INFILTRADA
Londres, 9 de julio
—¿Sabía usted que su exmujer superó el nivel de chino y que obtuvo el título oficial HSK hace un mes? ¿Cree que planeaba empezar una nueva vida allí?
—¿En China? Rachel es una persona muy dinámica, llena de inquietudes y siempre está aprendiendo cosas nuevas, alguna extravagante. Lleva cuatro años almorzando con su mejor amiga Xia, una china nacida en Shanghái, para practicar el idioma, pero no creo que alejara a Jack de mí lado porque superara un nivel alto de chino. Tiene que haber una razón de peso. Rachel no es impulsiva ni caprichosa.
—Es bueno saberlo —afirmó Sam esperando a que abrieran la puerta—. Cuando entremos, procure no tocar nada. Necesitamos recoger una gorra, un cepillo de dientes usado, cualquier objeto que contenga el ADN de Jack. Se me olvidaba: tiene que entregarnos copias de los registros médicos y dentales.
—Pensaba que esas pruebas servían para identificar a alguien que aparece muerto.
—No sea catastrofista; tomamos muestras de ADN y huellas porque así sabremos si Jack estuvo en algún automóvil o en alguna casa particular. Además, necesitaremos ropa usada porque estará impregnada con su aroma. Se sorprendería de la cantidad de niños que se encuentran gracias a los perros de rastreo. ¿Qué está mirando?
—¿Puedo llevarme sus trabajos de clase? —preguntó Darkness.
—Primero deje que les echemos un vistazo…
—¿Qué esperan encontrar en ellos?
—Los dibujos de un niño aportan cantidad de información, pero puede quedárselos, parecen reducirse a las actividades de lengua y matemáticas —comentó Sam
El inspector pasó las fichas rápido sin fijarse demasiado. En cambio, Darkness las miraba despacio hasta que un trabajo del mes de octubre llamó su atención. Se trataba del dibujo de un hombre cayendo al vacío desde un rascacielos. «¿Cómo pudo enterarse de la muerte de Paul Harrison?», pensó. Entonces, recordó que Jack había pasado una semana en Nueva York durante las vacaciones de otoño. La única forma de que se enterara es que escuchara a Nigra la noche en la que le contó el desafortunado accidente. Ahí tenía la respuesta, ya sabía por qué Rachel lo había alejado de él. Evitando ser visto, arrancó el dibujo y lo dobló para guardarlo en el bolsillo.
—Su exmujer se cortó el pelo y se lo tiño de color oscuro. Es muy probable que hiciera lo mismo con su hijo porque hemos encontrado restos de tinte y pelo en el baño —dijo Sam—. Daré orden de distribuir fotografías con los posibles cambios. Como puede ver, la hipótesis de una fuga va ganando puntos.
—Eso parece.
—De momento no precisamos más de su presencia. Por favor, esté localizable por si hay alguna novedad. ¿Quiere que le acerquemos al hotel?
—Gracias, mi chofer me está esperando.
Cuando Darkness entró en el coche le enseñó el dibujo a Nigra.
—Ahora entiendo su rechazo a quedarse conmigo a solas, piensa que yo lo maté.
—Nigra, también cree que yo te lo ordené —dijo Darkness—. Ya aclararemos este asunto con él. Ahora, quiero que hablen con Xia, la amiga de Rachel, seguro que sabe a qué parte de China se ha marchado, pero que lo hagan con discreción, los agentes de Scotland Yard conocen su amistad con Rachel.
—¿China? —preguntó Nigra extrañado.
—Obtuvo el nivel avanzado hace un mes. ¡Maldita sea! Ha conseguido burlar a los guardaespaldas con un simple tinte castaño oscuro.
—¿Sin ayuda? Imposible. Seguro que la Orden del Prisma está detrás. Hemos repasado cada fotograma de las cintas de seguridad y no hay ninguna imagen de Jack saliendo del colegio ni de Rachel del trabajo: ni rubios ni morenos. No obstante, lo investigaré. Pero he de decirte que los guardaespaldas se estaban excediendo en sus funciones. Debían proteger a Jack, pero han seguido a Rachel cada minuto del día y de la noche. Incluso, cuando él no estaba a su lado. Alegan que seguían el protocolo habitual.
—Por eso el inspector Sam Britt insistía en que podía sentirse acosada. Cuando termine todo esto, recuérdame que revise ese protocolo.
—Ha llamado Phil.
—Que espere. No tengo tiempo ni ganas de hablar de los Fulmo Magneta.
***
Chalupa y Fremont se dirigieron a la casa de las flores para reunirse con el resto.
—¡Cómo ha cambiado Ponferrada! —exclamó Fremont.
—Impresiona, ¿verdad? A mí me pasó lo mismo y eso que la estás viendo después de sufrir los efectos del Fulmo Magneta: ¡Maldito el día que lo inventé! Apenas se puede pasear por la calle sin salvar un obstáculo o esquivar alguna obra.
—¡Quieres dejar de culparte! Chalupa, somos amigos; más que amigos, se podría decir que somos hermanos, ¿puedo decirte algo sin que te enfades?
—Depende, te conozco y te veo venir: no pienso firmar un cheque en blanco.
—Te lo diré de todas formas: de lo único que eres culpable y por lo que deberías ser condenado es por ser tan excéntrico al llamarle a esa máquina «Fulmo Magneta». ¿Se puede saber qué significa?
—Rayo Magnético. —Chalupa se reía.
—Rayo Magnético suena mucho mejor y tiene una gran ventaja: ya no tienes que explicar cómo funciona porque es evidente. ¿En qué fecha estamos?
—En julio de 2013.
—A pesar de los efectos de tu máquina, voy a agarrar un empacho visual: todo me llama la atención. Ponferrada en 1919 era tan diferente; claro que han pasado, ¿noventa y cuatro años? Cuesta creer que una sola empresa, la MSP fundada hace dos meses, haya cambiado tanto la vida de una ciudad.
—¡Eh! ¡Para el carro! Es cierto que fue la principal impulsora, pero te recuerdo que ha pasado casi un siglo. Seis años después se asentó una cementera que fue determinante en el desarrollo urbano. A Tristán le sorprendería saber que en los años cuarenta, los yacimientos de wólfram, un mineral muy codiciado por alemanes, ingleses y norteamericanos, convertirán a la ciudad en centro de espionaje.
—¡Pero si la Gran Guerra ha terminado!
—Habrá otras… ¡Ya estoy hablando más de la cuenta! El caso es que ese mineral fue muy codiciado porque endurecía los blindajes de acero y evitaba que las ametralladoras y los cañones se recalentaran. Ponferrada llegará a ser conocida como «la ciudad del dólar».
—¿Por qué?
—Por la gran cantidad de dólares que circuló: los alemanes pagaban bien el mineral y los aliados aún mejor y en dólares. La gente iba provista de pico, pala y pistola para hacerse con él; hasta los chavales, ajenos al peligro, hacían explotar cartuchos de dinamita para conseguir unas perronas.
—¿Crees que viviré para ser testigo de lo que me estás contando?
—¡Claro que vivirás! ¡Tienes quince años! La fiebre del wólfram comenzó en 1942.
—¡Bien! Me gustará vivir ese periodo de espionaje.
—Ya sé por qué Ana es tan soñadora y fantástica, se parece a ti...
—¡Es mi biznieta! ¿Qué más influyó en el desarrollo de la ciudad?
—Endesa, que inauguró la central térmica de Compostilla I a mediados de siglo. Ni siquiera la has conocido y hoy ya acoge el Museo Nacional de la Energía. El Bierzo llegó a ser durante dos décadas el territorio más destacado en producción minera y energética del panorama internacional.
—Ya es fascinante ver cómo construyen la línea de ferrocarril.
—Fremont, el tiempo pasa. Tú eres testigo de cómo construyen la Estación y ahora es «la vieja Estación». Ya ha sido remodelada y convertida en museo. En la lonja se exhiben diferentes modelos de locomotoras…
—¡Como antiguallas! Pero si aún no las he visto funcionar, ¡es para perder la cabeza! En fin, aún tardaré en ver todo eso que dices porque la epidemia de gripe está retrasando las obras: hay cerca de tres mil seiscientas bajas a causa del «mal de moda».
—Pues lo hicieron en diez meses y medio, batiendo el récord de rapidez en la construcción de un ferrocarril en España. Toda una proeza teniendo en cuenta que se realizaron seiscientos cincuenta metros de túnel, diez puentes, siete estaciones y ocho apeaderos y cerca de setenta kilómetros de vía.
—¿Cuándo la terminaron?
