CAPITULO IX

 

Roger Feldman vació el vaso de whisky.

—Estamos perdiendo el tiempo, Jerry. Es como buscar una aguja en un pajar. ¿Quién diablos puede identificar a un individuo por un insignificante y pequeño dibujo? Si al menos hubiera realizado un póster.

—No tenemos otra pista, Roger. Lamentablemente hay infinidad de tiendas especializadas en artículos de dibujo. Y el pincel utilizado por el asesino es un modelo standard.

Feldman abonó la consumición.

Consultó el reloj.

—Sigamos. Quiero terminar esa maldita lista para la hora del almuerzo. Tengo una cita.

—Dudo que el inspector nos conceda un respiro.

—¡Maldita sea...! Llevamos dando vueltas desde buena mañana. De un lado a otro de Los Angeles. Hemos empezado por los cuatro dibujantes fichados por su historial delictivo. Dos de ellos en prisión, el otro haciendo dibujos a los turistas para poder comer y el cuarto abandonó el pincel para convertirse en gigoló.

Jerry Nowak chasqueó la lengua consultando un pape!.

—Ya hemos terminado con las agencias de publicidad. Tenía la esperanza de encontrar algo. Esa calavera...

—Sigues obsesionado, ¿eh, compañero?

—Me es familiar, Roger. Como si se tratara de una marca registrada.

—¿Qué sigue ahora? —Inquirió Feldman, abriendo la portezuela del Pontiac—. ¿Fabricantes de pintura?

—Editoriales.

—¡Diablos...! ¿Cuántas?

—El inspector nos ha seleccionado media docena. Las especializadas en cómics o con dibujantes portadistas. Voy a trazar una ruta... La más cercana a nosotros es la Aldrich Publishing Co. Luego ya tenemos que desplazarnos hasta Barrio Skinner.

—Maravilloso. Como los muchachos que recorren las ferreterías no tengan más suerte...

—Lo dudo. El hecho de que el taladro fuera nuevo no significa forzosamente una compra reciente. Y ese tipo de aparatos se venden en cantidades industriales. Incluso por correo.

Feldman maniobró por Kleiser Street.

Enfilando hacia la Fargo Avenue.

—Llevo ya años de policía. Cinco de ellos en Homicidios. Los Angeles es una de las ciudades más violentas y de crímenes más espeluznantes; sin embargo utilizar un taladro eléctrico supera en monstruosidad a todo lo archivado. ¿Por qué semejante arma homicida? ¿Por qué destruir así a la victima?

—Sin duda un loco.

—Me gustaría meterle un balazo entre los ojos.

Jerry Nowak dirigió una inquisitiva mirada a su compañero.

El Pontiac ya circulaba por la Fargo Avenue.

Estacionó frente a la entrada principal de la Aldrich Publishing Co.

Los dos policías descendieron del vehículo adentrándose en el amplio hall de la editorial.

Contemplaron los pósters.

Roger Feldman centró una burlona mirada en el mural dedicado a Star-Girl. La heroína sexy del espacio. El dibujo representaba a la bella y exuberante Star-Girl jugueteando con un cohete de diseño obscenamente fálico. Utilizado a modo de vibrador. El dibujo correspondía a la aventura de Star-Girl en el planeta de los enanos Kamar.

—En mi adolescencia me gustaba el cómic, pero no hay duda de que ha evolucionado mucho.

—Seguro —sonrió Nowak—. Yo fui un gran entusiasta del cómic. Mi padre y yo nos disputábamos el Steve Canyon. Después de la Segunda Guerra Mundial, con mi viejo imposibilitado, le dio por leer cómics. Aún recuerdo que... ¿Roger!

—¿Qué te ocurre?

Jerry Nowak, visiblemente excitado, introdujo la diestra en el bolsillo interior de la chaqueta para extraer una fotografía.

Era la fotografía ampliada de la calavera dibujada por el asesino en el bungalow.

—La calavera..., lo sabía. Roger. Sabía que me era familiar.

—Tranquilo, muchacho. Explícate.

—Es la marca de The Phantom.

—¿De quién?

—¡The Phantom! ¿No lo recuerdas, Roger? Es uno de los héroes más famosos del cómic mundial. Su marca es una calavera. El anillo de The Phantom. Al golpear con su puño deja la marca de la calavera. ¡Esta marca!

Feldman sonrió.

—No seas ridículo, Jerry. Todas las calaveras son más o menos de igual trazo.

—Cielos...

—¿Qué ocurre ahora?

—Diana Palmer... ¡Diana Palmer es la novia de The Phantom!

Roger Feldman, que tras contemplar el directorio pulsó el botón de! elevador, dirigió una perpleja mirada a su compañero.

—Oye, Jerry...

—¿No lo comprendes, Roger? Existe una relación entre el asesino y el cómic de The Phantom. Dejó ¡a marca de la calavera y seleccionó a su víctima. Una que se llamara Diana Palmer. Como la novia de ficción de The Phantom.

—¿Estás seguro de que...?

—Sí, Roger. Diana Palmer. Lo recuerdo perfectamente.

Feldman había pulsado el mando correspondiente al Departamento Redacción.

Al abandonar ¡a cabina se encontraron con una sala de recepción.

Una muchacha al frente de una centralilla telefónica les dedicó una cordial sonrisa.

—¿En qué puedo servirles?

Feldman mostró su credencial.

