EL BAÚL

Londres, 8 de julio

—Hace un año mi abuela y yo vivíamos en Pont Street, pero la casa pedía a gritos una reforma y, al final, siempre la retrasaba porque tenía miedo de que a sus noventa años no pudiera soportar el estrés. Así que intenté convencerla para mudarnos, tarea nada fácil porque las personas mayores se arraigan a sus cosas.

—Es cierto —dijo Sandy—. Se apegan a ellas porque, a pesar del tiempo, permanecen a su lado y están llenas de recuerdos: la mesa del comedor, no es una simple mesa, ellos pueden ver dónde se sentaba cada ser querido, lo que cantaban y lo que decían; está llena de celebraciones. La mesa de la cocina almacena un corazón roto, un proyecto, la noticia de un embarazo, una noche en vela. Y en una hamaca resuenan las nanas, las risas y los llantos de la más tierna infancia. Y el espejo, les recuerda la imagen que tenían cuando eran jóvenes y aquel beso sorpresa que su marido le dio en el cuello, mientras se cepillaban el pelo. Y los armarios conservan el aroma de las personas que guardaban su ropa en él… Esas cosas les dan seguridad. Sin embargo, la convenciste…

—Más o menos. Al principio no mostraba interés, pero cuando vio Gardens cambió de idea y quiso mudarse enseguida. Le pareció una zona bonita, tranquila, fresca y joven, hasta me dijo: «Fíjate Karen, a tan solo cinco minutos andando está el hospital The Royal Marsden». Luego, se empeñó en vender la mayoría de sus muebles y quiso que la decorara a mi gusto.

—Dio un giro radical —afirmó Fígaro—. Mi abuela no es nada abierta a los cambios.

—Ni la mía. Tenéis razón, ¡qué ingenua fui! Pensaba que se había ilusionado con la mudanza, pero en realidad se estaba despidiendo de mí dejándome el mejor regalo que se le puede hacer a alguien que quieres, la libertad.

Karen se fue a enjugar las lágrimas a la cocina, abrió un armario y sacó unas cajas de él. Luego abrió la nevera y la cerró resignada.

—Lo siento, lo único que hay en la nevera es frío, pero tengo pastas y bombones surtidos de todos los países… ella adoraba el dulce. Poneos cómodos, no tardo ni cinco minutos.

—¿Qué tienes que comprobar? —preguntó Diego.

—Se trata de un baúl que perteneció a mis tatarabuelos. Ella me habló de su contenido la noche que nos viste. ¿Subes conmigo? Está en su habitación y no me siento con fuerzas para ir sola.

***

—Mira, es este. Ayúdame a vaciarlo.

—¿Qué buscamos exactamente?

—Un doble fondo.

Cuando lo abrieron estaba lleno de papeles, fotografías y cartas dirigidas a su tatarabuelo Javier Flava, la mayoría, escritas por Tristán Leuchten. También contenía una pequeña caja envuelta con el nombre de Chalupa y un sobre cerrado que iba dirigido a su abuela Pilar. Lo abrió y, sin perder un segundo, comenzó a leer la pequeña nota que contenía en voz alta:

Querida Pilar:

Siento haberme enfadado contigo el día que descubriste el doble fondo de este baúl. El niño que ves en las fotografías se llamaba Chalupa, no lo he vuelto a ver desde 1918 y me hubiera gustado devolverle estas cosas, le pertenecen. Las cartas de Tristán explican lo que hicimos y el porqué de tanto misterio.

No quisiera despedirme sin decirte que has sido como un rayo de sol en nuestras vidas y la nieta más cariñosa que cualquier abuelo podría haber deseado. Te querremos siempre. Tu abuelo,

Javier.

 

Después de recoger, bajaron al salón y le explicaron a Chalupa el largo camino que habían tenido que recorrer sus objetos para que le fueran devueltos.

—¡Increíble! —exclamó extrañado.

Se emocionó al ver que se trataba de varios inventos suyos, fotografías y un paquete envuelto, al que no prestó demasiada atención.

—Estoy confuso. Mirad, esta fotografía fue tomada el 19 de octubre de 1918. Como veis todos vuestros tatarabuelos quisieron despedirse de mí e inmortalizamos el momento. No los conocisteis y para vosotros llevan muertos la tira de años, pero yo… ¡yo acabo de estar con ellos!

—No parecen tan antiguas —observó Diego.

