Relato 13
El Baul

Al amanecer introdujo la lengua en su boca. Al anochecer fue su sexo lo que metió en el interior del cuerpo de la mujer. Ella abrió la boca en un mudo jadeo y subió las caderas pidiendo más. El la complació penetrando en su cuerpo primero lentamente, y luego con más fuerza, con más ritmo. Bailaban una danza de carne y fluidos.

Cuando todo acabó, la abrazó por la espalda, sintiendo sus sudadas nalgas contra su pene, ya mas lánguido y retraído.

Vio que ella se había quedado dormida inmediatamente, y entonces sonó el teléfono. Se resistió a cogerlo pensando que podría tratarse de un sueño, lo dejó sonar un par de veces hasta que por fin se decidió a cogerlo.

Ha muerto, le dijo la voz. El anciano ya no está con nosotros.

Sintió una extraña sensación. El anciano había tomado sus últimas bocanadas de aire mientras él hacía el amor con su mujer. Se sintió confuso, y no supo qué hacer, tan solo se quedó sentado en el borde de la cama tratando de comprender lo ocurrido.

Había una vez un baúl. Un baúl cerrado a cal y canto. Cuando el abuelo murió, entraron en la casa, inspeccionaron el piso, sintieron un negro nudo en sus gargantas y recordaron viejos tiempos en los que el abuelo siempre era el protagonista indiscutible. Rieron y bebieron una copa a su salud. Él se sentó en el sillón de su abuelo y sintió como si un chispazo de electricidad le recorriera la espalda.

Ella recorrió el largo pasillo hasta llegar al dormitorio donde dormía el abuelo. Observó la cama, como si esperara notar algo fuera de lo normal, como si de un momento a otro fuera a aparecer aquel grandullón con cara de bonachón, que disfrutaba repartiendo sonrisas y conversación por donde quiera que fuera. El abuelo era muy diferente a su nieto, pensó la mujer. Tanto como el agua del aceite.

“Que alguien me saque de aquí”

Sintió una mano helada acariciar su espalda.

Se giró esperando encontrar a alguien. Se imaginó diciendo... ¡ey bromista, me has asustado! y riendo y besando y abrazando... como una loca...

“Que alguien me saque de aquí”

Lo oyó con más fuerza.

—Javier.

Venía de....

“¡Es que nadie puede oírme!”

... debajo de la cama.

—¡Javier!

Acudió con paso rápido por el pasillo hasta llegar a la habitación del abuelo. La colcha color crema, estaba perfectamente colocada. Un enorme cuadro con un agricultor exprimiendo la tierra, colgaba sobre la cama.

Miró a su mujer con aire de interrogación.

—¿Qué pasa Alexis? ¿Estás bien?

—¿Es que no lo has oído?

—¿El qué?

No se lo digas. Pensará que estas histérica, loca, como una cabra, de manicomio, te llevará a la cocina, buscará alguna pastilla que te deje grogui y dirá que has tenido un ataque de nervios. Dirá que apreciabas mucho al abuelo y que no has podido soportar.. digerir.... Eso será lo que diga a todo el mundo.

Esbozó la mejor sonrisa que pudo dibujar en el tablero de dibujo que era su cara.

—Nada.

Eso, mantén la sonrisa. Muy bien, como una campeona. Si sigues así, te darán un óscar a la mejor actriz de reparto.

—Es solo que me trae muchos recuerdos. El era especial, ¿verdad?

Javier la abrazó y asintió con la cabeza.

—Desde luego que lo era.

“¡Sacadme de aquí!”

Pegó un respingo, fue como si le hubieran dado una buena patada en el trasero, un calambrazo en el coxis. Fue como mirar al cielo y ver un huevo podrido caer hacia ti..........hasta que se estrelló en su rostro.

No habrían más excusas. Venga Alexis, gánate los aplausos del público. Piensa algo. Haz que......

Abrió el bolso como parar rebuscar algo y entonces, torpemente, se le cayó el contenido al suelo. Un par de monedas fueron rodando por debajo de la cama del abuelo, como queriendo emprender una huida desesperada.

—¡Ah, qué torpe! —dijo Alexis con una mueca en los labios— ¿Me ayudas a recogerlas cielo?, creo que algunas han caído bajo la cama.

