Relato 8
Un Beso

Cuando Genevieve le bajó los pantalones, no pudo sino sorprenderse ante lo que había en su interior.

Apareció de la nada, alguien dijo que se abrió paso en un día de neblina espesa, que sacó un pequeño abrecartas del bolsillo trasero de sus pantalones, recortó una puerta y dio un paso al frente.

Sin embargo aquello no era un chico, aquello era un puñetero dios del Olimpo y Genevieve le deseó desde la primera vez que le vio en el Instituto, era guapo, era alto, era fuerte y tenía locas a todas las chicas del lugar. Sin embargo todas ellas no tenían ni una sola posibilidad frente a Genevieve, al fin y al cabo, ella era la más popular del instituto.

No hablaba mucho, pero no importaba, todo lo que hubiera que decir ya lo diría ella. Solo tenía que decir sí.

“Esta noche, mis padres no están, me gustaría que vinieras a cenar conmigo, podemos pedir unas pizzas y ver unas pelis, será divertido”

Genevieve sabía muy bien qué implicaba aquello, aquel tío no se le iba a escapar tan fácilmente y una vez que pasara esa noche con ella, sería suyo, para siempre, lo firmarían con sangre o con fluidos, lo que fuera. Qué más da, un pacto era un pacto.

Le deseó más que a nada del mundo, quería que la tocara, quería que sus labios la recorrieran y esa sensación arreciaba contra ella como una violenta ola chocando contra las rocas.

Todo eso y mucho más sentía al roce con la piel del chico nuevo. Y lo hizo en cuanto se presentó, el primer día, en el primer momento.

Eran las diez y cuarto de la mañana, estaba a punto de empezar la clase con la Sra Miniver cuando se cruzó con él en los pasillos. Llegaba tarde, pero esos ojos azules y serenos la atraparon, acercó su mano a la suya y...

“Hola me llamo Genevieve”

“Hola Genevieve, yo soy...”

Sus palabras eran terciopelo recorriendo su rostro.

“¡Encantada!”

Sonó tan... desesperada, ese pequeño gritito de ilusión hizo que una pequeña bolita de vergüenza cayera desde las comisuras de sus labios. Pero no importó, nada importó, porque en cuanto tocó su mano. En cuanto él tocó su mano, sintió... la palabra era placer. Quiso llevárselo a la cama en ese mismo momento. Su sexo tembló ansioso y una agradable ola de calor la invadió por completo.

Joder, los soldados habían desembarcado y estaban dispuestos a invadir la playa. Y por Cristo que Genevieve quería que aquel tipo tomara su playa desesperadamente.

El reloj cucú del salón salió y cantó con alegría la bienvenida a la medianoche, las cajas con restos de pizzas invadían la mesa del salón y Genevieve y su desconocido amigo iban por la segunda película cuando decidió que era hora de atacar. Se acercó hasta él y le beso en los labios, tomó un desvió hasta el cuello y decidió coger la autopista hasta el cinturón del chico.

Le bajó los pantalones y lo que encontró en su interior no fue exactamente lo que ella se esperaba. Aquel chico no tenía pene, allí no había polla alguna, el pito no asomaba o por dios que se había encogido tanto que era como si se hubiera desvanecido en la chistera de un mago. Un jodido mago eunuco. Genevieve abrió los ojos tanto como pudo, separó las piernas del chico y como si se tratara de una cazatesoros buscó y rebuscó en busca de un miembro que parecía no existir y que de hecho, no existía. No había pene, ¿acaso su dios del Olimpo era… una mujer? Claro que, sí vale, la polla no estaba, pero caguen la puta, resulta que tampoco había vagina, ¡Jesús! ¡no había agujero alguno!, era como un triángulo de carne cerrado, sin principio ni fin, sellado para la desgracia del propietario.

Genevieve subió la cabeza y miró a su... ¿pero quién era?, ¿qué era? Y eso fue lo que soltó sin el más mínimo tacto. “Pero qué eres tú. Di algo.”

Jamás había visto una sonrisa como la de aquel ¿chico?, era caramelo de limón con doble de azúcar, era candor, era una gota de lluvia resbalando por la mejilla en un día caluroso, tal y como sus ojos eran un oasis en medio de un desierto. La sonrisa, preciosa y resplandeciente se expandió más y más, hasta que sus labios fueron puentes comunicantes entre orejas, unas orejas extrañamente desdibujadas, lisas en su contenido.

“Un beso”, eso dijo. Y Genevieve, congelada de miedo continuó agachada a la altura de donde se suponía que debía estar el sexo de aquel ser.

La cogió de los hombros, la levantó –con aquellos brazos fuertes y poderosos- y la acercó hasta sus labios, finos y estirados hasta límites sobrehumanos.

Genevieve supo que quería besarla. Fuera lo que fuese aquello, era imposible no sentir deseos por una chica tan bella como ella, por muy cosa surgida del infierno que fuera. Porque eso debía ser, al fin estaba claro, era una especie de demonio, el cual, había subido las escaleras del tártaro a hurtadillas para darse un garbeo por el mundo de los humanos. Genevieve pensó que, mirándolo con perspectiva, al menos aquel demonio maricón no podría violarla, no la penetraría con su cola en forma de tridente, porque no había tal. Solo quería un beso, un beso y la dejaría en paz. Volvería a su olla a presión a darse un baño y compartiría su experiencia con otros demonios del barrio, puede que incluso lo escribiera en su diario.

“Anoche besé a una humana, y era la humana más bella de la tierra”

Por supuesto Genevieve también daría parte en su propio diario –está bajo llave, escondido bajo el colchón de la cama, tiene un corazón rosa dibujado en la primera página y en la última hay escrito un Continuará. En la página 14 está descrito su primer beso, en la cuarenta como una vez, en el lavabo de los chicos se la chupó a Billy Martin a cambio de un par de entradas para el concierto de los... pero eso es otra historia-.

“Muy bien, un beso”, concedió Genevieve, cerró los ojos y juntó los labios.

El ser se la acercó hasta que sus labios casi se rozaron luego dijo algo más.

“Carne”, dijo, y Genevieve abrió los ojos y vio aquella boca abierta que había dejado paso a varias hileras de colmillos surgiendo como cuchillos de sus pequeñas fundas.

“¡Carne”, repitió aquel ser. Arrancó los labios de Genevieve de un mordisco dejando a la vista los perlados y perfectos dientes de la chica entre mechones de carne suelta. Intentó gritar, hasta que le mordió de nuevo, cerrando sus mandíbulas sobre su nariz, la cual estiró y engulló de un solo bocado. La lengua de la chica colgaba entre los dientes, era un pedazo de trapo palpitante que el visitante procedió a comer en un largo y apasionado bocado, hasta que solo quedó la mirada de terror de Genevieve. Y la dejó caer al suelo como una muñeca sin vida.

El ser observó a la chica arrastrarse por el suelo en medio de burbujitas de sangre que surgían por los diversos agujeros de su rostro. La vio avanzar un par de metros arrastrando la cabeza por el suelo como si se tratara de un miembro inútil hasta que por fin dejó de moverse. Satisfecho con la cena, salió de la casa, se internó en la noche y se desprendió de toda su ropa. De su espalda brotaron pequeñas plumas que lentamente dieron paso a lo que parecían un pequeño par de alitas que crecieron hasta ser dos esplendorosas y poderosas alas blancas surgidas de los omóplatos de aquel ser. Las alas batieron con fuerza y el ángel se elevó hasta internarse en el cielo.