—Eso mismo pensó el dueño del establecimiento que amplió las que mi abuela Pilar guardaba en una caja. Aseguró que, en aquella época, no existían cámaras con tanta resolución.

—Puedo explicarlo. Tu tatarabuelo Javier era un hombre serio, no muy dado a expresar su afecto con besos o abrazos, pero eso no significaba que, a su manera, no fuera cariñoso. Solía traerme todo tipo de chatarra para mis inventos y luego me decía: «Guapín, a ver qué artilugio nos construyes hoy». A él le parecía fascinante que se pudiera captar una imagen y solía mirar con envidia sana las fotografías que Tristán, Marta y Fremont se habían hecho en Nueva York. Así que, le construí una cámara fotográfica adaptándola lo más posible a los tiempos para que no llamara demasiado la atención.

—No lo soporto Chalupa, me muero de curiosidad, ¿cuándo vas a abrir el paquete? —preguntó Sandy.

—Ahora mismo —contestó abriéndolo con calma—. ¡Es la cámara que le regalé! Todavía tiene negativos sin revelar.

—¡Qué pasada! Como diría el tatarabuelo de Karen: «Guapin, no pareces de este planeta» —bromeó Diego.

—Esta sí parece antigua. No debió ser tomada con tú cámara, pero se ve que fuiste un niño muy mono —dijo Sandy.

—¿Cuál? —preguntó intrigado—. Debieron tomarla poco después de que Tristán me encontrara porque todavía llevo el vendaje que me puso, pero no reconozco al hombre que está a nuestro lado.

—Chalupa, podrías hablarnos de nuestros tatarabuelos —solicitó Sandy.

—En otro momento. Ahora, debemos pensar cómo y cuándo contactar con Rachel. No veo nada claro que la podamos convencer y estoy preocupado por Álvaro y Edgar —dijo Fígaro.

—Suena un poco raro hacer planes para el pasado, pero ¿y si la esperamos a la salida del trabajo de ayer? —preguntó Sandy.

—No lo tengo nada claro, nos llevará un tiempo convencerla e imagino que saldrá con prisa para ir a buscar a su hijo al colegio… ¿Y si la abordamos cuando llegue al hospital? —propuso Karen.

—En realidad, no sabemos cómo va a estar en ningún momento. Podemos seguir sus pasos durante un día y, una vez que sepamos lo que ha hecho, elegir el momento más adecuado para hablar con ella —aseguró Diego.

—Tu plan parece más eficiente y, desde luego, menos arriesgado porque viendo cómo se las gasta Darkness, seguro que la están vigilando. Pero creo que, si vamos todos, llamaremos demasiado la tención —dijo Fígaro.

—Yo acompañaré a Ana —dijo Karen—, conozco la zona como la palma de mi mano, tengo coche y conduzco al estilo inglés.

—Iremos las tres —dijo Sandy.

—Viajaremos dos días atrás, así ganaremos tiempo para organizar el secuestro de Jack. Ojalá, para cuando Álvaro y Edgar lleguen a Nueva York, estemos en condiciones de poder negociar con Darkness —dijo Karen.

***

Fue gracioso encontrarnos en la misma casa las tres solas, parecía que eran ellos los que se habían marchado. Montamos en el coche y nos dirigimos al barrio de Belgravia cerca de la plaza Chesham. Luego, estacionamos a una distancia prudencial para no ser descubiertas.

A las 8:30, Rachel salió con su hijo para llevarlo al colegio. Aunque había tráfico, solo tardó diez minutos. A continuación, se dirigió al hospital The Royal Marsden. Allí fue cuando Sandy, que es muy observadora, descubrió que el coche azul que estaba aparcado cerca del nuestro en el parking del hospital era el mismo que había visto enfrente de la casa de Rachel: quedó comprobado que la seguían. Sandy bajó del coche y entró detrás de ella para ver si podía averiguar algo más en su lugar de trabajo. Mientras, la esperábamos dentro del coche.

Empecé a ponerme nerviosa cuando aquel hombre salió del coche azul y se apoyó en el capot para leer el periódico.

—¿Qué te pasa? —preguntó Karen—. Tranquila, ¡no puede vernos!

—Es un siniestro —contesté.

Él también pareció notar mi presencia porque empezó a mirar inquieto a su alrededor. Cuando Sandy salió, aparcamos más lejos.

