CAPITULO V
El inspector Sidney Milland, del Departamento de Homicidios, ladeó la cabeza.
—¿Dónde está Nowak?
—Vomitando, señor.
Sidney Milland, cincuenta y ocho años de edad y treinta de policía, hizo una mueca.
—No le culpo. Hace falta mucho estómago para contemplar... esto. ¿Cómo lo consigues tú. Roger?
Roger Feldman, sargento inscrito también en el Departamento de Homicidios, era individuo joven. Atlético. De facciones duras acentuadas por la frialdad de sus grises ojos.
—Muy sencillo, señor. Imagino tener entre mis manos; al asesino. Tampoco iba a dejar mucho de él.
Los ojos del inspector Milland, semiocultos por pobladas cejas, dirigieron una mirada de reproche a su subordinado.
—Me sorprende que hayas llegado a sargento, Roger; aunque sospecho que será por poco tiempo. No tienes madera de policía.
—Pero sí tengo sangre en las venas.
—¡Maldita sea tu estampa! —El inspector aferró las solapas de Feldman—. ¿Qué infiernos crees que siento yo? ¡Esa muchacha tiene una edad aproximada a la de mi hija! Si por mi fuera, colgaría al hijo de perra que hizo esto por los...
—Ya está identificada, inspector —dijo un individuo penetrando en la habitación—. Hemos encontrado su bolso en el salón. Documentos con fotografías. Diana Palmer, veintidós años de edad, domiciliada en el 1.233 de Small Street... tiene tarjeta de trabajo en los grandes almacenes Walling.
El inspector soltó a Feldman sacudiendo la cabeza.
—Disculpa, Roger..., estoy un poco nervioso. No todos los días nos encontramos con tan espeluznante crimen.
Los dos hombres centraron su mirada en el lecho.
Diana Palmer yacía sobre un baño de sangre. Por su destrozado vientre, materialmente abierto, asomaban los intestino».
Los senos convertidos en sanguinolentas masas de carne deforme, Las cuencas de sus ojos perforadas, reventadas...
Llegó el agente Jerry Nowak limpiándose la boca con un pañuelo.
—¿Cómo te encuentras, muchacho?
—Mejor, inspector. Perdone mi...
—Olvídalo. Roger...
—Diga, señor.
—Aquí no te necesito. Ya tenemos una primera impresión de los hechos. Según el forense la muerte sobrevino en la madrugada de ayer. Hace unas ocho o nueve horas aproximadamente. El asesino, sin duda bañado por la sangre de su víctima, tomó tranquilamente una ducha en el cuarto de aseo contiguo. Hemos encontrado indicios de ello. Por lo de ahora no hay huellas, pero seguiré aquí con los de dactiloscopia. Acude con Jerry al domicilio de la víctima y localiza a posibles familiares.
—¡Inspector!... ¡Eche una mirada a esto!
Uno de los expertos en dactiloscopia estaba inclinado sobre uno de los barrotes de la cama.
Había un pequeño dibujo en la madera.
En rojo.
Una diminuta calavera.
—¿Una calavera...?
—Sí, inspector —corroboró el de dactiloscopia—. Y apostaría que ha sido dibujada con... con la sangre de la víctima.
Los allí reunidos quedaron en silencio.
Tenso silencio.
Fue roto por la soez maldición del inspector.
—¿A qué esperas, Roger? ¡Os he dado una orden!
Roger Feldman y Jerry Nowak abandonaron el bungalow.
Frente a la casa un coche de la Metropolitan Pólice, una ambulancia y tres vehículos más.
Dos agentes uniformados controlaban a los curiosos que paulatinamente iban en aumento.
El incipiente sol de la mañana aún no dejaba sentir la virulencia de sus rayos.
Feldman y Nowak se acomodaron en el interior de un Pontiac color negro.
—¿Qué te ocurre, compañero? —Interrogó Feldman, haciéndose cargo de la conducción del vehículo—. ¿Sigues con náuseas?
—No... Estaba pensando.
