EPILOGO
Sandra bebió a pequeños sorbos.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, Frankie; pero te he echado de menos.
Baldwin sonrió acomodándose en el sofá junto a la muchacha.
—Acompañé al teniente Berenson hasta el castillo.
—¿Otra vez? ¿Por qué? Ya habíamos prestado declaración y...
—Sí, Sandra. Lo sé. Fue por simple curiosidad. Quería ver cómo había quedado todo aquello. Tenía razón el teniente. Todo destruido. Sólo el esqueleto del castillo. Poco se ha salvado. La demora en acudir los bomberos a tan apartado lugar... Afortunadamente se ha evitado que el fuego se propagara a los bosques vecinos.
—Frankie...
—¿Sí?
—¿Qué explicación ha dado el teniente a... a...?
Baldwin rodeó los hombros de la joven.
—La misma que yo, Sandra. Karla tenía dominadas a aquellas cuatro infelices. Ejecutaban las órdenes, los asesinatos, sin pestañear. Como un ritual en honor a Asfalgor. Las dominó desde pequeñas con el diabólico fin de recuperar lo que le fue arrebatado. Las endemonió.
—Yo le vi... también tú...
—Fue una ilusión, Sandra. Un juego de magia... o tal vez brujería, no lo niego. Karla arrojó unos polvos, ¿recuerdas? Entonces surgió la llamarada... y Asfalgor. Junto al altar un barril de pólvora. Karla llevaba en sus bolsillos unos polvos. Sin duda inflamables. De ahí que ardiera como una tea al aproximarse al fuego.
—¿Ha quedado todo destruido?... ¿Todo?
—Sí, Sandra. Se termina una horrible historia. La policía está interrogando a Walter Shaber e investigando en los archivos de la Estafeta Nolan. Puede que se conozca el número exacto de víctimas, aunque lo dudo.
—Dios mío...
—El fuego todo lo borra, Sandra. Olvida. Yo te ayudaré.
Besó los labios de Sandra.
Dulcemente.
La muchacha se apretujó entre sus brazos.
—Voy a pedir unos días de permiso, Frankie. Podemos ir junto a cualquier tranquilo lugar. ¿Qué te parece?... ¡Frankie!
—¿Cómo?... Ah, sí...
—¿En qué estabas pensando?
—En nada —mintió Baldwin—. Mañana mismo nos tomamos ese pequeño descanso, Sandra. Yo también lo necesito. También tú debes ayudarme a olvidar.
Sandra volvió a refugiarse en sus brazos.
Baldwin forzó una sonrisa.
Le resultaría muy difícil olvidar.
El fuego no había destruido todo. Junto a las calcinadas piedras del castillo, rodeado de los ennegrecidos árboles...
Frankie Baldwin cerró los ojos.
Le pareció verlo.
Intacto.
Con las ramas extendidas como dos gigantescos y fantasmales brazos. Con las raíces saliendo de la tierra...
El árbol donde ahorcaron a Leonard McRoots.
El único árbol que, incomprensiblemente, se había salvado de la voracidad de las llamas.
FIN