—Chicas, tengo una buena noticia, la paciente de las nueve ha fallado. Tenemos veinte minutos para hablar con ella. Ana, tendrás que hacerte pasar por Mary Smith porque Rachel es oncóloga infantil —dijo Sandy.

—¡Genial! Me acabas de hundir en la miseria. Yo que pensaba que empezaba a parecer mayor.

—¡Calma! No tengas tanta prisa y deja que las demás disfrutemos nuestro momento —dijo Sandy.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué tiene que ver mi aspecto con vosotras?

—Porque eres una muñeca y cuando crezcas vas a ser un bombón. Te aseguro que todavía no tengo ganas de que me quites los novios, futura rompecorazones—afirmó Sandy.

—Ya debes de estar rompiendo alguno, ¿me equivoco? Chalupa parece muy enamorado de ti —aseguró Karen.

—Tiene gracia que digáis eso cuando sois vosotras las que habéis formado pareja con Diego y Fígaro —alegué.

—¿Tanto se nota? —Karen se rio.

—¡Qué va! ¡Nadie se ha dado cuenta! —exclamé con ironía.

Las horas de espera que normalmente suelen ser lentas y tediosas se convirtieron en reveladoras y muy divertidas porque Karen y Sandy no pararon de hablar de hombres. No solo me pusieron al día de las últimas tendencias, sino que me hicieron reír como no lo había hecho en mi vida. Me convertí en la espectadora de una película de Almodóvar sentada en el asiento de atrás del coche: no sabía que se podía despellejar así a los chicos. Estaban locas y el hecho de que no me excluyeran de la conversación ni pusieran ningún tipo de tabú en sus diálogos, me hizo sentir bien.

Cuando Rachel salió de trabajar, antes de abrir la puerta de su coche, se quedó mirando al siniestro entre desafiante e indignada a la vez. La verdad es que tiene que ser un suplicio que alguien te siga todo el día. Se dirigió al colegio y, ya con su hijo, regresaron a casa. A las cuatro de la tarde, asistieron a un cumpleaños hasta las seis.

Retornamos a casa de Karen a la misma hora y al mismo día del que partimos para decidir con los chicos el mejor momento para hablar con Rachel. Y aprobamos, por unanimidad, que el lugar idóneo era la consulta, pero esta vez solo fuimos Karen y yo.

***

—¿Mary Smith? —pronunció una enfermera en voz alta a la vez que abría la puerta de la consulta mirándonos a todos.

—Soy yo —contesté.

Pasamos sin ningún problema y nos sentamos en las dos sillas dispuestas para el paciente y su acompañante. Enseguida notamos que algo no iba bien por la cara de confusión que puso Rachel. Ella estaba leyendo la ficha que le había dejado la enfermera sobre la mesa y, de vez en cuando, me miraba a mí. Al parecer quería asegurarse de que se trataba de la misma paciente.

—Debe de haber un error, conozco a Mary —aseguró Rachel—. ¿Es la primera vez que vienes?

—Sí, soy Ana Leuchten —contesté.

—Eres galesa, ¿verdad? —preguntó Rachel.

—No, soy española.

—He de decirte que tu acento es muy parecido. ¿De qué parte de España?

—¿Conoces León?

—¡Cuánto lo siento! Vi en las noticias las imágenes dantescas que han dejado esos extraños tornados en la comarca del Bierzo…En mi año sabático hice el Camino de Santiago y estuve en Ponferrada. Espero que reparen los daños pronto.

—Están en ello. Soy Karen, amiga de la familia, sus padres no han podido venir.

—Encantada Karen. Por favor Elisabeth, tráeme una ficha nueva y comprueba que Mary Smith no está en la sala de espera. Ana, ¿te importaría quitarte las gafas?

Iba a decirle que no podía ya que, en ese momento, tenían un fulgor amarillo en la parte inferior del ojo por la energía que irradiaba Karen. Sin embargo, me las quité dispuesta a contarle la historia desde el principio y sin rodeos, pero fue ella la que nos sorprendió.

—¡Tus ojos! Si es verdad lo que estoy viendo, la Orden del Prisma existe. —La cara de Rachel reflejaba asombro y temor.

—¿Cuándo has oído hablar de nosotros? —preguntó Karen desconcertada.

—Mi exmarido Jacob le cuenta historias muy extrañas a nuestro hijo. A veces ha tenido pesadillas hablando en sueños de alguien llamado Nigra. ¿Lo conocéis?

