EPILOGO
Pamela se reclinó en el grueso tronco del árbol.
—¿Has leído la columna de Gregory Engel sobre el cómic de terror?
Feldman sonrió rodeando con el brazo los hombros de la muchacha.
—En estos tres días me he dedicado por completo a ti. Cuando el inspector me proporciona algún día de descanso lo destinaba a jugar al póquer, en las carreras o deambulando sin rumbo. Estos tres días han sido maravillosos,
Roger Feldman la besó en los labios.
—No cambies de conversación... Engel afirma que tras conocer los pormenores del caso Williams, los puestos de venta agotaron sus existencias de cómic especializados en terror y sexo. ¿Te das cuenta, Roger? En vez de desterrarlos, el público se vuelca sobre ellos. ¡Es horrible!
—Todas las cosas tienen su lado bueno y el lado malo. En el saber elegir está la virtud.
—Cuando te cases y tengas hijos..., ¿les permitirás leer cómics?
Feldman sonrió.
—Si para entonces hay dibujantes como Milton Caniff, Harold Foster, Alex Raymond, Frank Robbins, Hogarth y oíros más que dignifican el cómic contrastando con la basura de Aldrich Publishing y similares; no tendré inconveniente alguno.
—¿Qué me dices de Charles Williams? Sus héroes del comic, los dibujados por los grandes maestros, trastornaron su mente. Lo asegura un grupo de...
—Un grupo de engreídos, Pamela. Fatuos que se consideran muy inteligentes y desprecian al cómic por considerarlo un arte menor. No quieren reconocer que una simple viñeta de Foster puede encerrar más arte que el cuadro de un consagrado. La mente de Williams se desintegró antes de afición por el cómic. ¿Causas? La locura no tiene explicación.
—Se puede enloquecer de amor.
—Oh, sí. Y de odio.
—Yo prefiero lo primero.
Fue fa muchacha quien ofreció ahora sus labios en demanda de un beso.
—No cambies de conversación. Pamela.
—Eres... eres...
Pamela no pudo seguir.
Roger Feldman la reclinó sobre la hierba buscando de nuevo sus labios.
—Roger...
—¿Si?
—Te quiero..., me di cuenta en tu apartamento... al quedar allá sola en la habitación... y al día siguiente al esperar inútilmente tu cita para almorzar juntos.
—Te he compensado con estos tres días, ¿no?
—Yo quiero más, Roger. Quiero más días contigo.
Se miraron a los ojos.
—No soy partidario del matrimonio, Pamela.
—¿De veras? No importa. Yo te haré cambiar de opinión.
Volvieron a unir sus labios.
Apasionadamente.
Rodaron por la alfombrada hierba hasta quedar ocultos por los arbustos. Allí las caricias se hicieron más audaces.
—Espero que a Boris no se le ocurra deambular por Holmes Creek.
Aquel comentario hizo parpadear a Pamela.
—Esto es Holmes Creek... ¿Quién es Boris?
Feldman, que ese instante jugueteaba con los botones de la blusa de la joven, sonrió cínico.
—Un compañero. Está en el Departamento de Defensa Moral y Buenas Costumbres.
La cantarina carcajada de Pamela eclipsó el trinar de los pájaros.
Roger Feldman, contemplando aquella risa rebosante de felicidad, empezó a dudar de su opinión sobre el matrimonio.
FIN