—Se inauguró el 23 de julio de 1919, solo tendrás que esperar medio año.
Mi bisabuelo se quedó enfrascado mirando la televisión de un bar y, acto seguido, casi le atropella un coche cuando se acercó a ver una moto que había estacionada al otro lado de la calle. Luego se fijó en un grupo de jóvenes que estaban sentados en un banco con los móviles en la mano.
—¿Qué hacen? Todos llevan la chatarra que le vi a Ana. Tenías razón cuando dijiste que en el futuro se comunicarían por medio de esos artefactos, pero ¡mira a tu alrededor! —exclamó desconcertado—. Todo el mundo lleva una de esas máquinas, ¿no te parece que las personas han dejado de hablar entre ellas?
—¡Hablan más que nunca! Nada podrá sustituir las relaciones personales, lo que pasa es que la sociedad se está dejando alimentar por esta tecnología. Amigo mío, si le quitas el móvil a uno de esos jóvenes es capaz de morderte, porque con ellos tienen acceso al resto del mundo. Eso sí, pronto quedará en un segundo plano.
—¿Cuándo?
—Cuando otra revolución tecnológica sustituya esta.
—Entonces serán esclavos de la siguiente.
—Mira Fremont: no hay esclavitud más feliz que vivir el momento que a cada uno le toca, fuera de él, estamos perdidos.
—¿Es así como te sientes?
—Algo. Soy del pasado, vivo en el presente y mis inventos pertenecen al futuro.
—¡A mí no me llores! Tú no estás desubicado en el tiempo, es tu cabezota la que lo está. Y si quieres que sea sincero…
—¡No quiero! —dijo Chalupa riendo.
—Te lo diré de todas formas —dijo Fremont cogiendo carrerilla—. A ti, el tiempo te la trae al pairo porque siempre estás metido en ese cobertizo.
—Tienes razón, pero he cambiado.
—¡Te has enamorado! ¡Cuéntamelo todo!
—¡No hay nada que contar! —exclamó Chalupa—. Ya hemos llegado.
—¡Pero si es la casa de la pequeña María! Ella y un grupo de niños de su edad se pasan el día persiguiendo a mi padre para que les cuente alguna historieta. ¡Es muy simpática!
—Lo era.
—¡Todos estamos muertos! —Fremont se quedó blanco—. Tienes razón, cada uno es feliz en el tiempo que le toca vivir… Siento escalofríos al pensar que ya no existen las personas que conozco. —Se sentó en el escalón de la puerta—. ¡Es una pesadilla! ¿Cómo puedes soportarlo?
—No es fácil, pero gracias a la estrella de Ana puedo veros vivos y eso me reconforta. Vamos anímate, pronto regresarás a casa. ¿Estás listo para conocer a los descendientes de la Orden del Prisma?
—Lo estoy.
Dentro, se escuchaban varias voces superpuestas.
—Parecéis alterados ¿Qué os pasa? —preguntó Chalupa.
—¡Han encontrado a Jack! —exclamó Sandy—. Todo ha sido inútil.
—No se trata del Jack auténtico. Ana ha decidido averiguar dónde se esconden los Fulmo Magneta, los planos y la relación del personal que ha trabajado en su construcción. Ella se está haciendo pasar por Jack —explicó Chalupa.
—¿Cómo? ¿Y tú quién eres? —preguntó Diego.
Chalupa le hizo un gesto con la cabeza para que se quitase la pulsera.
—Os presento a Fremont, el bisabuelo de Ana.
Todos se quedaron impresionados.
—¿Cómo has permitido que se arriesgue de esa manera? —Diego estaba enfadado—. ¡Me parece muy imprudente e irresponsable por tú parte!
—Lo intenté, pero ellas lo decidieron así —dijo Chalupa tratando de excusarse—. Tiene la apariencia, la voz de Jack y lleva unas lentillas, que le proporcionó Eolande, capaces de amortiguar la energía que los siniestros detectan en sus ojos.
—¿Hablas en serio? ¡Es una cría! —exclamó Diego—. ¡No va a tratar con simples aficionados!
—¿Por qué te enfadas con él? —Fremont salió en su defensa—. Está claro que es la única forma de saber dónde lo guarda todo. Además, con la estrella podrá viajar en el tiempo para mantenernos informados.
—No Fremont, esta vez solo podrá utilizarla si se encuentra en peligro. Viremos su ausencia en tiempo real.
—Bueno, ya no se puede hacer nada. Soy Diego, el tataranieto de Francisco Blua.
—Francisco no es tan refunfuñón como tú. Él es entusiasta y la persona más optimista que conozco. ¡Todas las madres quieren emparejarlo con sus hijas!
—Seguro que las abuelas también. Soy Karen, la tataranieta de Javier Flava.
—¡Vaya Karen! —Fremont se sorprendió porque ningún miembro de la orden era negro, pero no comentó nada—. Javier se marcha a vivir a Argentina. Él no nos preocupa porque es un triunfador y un gran hombre de negocios, pero Luis, su hijo mayor, no lo lleva nada bien. ¡Vaya! Tú tienes los mismos ojos que Carlos Verda.
—Eso dicen, soy Sandy.
—Tu tatarabuelo es un intrépido, ¡se va a vivir a San Francisco, la ciudad de los terremotos! Me quedo más tranquilo al saber que sobrevivirá a cualquier cataclismo.
—Yo soy Fígaro.
—Con ese acento italiano… ¡Es increíble! En este momento, tu tatarabuelo David está embalando sus cosas para irse a Italia.
—Faltan Álvaro, el tataranieto de Ana María, y Edgar, el de Juan Índigo. Están ingresados en el hospital, pero pronto les darán el alta —aseguró Chalupa.
Londres, 9 de julio
—¿Te has fijado en ese niño?
—Te juro que hace un momento no estaba ahí.
—Rápido, avisa al inspector.
Estaba muerta de miedo abrazando mis piernas flexionadas encima de aquel banco del aeropuerto. El corazón me latía deprisa pensando en lo que me esperaba y estaba a punto de abandonar cuando escuché la voz de aquella policía.
—Hola, ¿eres Jack Darkness? —preguntó sentándose a mi lado.
Asentí con un gesto.
—¿Y tu madre? ¿Está contigo?
Negué con la cabeza.
—No te preocupes Jack, te llevaremos con tu padre.
***
Cuando vi a Jacob Darkness me quedé paralizada, solo sentía los latidos de mi corazón y las lágrimas cálidas rodando por mis mejillas. No sabía si sería capaz de abrazarlo, pero él lo hizo por mí. Cerré los ojos e intenté pensar en mi padre para no resultar demasiado arisca.
Darkness llamó al Inspector Jefe para agilizar el papeleo y así regresar a Nueva York lo antes posible, pero no pudo evitar que una psicóloga me formulara varias preguntas sobre Rachel a las que respondí defendiendo lo buena madre que era.
Fuera, nos esperaba un coche. En su interior había un siniestro que ocultaba sus ojos con gafas oscuras. Eolande me había aconsejado que me mantuviera alejada de ellos, pero lo único que pude hacer en ese pequeño espacio fue arrimarme lo más posible a Jacob Darkness.
—Ya estás a salvo. —Él me rodeó con el brazo y acarició mi pelo—. Es un alivio que no utilizara ese tinte oscuro contigo… ¿Vas a contarme lo qué pasó o prefieres que hablemos de ello más tarde?
—Más tarde.
—¿Hay algo que te apetezca hacer?
—No —contesté espontánea, pero luego decidí aprovechar esa oportunidad—. Bueno, me gustaría saber a qué te dedicas. En el colegio siempre digo que eres empresario, pero no sé lo que haces.
—¿Y ese cambio? Hace unos días, querías ser Médico Sin Fronteras.
—Ya no lo tengo tan claro.
—No tienes por qué decidirlo ahora, pero me alegra tu repentino interés.
El siniestro volvió la cabeza para mirarme. Tenía la sensación de que percibía la diferencia entre el verdadero Jack y yo. No sabía cómo se comportaba Jack y tal vez fui demasiado directa.
Antes de subir a su jet privado, el siniestro me ofreció su mano para ayudarme a subir y, aunque temblorosa, la acepté. Su interior era precioso, se podría vivir en él. Traté de disimular lo asombrada que estaba…
—¿Te gusta? —preguntó Darkness.
—Mucho —contesté aliviada al saber que Jack no había estado allí.
—Están reparando el otro, el piloto tuvo un accidente en Nueva Jersey.
