CAPITULO X

 

No continuaron las visitas por las restantes editoriales programadas. Una llamada por el radioteléfono les ordenó presentarse en el Departamento.

Allí les esperaba la desagradable noticia.

La segunda víctima.

—Mark Spaak sigue con los muchachos en el motel. ¿Ya has terminado con las fotografías, Jerry...? ¡Jerry!

Nowak alzó la mirada.

Pálido.

Asintió depositando lentamente las fotografías sobre la mesa.

Ocho fotografías en color.

Ocho espeluznantes escenas.

—Fue en el Wilder Motel —dijo el inspector Milland, con tenue voz—. El recepcionista nos avisó hace un par de horas. El pobre hombre ha sido internado a consecuencia del shock.

Roger Feldman estaba apoyado en uno de los bordes de la mesa escritorio.

Su mirada fija en una de las fotografías. En ellas se veía un cercenado cuerpo femenino. Sobre dos butacas. Decapitado. Sin brazos. Las piernas seccionadas por encima de las rodillas.

—Tardará en reponerse —murmuró Feldman, conteniendo a duras penas la ira.

El inspector ignoró el comentario.

—Gertrud Sparks es el nombre de la víctima. Llegó en la noche de ayer al Wilder Motel. Su acompañante no descendió del auto. El conserje, dada su amistad con Gertrud Sparks, no se molestó en inscribirles. No pudo ver al individuo ni distinguió las características del vehículo. Esta mañana, al percatarse de que el auto ya no estaba, creyó que la cabaña había sido ya desocupada. Y se encontró con Gertrud. Lo que quedaba de ella. El arma utilizada por el asesino fue una sierra eléctrica. Dadas las... espeluznantes características, el satánico modus operandi, parece indicar que se trata del mismo hombre que mató a Diana Palmer. Un crimen por día.

—¿Dejó alguna... señal?

—¿Te refieres a la calavera? No, Jerry. El muy hijo de perra se entretuvo en otro diabólico juego. El descuartizar a su víctima no era suficiente. Se dedicó a esconder las... piezas. Encontramos la seccionada cabeza en la taza del water, las piernas en el armario, uno de los brazos amputados en un jarrón... ¡Maldito bastardo!

Sidney Milland golpeó con ambos puños la mesa.

Respiró con fuerza.

—Inspector...

—Hay que cazarle, Roger. ¡Tenemos que cazarle cuanto antes! No podemos permitir que semejante monstruo siga suelto un día más. Gertrud Sparks actuaba en el club Luck Smile. Su moralidad era dudosa. Hemos interrogado entre el personal. Simuló una fuerte jaqueca. Minutos antes la vieron conversar con un individuo.

—¿Tenemos su descripción?

Sidney Milland denegó con una mueca.

—El Luck Smile sigue un riguroso plan de ahorro de energía. La iluminación es casi mula. Sólo nos han informado de que llevaba lentes. Narda, el nombre artístico y utilizado por Gertrud entre sus amigos, aceptaba con cierta frecuencia invitaciones de...

—¿Narda? —Respingó Nowak—, ¡Vuelve a coincidir!

Roger Feldman explicó a grandes rasgos la teoría de su compañero.

El inspector quedó pensativo.

—En efecto es sospechosa la coincidencia de Diana Palmer y...

—Ya no es coincidencia, inspector —interrumpió Nowak—. De nuevo ocurre con Narda. La princesa Narda es la novia de Mandrake, otro de los héroes más populares del cómic,

—Mandrake the Magician...

—Correcto, Roger, Mandrake el mago, ilusionista,.. El truco de simular descuartizar a una mujer es de los más clásicos.

—Sólo que con Gertrud Sparks no hubo truco —el inspector tecleó sobre el interfono—. Es una hipótesis descabellada y absurda...

—También me lo pareció a mí, señor —añadió Feldman—; pero no tenemos otra.

Milland movió la cabeza de un lado a otro.

—Es... es ridículo.

Jerry Nowak volvió a intervenir con vehemencia.

—¿Por qué, señor? El asesino es un buen dibujante. Nos lo aseguraron los expertos tras estudiar el dibujo de la calavera. La calavera de The Phantom. Diana Palmer, Narda... Es un loco. Un psicópata que parece influenciarse en el comic para cometer sus crímenes.

