dando por terminada la conversación—. Ahora mejor me voy, no vaya a aparecer por aquí y se enfade conmigo. Ya nos veremos, y espero que te mejores.

—Muchas gracias. Y no te preocupes, que no me chivaré.

En cuanto el Chico se dio la vuelta, Dulce se dio cuenta de que no podía dejar que se marchara así. Había tenido que suponerle un gran esfuerzo decir todas aquellas cosas, y sin duda se merecía un premio. Lo llamó y corrió hacia él.

—¡Chico, espera! Esto no está bien.

Él se volvió algo nervioso, sin saber a qué se refería.

—Antes de que te vayas —se explicó Dulce—, me gustaría saber tu nombre.

Una amplia sonrisa iluminó la cara del Chico.

—Daniel —dijo con entusiasmo—. Me llamo Daniel, pero me encanta que me llames Chico. Me he acostumbrado a cómo suena cuando lo decís Julia y tú, y preferiría que siguierais llamándome así. Sólo vosotras.

—Me parece genial —respondió Dulce sonriente—, pero eso mañana. Hoy ha sido un placer charlar contigo, Daniel.

Y, sin más, le dio un suave beso en los labios, introdujo una tarjeta en el bolsillo de su camisa y se dio la vuelta.

—Ahora puedes llamarme —dijo Dulce sin mirarlo mientras regresaba a su portal.

El Chico la observó alejarse y entrar en su edificio antes de sacar la tarjeta del bolsillo. Era una sencilla tarjeta de visita con el correo electrónico y el número de teléfono de Dulce. Estuvo tentado de llamarla inmediatamente para decirle que, ya puestos, igual podían cerrar también el escabroso asunto de la primera noche con un nuevo intento, pero fue sólo un instante de debilidad. Todos sus asuntos estaban cerrados. Como lo estaban con Julia. Ahora le tocaba a él decidir si prefería seguir formando parte de su vida, aunque a veces fuera doloroso verla tan cerca y no poder tenerla, o si optaba por alejarse totalmente para superar el desengaño cuanto antes. La verdad es que era una decisión fácil. Pocas veces la vida pone ante ti a personas que realmente te hacen sentir algo, y esas raras ocasiones hay que aprovecharlas. Aunque duela. Porque nunca sabes lo que van a durar. Con una sonrisa melancólica, se dirigió hacia su casa. Daría un pequeño rodeo y pasaría por el pub a ver si aún encontraba allí a Julia. Se sentía tan bien que no tenía muy claro si intentaría conquistarla o si le pediría que le presentara a alguna amiga. Quizá ambas cosas.

En cuanto Dulce entró en su piso volvió a sentir el peso de las decepciones acumuladas durante las últimas horas. La conversación con el Chico le había sentado bien, pero no dejaba de tener una tremenda sensación de derrota. En una sola noche había perdido al amor de su vida, al chico que empezaba a gustarle y a su último admirador. Y todo ello sin contar que además se había puesto en ridículo delante de toda la empresa. Al menos, aquel día había acabado por fin. Lo que tuviera que ser sería al día siguiente. Ahora tocaba descansar y olvidarse de todo por unas horas.

¡Ping!

Y entonces llegó el maldito mensaje.

Dulce condena
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