Tenía dos espacios de encuentro abiertos, una cocina, un dormitorio, dos baños y una capacidad para diecinueve pasajeros. No era tan avanzado como Elven, pero era lo más moderno que había visto fuera de una pantalla de cine. Los sillones de piel blanca, los paneles de madera oscura en las paredes, dos pantallas táctiles de cristal. Sobre una de las mesas había varias encuadernaciones.
—¿Por qué tienes tantos libros del Bierzo?
—¿Sabes dónde está?
—En España. Todo el mundo lo sabe porque salió en las noticias. Mi profesor piensa que esos agujeros no los pudo provocar un tornado, ¿y tú?
—No puedo estar más de acuerdo. Pero ahora necesito que aclaremos otro asunto. ¿Recuerdas este dibujo? Lo hiciste durante las vacaciones de otoño.
—No. —Me sorprendió que Jack dibujara un hombre cayendo desde un rascacielos.
—Jack, tienes que confiar en mí. Nigra piensa que desde aquella noche le tienes miedo.
Al escuchar el nombre de Nigra me quedé muda. No sabía por qué había hecho Jack ese dibujo y, menos aún, que Nigra siguiera con vida. Debía tener más de ciento treinta años.
—¿Nigra piensa eso? ¿Por qué?
—¿No es cierto? —preguntó el siniestro.
Su voz me asustó y di un respingo, era aún más grave y metálica que la de Darth Vader, pero lo que más me aterrorizó fue ser consciente de que ese siniestro, Nigra, era un miembro de mi familia que trabajaba para el enemigo.
—Quien calla otorga, ¿piensas que lo empuje?
—¿Lo hiciste? —pregunté nerviosa.
—Fue un accidente. Él se sobresaltó al verme, perdió el equilibrio y se cayó al vacío.
—¿Por qué lo asustaste? —pregunté.
—Solo fui a advertirle que dejara tranquilos los negocios de tu padre —aseguró Nigra.
—Jack, abróchate el cinturón, vamos a despegar —dijo Darkness.
En cuanto pude, me levanté de mi butaca para sentarme a una distancia prudencial de Nigra. Saber que tenía delante al hermano de Tristán había despertado en mí una gran curiosidad que consiguió dejar mis miedos en un segundo plano.
—Nigra, háblame de cuando eras pequeño.
—Jack, ya te he contado mi vida muchas veces.
—Por favor, me gusta escucharla y el viaje va a ser largo. Seguro que hay algo que no me has contado.
—Cuando estoy bajo de moral, suelo recordar la risa contagiosa de mi hermano para animarme. Era muy simpático y ocurrente. Nos encantaba estar juntos, pero fray Anselmo insistía en que teníamos que jugar por separado porque él se cansaba enseguida y enfermaba. Así que, para que no se sintiera solo mientras estaba convaleciente, empecé a tallar figuras de madera. Él les ponía nombre y se inventaba una historia sobre ellas. Luego las escondía detrás de una piedra o en el interior de un árbol hueco que marcaba con la cruz de tau.
—¿Por qué con la cruz tau?
—Era el símbolo que utilizaban los franciscanos. Con el tiempo, resultó más divertido esconder y encontrar esos objetos que la historieta o figura que nos intercambiábamos. No llegó a cumplir seis años, pero seguí haciéndole una figura cada noche… Aquel monasterio está lleno de pequeños tesoros escondidos bajo esa marca… tal vez regrese algún día a buscarlas.
En ese momento, supe por qué le gustaba tanto ese juego a Tristán.
—¿Cómo se llamaba?
—Lumo
—¿Lumo? ¿Qué clase de nombre es ese?
—Fue una de las simpáticas ocurrencias de fray Anselmo, él decía que nuestros ojos eran muy diferentes por eso a él lo llamaba Lumo que significa luz y a mí Nigra, que significa negro. Pero esa no era la única razón.
—¿Cuál era la otra?
—Lumo vivía durante el día y yo estaba despierto gran parte de la noche porque con la luz de la luna me sentía bien.
—¿Cuándo te marchaste de ese monasterio?
—El día que cumplí doce años fue el más triste de mi vida. Fray Anselmo me explicó que ya no podía mantenerme más tiempo. Como regalo de despedida, me entregó un libro de piel beige que tenía una tau roja en el canto. Dentro, había un mapa, pero no llegué a verlo porque alguien me lo robó esa misma noche.
—¿Quién?
—No lo sé.
—¿Qué hiciste después?
—Sobrevivir. Realicé todo tipo de trabajos nocturnos hasta que llegué a Nueva York.
—¿Por qué nocturnos?
—Porque las personas suelen asustarse con mi presencia y, como sabes, me alimento de manera diferente. A tu bisabuelo le pareció que mi capacidad de amedrentar a los demás podría venirle bien para proteger sus negocios y me contrató. Desde entonces intimido a los enemigos de tu familia utilizando como armas mis ojos y mi voz.
—¿Cuál es el enemigo más fuerte que ha tenido la familia?
—Sin ningún tipo de duda, Tristán Leuchten. Siempre me pareció un buen rival, tenía principios y no se asustaba con facilidad.
—¡No te pases Nigra! —exclamó Darkness—. Lo describes como si fuera un héroe y no me hace ninguna gracia que Jack lo convierta en un superhombre.
—¿Lo conociste?
—No, solo lo vi un instante —contestó Nigra intentando recordar todos los detalles—. Un día se presentó en Nueva York. Vino para recuperar un trocito de cristal que tu bisabuelo Jacob llevaba colgado del cuello. Estuve a punto de impedírselo, pero desapareció sin más.
—¿Cómo?
—Creo que ese trocito de cristal permite viajar en el tiempo.
—¿Y dónde vivía Tristán?
—En el Bierzo, pero yo no conozco ese lugar porque soy escolta personal de tu padre. Para viajar están Murda y los otros siniestros.
—Veo que estás muy charlatán. Tal vez ahora quieras contarme por qué se marchó tu madre. —Darkness levantó la vista de una de las encuadernaciones que estaba leyendo y me miró por encima de las gafas esperando la respuesta.
—Necesitaba respirar. —Pensé en lo que me dijo Rachel aquel día en la consulta—. ¿Qué quiso decir?
—¡Mujeres! —exclamó Darkness—. Deberían nacer con una bombona de oxígeno incorporada.
—Significa que necesita tiempo para pensar —añadió Nigra.
Tristán me dijo que no debía sentir compasión de ellos porque ya no albergaban ningún tipo de bondad en su interior. Pero Nigra debía de querer mucho a Jack porque ese afecto me lo estaba transmitiendo a mí.
Regresé a mi asiento mientras ellos hablaban de otros asuntos. Me estaba quedando dormida cuando escuché que el equipo de Phil había terminado de reconstruir el Fulmo Magneta II.
—¿Quién es Phil?
—Mi ingeniero de confianza. Dirige el montaje de los Fulmo Magneta en Nevada. El fin de semana del 4 de julio tenía una de esas máquinas instalada cerca de Nueva York, iba a enseñártela, pero como me dijiste que querías ser médico, me limité a disfrutar contigo de los fuegos artificiales.
—Entonces, ¿por qué vimos los fuegos si no quiero ser pirotécnico? —Darkness y Nigra se rieron.
—Buena respuesta. —Darkness se sintió orgulloso de ese atisbo de picardía que había mostrado su hijo con la respuesta—. ¿Te apetece verlas?
—Mucho. ¿Por qué lees libros de magia?
—Busco respuestas, pero todavía no he encontrado nada que pueda ayudarme.
Cuando vi que la encuadernación se titulada Libro Veintitrés Basa, se me heló la sangre. Tenía que impedir que lo leyera.
—¿Te apetece leerlo? —preguntó Darkness al ver que me estaba fijando en la portada—. No me importa continuar con otro cuando termine con este.
—Gracias, parece interesante.
Cogí la encuadernación con la intención de leer, pero al instante me quedé dormida. Sandy tenía razón, con tanto viaje en el tiempo no recordaba la última vez que había descansado. Desperté dentro de la cama de Jack y con el libro que me dejó Darkness en la mesita de noche. Mi primera reacción fue comprobar que la estrella seguía en mi cuello. Ya más tranquila, me levanté a comer algo. No conocía la casa, pero imaginé que la cocina estaría bajando las escaleras. Alguien había dejado un vaso de leche y un bol con cereales encima de la encimera y supuse que eran para mí. Cuando estaba terminando, una voz horrible, terrorífica y metálica me asustó tanto que tiré el bol y el vaso al suelo. Al ver que el siniestro se acercaba a mí, me entraron ganas de salir corriendo.
—¡No te muevas! Estás descalzo y puedes clavarte un cristal.