—No —respondí—. ¿Qué clase de historias?

—Le habla de unos inventos que algún día serán suyos, de un tal Tristán que fue compañero de su bisabuelo en la Universidad de Columbia. Por lo visto ese señor podía estar en varios sitios y épocas a la vez y tenía un extraño don en sus ojos, muy parecido al tuyo. ¡Oh, cielos! —exclamó horrorizada—. Pensaba que solo quería impresionar a Jack para que ser empresario le resultara más atractivo. No lleva bien que quiera ser médico. El Día de la Independencia, quiso enseñarle una máquina que tiene instalada cerca de Nueva York y...

—La ha utilizado para extraer el oro del Bierzo —dijo Karen.

—¿Cómo? ¿Por qué estáis aquí? ¿Qué queréis? —preguntó visiblemente contrariada—. Llamaré a seguridad.

—¡Por favor, no lo hagas! —rogué angustiada—. Necesitamos tu ayuda.

—Dudo mucho que Jacob sea responsable de algo así. ¿En qué te basas para hacer semejante afirmación?

—Su máquina ha matado a sesenta personas y ha causado incalculables daños materiales y medioambientales.

—Jacob es frío, duro y tajante en los negocios, pero no es un asesino.

—Las personas como él no personalizan sus crímenes, llaman a las víctimas daños colaterales—afirmó Karen fría y seca.

—Si estáis tan convencidas, ¿por qué no lo habéis denunciado?

—Darkness tiene mucho poder —dijo Karen—. Sabes tan bien como nosotras que el dinero lo compra todo.

—Ya veo. Si lo que queréis es dinero habéis llamado a la puerta equivocada. Algunos de los niños que esperan fuera, tienen serios problemas de salud y no estoy dispuesta a robarles ni un minuto de su tiempo. Si sois tan amables…tengo pacientes que atender.

—¡No queremos dinero! —exclamó Karen ofendida—. Los sesenta muertos del Bierzo, ya no tienen problemas de salud, pero merecen unos minutos del tiempo de cualquiera. Sabemos que, en cuanto repare esas máquinas, las va a utilizar de nuevo y queremos evitarlo. Además, ha secuestrado a dos de nuestros amigos y necesitamos tu ayuda.

—¿Cómo puedo ayudaros? No tengo ninguna influencia sobre él —aseguró Rachel—. El poco contacto que mantenemos es para hablar de nuestro hijo Jack. Él es la única persona en este mundo que le importa…

—Hemos pensado que si cree que lo hemos secuestrado…—Karen no pudo continuar.

—Prometí escucharos, pero me está resultando muy difícil seguir siendo educada —afirmó Rachel—. ¿Queréis utilizar a mi hijo? ¿Pretendéis secuestrarlo? ¡Hay que tener cara!

—Solo serán dos días —dije—. Necesitamos negociar con él.

—Ana, mi hijo solo tiene siete años. Sabía que a la gente se le ocurren todo tipo de locuras, pero lo vuestro clama al cielo. Os presentáis aquí, en mi consulta, hablándome mal del padre de mi hijo. ¿Sabéis lo raro que suena lo que me estáis proponiendo? ¿Pretendéis que coopere con vosotras, unas extrañas, para engañar a su padre? Perdería la custodia solo por haber tenido la paciencia de escucharos.

—¿Paciencia? Si tuviéramos malas intenciones no estaríamos hablando contigo —aseguró Karen.

—Karen, siempre he pensado que este plan era una locura y que solo complicaría más las cosas, pero Diego estaba tan convencido… No hay ni una sola razón que la incline a ponerse de nuestra parte: no conoce a Edgar ni a Álvaro, las víctimas no eran compatriotas suyas y no es su problema que el Bierzo termine como un colador. Vámonos, tenemos el tiempo justo para idear otro. —Me puse las gafas y le estreché la mano a Rachel—. Gracias por habernos dedicado parte de tu tiempo.

A ella debió conmoverle tanto verme así que quiso darme una explicación extra.

—Ana, he estado en otros países ayudando a personas desconocidas, pero me estáis pidiendo que utilice a Jack en contra de su padre. Lo siento, mi principal papel como madre es protegerlo.

—¿Y si os ocultáis juntos? Nos ayudarías y cuidarías de él al mismo tiempo.