Roger Feldman, sin desatender el volante, encendió un cigarrillo.
—Sé que resulta difícil borrar de tu mente la escena, pero debes de...
—No estaba pensando en la chica, Roger —interrumpió Jerry Nowak—; sino en la calavera.
—¿En la calavera?
—Sí, el dibujo... Me resulta familiar.
Roger Feldman, con el cigarrillo colgando de la comisura de sus labios, dirigió a su compañero una burlona mirada.
—Hace poco la televisión nos ofreció el Hamlet.
El sarcasmo pasó desapercibido para Nowak.
—Ese dibujo... ese mismo dibujo lo he visto y no recuerdo dónde.
—En infinidad de lugares, muchacho. Aquí, en Los Angeles, tenemos cientos de comercios que responden al nombre de La Calavera. ¿Conoces el club de Hyde Park? La entrada representa una calavera. En los folletos de propaganda del local dibujan una calavera.
Nowak denegó con un movimiento de cabeza.
—No como ésta. ¿Dónde?... ¿Dónde la he visto?...
* * *
Roger Feldman pulsó por tercera vez el llamador.
—Puede que no esté la tal Pamela Barclay...
—El portero no la vio salir —Feldman mantuvo el dedo índice sobre el timbre—. Según él hoy tiene el día libre en los grandes almacenes. Puede que todavía esté dormida.
—Triste noticia vamos a darle para comenzar el día. No me...
Jerry Nowak se interrumpió
Estaban manipulando en el cierre de la puerta. Se entreabrió la hoja de madera. El espacio permitido por la cadena de seguridad.
Asomó el rostro de Pamela.
Somnoliento.
Aun recién despertada sus facciones continuaban de extraordinaria belleza. Sin acusar el breve letargo nocturno.
—¿Qué quieren?
Roger Feldman mostró su credencial.
—Policía. ¿Nos permite pasar?
Pamela parpadeó.
Sus grandes ojos color ágata perdieron súbitamente todo rastro de sopor.
Cerró la puerta para poder quitar la cadena. Al abrir de nuevo se hizo a un lado para permitir el paso de los dos policías.
—¿Qué... qué ocurre?
Roger Feldman fijó su mirada en la joven.
Estaba descalza. Con una larga bata anudada a la cintura. Los senos se marcaban bajo la tela. También se modelaba la estrecha cintura y la suave redondez de las caderas. De seguro ninguna prenda íntima bajo la bata.
—¿Pamela Barclay?
—Sí...
—Soy el sargento Roger Feldman, de Homicidios. Este es mi compañero Jerry Nowak.
—¿Homicidios?
—¿Comparte el apartamento con Diana Palmer?
—Sí, pero ella no está aquí. No ha venido a dormir y... —Pamela enmudeció. Una súbita palidez se apoderó de sus facciones. Con trémula voz, inquirió—: ¿Le ha ocurrido algo a Diana?
—Está muerta. Asesinada.
La muchacha se tambaleó.
Como si hubiera recibido un mazazo.
Ante el temor de que se desmayara, Jerry Nowak acudió presuroso junto a ella sujetándola del brazo para conducirla a una de las sillas del salón. Dirigió una severa mirada a su compañero. Reprochándole la rudeza en comunicar la noticia.
—Muerta...
La voz de Pamela era un susurro.
Roger Feldman se aproximó sentándose frente a la joven.
—Necesitamos hacerte algunas preguntas, Pamela.
—Muerta... Diana, muerta...
Feldman hizo una seña a su compañero indicándole las botellas depositadas sobre uno de los muebles.
Llenó una copa de brandy.
Pamela la tomó entre sus manos, pero sin hacer ademán de probar el líquido.
Enfrentó sus llorosos ojos a los de Feldman.
—¿La... la han matado?
—Sí, Pamela.
—¿Quién?
—Eso es lo que traíamos de averiguar. Y necesitamos tu colaboración.
—Ayer... ayer acudió a una cita. Iba a cenar al Tower y después bailar en The Glass Slipper. Había conocido a un hombre en los almacenes.