—¿Dónde está Nigra? —Al tratar de alejarme de él, varios cristales se clavaron en mis pies.
—¡Te he dicho que no te muevas! —insistió el siniestro—. ¡Mocoso consentido! ¿No ves que estás sangrando?
—No te acerques, quiero que venga Nigra.
—Te aseguro que, si no viera que eres Jack Darkness, juraría que…
—¡Nigra! ¡Nigra! —grité instintivamente al ver que el siniestro me estaba dando alcance.
—¡Murda! ¡Aléjate de él! ¡Ya me encargo yo! —ordenó Nigra con voz firme.
—Lo siento mucho.
—¿Qué ha pasado?
—Me asusté y he tirado todo al suelo—contesté llorando.
Nigra vino hacia mí
—¡Quédate ahí! ¡No te acerques!
—Deja que al menos barra los cristales que están a tu alrededor. ¡Te has cortado! —exclamó Nigra—. Vamos tranquilo, solo quiero cogerte en brazos para que no se te claven más.
—Me dais miedo.
—Jack, sabes que nunca te haría daño, ¿verdad?
—No lo tengo tan claro.
Nigra me puso encima de la encimera de la cocina para sacarme los cristales de los pies. Luego, desinfectó los cortes y colocó varias tiritas en ellos.
—¿Por qué eres tan diferente a Murda? —pregunté llorando.
—¿A qué te refieres?
—Eres amable conmigo y no pareces tan terrorífico como él.
—No digas eso muy alto, me quedaría sin trabajo. Baja e intenta caminar. ¿Puedes? ¿Te duele?
—Solo un poco. Gracias.
Él me miró a los ojos y se apartó unos pasos de mi lado.
—Jack, ¿por qué no llamaste a tu padre?
—Pensé que tú estarías más cerca.
—No lo estoy —contestó mirándome con frialdad.
Empecé a temblar de nuevo y él se dio cuenta.
—Es tarde, será mejor que vuelvas a la cama.
—Buenas noches.
—Jack, procura alejarte de Murda y… tampoco te acerques demasiado a mí.
Ponferrada, 10 de julio
Mis padres hicieron una barbacoa en el jardín para celebrar que Álvaro y Edgar habían salido del hospital.
—¿Qué estará haciendo Ana? Es cierto que esa pulsera le da el aspecto y la voz de Jack Darkness, pero desconoce cómo se comporta ese niño. ¿Conseguirá engañarles? —preguntó Sandy.
—Lo hará bien —aseguró Chalupa.
—Pues la imitación que está haciendo Fremont de Ana es un desastre. Toda su familia la nota diferente —comentó Sandy.
—Tienes razón —dijo Chalupa.
—Hemos sido unos insensatos dejándola sola frente al peligro —aseguró Karen—. Voy a ayudar en la cocina.
—¿Qué peligro puede correr? —preguntó Nadia que acababa de entrar en la habitación y le parecieron extrañas las palabras de Karen—. ¡Mi hermana está arriba peinándose! Bueno, puede quemarse con las planchas del pelo.
—Voy a buscarla, ya está tardando —dijo Chalupa.
—No trates de convencerla, buscará cualquier excusa para no ayudar —aseguró Nadia.
—Fremont, ¿qué haces? Recuerda que eres Ana, te echan de menos abajo.
—Lo siento, me he entretenido mirando estos álbumes que Sara le trajo a Ana. Me los dio a escondidas, es increíble que hayamos sido un tema tabú, ¡somos buena gente! ¡Mira, es increíble lo guapo y elegante que llegaré a ser!
—¿Tu futura mujer va a ser Carla?
—Eso parece.
—¡Si os lleváis a matar! Aún recuerdo el día que te empujó a la presa y lo mucho que te enfadaste corriendo detrás de ella para vengarte —dijo Chalupa riéndose a carcajadas.
—Pues debí correr más de una vez porque aquí estamos, vestidos de novios.
—Si te digo la verdad, pareces muy feliz.
—Gracias. ¿Será este niño nuestro futuro hijo?
—Fremont, no sé si estás siendo afortunado o insensato conociendo tu futuro. Hay cosas que no deberías saber porque pueden condicionar tu vida.
—Tienes razón —dijo cerrando el álbum—. Hay cosas que hasta me da miedo saber.
—Quería darte un consejo antes de bajar. Tienes que tratar de imitar a Ana.
—¿Cómo?
—Dejando de ser tú mismo: no abras tanto los ojos y muévete de manera más delicada, pareces un saltimbanqui.
—¡Ni que estuvieras enamorado de ella! Te aseguro que estoy siendo delicado a morir. ¿Qué te pasa? Te has quedado muy pensativo. ¡Vaya! ¡He dado en el clavo! ¿Estás enamorado de mi biznieta?
—¡No bromees! Lo que pasa es que estoy preocupado.
—¿Qué hacéis? —preguntó Lucas—. ¡Vamos! Tenéis que ayudarme con la bebida.
En el jardín Diego, Fígaro, mi padre y mi abuelo asaban la carne y mantenían una animada conversación. Mientras Sandy ayudaba a mis hermanas a poner la mesa, Karen ultimaba con mi abuela y mi madre las ensaladas y el picoteo previo. Ya solo faltaba que llegaran Álvaro y Edgar.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Sara a Fremont pensando que era yo.
—Estaba arriba ojeando los álbumes que me trajiste. ¿En qué puedo ayudar?
—Llévales algo de beber, seguro que están sedientos —dijo Sara dándole una jarra.
—No pienses que solo por llevar la limonada te vas a librar de recoger —aseguró Nadia amenazante.
—A mí nunca me ha importado recoger —contestó Fremont.
—¿Qué acabas de decir? ¡Tú siempre te enfadas! —exclamó mi madre—. Voy a terminar por darle la razón a tu abuela, estás muy rara.
—¿Rara? ¿Por qué? —preguntó Fremont.
—Le decía a tu madre que te noto diferente —contestó Sara.
—Todo el mundo tiene derecho a cambiar —afirmó Fremont.
—De acuerdo, te toca recoger. Ya puedes empezar a fichar colaboradores.
—No creo que sea tan difícil —aseguró Fremont.
—¡A mí ni me mires morruda! —exclamó Nadia.
—¡Vaya con la biznieta! —Enseguida se dio cuenta de que había metido la pata.
—Ana, ¿qué has dicho? —preguntó Sara.
Fremont salió lo más rápido que pudo de la cocina.
—¡Me ha llamado biznieta! Creo que ese golpe en la cabeza le ha afectado el cerebro.
En ese instante, llegaron Álvaro y Edgar y el desafortunado comentario pasó a un segundo plano.
—¡Es fantástico! —exclamó Álvaro—. ¿Cómo has conseguido que tus ojos no reflejen los colores? ¿Acaso estás conteniendo la respiración?
—A mí me gustaba más antes —dijo Edgar.
Fremont se asustó y subió a refugiarse a mi cuarto. Mi madre, preocupada y muy disgustada con mi comportamiento, subió tras él.
—¡Ana! ¿Puedo saber qué te pasa? —preguntó mi madre—. Hija, no te reconozco.
—Nada.
—¿Nada? ¿Esa es tu respuesta? No saldremos de aquí hasta que me des una explicación. Y necesito que lo hagas pronto porque tenemos invitados.
—Está bien, de todas formas, acabaréis por enteraros. La verdad es que soy un pésimo actor.
—¿Actor?
—Por favor, intenta no asustarte, no soy Ana. —Se quitó la pulsera.
—¿Quién eres?
—Soy tu abuelo Fremont.
—¿Dónde está Ana?
—Intentando averiguar dónde se esconden los Fulmo Magneta. Lo siento, se supone que tendría que fingir ser ella mientras ella simula ser Jack.
—¿A quién se le ha ocurrido esta locura?
—¡Fue idea suya!
***
Cuando Fremont bajó con mi aspecto y se quitó la pulsera, todos se quedaron estupefactos al ver que Ana se convertía en un adolescente.
—¡Magia! —exclamó Alba—. Por favor, hazlo otra vez.
—¿Dónde está Ana? —preguntó mi padre sobrecogido y alarmado.
Chalupa le contó el plan que estaban llevando a cabo
—¡Qué ingenuo he sido! La he llevado de la mano a esta situación hablándole de lo decisivas que fueron otras mujeres en la historia…
—No te castigues así —dijo mi abuelo Albert—, nada de esto es culpa tuya. Cuando vuelva, querrá compartir sus logros contigo, precisamente porque has sido el padre que ella necesitaba. Mientras tanto: Ajo y Agua.