Javier se agacha y levanta la colcha hacia arriba. No ve nada excepto oscuridad. Mete en la mano en un vano intento de buscar las monedas a tientas.

Alexis mete la cabeza y palpa por debajo, pero ella busca otra cosa. Busca una voz... ¿procedente de su imaginación?

Entonces vio algo. Ambos lo vieron y ella desplegó una sonrisa de satisfacción.

Había un pequeño baúl, bajo la cama del anciano. Parecía de madera recubierto con tiras de metal. Fue Alexis quien lo agarró de una de las asas y fue también ella quien lo arrastró hasta sacarlo de la cama.

—¿Qué te parece? —dijo la mujer. Si lo abres, pensó, encontrarás una pequeña voz montada en una vela. Si la abres, tal vez te encuentres a ti misma. Si lo abres...

A él no pareció sorprenderle demasiado, ni siquiera pareció intrigado ante tal hallazgo, papeles viejos le dijo, fotos y recuerdos del abuelo, eso es todo lo que habrá en ese pequeño baúl. Luego la dejó para seguir buscando las monedas.

Javier se fue hasta el lado opuesto de la cama y pensó en como correrla lo suficiente para poder ver por completo lo que había debajo. Era demasiado, grande y pesada, pero si apartaba a un lado la cómoda, quizás podría.... sí... seguro que quitando la lamparita de la mesa, para que no se caiga.... joder con las moneditas...

Había una vez un baúl.

Lo tocó. Lo tocó esperando sentir algo, escuchar nuevamente aquella voz desesperada. Se preguntó si venía de aquel baúl.

Es una locura Alexis. Ha sido solo tu cabeza, pero no pierdes nada por abrirlo y ver su aburrido interior, ¿verdad? Fotos, recortes, memorias, eso es todo lo que habrá.

Tenía un pequeño candado, también de madera. Lo sopesó con las manos. Era muy ligero, quizás estuviera podrido y podría arrancarlo de un tirón. Con un par de golpes, algo contundente... y....

Imaginó una llave pequeña con forma de cruz. Imaginó que tal vez si existiera esa llave, podría estar en un lugar tan accesible, tan visible como.... el primer cajón de la mesita de noche.

Cada noche al acostarme, repaso mis recuerdos, aquellos que son parte de mí, y que guardo bajo mi cama, para que me acompañen y velen mis sueños.

—Javier, te importaría mirar si en el primer cajón de la mesita hay una... ¿llave?

El hombre paró de arrastrar la cama. Casi podía llegar hasta las dichosas monedas. La miró como quien mira a un marciano llegado del espacio izando una bandera blanca, en son de paz.

—¿Por qué? ¿Quieres abrir el baúl? Solo habrán viejos recuerdos, no creo que...además, ¿por qué iba a estar ahí la llave?

Alexis se encogió de hombros.

—Intuición femenina. Vamos, venga, déjame que satisfaga mi curiosidad.

La mujer le lanzó un dardo cuyo pasajero era una bella sonrisa, e hizo diana, hizo un pleno y vio como Javier distendía la expresión de la cara, agitaba la cabeza e iba a mirar el interior de aquel cajón.

Había una vez, una llave con forma de cruz. Tenía una pequeña inscripción en ella. El no la vio, pero ella si, en cuanto la posó en su mano, y le pagó con un beso, fijó su atención en la llave, y la vio de inmediato.

“Tempus Fugit”

—Tempus Fugit —repitió Alexis.

—¿Qué dices?

—Nada cielo.

—¡Ey Alex!., tengo tus monedas —Cantó victoria, se subió al pódium él mismo y esperó una medalla que no llegó enseguida. La que debía ponérsela estaba ocupada tratando de abrir un aburrido y viejo baúl.

Alexis introdujo la llave en el candado.

“Sí, eso es Alexis. Ahora gíralo.”

Lo giró y le vino a la cabeza el sabor de un polo de limón. Fresco, recordó su lengua pegada a él, deslizándola por el helado.

El candado se abrió y Alexis por fin pudo abrir el baúl y echar un vistazo a su contenido. Porque... había ¿algo?, ¿no es verdad?

1, 2, 3.

Cuando abrió el baúl le pareció ver el reflejo de un rostro en el fondo del baúl. Le pareció que le guiñaba un ojo.