—¿Te dijo su nombre?
—No...
—¿Llegaste a verle?
Pamela denegó con lento movimiento de cabeza que hizo deslizar dos nuevas lágrimas por sus mejillas.
—No quiso subir al apartamento... Esperó abajo. Sólo vi su sombra... Diana comentó que era un individuo tímido.
—¿Cuándo lo conoció?
—Hace un par de días. En una compra que efectuó en la sección de Diana.
—¿Era habitual en Diana pernoctar fuera del apartamento?
Pamela alzó la cabeza.
Contempló alternativamente a los dos policías.
Jerry Nowak tomaba nota de sus declaraciones.
La mirada de la joven se centró finalmente en Feldman.
—Diana era una buena chica. Alegre, liberaba, con deseos de vivir y divertirse, sin hacer daño a nadie... Olvidar la rutina del trabajo. Soñaba con un príncipe azul que la rescatara de los almacenes Walling.
—No has contestado a mi pregunta, Pamela.
—Algunas veces pernoctaba fuera...
—¿Incluso con desconocidos?
Un destello de ira iluminó los nublados ojos de Pamela.
—No me gusta su forma de interrogar, sargento.
—Llámame Roger... y perdona mis métodos. Haré la pregunta de otra forma. ¿No te preocupó, dado que salía con un desconocido, la tardanza de Diana?
—Sí, un poco...
—Te resultan familiares los bungalows de Rogak Boulevard?
—No.
—El cadáver de Diaria apareció en un bungalow desocupado de Rogak Boulevard. Aún no hemos localizado al propietario de la urbanización, pero es fácil suponer que el asesino visitó el bungalow y, en un descuido del agente, hizo un molde de la llave... o simplemente es un experto en ganzúas.
—Entonces lo de The Tower, The Glass Slipper...
—Lo investigaremos, pero sospecho que fue una fanfarronada del asesino para deslumbrar a Diana.
—Dios mío...
Roger Feldman encendió un cigarrillo.
Tras succionarlo un par de veces lo ofreció a la muchacha.
—¿Conoces la dirección de los familiares de Diana Palmer?
—No tenía a nadie... estaba sola., al igual que yo. Solas en esta maldita jungla.
—¿Nadie?... Un hermano, unos tíos...?
—Diana Palmer se crió en una institución benéfica. Perdió a sus padres muy pequeña, pero lo suficiente para que quedara marcada en su mente la miseria. Su paso por el orfelinato tampoco resultó agradable. De ahí que ambicionara un príncipe azul que hiciera olvidar todo ese pasado. Soñaba casarse con un millonario. Yo me reía y bromeaba de sus sueños... yo...
La voz de Pamela se quebró.
Succionó el cigarrillo.
Una y otra vez.
Ávidamente.
Aquello pareció darle ánimos para proseguir, aunque con voz más tenue y temblorosa.
—Conocí a Diana hace un par de años. Fue la única mano amiga que encontré a mi llegada a Chicago. Coincidimos en la St. Louis Station. Yo sin trabajo y sin saber dónde ir. Diana me consiguió un puesto en los almacenes Walling, compartimos el apartamento...
Un ahogado sollozo interrumpió de nuevo a Pamela.
Roger Feldman se incorporó.
—¿Podemos echar un vistazo a la habitación de Diana?
La joven asintió.
—La... la segunda puerta...
Feldman avanzó por el corredor.
La estancia era amplia. Reinaba un ciervo desorden. Algunas prendas femeninas sobre el lecho y las sillas. La mesa de noche adornada con varios portarretratos.
Realizó una superficial inspección.
Pasó al cuarto de baño contiguo.
Una segunda puerta comunicaba con la habitación de Pamela. El cuarto de aseo era común.
Roger Feldman retornó al salón.
Contempló a Pamela.
Sintió compasión por la muchacha.
Era la destinada a identificar oficialmente el mutilado cuerpo de Diana Palmer.