—Tienes solución para todo, ¿verdad? ¿Puedo preguntar qué hace una niña como tú metida en todo este embrollo?

—Soy maestre de la nueva Orden del Prisma porque heredé este extraño don de mi tatarabuelo Tristán Leuchten. ¡Ni en mis peores pesadillas hubiera imaginado verme vista en este embrollo!

—La vida no es fácil para nadie… Unos hombres vigilan lo que hago cada minuto del día. En momentos de debilidad, me he sentido tentada de darle la custodia de Jack, pero soy incapaz de abandonarlo. Hasta llegué a organizarlo todo para empezar una nueva vida con mi hijo: dinero, maletas, pasaportes falsos… Pero ¿quién soy yo para separarlo de su padre? Si él me hiciera eso a mí, no lo soportaría, jamás se lo perdonaría y te aseguro que haría cualquier cosa para recuperar a mi pequeño… Jacob, herido, puede ser muy peligroso.

—Jacob, ya es peligroso sin herir. Si teme por la vida de su hijo, bajará la guardia y tendríamos una oportunidad para destruir esa máquina y salvar a nuestros amigos —explicó Karen—. Solo te pedimos que juegues al escondite…

—Lo siento, me cuesta creer que haya hecho algo así para conseguir oro, ¡él ya es inmensamente rico!

—¿Cuántas pruebas necesitas? ¡Sabes que es verdad! ¿Podrás vivir con este cargo de conciencia? Este es mi número de teléfono. Por favor, mira a ver si puedes darle otra vuelta y nos llamas hoy con la decisión que tomes.

Salimos del hospital y esperamos en casa de Karen su respuesta. A última hora de la tarde, nos comunicó su decisión: aceptaba. Pero, después de comprobar lo que había hecho su exmarido, quería cambiar de vida y desaparecer para siempre.

—Si se marcha, ¿cómo vamos a negociar con Jacob Darkness?, ¿qué pasará con Álvaro y Edgar?, ¿cómo vamos a destruir las máquinas?

—Ana, convencerla ha sido lo más difícil. Hemos conseguido quedar con ella el día ocho a primera hora de la mañana.

—No Karen, presiento que lo más difícil acaba de empezar.

Nueva Jersey, 7 de julio

Después del aterrizaje forzoso ingresaron a Edgar y a Álvaro en el hospital.

—¿Seguro que no recuerdan nada? Me da la sensación de que están fingiendo —afirmó el agente Peter.

—¿Por qué iban a fingir? —El médico intentó no perder la paciencia—. Mire, ya le he explicado que pueden estar sufriendo una amnesia temporal fruto del golpe. Dese cuenta que a uno de ellos le hemos tenido que dar dieciséis puntos y al otro ocho.

—Ya, pero si tuvieran amnesia, no recordarían nada —aseguró Peter.

—Le repito que este tipo de amnesia suele afectar a la memoria a corto plazo. De ahí su dificultad para recordar lo que ocurrió justo antes y durante el traumatismo. Les acabo de inyectar un sedante y necesitan descansar. Podrá interrogarles mañana. —El médico salió de la habitación.

—¡Espere! ¿No han dicho nada? —insistió Peter.

—Entre ellos hablaban español, pero si quiere saber su identidad en esa bandeja están sus objetos personales. Ahora, si me disculpa, tengo pacientes que atender.

—¡Mierda! —exclamó Peter—. Tienen el móvil descargado.

Llamó por teléfono a uno de sus subordinados.

—John, necesito un cargador universal ¡pronto! —ordenó alterado.

Lo conectó en la habitación y empezó a leer la lista de contactos. Aa1abuelo, Aa2mamá, Aa3papá, seguidos de sus teléfonos. Llamó a la central para averiguar qué significaban esas vocales delante del nombre.

—«Avisar a» —contestó John, su subordinado—, En caso de emergencia son los teléfonos a los que se debemos llamar primero.

—Gracias John. —Salió al pasillo—. ¡Enfermera! ¿Cuánto van a tardar en despertar?

—¡Sh! Por favor, baje la voz. —Miró lo que les habían puesto en el gotero—. No lo harán en toda la noche.

—De acuerdo, volveré mañana a primera hora. Si lo hicieran, avísenme a este número.

***

—¡Álvaro! ¿Cómo te encuentras?

—Fatal, como si me hubiera estrellado con un avión.

