CAPITULO III
Pamela Barclay se apartó del ventanal.
—¿Por qué no sube, Diana? ¿No se >o has permitido?
—Oh, sí...; pero es muy tímido.
—¿Tímido? No me gusta,
Diana Palmer rió en cantarina carcajada.
—Ni tan siquiera le has visto. Le conocí ayer. Hizo una buena compra en la sección de joyería. Era la hora de cierre. Creo que estuvo deambulando por la salida hasta verme aparecer.
—Entonces no es tan tímido.
—Se limitó a seguirme. Fue hoy, durante el almuerzo en los almacenes, cuando se atrevió a dirigirme la palabra. Es un individuo retraído. De pocas palabras. Muy delicado...
—Y tímido. Esos son los peores.
—¿Quieres cerrarme la cremallera, Pamela?
Diana Palmer estaba frente al espejo. Alisó coquetamente su larga melena negra.
—Este vestido te queda muy ceñido, Diana.
—Mejor.
—Al menos podías haberte puesto el sujetador.
Diana volvió a reír. Sus manos se deslizaron por los túrgidos senos que se marcaban provocativos bajo la tela.
—Voy a hacer que pierda su timidez de raíz.
—No regreses muy tarde.
Diana tomó un bolso de mano y una pequeña capa.
—Eres mi compañera de apartamento, no mi mamá. Te aconsejo no me esperes despierta. Vamos a cenar a The Tower y luego bailar en The Glass Slipper. Ese es el plan que me sugirió.
Pamela agrandó los ojos.
—¿De veras?
—¿Por qué crees que he aceptado? Debe estar forrado de dólares. ¡Ya te contaré!
Diana abandonó el apartamento.
En la soledad de la cabina del ascensor dio un último repaso a las medias de nylon tensándolas sobre sus esbeltos muslos.
Al salir a la calle dudó unos instantes.
Sonrió al descubrir al individuo que surgió de entre las sombras.
—No te veía, Johnny...
—Hola, Diana. Estás... muy guapa.
—Gracias, Johnny.
—Tengo el coche ahí detrás. Diana...
—¿Sí?
—No me llamo Johnny. Mi nombre es Charles Williams.
—¿Por qué...?
—No lo sé, Diana. Soy... soy algo tímido. No quise darte mi nombre y luego me avergonzó el haberte mentido.
—No tiene importancia..., Charles. Yo no te he mentido. Mi nombre es Diana Palmer. Empleada en los grandes almacenes Koty Garden.
Rieron al unísono.
Charles Williams abrió la portezuela del Mustang.
—No quiero que te enfades, Diana; pero me gustaría que antes de ir a cenar a The Tower conocieras a mis padres.
La muchacha parpadeó con la boca entreabierta.
Fue incapaz de reaccionar.
—Sé que te parecerá ridículo —prosiguió Williams, iniciando la marcha del auto—; pero eres 3a primera chica que invito a cenar. Mi madre dice que, a mis treinta y cuatro años, ya no soy joven. Se alegró mucho cuando le comenté que iba a salir contigo.
—Pero... yo...
—Será cuestión de minutos, Diana. Saludarles y marchar. No te sorprenda mi petición. Están deseando verme casado para que sienta cabeza y me haga cargo de la dirección de la fábrica.
Diana iba de sorpresa en sorpresa.
—Yo sólo soy... nos hemos conocido ayer y..
Williams sonrió.
—Por supuesto, Diana. No temas. No voy a presentarte como mi prometida, sino como amiga. Me consta que no tengo grandes atractivos para las mujeres.
Diana sacudió la cabeza.
Creía estar soñando.
¡Aquello era un mí río blanco!
—Para mí sí eres atractivo. Charles. De lo contrario no hubiera aceptado tu invitación. Lo de ir a casa de tus padres..., mejor dejarlo para otra ocasión.
—¿Por qué?
Diana pensaba en su audaz y provocativo vestido. Muy poco apropiado para causar buena impresión.
—No sé..., me parece...
—Como quieras.
Diana se mordió instintivamente el labio inferior.
Tal vez estaba obrando mal dejando escapar aquella oportunidad. Puede que el pusilánime Williams se olvidara de ella al día siguiente. Conociendo a sus padres podría ser distinto.
—De acuerdo. Charles. ¡Vamos! Será un placer conocerles.
—¿De veras? Magnifico, Diana... Estaremos poco tiempo. Se llevarán una sorpresa. Les aseguré que no pensaba decirte nada.
—Entonces..., ¿no nos esperan?
—Así será mayor la alegría, Diana. No debes preocupar te. Serás bien recibida.
—¿Dónde viven?
—En un bungalow de Rogak Boulevard. Lo hemos adquirido hace poco. El apartamento de Sinclair Street resultaba asfixiante para mamá.
Diana abrió su bolso de mano.
Chasqueó la lengua.
—Olvidé mi cajetilla..., ¿tienes cigarrillos?
—En el salpicadero.
La muchacha manipuló en los compartimentos del auto. Al extraer la cajetilla de Viceroy cayó un papel.
Lo cogió al vuelo.
Iba a depositarlo de nuevo en su lugar, pero interrumpió el iniciado ademán.
En aquel papel figuraban ocho nombres escritos y sus correspondientes direcciones.
Ocho nombres femeninos.
