Relato 4
Armario
A veces los armarios guardan personas, entre la ropa, rozando las perchas, mezclando sus lágrimas con la sonrisa de una camiseta de Mickey Mouse, vertiendo su sangre junto a esos pantalones que solo te pones en ocasiones especiales.
En ocasiones esas personas tiemblan, tiemblan tanto que apenas pueden contenerse la orina en sus vejigas. Tiemblan porque temen, y temen lo que hay fuera del armario. En el exterior.
En ese exterior hay una habitación decorada con pequeñas figuras de hadas. El hada que recoge una manzana del suelo, el hada con una varita mágica que parece agitar, y también el hada que deja ver su hombro desnudo, coqueteando. En la habitación predomina el color lila, es un color que le gusta mucho a Penélope, o al menos le gustaba. Lilas son sus lápices, lilas sus bolis, lilas son el color de sus gafas, esas de pasta que siempre evita ponerse. Esas que hoy se había puesto, y que se ven empañadas por pequeñas gotas rojizas.
En el interior del armario, a través de una pequeña fina línea de luz, puede ver el cuerpo de Penélope, tirado en el suelo, cubierto de sangre, no ve sus ojos, no alcanza a verlos, pero los imagina abiertos, aterrados, muertos. Ve al hombre arrodillado junto a Penélope, tiene la mirada alzada en el aire, como si estuviera rezando.
Se tapa la boca cuando ve al hombre desvestir a su hermana mayor. Lo hace con delicadeza, como si se tratara de una muñeca, poco a poco. Y una vez acaba la mira, y lo hace con curiosidad, no parece que un motivo sexual lo arrastre, solo curiosidad, la curiosidad de un animal al ver una especie distinta a la suya.
El hombre clava el cuchillo en el pecho de la chica, corta y sierra en forma de Y. Le cuesta, no es una herramienta de cirujano, es tan solo un afilado cuchillo de cocina. Se apoya sobre el cuchillo para partir las costillas de la chica. La sangre brota sin ningún control. Hace las costillas a un lado, coge el corazón de la chica y lo arranca de la cavidad torácica. Luego lo come.
En el armario, la vejiga le explota y el líquido caliente baja por entre sus piernas. Lo olerá. Verá el pequeño riachuelo gotear a través del armario, vendrá a por ella y la degollará, de oreja a oreja. Y le dolerá tanto… oh dios le dolerá tanto. Mamá, ¿dónde estas?. ¡Mamá!.
El hombre saca una bolsa de supermercado, en ella guarda los riñones y el hígado. Le falta la cabeza. Clava el cuchillo en la garganta y una explosión de sangre le tiñe la cara. Sonríe, se relame buscando el líquido. Baja hasta la garganta y bebe de la fuente durante segundos. Se siente satisfecho. Termina de cortar la cabeza y al ver que un trozo de lengua sobresale de entre los dientes, la arranca de un mordisco, como si la besara con lascivia. Mastica el trozo de lengua y traga. Guarda la cabeza en la bolsa mientras suelta un eructo.
Se levanta y se marcha, sin más. Oye los pasos alejarse más y más, bajar las escaleras, tropezar, como si estuviera borracho, lo oye apagar las luces. Lo oye abrir la puerta de la casa, lo oye marcharse. Y luego nada más.
Pero no sale del armario, no sale, esperará a que Mamá venga, esperará a Papá abra el armario y la abrace. Mamá, Papá…. Pero Mamá no viene, nunca viene, tampoco Papá.