CAPITULO V

 

Frankie Baldwin interrumpió el iniciado ademán de llevarse el vaso a los labios.

—¿Quieres repetir eso, Marc?

Marc Goldsmith esbozó una sonrisa.

—Has oído perfectamente. Voy a contraer matrimonio, Frankie.

—Pero... ¡eso es estupendo, Marc! ¿Quién es ella?

—Su nombre es Sharon Logan. No la conoces.

—¡Maldita sea, Marc! ¿Y tú? ¿Cuándo diablos la has conocido? Hace un mes, cuando hablamos por teléfono, no mencionaste nada relacionado con una boda.

—De aquélla aún no conocía a Sharon. Fue hace un par de semanas.

—Un noviazgo largo, ¿eh? —Baldwin sí vació ahora el vaso de whisky. Se incorporó acudiendo al mueble-bar en busca de la botella—. Cuenta, Marc. ¿Dónde fue el flechazo? Apuesto que en...

—Escribí a una agencia de matrimonio —interrumpió Goldsmith—. Así conocí a Sharon.

El vaso de whisky quedó de nuevo a medio camino.

Frankie Baldwin era poco más joven que su interlocutor.

Treinta años de edad. Rostro de correctas y bronceadas facciones. Pelo negro adornado de largas patillas. Complexión atlética.

—¿Hablas en serio, Marc?

—Por supuesto.

Baldwin sonrió.

Chasqueó la lengua moviendo la cabeza de un lado a otro.

—No..., no es verdad..., no puede ser cierto. Tú eres un tipo inteligente.

—La boda es mañana, Frankie, Estoy aquí por si quieres asistir como testigo.

Baldwin vació el vaso de un golpe.

—¿Te has vuelto loco? Todas esas agencias matrimoniales y clubs de amistad son negocios de prostitución encubierta. ¡Es del dominio público! Y si algún incauto llega a contraer matrimonio lo hace con una vulgar ramera.

Marc Goldsmith era un individuo de atractivo rostro.

Ensombreció las facciones.

—Retira esas palabras, Frankie.

—¡Al diablo con eso! ¿Por qué lo has hecho, Marc? No era necesario acudir a esa solución. Eres un tipo con recursos y puedes valerte por ti mismo. Con solo relacionarte un poco más, hacer más vida de sociedad y dejar de atormentarte con tu desgracia encontrarías cientos de mujeres dispuestas a contraer matrimonio contigo. ¡Sin necesidad de recurrir a una agencia!

—Tú no conoces a Sharon,

—Pero si conozco todos los trucos que se utilizan para engañar al prójimo. ¿Recuerdas la Carver Steel? Eran culpables de negligencia, sin embargo movilizaron toda una legión de abogados e influencias para no pagarte la indemnización. También tú acudiste a los abogados. Al grupo capitaneado por Alec Matthews. Yo también soy abogado, pero no ejerzo. Prefiero el campo de la investigación. Es mi especialidad. Descubrir los trapos sucios. Quitar el espejo que oculta la basura. Matthews me encargó tu caso. Tenía que husmear en la Carver Steel. Desenmascarar a los falsos testigos, los amañados sistemas de seguridad laboral, los informes de los corrompidos y sobornados técnicos...

—¿Adónde quieres llegar? —cortó Goldsmith, secamente—. Eres un buen investigador. Tal vez gracias a tu trabajo conseguí que la Carver Steel soltara el medio millón de dólares. ¿Y qué?

—También conseguiste mi amistad, Marc. Aunque la aceptaras a regañadientes.

Goldsmith sonrió con amarga ironía.

—Desde que me fueron amputadas las piernas me llueven ofertas de amistad. Todas ellas envueltas en compasión. De ahí que las rechace.

—Creí que me conocías mejor, Marc. También yo me he equivocado contigo. Te hacía un hombre inteligente. Incapaz de recurrir a una alcahueta para conseguir una...

Goldsmith tenía entre sus manos el vaso de whisky.

Ni tan siquiera lo había probado.

Lo vació.

Arrojando el líquido al rostro de Baldwin.

Los dos hombres enfrentaron sus miradas.

—No has debido hacerlo, Marc —sonrió Baldwin, limpiándose con un pañuelo—. Jamás se debe despreciar el whisky, pero no importa. ¿Te sirvo otro?

—Discúlpame, Frankie. No por arrojarte el whisky a la cara, sino por privarte del placer de repeler la agresión. Debí pensar en mi condición de inválido. No te preocupes. No lo divulgaré. Tu fama de hombre duro permanecerá inalterable.

Marc Goldsmith se incorporó.

Con gran esfuerzo.

Frankie Baldwin no hizo ademán de ayudar. Continuó sentado. Contemplando como Goldsmith abandonaba el salón apoyado en el bastón que le auxiliaba en el movimiento de sus piernas ortopédicas.

Segundos más tarde un seco portazo indicaba la salida de Marc Goldsmith del apartamento.

Baldwin encendió un cigarrillo.

Fue al dormitorio para cambiarse de camisa. Terminaba de abotonarla cuando sonó el llamador de la entrada.

Encaminó sus pasos hacia el living.

Por un instante alentó la esperanza de que fuera Marc Goldsmith en busca de la reconciliación.

No fue así.

—Hola, Frankie.

Baldwin entornó los ojos.

Se trataba de Sandra Fargo. Una de las secretarias del grupo de abogados de Matthews Company Investigación. La más bella de todas. Y también la más eficaz.

—Qué agradable visita, Sandra. Adelante.

La muchacha le dirigió una chispeante mirada.