—¿Ajo y agua? —preguntó Sandy—. ¿Es algún tipo de cataplasma?
—Sí, es un remedio muy nuestro: «¡A joderse y a aguantarse!»
—¡Albert! —exclamó Sara.
Nueva York, 10 de Julio
—¡Buenos días! Me han dicho que has tenido un accidente, ¿te duele?
—Un poco. —Me costó darle un beso.
—Nos vamos a Nevada.
—¿Vas a enseñarme esa máquina?
Nigra se levantó de la silla.
—Sí, pero primero quiero que veas los diseños de su inventor, un niño más o menos de tu edad.
—Nigra, ¿qué te pasa?, pareces nervioso.
—Enseguida vuelvo, necesito reponer energía.
—No tardes, en cuanto Jack termine de desayunar nos vamos a la oficina. Dile a Murda que esté listo.
—¿Viene también Murda? —pregunté aterrorizada.
—Ya deberías estar acostumbrado, siempre nos acompaña.
—Murda me da miedo, nunca me voy a acostumbrar —comenté en voz baja.
***
Chalupa tenía razón, Darkness guardaba esa información cerca para poder verla de vez en cuando. Por alguna razón, estaba obsesionado con la sucesión de Fibonacci porque la combinación que abría la caja fuerte, al igual que su número de teléfono, la formaban cinco de sus términos 55, 89, 144, 233 y 377. Dentro, había varias carpetas, papeles y pergaminos enrollados. Sacó una de cuero marrón que contenía los diseños de Chalupa y empezó a explicarme el funcionamiento de la máquina; lo oía, pero apenas le presté atención porque me abstraje mirando los pequeños detalles: la letra inclinada, el método a la hora de organizar los dibujos, números, notas explicativas y multitud de flechas con las que se orientaba para indicar la esquina donde continuaba una u otra fórmula. Me conmovió su manera sencilla de firmar y recordé al niño que conocí. Estaba en aquel cobertizo lleno de luz y cachivaches como si fuera el mejor lugar del mundo.
Un helicóptero nos llevó al aeropuerto donde Nigra y Murda nos estaban esperando. Estaba nerviosa porque iba a compartir varias horas con ellos.
***
—¿Por qué tienes negocios tan lejos de Nueva York?
—Tenemos —puntualizó Darkness—. Nuestra familia ha estado ligada al estado de Nevada desde los albores del siglo XX. Ya en 1903, tu tatarabuelo invirtió en las minas de oro que habían sido descubiertas y, poco después, participó en la construcción de algunas de las presas del río Carson. Tu bisabuelo continuó con los negocios de su padre, pero se centró más en las empresas de Nueva York.
—¿Entonces abandonasteis las minas?
—Esas sí, pero a finales de los años treinta, invirtieron en minas de hierro, zinc y plomo. Tuvieron suerte porque con la Segunda Guerra Mundial aumentó la producción de material bélico y la demanda de estos minerales se disparó dejando a la familia importantes beneficios. Ahora, solo quedan unos terrenos cercanos al Área 51.
—¡La conozco! —exclamé—. He visto Independence Day, es una instalación secreta con naves extraterrestres y cosas así.
—Bueno Jack, si sale en las películas no es tan secreta.
Guardé silencio. No entendía que siendo tan rico necesitara el oro del Bierzo…
—¿Por qué te has quedado tan callado?
—Podrías estar siempre de vacaciones. ¿Por qué trabajas tanto si eres rico? —pregunté.
—¡Somos ricos! Recuerda que eres mi hijo. La vida tranquila me ahoga, necesito estar ocupado —afirmó—. ¿Desde cuándo llevas esa pulsera?
—Me la regaló mamá y me dijo que no me la quitara hasta que volviera —contesté algo nerviosa al ver cómo la miraba.
—No te va mucho, es más de su estilo «paz y amor».
—¿Aún la quieres?
—Nunca dejaré de quererla, es tu madre.
—Entonces, ¿por qué no estáis juntos?
—No lo sé. Tu madre era, y continúa siendo, una mujer muy guapa, alegre… Lo cierto es que enseguida me enamoré de su forma de ser, pero no conseguimos encontrar ese punto neutral en el que una pareja logra ser feliz. Ella necesitaba una vida tranquila y familiar incompatible con el ajetreo de los negocios y la vida social que tanto me gustaba y a la que me negué a renunciar. En pocas palabras: no fuimos capaces de vivir juntos. Nos queríamos demasiado y decidimos dejarlo antes de llegar a odiarnos. ¿Lo entiendes?
—Creo que sí. ¡Ay! —exclamé quitándome el zapato.
—Deja que le eche un vistazo a la herida, aún debes de tener algún cristal clavado—aseguró Nigra acercándose a mí.
—No hace falta, estoy bien.
—¿Cómo que no? Murda trae el botiquín —ordenó Darkness.
A medida que Murda se acercaba se iba poniendo nervioso, él notaba que yo no era quien decía ser. Nigra se dio cuenta y le pidió que fuera a reponer energía. Algo reticente, se alejó de nosotros.
—¿Qué le pasa a Murda? No me gusta su forma de mirar a Jack, habla con él. Si no es capaz de ser cordial lo relevaré de su puesto.
En ese momento supe que Nigra también notaba mi energía porque pude sentir su nerviosismo en la mano que sujetaba mi pie. Cuando encontró el cristal me lo sacó con unas pinzas, se apresuró a curarme y se alejó rápidamente de mí.
Darkness me pidió que mirara por la ventanilla para que pudiera ver la parte visible de los Fulmo Magneta. Era un paisaje enfadado, desértico, triste y seco.
—¿Dónde estamos?
—Sobrevolamos el sur de Nevada. Mira, ese lago que ves ahí abajo es el Papoose Lake. Muy cerca están terminando de instalar y montar los Fulmo Magneta.
Cuando bajamos del avión nos esperaban cuatro personas. Darkness me los presentó. A Phil, su ingeniero, lo saludé con un apretón de manos. Pero el miedo me impidió saludar a Morto, Lupo y Shark, tres siniestros, y cometí la torpeza de refugiarme detrás de Darkness. Él, enfadado, me alejó unos metros de ellos para hablar conmigo.
—¡Nuestra familia jamás ha sido descortés con los siniestros! —exclamó Darkness.
—Es que me dan miedo —susurré.
—Eso no justifica ser irreverente. Discúlpate y saluda con educación.
Darkness contestó una llamada, pero me hizo un gesto para que hiciera lo que me había dicho. Así que, muerta de miedo, me acerqué a saludarlos y a pedirles disculpas. Pero Nigra me sujetó del hombro y me dijo en voz baja que no hacía falta que les estrechara la mano.
En las instalaciones trabajaban alrededor de ochenta personas. Cada sección estaba dirigida por un ingeniero que trataba de explicarme sin entrar en detalles técnicos lo que hacían. No me resultó difícil entender el camino que recorrían las nanopartículas de oro hasta convertirse en una masa informe. Luego, nos montamos en un ascensor muy amplio con fuertes medidas de seguridad y descendimos cuatro plantas. Un ancho pasillo conducía a una cámara acorazada llena de lingotes de oro y, en una proporción menor, de plata.
—¡También tienes plata! —comenté.
—Amigo mío, estamos en el estado plateado.
Mientras tocaba varios de esos lingotes, pensaba en regresar a casa, pero no encontraba el momento adecuado para desaparecer.
—¿Están listos los Fulmo Magneta? —preguntó Darkness.
—Lo están. Si quiere, podemos programarlos ahora mismo —contestó Phil.
—No, disponlo todo para el viernes a las ocho de la tarde. Mi hijo necesita descansar.
Murda se estaba acercando peligrosamente a mí cuando Darkness se interpuso.
—¿Qué es lo que te pasa? ¡No vuelvas a mirar así a Jack! ¡Te prohíbo que te acerques más a él! ¿Estamos? —ordenó Darkness.
—Su hijo está diferente, irradia una energía distinta —dijo Murda desafiante, pero cuando vio que Nigra acudía en nuestra ayuda, se alejó. Sabía que, si se enfrentaba a él, saldría perdiendo.
—Quiero que lo releves de su puesto. Nunca un siniestro se había vuelto en nuestra contra —aseguró Darkness—. Pensaba que Murda se parecía a ti, pero es demasiado agresivo, ¿quién lo ha adiestrado?
—Lo desconozco —contestó Nigra mirando mi cara aterrorizada.
—Pues entérate, como has podido comprobar, no lo está haciendo nada bien. Lleva a mi hijo al avión y que lo dispongan todo para el despegue. Aún tengo que hablar con Morto y Lupo, enseguida me reúno con vosotros.
