EPILOGO

Joe se sentó en el sofá crema y dorado, mirando fijamente la mesa de café. Encima había una revista de lujo envuelta en un plástico. Estaba dirigida a Pam Lucchesi. Joe la atrajo hacia sí y metió el pulgar en una esquina abriéndola suavemente hasta que quedó descubierta. Vogue Living. Revolución Rústica: Desembarcar en la costa de Irlanda. La foto de la portada era despampanante, el blanco extremo del faro en contraste con el cielo platino. Saltó las páginas de texto y hojeó deteniendo el tiempo al golpearlo el impacto de su vida anterior. Contuvo el aliento cuando finalmente apareció la finca, las dos páginas centrales de doce. La casa estaba impecable, con blancos cálidos y de estilo minimalista. Ángulos de las habitaciones desde donde nunca las había visto, velas perfectas, zapatos y batas sin usar. La cocina estaba demasiado vacía, sin salsa de chile sobre la mesa, ni botas en la entrada, sin Anna. Hasta que levantó la mano. Abajo estaba la más delgada de las sombras, tendida torcida y con piernas largas sobre la hierba de fuera, del otro lado de la puerta corrediza. En general ella rehusaba a que la fotografiaran para una nota, pero allí estaba captada para siempre en una toma, en penumbra. Joe se apretó los ojos, pero no había lágrimas. Todo lo que sentía lo tenía oprimido en el pecho. La última foto de la nota era el faro tal como había quedado: trágico, deslucido e intacto. Ésa era la fotografía que él seguía mirando una hora más tarde cuando entró Giulio.

—¿Cómo está ella? —le preguntó.

Joe parpadeó:

—Hace tiempo que no hablamos. Supongo que está yendo bien.

—Sabes que puedes ir allí cuando quieras y yo cuidaré de las cosas aquí.

—Acabo de regresar al trabajo. No van a permitir que me vaya.

—Creo que dadas las circunstancias…

—Mira, ¿honestamente? No creo que ella esté preparada para verme todavía —dijo Joe—. Yo soy el responsable de lo golpeadas que están nuestras vidas. Y ahora yo ando de nuevo atrapando delincuentes… ah, sí, menos uno muy importante. ¿Tú crees que eso hará que ella vuelva corriendo? ¿Crees que eso será lo que la haga sentirse segura?

—Se recuperará. Tu trabajo es parte de lo que eres… y lo haces bien.

Joe levantó las cejas.

—Si lo hiciera tan bien, Duke Rawlins jamás hubiera salido de Irlanda. Pero no, él goza de más libertad que nosotros, por el amor de Dios.

—¿Hay alguna esperanza de rastrearlo?

—Eso depende de lo que entiendas por esperanza. Recibo toda la maldita actualización de la investigación, con la esperanza de que sea la indicada, pero… —Se encogió de hombros—. Y yo también estoy haciendo lo que puedo. Pero no lo sé. Él es inteligente. Ha logrado escapar de sus mierdas la mitad de su vida. ¿Quién garantiza que no vaya a seguir del mismo modo la otra mitad?

—Las autoridades lo encontrarán.

Joe lo miró fijamente.

—Yo no quiero que las autoridades lo encuentren.

El silencio se prolongó entre ambos.

Joe inspiró profundamente.

—Creo que por ahora Anna necesita quedarse con sus padres.

—Tal vez —coincidió Giulio—. Por ahora.

—Sencillamente no sé cómo ayudarla. Si llora en medio de la noche, yo no puedo decirle que solo fue una pesadilla que no es real y que no volverá a suceder. ¿De qué diablos sirve eso? —Respiró lentamente—. Y después están los reproches, que sé que en este momento ella no puede evitar. Él dijo que la mataría a ella y a Shaun. No a mí, y ella lo sabe. Él deseaba un mundo de dolor para mí, pero no quería verme muerto. No, yo tenía que vivir con todo eso, igual que él con la mierda de vida que haya tenido.

Hizo una pausa.

—¿Y sabes qué? Yo tengo mis propias pesadillas.

—El tiempo se encargará de todo.

—Anna ni siquiera tiene cuarenta y ya duda en mostrar señales de vida. Está sufriendo, tiene cicatrices que no soporta mirar. Llama todo el tiempo queriendo saber en dónde está Shaun, con quién está, qué está haciendo. No voy a contarle que ha andado bebiendo y saliendo hasta tarde. Tú lo has visto. Has visto lo difícil que es detenerlo. ¿Qué hago? ¿Me arriesgo a pensar que saldrá del otro lado en mejor estado? No sé qué diablos estoy haciendo aquí. Cuando Shaun habla con ella por teléfono se muestra muy paciente. Ellos tienen este lazo extraño. Y yo solo soy un espectador. Es como si me temieran.

Mientras Giulio estiraba el brazo y apoyaba una mano sobre el hombro de Joe, él vio la revista, la tomó y la acercó.

—Su trabajo es impresionante.

Joe asintió con la cabeza.

—Mira, escucha esto. —Tomó la revista y leyó en voz alta la letra pequeña que aparecía al final de la página—: «Anna Lucchesi está de vacaciones. Para obtener más detalles sobre esta nota, por favor póngase en contacto con Chloe Da Silva.».

Joe se rió.

—¿Vacaciones? Dios santo. Ojalá.

Se apoyó atrás y miró por la ventana hacia donde estaba Shaun sentado en un banco bajo de madera con su chaquetón holgado. Estaba inclinado hacia delante, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y el teléfono móvil pegado al oído. La respiración humedecía el aire frío.

Cerró el teléfono de golpe y fue corriendo hasta la ventana. Estaba sonriendo, luego articulaba algo que Joe no alcanzó a descifrar. Le hizo un gesto indicándole que abriera el pestillo.

—Era mamá —le dijo—. Esta noche deja París. Está viniendo a casa, papá.

Fin