—¿De veras? Me pareció leer cierta decepción en tu rostro. Apuesto que esperabas a otra chica.

—Tú jamás decepcionas, nena.

Los ojos de Baldwin recorrieron en mirada deliberadamente lujuriosa el cuerpo femenino.

En verdad digno de admiración.

Desde los sedosos cabellos castaños a la punta de los pies. Un rostro perfecto, senos prietos y erectos, cintura cimbreante, caderas prominentes...

Belleza y juventud.

La mirada de Baldwin quedó centrada en los dos salientes puntos que se marcaban bajo el jersey.

Sandra se protegió elevando el maletín que portaba en su diestra.

—Es como si me desnudaras con los ojos, Frankie. Eres un tipo viscoso, ¿sabes? Un inmoral. Sin escrúpulos. El clásico villano que seduce a las doncellas.

Baldwin le arrebató el portafolios depositándolo sobre la mesa del living.

—¿Y qué más, Sandra?

—Pues... como yo no soy doncella...

Los entreabiertos labios femeninos quedaron aprisionados por los de Baldwin. En largo y apasionado beso.

Al separarse, la muchacha arrugó instintivamente la nariz.

Pasó las yemas de los dedos por las largas patillas de Baldwin.

—Es... es whisky...

—Sí. Estuve tomando unos vasos con Goldsmith. El último me lo arrojó por encima.

—Me pareció verle salir cuando estacionaba el auto —comentó Sandra—, ¿Dices que te arrojó el whisky por encima? ¿Por qué?

Baldwin recorrió el pasillo abriendo una de las puertas.

La joven le siguió.

—Una pequeña disparidad de criterio.

Sandra rió divertida.

—No debió ser pequeña. Marc es un pedazo de pan. Recuerdo su paso por los despachos de Matthews. Incapaz de alterarse, incluso cuando las canalladas de la Carver Steel iban en aumento.

Baldwin cerró la puerta del armario.

—Ciertamente Marc es un pobre infeliz. Llegó para invitarme a su boda.

Una mueca de perplejidad se dibujó en Sandra.

—¿Boda?

—Ahá. Piensa contraer matrimonio. Mañana. Quería que yo fuera uno de los testigos.

—¡Es maravilloso, Frankie! Lo que necesitaba. Me alegro por él. Iré contigo, ¿de acuerdo?

Baldwin desvió la mirada hacia la joven.

Sandra se había sentado al borde del lecho.

—No pienso acudir a esa boda, Sandra.

—¿Por qué?

—¡Maldita sea!... El muy estúpido ha acudido a una agencia matrimonial para conseguir la novia.

Sandra parpadeó.

—¿Y qué?

Baldwin se sentó junto a la joven.

—¡Una agencia matrimonial! ¿No lo comprendes, Sandra?

Una tapadera para la prostitución o el engaño. Le han endosado a Marc una furcia con la suficiente experiencia para engatusarle y llevarlo al matrimonio.

—¿Y eso se lo has dicho a Marc?

—¿Qué querías? ¿Qué le felicitara por su decisión? Esa mujerzuela le sacará hasta el último centavo.

—Juzgas muy a la ligera, Frankie.

—¿No creerás tú en la seriedad de esas agencias?

—Opino que habrá de todo. Bueno y malo. Marc no es tonto. Si ha decidido casarse será que la chica reúne cualidades.

—¡Seguro!

—Eres tú quien no comprende, Frankie. Marc Goldsmith, amargado y acomplejado por su desgracia, recurre a una agencia de matrimonio como tabla de salvación a su soledad. Muchos en análogas circunstancias lo hacen. Hombres y mujeres con pequeños o grandes defectos físicos encuentran...

—De acuerdo. ¡Está bien! No quiero discutir contigo. Olvidemos a Marc y su estupidez. ¿Qué te parece si cenamos juntos?

—¿En Chesapeake House?

Baldwin sonrió acariciando la mejilla de la muchacha.

Deslizó la mano por el frágil cuello hasta llegar a las turgentes colinas de sus senos.

—Allí hay mucho lujo... Mejor aquí, Sandra. Del snack de la esquina puedo hacer que nos suban una cena fría. ¿Okay?

—Alec Matthews me entregó un trabajo para ti. En el maletín...

—Sé de qué se trata. No tiene prisa. Puedes ponerte... cómoda mientras voy a por una botella de champán. La guardo en el frigorífico para las grandes ocasiones.

Baldwin retornó a los pocos minutos.

Con una botella de frío champán y dos copas.

El hecho de que Sandra continuara tal y como la dejó no borró su sonrisa.

Descorchó la botella.

—Tu copa, Sandra.

La joven se incorporó.

—¿Por qué brindamos, Frankie? ¿Por el matrimonio, la amistad...? No. Eso carece de valor para ti. Mejor brindar por los prejuicios sociales. Por la intolerancia. Por los juicios temerarios. Por el placer de romper las ilusiones. Por derrumbar esperanzas...

—¡Maldita sea! ¿A qué viene todo eso? Precisamente por mi amistad hacia Marc tenía el deber de advertirle de que iba a ser víctima de una alcahueta y de una vulgar ramera.

Sandra apretó con fuerza un destello de ira.

—¿Le has dicho eso?

—Naturalmente. Tenía que...

El champán estaba en su punto.

Tal vez demasiado frío para el gusto de Baldwin.

Claro que aquélla no era forma de tomarlo, pero no tuvo elección.

Sandra había sido demasiado rápida.

En arrojarle el champán y en abandonar el apartamento.

Frankie Baldwin, tras permanecer unos instantes inmóvil, acudió cansinamente hacia el armario en busca de una segunda camisa.