—¿Qué pasa con Murda? —preguntó Nigra.
—¡Murda se queda, ya vendrán a buscarle! En cuanto a ti jovencito, ni se te ocurra separarte de Nigra, ¿entendido?
—Sí.
—Señor Darkness, tiene una llamada urgente de Nueva York.
—Hoy estoy muy solicitado. Nigra, esperadme en el avión.
Nigra conducía el todoterreno rumbo a la pista. Yo iba callada a su lado arrimada lo más posible a la puerta del asiento delantero para evitar que percibiera mi energía.
—Es inútil que te alejes, ¿quién eres? —Nigra hablo bajo para no asustarme.
—Jack.
—Sé que no eres Jack desde la pasada noche, la única diferencia entre Murda y yo es que él no ha disimulado sus sospechas. —Paró el todoterreno—. Te aseguro que conozco mil maneras de hacerte hablar ¡No intentes mentirme de nuevo! ¿Quién eres? —Se estaba enfadando porque alzó su voz.
—Ana Leuchten. —Me quité la pulsera.
—¡Maldita sea! ¿Dónde está el pequeño Jack?
—Está a salvo con su madre.
—Darkness se va a poner muy contento cuando te entregue. No entiendo cómo han podido permitir que vengas sola. ¿Qué voy a hacer contigo? ¡Dime! —Su voz metálica me hizo dar un respingo—. Pareces un pez asustado en las fauces de un tiburón.
—Si sabías que no era Jack, ¿por qué no me delataste?
—Hay algo en tu energía diferente…
—Eso es porque Tristán Leuchten era tu hermano. Al igual que tú, nació en Silesia en 1880, se quedó huérfano con cinco años y vivió en un monasterio hasta los doce años. Sus ojos brillaron y tuvo que marcharse. Como despedida, fray Anselmo le regaló un libro de piel beige con la tau roja en el canto.
—¿Qué intentas decirme? —Nigra estaba confuso.
—Fray Anselmo tuvo que separaros para que no os hicierais daño, mi tatarabuelo también piensa que tú has muerto. Tengo una fotografía que lo demuestra. ¡Mira! Todos dicen que me parezco mucho a él.
—Tienes sus ojos. —Nigra parecía abatido—. He servido a esta familia desde 1898 y vosotros habéis destrozado sus planes en varias ocasiones. ¿Por qué tendría que creerte? La mayoría de las cosas que has dicho se las he contado a Jack. ¿Cómo sé que está bien?
—Te doy mi palabra —dije con voz temblorosa.
—Tu palabra no me basta. Ahora ya has descubierto el lugar donde están instalados los Fulmo Magneta y sé que tu siguiente paso va a ser destruirlos, ¿no es así? —Guardé silencio—. Quien calla otorga jovencita.
—«Veritas liberat nobis» —bisbiseé llorando. No sé por qué me vino esa frase a la cabeza. Pero causo efecto en Nigra.
—Esa es la única frase que había en el libro y jamás lo he mencionado. ¿Cómo puedes saberlo?
—Está en el libro de Tristán.
—Fray Anselmo me enseñó a combinar las letras de una frase para formar otra. Al principio me resultaba muy complicado, pero llegué a hacerlo en segundos. Con las letras de Veritas liberat nobis se forma: Libro Veintitrés Basa.
—¿Basa?
—En arquitectura clásica, la basa es la parte inferior de la columna que sirve como punto de apoyo al fuste. Aquí se refiere a que el Libro veintitrés será nuestro punto de apoyo. Llevo años buscando ese libro.
—Se trata de un compendio de seres mitológicos del Bierzo. —Me enjugué las lágrimas—. Nosotros, los siniestros y los maestres, también aparecemos en él. Tristán también pensaba que habías muerto, aunque me dijo que…
—Si has hablado con él, eres tú quien tiene la estrella ¿no es así?
Ponferrada, 10 de julio
—Menos ajo y agua y aprovechemos la espera —dijo mi abuela Sara—. Fremont, a recoger.
—¿Solo? ¡Ni hablar! —exclamó mirando a su alrededor—. Por lo que veo, soy el mayor de los presentes. Así que querida nuera, relájate. Yo asumo el mando.
Todos se rieron al ver que la expresión del adolescente rubio y despeinado que tenían delante había pasado de ingenua a pícara en segundos. Su vestimenta tampoco contribuía a darle seriedad. Llevaba una camisa con botones sin cuello, un chaleco, una chaqueta de lana holgada y unos pantalones de franela marrones, más bien anchos, que sujetaba con unos tirantes. Parecía un repartidor de periódicos neoyorquino de los años veinte. Pero esta imagen que, desde luego no le daba la credibilidad suficiente para asumir el mando de nada, la compensaba con una personalidad arrolladora, desprovista de complejos y dotada de una gran simpatía y determinación.
—Los tiempos han cambiado, te aseguro que, en nuestro siglo, cuanto más mayor se es menos se manda —dijo Albert.
—Bobadas. En 1919 la edad es un grado. Todos, excepto Miguel que está alicaído, vais a ayudarme.
—Me parece extraño que un chaval de principios de siglo se preste voluntario a realizar las tareas domésticas —afirmó Karen.
—Sé por dónde vas, pero yo solo puedo hablar de lo que pasó y pasa en mi casa. Desde el principio, existió una complicidad muy especial entre mis padres. Ambos perseguían un sueño. Se esforzaron y sacrificaron mucho para poder estudiar, trabajar, llevar una casa, pagar sus facturas y cuidar de mí. Y lo consiguieron. Hay días que regresan tarde, en especial estos meses en los que la gripe está haciendo estragos. Hablo en presente porque para mí el 2 de enero de 1919 es ahora. ¿Qué hay de malo en recibirles con la cena hecha? ¿Qué hay de malo en fregar tres platos? Solo conozco la forma de funcionar que ellos me han transmitido. Una felicidad construida con pequeños detalles. Y es la que nos hace felices porque es la nuestra.
Karen quedó tan sorprendida con la respuesta que enmudeció.
Fremont formó equipos y en menos de una hora todo quedó recogido. Mi abuelo Albert, al final, tuvo la oportunidad de hablar con su padre.
—Quería pedirte disculpas por adelantado…
—Por favor, no lo hagas. Tristán siempre dice: «nunca seremos perfectos, ni yo como padre, ni tú como hijo». Me siento un privilegiado por poder vivir este momento. Ojalá todas las familias tuvieran una estrella que les permitiera viajar en el tiempo para poder conocerse.
—¡Cuánto siento no haber pasado más tiempo contigo! —exclamó Albert.
—Albert, no sé lo que harás, pero te perdono por anticipado.
—Gracias Fremont. Con la pinta que tienes de chaval, no me sale llamarte papá.
—Y te lo agradezco de corazón. Aún tengo que asimilar que tu madre va a ser mi esposa, ¡no sabes lo mal que nos llevamos ahora mismo!
Nevada, 10 de julio
—Si tienes la estrella, ¿por qué no has huido? — preguntó Nigra.
—Porque eres diferente de los otros siniestros. Tristán no cree que seáis buenas personas.
—¿Quieres probar que no soy un monstruo? ¡Qué conmovedor! ¿Puedo saber por qué?
—Una mala persona no querría a Jack como lo haces tú, ni tampoco sería tan leal y agradecido con los Darkness; ni me defendería de Murda… ¡No eres un monstruo!
—¡Contéstame la pregunta!
—Mi misión consistía en averiguar dónde estaban los Fulmo Magneta, pero…
—Estás acabando con mi paciencia. ¿Por qué es tan importante para ti demostrar que soy diferente? ¿Por qué no te has marchado? ¡Dime la verdad! No estoy para niñerías.
—¡Ya no soy ninguna niña! ¿Me oyes? ¡Soy una mujer!
—Vale, eres una mujer… ¡Ah! Ya te entiendo, tienes miedo de tener algún día un hijo siniestro, ¿no es así? —preguntó Nigra admirado—. Ana Leuchten, me sorprendes. Vamos, deja de temblar, agárrate a esa estrella y vete antes de que me arrepienta y sea demasiado tarde.
Nigra salió del coche y se alejó unos metros de mí, pero no me marché. Salí detrás y me agarré a él pensando en el día y la hora a la que había quedado con Tristán y Marta para probar el caldo: 2 de enero de 1919 a las 14h.
—¿Qué has hecho? ¿Por qué me has traído aquí? —preguntó Nigra bastante alterado.
