Relato 1
Estamos Muertos

Estamos muertos. Tom y Yo. Yacemos en penumbra bajo unas lápidas cinceladas con un martillo mil veces utilizado en manos que son callos, unas veces endurecidos, otras reventados.

Estamos muertos y no somos más que huesos revueltos en polvo y tierra, madera y sal. Estamos en lo profundo de la tierra, ubicados como cajas de zapatos, usados, mordidos, gastados y por fin tirados. Eso son nuestros cuerpos.

Tom a veces me da la mano y hace que salga de mi ataúd, no remuevo tierra, no rompo tablas de madera, ni dejo tras de mi trozos de carne, pues ya no hay restos que pueda dejar tras de mi. Pero su mano alcanza la mía y me estira a través de lo profundo, de lo interno y me saca de allí, aunque parte de mí aun no lo esté. Me saca más joven, y bella, sin rastros de podredumbre, parezco viva, aunque no lo esté, y llevó un vestido de volantes, con lunares rojos y blancos y me hace girar para verme las piernas y ver como me revuelvo con mis zapatos rojos con tacones de casi cinco centímetros. Ríe porque piensa que no soy tan baja como para usar tamaño tacón, ríe porque insinúa que no los necesito, y porque le gustaría verme descalza sobre tierra mojada.

Insiste en que baile sobre la tierra del cementerio. Insiste en que nos vayamos de vacaciones, yo le digo que me gustaría ver a Sol y a Luna y él me dice que la única Luna que necesitamos la tenemos por encima nuestro. Me dice que no debo recordar a aquella otra Luna, aquella que salió de mi vientre, una vez vivo y fértil. Aquello es parte de otra vida, de otra persona. Ahora estamos muertos, somos libres y podemos trazar una línea recta hacia cualquier sitio que no disponga de suelo, para poder resbalar sobre el aire, para poder cantar sin sonido y para poder ahuyentar a los gusanos que nos persiguen con los dientes gastados de tanto masticar nuestros huesos.

Así que Tom se ajusta la corbata, la roja, esa que tanto le gusta y se apoya sobre la lápida de la familia Benson. Que en paz descansen. Y saca una guía turística del interior de su chaqueta azul y comienza a recitar diversos destinos. A cada cual más placentero. Habla de lugares exóticos, de ostras, de manjares exquisitos, de playas sensuales, de hacer el amor hasta quedar exhaustos y también habla de mirarnos a los ojos hasta perdernos en ellos. Ir a perderse y perdernos. Estamos muertos, ¿y a quién le importa? A nosotros no. Solo importará cuando amanezca, sólo importara cuando salga el sol y desaparezca la guía de viaje, la corbata roja de Tom, su dentadura de cristal puro y su sonrisa que abanica mi mente cada vez que sube y baja como una montaña rusa sin control. Pero mientras haremos planes, y tal vez las maletas, y pondré calcetines, y algo de ropa interior y el cepillo de dientes, y algo de ropa de abrigo y un libro por si hacemos muchos kilómetros. Me apuntaré el número de mi tumba, lo anotaré en el reverso de mi cartera, por si me pasa algo, por si nos pasa algo, para que devuelvan nuestros huesos a donde pertenecen.

Tom insiste en bailar, no puedo resistirme y bailamos. Espero que partamos pronto, pues estamos muertos y no tenemos ni un minuto que perder.