Relato 14
El Secreto del Diablo
—Moribundo, intentaba aferrarse a la vida con uñas -largas, rotas, sucias- y dientes –amarillos, como cera caliente-. Sus ojos se habían tornado grises y sus manos intentaban agarrarse a su mujer, quien rehuía su mirada. Tosía detrás de cada palabra y solo me encontró a mi cuando llegó la hora. Mi abuela abandonó la casa cuando creyó ver a la muerte acechar sobre la enorme cama de su anciano marido. Pude ver una sonrisa de satisfacción al irse, una sonrisa amagada entre las arrugas de su rostro, esa alegría recogida vista en la cara de mi abuela, un ser tímido, recatado, resultó... como decirlo... sí, la palabra era, perturbador. Al principio me pareció imposible pensar que pudiera alegrarse de la muerte del Abuelo, ¿cómo podía? El Abuelo era, educado, amable, generoso, firme, culto y... cientos de pequeños adjetivos surgidos como semillas de la fruta del árbol de la bondad. Ahora reducido a un saco de huesos enfermizo, era, antes era fuerte, como una roca, y podías atarte a él, a sabiendas de que te salvaría de cualquier marea, el te mantendría por encima, era inamovible. Cualquier hijo querría verse reflejado en él, y cualquier nieto, con aquella sonrisa inabarcable que implicaba un “todo irá bien”.
>Todo irá bien.
>Cuanto más pienso en ello. La verdad es el cáncer de los mitos, igual que lo consumió a él, y al zampárselo a bocados, solo le quedó la verdad, escapándose por su garganta y saliendo al exterior, fea y maloliente, como debe de ser. Una verdad agradable es como una tostada sin mantequilla, no tiene gracia, es lo que él solía decir. Incluso entonces tenía razón. Y la razón fue la que se perdió cuando soltó todas aquellas palabras inconexas que al principio ignoré y más tarde traté de juntar.
“Cabaña, cadenas, mazorcas, gritos, llantos, placer.”
>Había perdido el juicio, sentado en la cama intentando alimentar a sus restos que todavía latían, tomé aquellas palabras como capítulos del libro de su demencia. Luego cambiaron.
“Cabaña, gritos, mazorcas, muerte, placer.”
>Muerte. Y esa sí me alteró. Así que saqué a todas esas palabras a bailar con la esperanza de que se conocieran, de que se juntaran, que por fin acabaran atraídas unas hacia otras hasta que no tuvieran más remedio que mezclarse y formar una pasta consistente.
“En la cabaña, allí muerte, allí placer.”
>Me miró, un momento de lucidez, el anciano me miró y pronunció aquella frase que iba cobrando sentido por momentos. No para mí, sí para él. Oh sí, desde luego que lo tenía para él. De algún modo el árbol de la bondad, estaba algo podrido por dentro.
“En la cabaña allí estaba.”
>Había una vez una cabaña junto a un lago. No conocía aquel lugar y, ya solo en la casa junto a aquel que esperaba a la muerte rebusqué en los cajones de su despacho hasta toparme con uno cerrado. La cerradura era pequeña muy pequeña, me arrodillé e intenté que mi ojo perforara en su interior, resulta tan atrayente mirar a través del ojo de una cerradura, pero no logré ver nada, solo un misterio que me había atrapado con facilidad, la zanahoria estaba dentro de aquel cajón, eso creía, en cuanto al cuchillo para llegar hasta ella, esa era otra cuestión.
“Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi ombligo.”
>En aquel despacho y junto a la vieja máquina de escribir había un cenicero con la forma de un esqueleto sentado sobre un sofá rojizo. Una pequeña llave se presentó ante mis mismas narices. La cogí relamiéndome y dispuesto a darme un festín de satisfacción.
“Algo en mi se despierta, es algo oscuro, es una pequeña araña surgiendo de mis fosas nasales, mi cerebro ha roto aguas, y ha parido un insecto, sin embargo no se desinfla y amenaza con dar a luz más, y más, y más....”
>En el interior del cajón había un sobre, y en su interior la foto de una cabaña, una dirección y unas llaves. Las llaves eran grandes y doradas, parecían decir "estamos aquí para ti, aguardamos grandes tesoros, y grandes placeres”. No sé por qué pero pensé en placer, esa palabra viscosa que todos queremos atrapar y devorar. Placer, suena lascivo, suena prohibido, suena.... apetitoso.
“Dos arañas han surgido de mi interior, forman una tela de araña sobre mi barriga y se balancean riendo a carcajadas.”