Al escuchar su voz, mi tatarabuelo dio un respingo y me miró asustado porque había hecho lo que él me pidió que no hiciera: compadecerme de un siniestro. Entonces, cogí la caja donde Tristán guardaba las figuritas de madera y se la enseñé a Nigra. Él empezó a sacarlas, una a una, parecía recordar cuándo las había tallado. Luego miró a su hermano y le preguntó.
—¿Eres Lumo?
—Hacía mucho tiempo que no me llamaban así —contestó Tristán sorprendido—. Pensaba que habías muerto.
—Me dijeron lo mismo de ti. Tiene gracia, he estado defendiendo los intereses de la familia Darkness sin saber que nuestro mayor enemigo era mi hermano. Por lo que veo no te han ido mal las cosas doctor Leuchten.
—No me puedo quejar —dijo Tristán.
—Ana, será mejor que me lleves a Nevada —dijo Nigra en bajito.
—No, todavía no le has contado lo más importante.
—Fray Anselmo nos regaló el mismo libro a los dos, a ti te introdujo la estrella y a mí un mapa. Ambos tenían la misma frase: «Veritas Liberat Nobis».
—La verdad nos hará libres —dijo Tristán.
—Cierto, pero además contiene un mensaje: Libro Veintitrés Basa.
—Se trata de un compendio de seres mitológicos del Bierzo, lo escribió frey Pierre de Lyon. Veamos, tiene que estar por aquí.
Se lo dio a Nigra y él empezó a leerlo.
—Ya le decía a Darkness que aquella tormenta nos perseguía, esos nubeiros lograron que sintiera miedo —dijo mientras leía sus escasas veinte páginas—. Hemos jugado en desventaja porque a vosotros os han ayudado las xanas, los trasgos, los mágicos. Parece que fray Anselmo intentó mostrarnos el camino a Elven.
—Karl, nunca lo sabremos. A mí lo que ahora me preocupa es la intención que tienes tú. No me negarás que la oportunidad de terminar con dos maestres de la Orden del Prisma de un plumazo es una ocasión única. —Tristán estaba frío y tenso. Nunca lo había visto así.
—Siempre has sido un buen rival y te admiro por ello…
—Tristán, ¡ya estoy en casa! —Mi tatarabuela Marta hablaba en voz alta mientras se quitaba la ropa de abrigo—. ¿Sabías que Berta está embarazada otra vez? ¡Tristán! ¿Has atendido el caldo como te pedí? ¡Huele a quemado!
Como nadie contestaba, Marta entró en la consulta. Se asustó mucho al ver a Nigra, pero trató de disimular.
—No sabía que tuviéramos visita. Soy Marta la mujer de Tristán.
—Yo Nigra, su hermano.
Marta se desmayó al escuchar su voz.
—No sabía que podía causar este efecto en las mujeres.
—No debiste presentarte tan de golpe —dije.
—La delicadeza no es mi fuerte, ¿se pondrá bien?
—Sí, solo ha sido la impresión. —Tristán consiguió reanimarla.
—¿Él es el niño que aparece contigo en la fotografía? —preguntó Marta en voz baja y mirando de soslayo a Nigra—. Está muy cambiado y parece mucho mayor que tú.
—¡Pues claro que está cambiado! Anda, bebe un poco de agua. ¿Hueles eso? Hoy tendremos para comer caldo chamuscado. Ana, acompáñala a la cocina y prepárale un vaso de agua con azúcar.
—Tu repentina presencia me inspira desconfianza. —Tristán lo agarró fuerte del brazo—. Apenas te conozco y me preocupa la seguridad de mi tataranieta. ¿Cómo la has convencido para que te traiga aquí? ¡Dime!
—¡Suéltame! Ha sido idea suya. Descubrir que estás vivo me ha descolocado tanto como a ti. ¿Quieres soltarme?
—Está bien, hablemos.
—Lumo, para mí ha pasado casi un siglo. No sé cómo se las arregló fray Anselmo para tenernos separados durante tanto tiempo en aquel monasterio, pero fueron los años más felices de mi vida.
—Yo lo tengo más reciente… ¿Qué había en aquel mapa?
—No lo sé, sospecho que Arkadiusz me lo robó.
—Estuvo en el Bierzo hace diez años, en 1909. Había escrito a fray Anselmo para contarle mis logros en Nueva York y comunicarle que nos estábamos planteando regresar a Ponferrada. No recibí respuesta, pero él apareció dos años más tarde de enviarla. Su visita me alegró. Sin embargo, me acabo de enterar que alguien mató a los padres de Chalupa para hacerse con una estrella similar a la que lleva Ana durante los días que él estuvo aquí.
—¿También sospechas de él? —preguntó Nigra.
—No sé qué pensar. Me siento culpable y estúpido porque en la carta hablaba del tiempo extra que había conseguido gracias a la estrella. Mira, tengo aquí una fotografía de su visita.
—Ya no recordaba su rostro —dijo Nigra—. ¿Tristán qué te pasa?
—Me estoy quedando sin aire.
—Lo siento no siempre puedo evitarlo. ¡Ana!
—¿Qué ocurre?
—¡Aléjame de él!
—Nigra, no le hagas daño, es solo una niña.
—Llévame al apartamento de Nueva York.
***
Mientras Nigra reponía fuerzas, me dirigí a la oficina de Darkness para extraer los papeles que necesitaba de su caja fuerte. Cogí las carpetas más antiguas y deterioradas y miré su contenido buscando los inventos de Chalupa. Luego, me dirigí a mi casa y las dejé encima de la mesa donde solían dibujar Alba y Nadia. Al escuchar a Fremont, me di cuenta de que algo había salido mal, se supone que tenía que estar suplantándome. Eso solo podía significar que lo habían descubierto y que mi familia debía estar muy preocupada, pero no estaba segura. Así que escribí una nota dirigida a Chalupa. Regresé al despacho de Darkness y, cuanto Nigra terminó de satisfacer sus necesidades energéticas, volvimos a Nevada, montamos de nuevo en el todoterreno y nos dirigimos a la pista. Después, esperamos a Darkness en el avión.
***
—Esto no me gusta nada. Murda, Morto y Lupo también volarán con nosotros, ¿por qué habrá cambiado de opinión?
—Creo que me han descubierto.
—Aún no lo sabemos. Acomódate en tu asiento hasta que averigüemos qué pasa. En cuanto despeguemos te metes en el aseo y, si me oyes decir: «voy a reponer energía», agárrate bien a esa estrella y márchate.
—Pero Nigra, sabrán que me has ayudado.
—¡Haz lo que te digo!
Cuando Darkness entró en el avión dio orden de despegar inmediatamente.
—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Nigra.
—Cambio de planes.
—Puedo saber por qué.
—Luego te lo cuento.
Nada más despegar, me fui al aseo como me había aconsejado Nigra.
—¿A dónde nos dirigimos? Pensaba que íbamos a las Vegas —preguntó Nigra al ver que el avión tomaba otro rumbo.
—A Nueva York. La llamada que tuve antes era de Alison. Al parecer han localizado a Rachel en el aeropuerto con un niño moreno que dice ser Jack. ¿Cuánto tiempo llevas con mi familia? ¿Ciento quince años? ¡Maldita sea! Siempre has sido el más fiel de los siniestros. ¿Qué te ocurre? ¿Te estás haciendo mayor, estás perdiendo olfato o simplemente has cambiado de bando?
—No sé de qué me hablas —dijo Nigra—. ¡Voy a reponer energía!
—Espera, no creo que la vayas a necesitar. Los demás siniestros aseguran que el niño del aseo no es Jack y que si no fuera por su aspecto dirían que es un caballero del prisma o un maestre. He leído el Libro Veintitrés Basa. Ahora conozco a los nubeiros, las xanas, los mágicos y los trasgos. También forman parte de él los siniestros, el maestre y los caballeros del Prisma.
—Ya te dije que aquella tormenta nos perseguía. En cuanto a mí, ya era diferente al nacer, ¿por qué te sorprendes tanto?
—¿Te parece casual que Tristán naciera en Silesia el mismo año que lo hiciste tú? Veo que no te extraña, siempre pensaste que tu hermano había muerto, ¿no es así? Quiero que sepas que nosotros siempre hemos sabido la verdad, por eso, eres el único siniestro que no mandamos al Bierzo. ¿Cuándo te has enterado?
—Hace unos minutos —dijo Nigra.
Al ver que Murda, Morto y Lupo se dirigían hacia él, adoptó una posición defensiva. Mientras, yo seguía en el aseo. Había escuchado la frase, pero saber que lo iban a matar paralizó mi huida y no fui capaz de abandonarlo.