—Entonces, estás bien porque no has perdido el sentido del humor. ¡Increíble! Alguien ha puesto tu móvil a cargar, deberíamos llamar a nuestras familias para tranquilizarlas. No es mala hora… en España son las siete de la mañana.

—Apenas quedaba saldo.

—Álvaro, no estamos seguros aquí, Se tomaron demasiadas molestias para traernos del otro lado del charco y presiento que van a venir a buscarnos.

—Lo sé, pero estoy muerto.

—¿Sabes quitar un gotero? Me da miedo desangrarme al sacar la aguja.

—¡Qué exagerado! ¿Quieres que lo haga yo? —preguntó Álvaro adormilado.

—Si, por favor. Todavía tengo las manos insensibles, pero si no es mucho pedir, abre los ojos cuando lo hagas.

—¡Muy gracioso! Anda, presiona la zona mientras me quito el mío y mira si nuestra ropa está en el armario.

—¡Mierda! Solo están nuestros zapatos y una bandeja con las cosas que llevábamos en los bolsillos.

—Pues ponte los zapatos y recoge tus cosas. Tendremos que buscar algo que ponernos.

—¿Por qué te paras?

—Voy a silenciar el móvil y a quítale el localizador, al menos hasta que salgamos de aquí —dijo Álvaro.

Antes de salir, miraron hacia los dos lados del pasillo y avanzaron con cautela buscando la habitación donde se cambiaba el personal con turno de noche. Cuando dieron con ella, encontraron ropa blanca de enfermero y se vistieron.

—¡Genial! Dentro pasaremos desapercibidos, pero en cuanto salgamos fuera, daremos el cante. Deberían hacer la ropa de médico y de enfermero de otro color; el negro sería muy elegante, ¿no te parece?

—¡Ya fueron negros! ¡No te quejes! —exclamó Álvaro—. Te acabas de poner un símbolo de curación y autoridad. Antes, en los hospitales y sanatorios se moría, pero con los avances médicos del siglo XIX, los pacientes comenzaron a curarse y a sobrevivir. Ese es el motivo de que se cambiara el color negro de muerte y luto por el blanco.

—Pues tú y yo parecemos churreros —aseguró Edgar.

—¡Muy gracioso! De todas formas, los cirujanos ya han cambiado el color blanco que irradia demasiada luz por el verde o el azul que descansa más la vista. Necesitamos unos dólares, vamos a tener que forzar alguna máquina expendedora.

—¿Estás hablando en serio? Ya me siento mal llevando este uniforme de sanación y autoridad y ahora, ¿pretendes que robe con él puesto? Ya sé qué colores van a poner cuando tú termines la carrera de Medicina.

—¿Cuáles? —preguntó Álvaro con paciencia.

—De rayas amarillas y negras como las camisetas de los hermanos Dalton —contestó Edgar.

—Lo devolveremos… ¡Escucha! —exclamó Álvaro—. ¿Oyes esos portazos?

—Son ellos.

Aún estaban aturdidos por los calmantes para poder correr y sin perder tiempo se escondieron detrás de una máquina expendedora. A la barahúnda que iban ocasionando sus raptores, se superponían los gritos en cadena de las habitaciones en las que iban entrando… toda la planta, pacientes, acompañantes y personal de guardia vivió momentos de pánico. Pronto, escucharon las sirenas de la policía, en otras circunstancias habría sido un alivio, pero no querían someterse a un interrogatorio ni dar explicaciones que pudieran comprometer a la orden. Así que se arrastraron hasta las escaleras para huir de la doble amenaza con la intención de ocultarse en la azotea. Apenas tenían fuerza, pero cuando uno de los siniestros los vio, la adrenalina les facilitó la energía suficiente para que pudieran subir los peldaños de tres en tres. Desde allí, contactaron con nosotros.

—Diego, ¡qué alegría! —exclamó Álvaro aliviado—. Estamos en Nueva Jersey, en la azotea del hospital Morristown Memorial. Necesitamos con urgencia que Ana venga a…

—¿Qué ha pasado? —preguntó Edgar.

—¡Joder! ¡Me he quedado sin saldo precisamente ahora!

El teléfono empezó a vibrar justo cuando los siniestros y Marcus dieron con ellos.