Le pareció despertar en una habitación cuyas paredes estaban pintadas de color crema. Creyó sentirse despertar de un sueño largo y profundo y no recordó como habían llegado todos aquellos libros desperdigados por el suelo.

Estaba sola en la cama, su cabeza era de tan pesada como el acero y se la sacudió como queriendo sacar un caramelo de una máquina de chucherías. Se desnudó y dirigió al lavabo tropezando con las paredes, estaba desorientada y no acababa de reconocer la distribución de la casa, algo por completo ridículo, dado que aquella era su casa. Se duchó, y dejó que el agua le aclarara mente y memoria. Pero en realidad no había nada que aclarar, nada hasta que se miró al espejo y el color de sus ojos, y unas eternas ojeras le gritaron que algo no iba bien.

Algo no va bien chica. Hubo un fugaz estallido de dolor proveniente del interior de su cabeza. Alguien había empezado las obras del metro en su cerebro y no le había pedido ni permiso, ni había presentado los papeles con el proyecto para que ella los aprobará.... o no. Y tuvo que sentarse en el sofá para asimilarlo. Vio a una gata que, de seguro debía de conocer, acercarse a ella con disimulo. La maulló. Aquel maullido se introdujo en su cabeza pulsando el botón del dolor y aumentándolo un elevado porcentaje. Le pidió al felino que se largara con viento fresco, pero la gata subió sobre una pequeña mesa de mármol que se hallaba delante del sofá y se limitó a observarla sin decir nada. El animal notó algo distinto en aquella mujer, era ella y a la vez, parecía no serlo.

Observó que sobre la mesa de mármol había una cestita de mimbre repleta de medicamentos. En su mayoría eran calmantes, anti-inflamatorios, pastillas para la diabetes y un montón de capsulas de todo tipo de colores que no logró reconocer.

3, 2, 1.

Alguien llamó al timbre de la puerta.

Era un hombre moreno, de pelo rizado, alto y delgado, tenía una sonrisa eterna y lo primero que hizo al verla fue darle un largo beso en los labios. Traía flores y bombones, comenzó a hablarle de nimiedades. De lo mucho que le había costado aparcar, del duro día en la oficina, de los continuos atascos y del hijo de perra de su compañero que se había vuelto a poner misteriosamente enfermo y le había tocado hacer doble turno.

Le preguntó qué tal le había ido el día. Le hizo un millón de preguntas y hubo un millón de respuestas que no supo dar. Así que las evadió lo mejor que pudo, con algunas sonrisas, algún que otro beso, algún giro de cabeza y una pizca de ‘Uhmm sí, claro que sí’. Se sintió tonta y estúpida. También se sintió fuera de lugar, y no acabó de entender el porqué. Estaba claro que esa era su casa, ese era su hombre y el dolor de cabeza, claro por qué no, también era suyo. Quizás incluso marca de la casa.

Y sin embargo al mirarse al espejo del lavabo, al ir repetidas veces a observar sus ojos con disimulo, tuvo el convencimiento de aquel color de ojos no era el suyo, ni aquellas ojeras pintadas con un grueso rotulador negro.

Alguien estaba jugando con ella. Una broma es una broma, pero aquello era pasarse. Venga, corramos las cortinas, que aparezcan los invitados y que abran el champán. Todo era tan... ilógico. ¿Verdad?

Comieron una ensalada de pasta acompañada de arroz hervido, él se ocupó de lavar los platos mientras ella retiraba la mesa. Luego se sentaron en el sofá y enchufaron la tele.

En la televisión había un hombre corriendo a través de un gran parque lleno de verde, corría de noche, buscando a alguien.

Su hombre le ofrece una cerveza, que ella rechaza.

En la televisión, el hombre, que no es más que un chico, se para junto a un árbol y comienza a hablar con un hombre acostado sobre una manta de césped húmedo. Son hermanos.

Cambia de canal.

Ve un funeral. Banderas negras.

Cambia de canal.

Una policía de nombre Ana Lee lleva su quinta copa, está borracha, se tambalea por el bar. Un viejo la ayuda a salir del bar mientras la mujer canta un blues. Tiene un lápiz en la mano.

Cambia de canal.

Dos ojos llenan la pantalla. Son verde esmeralda, parecen rodar como una noria. Vienen acompañados de palabras. Me llamo Ben, dicen los ojos. Y tú, ¿cómo te llamas?