—De acuerdo. Como dice Roger, no tenemos ninguna otra hipótesis. Pondré a trabajar varios hombres para que investiguen en las editoriales especializadas en el cómic y formen una relación de cuantos dibujantes ejerzan actualmente en Los Angeles.

—Diana Palmer, Narda, Lois Lane, Dale Arden, Aleta...

Milland y Feldman centraron su mirada en Jerry Nowak.

—¿De qué habías?

Nowak forzó una sonrisa.

—Estaba... estaba recordando nombres de heroínas del cómic. Dale Arden enamorada de Flash Gordon, Lois Lane y Superman, la princesa Aleta esposa del Prince Valiant, Honey Dorian junto con Rip Kirby...

—¡Y Tarzán con la mona! —Exclamó Milland, incorporándose del sillón—. ¿Quieres volverme loco, muchacho? ¡Apuesto que son cientos las heroínas del cómic! ¿Cómo diablos puedo proteger a todas las mujeres con nombres iguales a...

—El asesino parece sentir preferencia por el cómic clásico. The Phantom. Mandrake... —dijo Jerry Nowak—, Podemos hacer una selección, señor. Muchas heroínas quedarían descartadas, mayoría son nombres imaginarios que no figuran en calendario alguno.

—¡Está bien...! Adelante con ello, Jerry.

—Iré al Departamento de Datos e Información.

Nowak abandonó el despacho.

El inspector enfrentó su mirada a la de Feldman.

—¿Escéptico. Roger?

El policía se encogió de hombros.

—No sé qué pensar, señor; pero apoyo la iniciativa de Jerry. Lo más absurdo puede ser realidad. Tampoco será mucho el trabajo. Una vez Jerry tenga la selección, las computadoras rechazarán los nombres no censados en Los Angeles ni registrados en parte alguna. El asesino, si en verdad busca a sus víctimas con nombres determinados, debe recurrir a las guías telefónicas, comerciales y similares.

—Voy a dar orden para que se inicie el recorrido por las editoriales del cómic.

—En la Aldrich Publishing Co. ya debe estar preparada la lista de dibujantes y una muestra de sus respectivos trabajos.

—Puede que tengamos suerte, pero si se trata de un aficionado al dibujo fuera de todo contacto con editoriales, resultará difícil.

—Lo que sí parece cierto es su entusiasmo por el cómic.

—Aún no estoy muy convencido de la teoría de Jerry. Me resisto a creer que un fulano, por muy loco que esté, se dedique a buscar a sus víctimas influenciado por el cómic.

—El cómic es un mundo mágico, señor. Hablo del buen cómic, por supuesto. ¿Recuerda a The Spirit?

Sidney Milland sonrió.

—Seguro. Denny Colt, el inspector Dolan, su hija Ellen... ¿Era Ellan o Eva?

—Ellen.

—Sí, eso es. Cuando era algo más joven me entusiasmaba con las aventuras de The Spirit; aunque siempre presentaba a la policía, identificada con el inspector Dolan, como una pandilla de ineptos.

—El dibujante de The Spirit es Will Eisner.

—¿Y qué?'

—La primera aventura data del año 1940. Apareció en el suplemento dominical del Baltimore Sun y poco más tarde en un comic-book. ¿Cuánto pagaría por tener uno de aquellos primeros ejemplares, inspector?

—¿Yo? Ni un centavo.

Feldman sonrió.

—Tampoco yo. El sueldo difícilmente me alcanza hasta final de mes. Alguien pagó quinientos dólares por ese comic-book de Eisner. Y mil por una primera edición de Jungle Jim de Raymond.

—¡Infiernos!

—Se trata de un tal Charles Williams. Un dibujante que intenta publicar sus cómics. El conserje de la Aldrich Publishing Co. fue quien le vendió esos comic-book antiguos a precios desorbitados.

—Un chiflado. Un loco que...

Sidney Milland enmudeció.

Enfrentó su mirada a los burlones ojos de Feldman.

—Dices que es dibujante...

—Sí, inspector. Tengo su dirección.

—De acuerdo, muchacho. Empieza por ese tal Williams.