—Somos policías. Queremos hablar con el director de la sección de dibujantes.

—Es el propio señor Aldrich —informó la recepcionista—. Un momento, por favor.

La joven manipuló en la centralilla.

Tras breve conversación telefónica abandonó el mostrador.

—Síganme.

Los dos policías fueron conducidos hasta el despacho de Burt Aldrich, este les recibió desde la mesa escritorio.

—Tomen asiento, caballeros. Policía, ¿eh? Si se trata de alguna denuncia por atentado a la moral, les diré que mi abogado es el...

—Su basura nos tiene sin cuidado, Aldrich —interrumpió Feldman, secamente—. No somos de! Departamento de Moral y Buenas Costumbres, sino de Homicidios.

—¿Homicidios?

Roger Feldman extrajo la fotografía que ‘el inspector había proporcionado a todos los hombres destinados al caso.

La depositó sobre la mesa.

—¿Le dice algo este dibujo, Aldrich?

El editor parpadeó.

—No comprendo...

—Responda a la pregunta, Aldrich. ¿Qué representa para usted esa calavera?

—Pues... la marca de The Phantom, ¿no?

 

* * *

 

Burt Aldrich forró una sonrisa.

—Mi respuesta está influenciada por el cómic, sargento. Soy un hombre que conoce el mundo de la literatura gráfica. La calavera y The Phantom, un murciélago y Batman...

—Pero esta calavera es idéntica a la dibujada en el cómic de The Phantom, 0no es cierto? —interrumpió Nowak.

—Pues, si.... es de un gran parecido.

Feldman guardó la fotografía

—¿Cuántos dibujantes tiene la plantilla, Aldrich?

—Catorce. Seis de ellos son los profesionales que realizan los cómics producidos por la Aldrich Publishing. Los restantes son ayudantes, retocadores, aprendices...

—¿Fuera de plantilla?

—Tres. Ilustradores. Son los que dibujan las portadas de los comic-books.

—Quiero una relación de todos ellos juntos con una muestra de sus trabajos.

—¿Puedo saber qué...?

Jerry Nowak interrumpió nuevamente al editor.

—¿Alguno de sus dibujantes imita a The Phantom?

Aldrich sonrió.

—Oh, no... Mis cómics se distancian mucho de! clásico The Phantom. En el guión y el dibujo. Los dibujos de Wilson McCoy, Barry y demás creadores de The Phantom no tienen cabida en la Aldrich Publishing Co. Lo mío es el sexo y el terror. Y para ello son necesarios trazos violentos, dominio del negro, viñetas distorsionadas..., todo muy lejos de las tiras de The Phantom. Si alguno de mis dibujantes siguiera esa pauta, le cesaría de inmediato.

—Esta misma tarde pasaremos a retirar la lista, Aldrich —advirtió Feldman—. Quiero una relación completa. No lo olvide. Datos de los dibujantes y su correspondiente muestra de trabajo. De todos. Los de nómina, colaboradores y espontáneos.

—¿Espontáneos?

—Eso he dicho. Aunque no hayan publicado nada en su editorial.

—La colaboración espontánea, de no pasar a retirarla el interesado, es destruida.

—Algo quedará archivado —comentó Nowak—. Si en asesoría consideran de calidad los dibujos...

—Cierto. Archivamos algunas. ¿Buscan a un imitador de The Phantom? Precisamente estuvo aquí un tal Charles Williams. Un genio. De un clasicismo preciosista. Es una extraña mezcla de estilos. Influencias de Raymond, Foster, Caniff... Maestros dispares, pero en Charles Williams forman un portentoso conjunto.

—¿Es uno de sus colaboradores?

Aldrich rió divertido.

—¡No...! Ya le he dicho que mis cómics carecen de elegancia, de calidad... Son cómics para ser consumidos en masa y como tal son producidos. Rechacé los originales de Williams. No es la primera vez. El cómic como arte no es rentable. Cierto que dibujos de Raymond, Foster, Eisner, Hogarth y otros muchos podrían figurar en un museo. Actualmente los dibujantes son sometidos a una disciplina editorial. Antaño fue el romanticismo y espíritu aventurero del héroe. Hoy es el sexo y terror. Charles Williams está anclado en el comic de postguerra.

—¿Tiene a mano la dirección de ese tal Charles Williams?

—Está archivada, pero Samuel, el conserje de entrada, se la dará. La sabe de memoria.

—¿Por qué?

El editor volvió a reír.

—Ese Williams... es un fanático del cómic antiguo. De los clásicos. The Phantom, Gordon, Mandrake, Prince Valiant... El viejo Samuel guardaba muchos comic-books de los años treinta y cuarenta. Charles Williams se los compra a precios desorbitados.

—Gracias por todo, Aldrich.

—Oiga, sargento..., aún no me ha dicho qué están investigando.

—Puede leerlo en los periódicos. Algún vespertino de ayer recoge la noticia y hoy viene ampliada. El asesinato de Diana Palmer en un bungalow de Rogak Boulevard.

Burt Aldrich asintió.

—Cierto. Mi mujer me lo comentó hoy durante el desayuno. Un crimen monstruoso. Parece ser que mutilaron el cuerpo de... —el editor agrandó los ojos—. Es curioso. La víctima tiene el mismo nombre que la novia de The Phantom. ¿Se ha dado cuenta de ello, sargento?

Feldman y Nowak ya habían abandonado el despacho.