>Era medianoche cuando le enseñé la foto de la cabaña al anciano moribundo, y algo en su mirada se iluminó. Y esa mirada fue hasta mí, me penetró y lo hizo sin permiso, fue una violación en toda regla, jamás había sentido miedo de mi Abuelo, él era, bajo cualquier concepto incapaz de provocar ese sentimiento, sin embargo allí estaba esa mirada, la mirada del diablo, y el diablo alzó su mano y me invitó a chocarla.
“Me veo andando sobre una cuerda floja, estoy a medio camino y entonces surge el deseo de dejarme caer. Mis ojos pierden el color de la consciencia y me abandono. Un sentimiento de libertad me invade por completo.”
>La muerte le atrapó por fin y aquel envase de vísceras podridas acabo enterrado bajo un montón de tierra. Los gusanos sacaron el mantel, pusieron servilletas y cubiertos, dispuestos a dar cuenta de él. De pie junto a su tumba me pregunté si una de sus manos surgiría reclamando un último momento de vida. Aún no es mi hora. Te equivocas anciano, tu reloj se ha parado y ahora, ahora solo quedan los secretos. Secretos que yo estaba dispuesto a desvelar. En el interior de mi puño la llave dorada temblaba como si tuviera vida propia.
“El jinete ensilla el caballo, los ojos del animal se encienden como si fueran los faros de un coche, lo son, el hombre lo monta y de los ojos de su montura salen despedidas grandes chorros de fuego. Arranca y se pone en marcha.”
>No tardé mucho en ponerme en camino, la dirección de la cabaña se había quedado grabada en mi mente, solo tuve que buscarla en un mapa de carreteras, era como buscar la palabra exacta en una sopa de letras, pero allí estaba, esperándome. Supongo, supongo que no es necesario decir a estar alturas su ubicación, ni lo es el tiempo que tardé en llegar, vale la pena mencionar que cuando me paré a repostar en una gasolinera próxima, el viejo que la regía me miró como si me hubiera... visto antes. Vestía con un mono azul lleno de grasa, su nariz era el pomo de una puerta y sus orejas estaban caídas como la papada de un perro. Aquel viejo debía vivir en aquella gasolinera, descuidada y roída por el tiempo. “¿De paso?”, “Sí”, dije escueto. “Eso dijo el último”. No lo entendí, no inmediatamente, pero sospecho que reconoció a alguien en mí. Mi abuelo tal vez, sí, claro que sí. ¿No era obvio? Seguía su rastro, e iba devorando las miguitas de pan que él, previamente, había dejado, y todos los animales del bosque que él había conocido durante el camino me iban saludando como si se tratara del pariente de un viejo conocido. Lo era, claro.
“Al abrir la puerta, vi la capa de la muerte tirada en el suelo. Sentí la tentación de ponérmela para sentir, sí, para sentir como sería arrebatar una vida.”
>Al abrir la puerta de la vieja cabaña un olor a muerte me invadió, instintivamente me llevé las manos a la nariz. Era muy rudimentaria y disponía de lo justo y necesario para resguardarse unos días de la salvaje naturaleza, la cual había llegado al interior del lugar, la adecenté todo lo que pude, y mientras lo hacía descubrí que en el pastel había un relleno que todavía no había probado. La cabaña tenía un sótano, levanté la compuerta y bajé por sus peldaños de madera, y allí los encontré. Los encontré devorados por el tiempo. Un par de cuerpos encadenados, esqueletos de hecho, también había una mesa llena de todo tipo de instrumentos de tortura y un libro. Un diario. Otro secreto más para la cuenta del viejo. Y comencé a leerlo. Comprendí. Y de la comprensión llegué a la curiosidad. Mi abuelo era mi ídolo, un hombre comprometido, sabio y si aquel hombre hacía lo que... hacía, en un lugar como aquel, un lugar como este, yo quería saber qué sintió. Al fin y al cabo, si no lo pruebas, ¿cómo puedes saber si no te gusta?
Sonríe, está nervioso, sentado en una silla de madera mira a su invitada. La mujer se halla encadenada en la pared, no puede gritar, tiene los labios cosidos.
—Dime, querida, ¿cómo saberlo? Y eso nos lleva hasta ti, porque el resto de la historia ya la conoces, ¿no es verdad? Tu eres la primera, eso te hace especial, así que permíteme que...
Se levanta de la silla con unas tijeras que acerca a la cara de mujer, quien trata en vano de revolverse.
—Quieta —dice.
Las tijeras cortan el hilo que apresan los labios de la prisionera y pronto se despegan en un grito desesperado.
—Sí, grita. Grita cuanto puedas. Aquí nadie puede oírte.