Londres, 8 de julio

Pensé que habíamos regresado al apartamento de Karen a la misma hora que habíamos partido de él; pero, a juzgar por los bombones que quedaban, debimos tardar unos minutos más. Los tres hombretones, que se estaban desternillando de risa por algo que les había contado Sandy, se quedaron serios al escuchar la decisión de Rachel. Una noticia agridulce que nos obligaba a estudiar otras alternativas, pero estábamos demasiado cansados y decidimos regresar a Nueva York para dormir unas horas.

***

Diego había comprado varías colchonetas para acogernos a todos. Chalupa extendió la suya cerca de la mía. Karen durmió con Diego en su habitación y Sandy y Fígaro compartieron el sofá-cama del salón. Me quedé dormida mirando con ternura las dos que permanecían enrolladas y apoyadas contra la pared y deseando que pronto fueran ocupadas. A la una y media de la madrugada, sonó Dancing in the Dark de Bruce Springsteen, la melodía del móvil de Diego que resultó ser muy apropiada para el momento porque nos levantamos tan nerviosos y expectantes ante las novedades que aportara la llamada, que parecía que estuviésemos bailando en la oscuridad.

Llegamos a la azotea en pijama, descalzos, despeinados y con cara de sueño. Al vernos, Marcus escapó, pero los siniestros distraídos en su empeño de capturar a dos miembros de la orden, no se percataron de nuestra presencia y Sandy los inmovilizó con la pulsera de las xanas.

Ya a salvo y después de tantas horas tratando de disimular el miedo y la impotencia que en realidad habían sentido y durante las cuales estuvieron bromeando, riendo e incluso desafiando a sus captores, se desmoronaron y rompieron a llorar. Necesitaban atención médica, así que nos vestimos, recogimos nuestras cosas y los llevamos al hospital del Bierzo.

***

Darkness no se tomó nada bien que los miembros de la orden consiguieran escapar y, peor aún, que sus hombres hubieran sido reducidos; pero, comprobada la ineficacia de Marcus, decidió encargarse personalmente de su rescate. Así que marcó el teléfono de su secretaria para disponerlo todo. Alison, que a la una y media de la madrugaba disfrutaba de un tranquilo y plácido sueño, se sobresaltó al escuchar el tono de llamada de su jefe.

—Necesito al piloto con el helicóptero de cuatro plazas ya.

Mientras realizaba varias llamadas para cumplir los deseos de Jacob Darkness se preguntaba si el complemento de dedicación total le compensaba; no porque estuviera mal pagada, su cuenta no hacía más que engordar, sino porque había envejecido trabajando y dedicando todo su tiempo a una familia que no la dejaba tener vida propia.

—Señor Darkness, ya está todo listo.

***

—¿Qué destino? —preguntó el piloto.

—Hospital Morristown Memorial, en Nueva Jersey.

Cuando estaban llegando, el piloto señaló el edificio que estaba justo debajo. Al ver a los siniestros, Darkness se tranquilizó. Después, ordenó al piloto que se aproximara lo más posible a la azotea para que pudieran agarrarse al patín de aterrizaje. Los siniestros subieron sin problemas al helicóptero.

—¿Qué os ha pasado?

—Algo invisible nos inmovilizó —contestó uno de ellos.

Su voz profunda y grave pondría los pelos de punta a cualquiera porque sonaba como las guturales que hacen los grupos Death Metal.

—¿Y el avión?

—El cielo estaba despejado, pero una fuerte tormenta surgió de la nada. El piloto se vio obligado a cambiar varias veces de rumbo para esquivarla, pero parecía perseguirnos. Las turbulencias eran muy intensas y apenas nos quedaba combustible, así que empezó a planear intentando llegar al aeropuerto más cercano. El impacto fuera de la pista fue terrible, pero consiguió controlar el avión dentro de ella… Solo tuvimos tiempo de escapar antes de que los servicios de emergencia llegaran.

—Nigra, llevamos juntos toda la vida, ya servías a mi abuelo. ¿Cuántas tormentas con manía persecutoria has visto?

—¡Esta lo hizo! Algo mágico nos ató las manos y los pies allí arriba y no fue la primera vez porque en el Bierzo, Ana Leuchten logró inmovilizar a tres de los nuestros. La Orden del Prisma cuenta con algún tipo de ayuda que desconocemos.

—Está bien, lo investigaremos. —Si hubiera sido otro siniestro no le habría concedido el beneficio de la duda, pero Nigra era especial para Darkness, su mano derecha. Por ese motivo salió a buscarlo con su helicóptero.