—Me has decepcionado —dijo Darkness.
—La decepción es mutua.
Para mi sorpresa, acostumbrada a llevar algo tan pesado en el cuello, descubrí que también llevaba el nubeiro y el trasgo. No me acordaba que se los había cogido a Edgar y a Álvaro al dejarlos en el hospital. Los metí en mi bolsillo y pedí con todas mis fuerzas el valor necesario para salvarle.
—¿Qué o quién te ha hecho cambiar?
—Mi infancia y Ana Leuchten.
Convoqué una tormenta y pedí al trasgo que desordenara todo para ayudarnos a escapar.
—¡Haced vuestro trabajo!
Los golpes que empezaron a propinarle retumbaban en todo el avión. Estaba aterrorizada y tuve que reunir mucho valor para abrir la puerta del baño. Cuando salí Nigra estaba destrozado. Me quité la pulsera para recuperar mi aspecto y llamar la atención de Darkness.
—¡Vete! —musitó Nigra.
Esta vez no hablaba en voz baja para evitar asustarme. En realidad, estaba más muerto que vivo. Darkness se sorprendió al verme.
—¡Todos quietos! —ordenó Darkness.
—Nigra, ¿estás bien? —pregunté temblorosa, pero no se movió.
—Mocosa, sabía que no eras Jack —dijo Murda.
—¡No te acerques! —grité intentando contener el miedo y las lágrimas.
—¿Por qué arriesgas tanto por Nigra? Apenas lo conoces —preguntó Darkness.
Yo, concentrada convocando de nuevo al nubeiro y al trasgo, no contesté su pregunta.
—¡Contesta!
De repente el miedo se convirtió en rabia y la rabia en coraje. Una gran fuerza surgió de mi interior al acordarme del Bierzo, de sus víctimas, de la devastación causada y del daño que le había hecho a mi familia, pero fue el recuerdo de Horus lo que me infundió el valor necesario para afrontar ese instante porque aquel labrador no dudó ni un segundo en salvarme la vida. Ahora si sabía la respuesta.
—¡Nigra es parte de mi familia! —grité.
El cielo se volvió hostil y oscuro y el avión empezó a tambalearse. Aprovechando la confusión y el caos que produjo la tormenta, intenté llegar hasta Nigra, si conseguía tocarlo, aunque solo fuera con las yemas de los dedos, nos salvaríamos los dos. Y estaba a punto, cuando uno de los siniestros logró alcanzarme.
***
Desperté en Elven.
—Eolande, no recuerdo haber pensado en venir aquí.
—Lo sé, perdiste el conocimiento y te rescatamos.
—¿Cómo?
—Los mágicos instalaron un programa en tu estrella para poder hacerlo. Chalupa me comentó lo cabezona que eras y sabía que arriesgarías tu vida en esta misión.
—¿Y Nigra?
—Se está recuperando.
—Ya he localizado donde se encuentran los Fulmo Magneta y los planos. ¿Qué te pasa? ¿No pareces alegrarte? —Intenté levantarme.
—¡Espera! Antes deberías saber algo.
—Eolande, me estás asustando.
—Recibiste un fuerte golpe en tu pierna derecha.
—Pues, no me duele nada.
—Has sufrido una amputación tibial.
Me incorporé para comprobarlo.
—El siniestro estaba a punto de matarte, así que decidimos seccionarla, de no haberlo hecho, tanto Nigra como tú habríais muerto en aquel avión. Conservas la rodilla y eso siempre es una ventaja…
En ese momento odié a Eolande por salvarme: quería estar muerta. Por mucho que me explicara las ventajas de conservar la rodilla: yo no las veía. ¿De qué me valía que me proporcionara la fuerza necesaria para sentarme, levantarme, subir y bajar pendientes y escaleras?
—Nuestros científicos se han puesto a trabajar en una solución orgánica, pero mientras investigan, tendrás que llevar una prótesis biónica. Te aseguro que es lo más avanzado que existe y apenas notarás la diferencia.
—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
—Una hora.
—¿Cómo es posible que la herida ya esté curada?
—Tenemos avances para que cicatricen en pocos minutos. Te hemos implantado unos imanes muy potentes que permiten que la prótesis se adhiera con fuerza. Para ponerla la acercas y para quitarla, cambias la polaridad. Como ves es muy sencillo. Vamos pruébala, intenta correr.
—¡No me apetece! ¡Déjame sola!
Eolande se fue de mi lado para que pudiera compadecerme de mí misma y llorar como nunca antes lo había hecho. Me quité la prótesis y la lancé lejos de mí.
Sentí miedo y angustia al mirar el nuevo espacio vacío de mi anatomía: me ahogaba… En la mayoría de las películas que había visto, los canallas solo pagaban por sus crímenes justo antes de la palabra «fin». Nunca me gusto que fueran premiados con una muerte rápida. Y, si eran castigados, me contrariaba su forma de contarlo: unas veces su condena quedaba eclipsada por la victoria del protagonista y otras se reducía a un par de frases escritas con letra blanca sobre fondo negro contando los años de condena a los que fueron condenados. Si tuviéramos que elegir entre el bien y el mal guiándonos por el tiempo que las películas dedican al sufrimiento, todos preferiríamos ser malvados. Entonces recordé el consejo de mi padre: «Cuando tomes una decisión piensa en lo peor que puede pasar» y lo vi claro: lo peor que hubiera podido pasar no es haber muerto en aquel avión; lo peor que hubiera podido pasar es que, si hubiera abandonado a Nigra, me habría traicionado a mí misma. Las lágrimas salían sin pedir permiso. Eran lágrimas enfadadas e indignadas con el guionista de la película por haber imaginado esa final para mí.
Nigra entró en la sala donde me encontraba. Iba a hablarme, pero decidió guardar silencio hasta que las lágrimas dejaron de rodar por mis mejillas.
—Llevo más de un siglo trabajando para los Darkness y he conocido muchas personas en esta larga andadura, la gran mayoría hombres corruptos que han vendido a sus amigos por unos dólares, que han comprado los favores de otros, que han matado para despejar su camino, que han maquinado guerras para lucrarse y que se han acobardado cuando debían hacer lo correcto. Me sentía satisfecho con mi papel de amedrentarlos para defender los intereses de esta familia que, de alguna manera, había dado sentido a mi existencia, hasta que te he conocido a ti.
Paró un momento de hablar, recogió la prótesis del suelo y vino hacia mí.
—Ana Leuchten, eres la persona más íntegra y con más valor que he conocido —dijo mientras secaba una de esas lágrimas que se resistía a abandonar mi mejilla.
Sus palabras me recordaron a las que pronunció Al Pacino cuando interpretó al teniente coronel Frank Slade en Esencia de Mujer: «…él no venderá a nadie para comprar su futuro y eso, amigos míos, se llama integridad, eso se llama valor y esa es la pasta de la que deben estar hechos los líderes.».
—Siento mucho el precio que has tenido que pagar por salvarme y te estoy agradecido, pero no pienso permitir que permanezcas ni un segundo más así, no va contigo.
Colocó la prótesis en mi pierna y tiró de mí para que me pusiera de pie. Luego me abrazó.
—Hay que destruir los Fulmo Magneta cuanto antes.
—Nigra, aún hay tiempo. Recuerda que aplazó el ataque al viernes.
—Conozco muy bien a Darkness y, después de lo que ha pasado, lo adelantará. Motivos no le faltan: que tú lo engañaras haciéndote pasar por Jack, mi traición y el hecho de haber sentido la muerte tan cerca en el avión. Ya no es una cuestión de más o menos oro, querrá vengarse. Y lo hará de la forma más cruel que pueda encontrar.
—Desde luego, la delicadeza no es tu punto fuerte: infundes más temor que ánimo.
—Tienes razón. ¡Vamos! ¿Te vas a quedar ahí plantada? ¡Trata de andar!
Caminé despacio porque tenía miedo de que la prótesis se soltara, pero fui ganando confianza.
—¿Te duele? ¿Notas algún tipo de presión?
—Noto hasta los dedos de los pies, ¿crees que cojeo?
—Andas igual que antes. Es increíble, no parece una prótesis…
—Pues Eolande dijo que están trabajando en una más avanzada.
—Lo sé, pero tengo entendido que no será una prótesis, tratan de devolverte la pierna.
—Nigra, me salvaste la vida y aún no...
—Eso no es cierto. Pudiste escapar, pero te empeñaste en demostrar que era diferente. Espero haber resuelto tus dudas y disipado tus miedos porque lo soy.
Me abracé a él.