—¿Estás bien? —le pregunta el hombre mientras da un nuevo sorbo a la lata de cerveza.

El color de mis ojos no es azul.

—¿Cielo? —dice el hombre de rostro estrecho.

Este no es mi rostro.

—María, ¿estás bien?

Mi nombre no es María.

—¿María?

—Joder, ¡joder! Yo no me llamo María

El hombre se gira y le lanza una interrogación con el rostro.

—¿Estás bien?, ¿cuántos calmantes te has tomado hoy?

¿Calmantes? ¡Pero qué joder!

Me llamo Alexis, ¡Alexis!

—¿Dónde está Javier?

El hombre se levanta del sofá.

—¿Quien es Javier? ¿Es un amigo tuyo? Oye, ¿a qué viene esto?

Oh dios mío. Oh joder dios santo.

Se levanta del sofá, y vuela hasta el lavabo, hunde su rostro en el agua, una, dos y tres veces, esperando despertar, esperando limpiar el color de sus ojos. Que no destiñen, que permanecen.

Así que grita desesperada.

—¡Que alguien me saque de aquí!

Sacude la cabeza, corre por la habitación, abre los armarios del dormitorio esperando encontrar una escapatoria.

—¿¡Es que nadie puede oírme!?

Ve a su hombre descolgar el teléfono del comedor.

¡No!, ese no es su hombre, es un completo desconocido.

¡Joder, pero qué ha pasado!

Entonces piensa en el baúl. La imagen del baúl le invade, viene a su cabeza como un terremoto.

Grita desesperada una y otra vez.

—Esto no puede estar pasando, ¡que alguien me saque de aquí por dios!

Dentro de unos quince minutos alguien que dice que es su padre se presentará en la casa, intentará calmarla, le obligará a que tome más pastillas. En esos quince minutos alguien que dice ser su madre aparecerá por la puerta y le rogará que se tranquilice, y que se tumbe y que cierre los ojos. Un minuto o dos o tres. Y en unos veinte o tal vez veinticinco minutos un batallón de médicos tomarán su casa, su hogar y la inspeccionarán de arriba abajo. Todos ellos confirmarán que algo no va bien en su cabeza, una tuerca mal sujeta, un tornillo puesto aquí cuando debiera estar allá, un cable mal empalmado haciendo cortocircuito.

No.

Así que la voz ha vuelto. La vuelve a oír, está allí debajo de su cama. No le preocupa el hombre que va tras ella, que intenta sujetarla, que quiere que ‘entre en razón’.

Todo lo que tienes que hacer Alexis es....

Dímelo.

—¡Dímelo!

Hay un insecto que no para de revolotear frente a su cara, la vuelve loca, trata de apartarlo pero el insecto vuelve y le saca la lengua.

.... juntar los talones de los pies.

Y lo hace, y nada pasa. Todo forma parte de un plan para llevarla derechita hasta el límite de la locura. Nada está bien. Alguien ha juntado las piezas del puzle de forma incorrecta y no cuadra, no rima, no suena, no como debería sonar.

Entonces se zambulle debajo de la cama como una niña buscando un refugio del monstruo del armario, que la persigue para comerla, para degustarla, para masticarla lenta y dolorosamente. Pero ya lo ha hecho, ya se la ha zampado y todo aquello no es más que fruto de la digestión del monstruo del armario.

Así que si encuentras en su estómago....

.... un pequeño baúl de madera, y si junto a él, logras encontrar una pequeña llave en forma de cruz. Y si lo abres y si miras en su interior. Y si metes un pie, y luego el otro, y una oreja y luego la otra, y si caes en su interior y por un descuido alguien lo cierra y te ves atrapada en su barriguita negra con olor a añejo.... si por casualidad eso ocurriera... procura que alguien diga tu nombre, alto, bien algo, fuerte, bien fuerte.

Alexis.

—Alexis

Dilo otra vez, venga dilo por favor.

—¡Alexis!

Sí. Ese es mi nombre.

Abrió los ojos y vio a Javier arrodillado junto a ella. Vio un pequeño baúl de madera junto a ella. Todavía tenía el candado puesto.

Parecía haberse desmayado, y lo había hecho...

....antes de abrir el baúl.

Porque.... no lo había abierto... ¿o sí?