Todos iguales.
—¿Qué... qué es esto?
Charles Williams desvió la mirada.
Sonrió retornando los ojos al cristal delantero.
—Tu nombre. Diana Palmer.
—Sí, pero sólo coincide una de las direcciones. Las otras...
—Corresponden a las siete Diana Palmer que he localizado en Los Angeles. Me he servido de guías telefónicas, profesionales, listas de empleadas... De seguro hay más, pero tú has sido la elegida. Las otras han quedado descartadas.
—No,.., no comprendo...
—Pronto lo comprenderás todo, Diana..., muy pronto...
* * *
Charles Williams introdujo la llave en la cerradura.
—Es extraño..., ninguna luz en la casa...
—Todo está muy oscuro —murmuró Diana, bajo el porche—. También en los bungalows vecinos.
—La mayoría aún están en venta. Esta es una zona nueva. Tranquila. Lejos del bullicio de la ciudad.
Williams iluminó el living.
Sobre el mueble de entrada un papel.
—¡Oh, no...!
—¿Qué ocurre. Charles?
—Entra, Diana. No te quedes ahí —Williams le tendió el papel—. Puedes leerlo tú misma.
El mensaje era breve.
«Charles: Tu madre y yo salimos hacia San Francisco. Tía Carol enferma. Mañana estaremos de regreso.»
Williams había deslizado la doble hoja de entrada al salón. Accionó el interruptor de la luz.
—¡Tía Carol...! ¡Tía Carol...! ¡Siempre igual!
—No te enfades, Charles.
—Mis padres habrán utilizado el jet. Y yo pensaba llevarte mañana a dar un pequeño paseo.
—¿Eh... un jet?
—Un HT-77 de seis plazas. Me lo regaló mamá el año pasado.
El rostro de Diana se iluminó.
—¡Me gustaría mucho, Charles!
—Tú también me gustas mucho.
La muchacha sonrió consciente del esfuerzo realizado por Williams para pronunciar aquellas palabras.
Era un primer paso,
Diana daría los restantes.
Le echó los brazos al cuello. Apretándose contra él. Entreabrió sensualmente los labios.
—Bésame, Charles...
Williams obedeció.
Los devoradores labios de Diana parecían despedir fuego. Se pegó a Williams como una lapa.
—Diana...
—¿Sí?
—Estamos solos en la casa..., los sirvientes no pernoctan aquí...
La joven parpadeó.
Aquélla era una insinuación muy directa.
—¿Y...?
—Podemos demorar la cena en The Tower.
—No me importaría terminar en un Steak House de madrugada, Charles. Prefiero estar aquí. Contigo. Solos... Empieza por enseñarme la casa. ¡Es maravillosa!
El mobiliario del salón era lujoso. Señorial. Aunque marcadamente frío e impersonal. Como si se tratara de la obra de un severo decorador a sueldo.
Charles Williams tomó el papel de manos de la muchacha.
—Oye, Charles... Aún no me has explicado qué significan esos nombres... los que encontré en el auto... las siete Diana Palmer.
—Es una promesa.
—¿Una promesa?
—Diana Palmer es la compañera de The Phantom. Yo también pienso casarme con una Diana Palmer. Busqué... y tú has sido la seleccionada.
Diana rió a carcajadas.
—No entiendo nada..., ¡pero eres encantador!
Williams guió a la joven fuera del salón.
Abrió una de las puertas.
—¿Es tu habitación, Charles?
—Sí.
Diana se adentró en la estancia.
Parecía la habitación-muestrario dé una casa de muebles de Sujo.
—Es extraño..., parece vacía. Me refiero a que no veo objetos personales en la mesa de noche, en los muebles...
—Yo prefiero nuestra vivienda de Sinclair Street. Por aquí vengo en contadas ocasiones.
Quedaron en silencio.
Mirándose fijamente.
—Charles..., no quiero que pienses que esto lo hago con todos —susurró Diana, fingiendo un rubor que estaba muy lejos de sentir—. Tú eres distinto. Lo eres para mí...
De nuevo fue ella la primera en actuar.
Sus labios se apoderaron de los de Williams en lujuriosa beso. Se apretó contra él moviendo levemente las caderas. Con sensual balanceo que pronto obtuvo resultado.
Las manos de Williams reaccionaron en torpes caricias.
Diana le rechazó temiendo que le desgarrara el vestido. Llevó sus manos a la espalda alcanzando el cierre de la cremallera.
El vestido cayó a sus pies.
La muchacha quedó con un reducido slip de encaje negro, las medias de nylon y los zapatos.
Sus senos eran opulentos, pero se mantenían erguidos y duros. Coronados por la ancha y rósea aureola del pezón.
Primero los zapatos.
Luego las medias.
Muy lentamente.
Ayudada por un movimiento de caderas hizo deslizar el slip por los largos y esbeltos muslos.
Quedó enroscado en uno de los tobillos.
La joven tendió sus manos hacia Williams.
Sonrió al percatarse de que tenía empañados los cristales de las gafas.
—Déjame quitártelas...
Le despojó de los lentes.
Fue entonces cuando se reflejó en los ojos de Charles Williams.
Unos ojos pequeños, pero de fuerte brillo.
De un siniestro destello que instintivamente hizo estremecer a Diana; aunque ya era demasiado tarde para retroceder.