No hablaron más hasta que los dejó en su apartamento, que estaba preparado y adaptado para satisfacer sus necesidades energéticas. Después, se dirigió a su casa y se puso cómodo. Estaba acostumbrado a soportar duras jornadas, los empresarios no tienen un horario fijo, pero ese día lo había dejado agotado. Había tenido que sobornar a dos policías para que en la denuncia que había puesto por la desaparición del avión, figurara la fecha del día anterior a la del accidente. Había tenido a dos miembros de la orden al alcance de la mano y se habían escapado, y con ellos su codiciado colgante del tiempo.

Se acostó, pero no consiguió dormir. Nigra tenía razón: algo tuvo que inmovilizar a los siniestros en la azotea, algo tuvo que dirigir esa tormenta hacia su jet; algo tuvo que desbaratar los Fulmo Magneta, pero ¿qué?

Ponferrada, 8 de julio

Antes de entrar en el hospital cogí los objetos de Álvaro y de Edgar: iban a quitárselos de todas formas para hacerles varias pruebas y prefería que estuvieran colgados de mi cuello y a salvo. Entramos por urgencias y cuando llegaron sus familias, ya más relajados, fuimos a la cafetería a tomar algo.

—Vamos a terminar trastornados, en poco tiempo hemos estado en Nueva York, Londres, Nueva Jersey y Ponferrada. Ya no sé en qué día vivo, si tengo que dormir o permanecer despierta, si tengo que desayunar o cenar, ¡es de locos! —exclamó Sandy—. Lo único que sé es que tengo hambre y que estoy agotada. Para colmo, olvidé llamar a mis padres y han estado a punto de movilizar al ejército para buscarme. Lo que más me fastidia es que tú, siendo una cría, tengas más libertad que yo.

—¿Cómo?

—Llevas sin verlos dos días y han reaccionado como si te hubieran visto hace cinco minutos.

—¡Qué graciosa! No se han enterado de mi ausencia porque he estado fichando todo el tiempo —contesté—. Así que, si se trata de una competición estoy bastante más desquiciada que tú. ¡Ah! Y si no es mucho pedir, ¡deja de llamarme cría!

—Tienes razón —dijo Sandy—. Lo siento, estaba enfadada y la he tomado contigo.

—¿Qué tal chicos? Mi padre los saludó y luego se sentó a mi lado—. Recibí tu mensaje, ¿qué ha pasado?

—La versión oficial es que tuvieron un accidente con la moto, pero los médicos aseguran han sido golpeados con un objeto contundente… y no se equivocan.

—¿Qué quería Darkness de ellos? —preguntó mi padre alarmado.

—Uno de nuestros objetos. —No quise decirle que buscaba la estrella de Elven porque hubiera sido el fin de mi, ya mermada, libertad. Ya casi tenía que llevar anotadas las horas a las que tenía que volver para que no se dieran cuenta de mis correrías por Londres, Nueva York, Elven… Resultaba agotador.

—¡No pienso dejarte sola!

—Papá, no empieces, ¡la orden cuida de mí!

—Pues como siga habiendo bajas no va a quedar nadie que te proteja. Te vienes conmigo.

—Miguel, estamos con ella todo el tiempo —aseguró Diego.

—¿Por qué no discutimos este asunto durante la comida? —Odiaba que me tratara como a una niña pequeña delante de todos.

—Imposible, hoy no comemos en casa. Tu madre tiene la agenda completa y yo asisto a una reunión muy importante.

—¿Y qué pinto yo en esa reunión?

—Tienes razón… Diego, ¿me acompañas al parking? Me gustaría hablar contigo. —Me dio un beso—. Nos vemos esta noche.

—¿Qué habéis hablado? ¿Te ha nombrado mi niñera?

—Algo parecido. Ana, es normal que esté preocupado.

—¿Qué te ha pedido?

—Que le informara en el caso de que pudieras estar en peligro, tomaras una decisión arriesgada o quisieras llevar a cabo un plan suicida.

—¿Lo cumplirás?

—Tiene mi palabra.

—¡Genial, Diego! Por si no te has dado cuenta, todo lo que hacemos es aventurado.

—Él no quiere saberlo todo, quiere evitar que te hagas la heroína.

Con Edgar y Álvaro a salvo, ya podíamos focalizar todo el esfuerzo en destruir los Fulmo Magneta. Quedamos después de comer en la casa del atajo, todos necesitábamos descansar unas horas.