CAPÍTULO 20

Sherman, centro-norte de Texas, 1987

—Uno de estos días, alguien va a partirte en dos, Alexis —dijo Diner Dave, al tiempo que le agarraba la muñeca huesuda y la dejaba caer de nuevo sobre el mostrador.

—Estar delgado está de moda, ¿no lo has oído? —se excusó Alexis, al tiempo que empujaba los brazaletes de plástico hasta los codos y volvía a dejarlos caer deslizándose.

De pronto Dave se estiró y le aferró ambas manos.

—Cuídate ahí afuera, cariño. Te lo digo en serio —le advirtió.

—Guau, Dave, me lo dices todo el tiempo —comentó ella afeitándolo también. Luego se detuvo—: Pareces muy triste.

—Es que veo cómo vienes a veces —le insistió.

—Yo sé lo que hago, pero gracias por preocuparte —le respondió ella—. Ahora dame una cesta de pollo grasiento con patatas fritas.

Cuando terminó de comer, se bajó de la banqueta de cuero colorada, dejando dos manchones de sudor de las nalgas desnudas bajo la corta falda de satén. Salió meneándose por la puerta.

—¡Adiós, Diner Dave! —lo saludó al tiempo que abrió la pesada puerta vaivén—. Hasta la vista —dijo con voz de superhéroe que quedó ahogada en el ruido de la carne que chirriaba sobre la parrilla frente a Dave.

Ella fue hasta la esquina, luego cruzó la calle hasta un descuidado edificio de piedra rojiza. Si hubiera tardado un segundo más en subir las escaleras hasta su apartamento, el teléfono hubiera dejado de sonar y la persona que llamaba hubiera seguido con la cuarta tarjeta profesional que había encontrado en la cabina telefónica. Pero ella llegó, y jadeó en el auricular al llevárselo a la boca.

—Suena como que ya estamos lejos de tener un buen comienzo —comentó Donnie.

Alexis rió.

—Soy una chica ocupada —respondió, cambiando el tono de voz al que usaba para trabajar—. Soy yo sola.

—¿Quieres contármelo? —le preguntó él.

—¿Por qué no vienes a verlo tú mismo? —lo invitó.

—Aquí tu tarjeta dice que eres rubia, pesas cincuenta kilos. No voy a llegar y encontrarme con una mamá gigante con bigotes, ¿verdad?

—No, señor —respondió Alexis—. Te encontrarás con el coño más dulce que jamás…

—¿A la hora del almuerzo, está bien? —le preguntó él.

—Bueno, a esa hora es cuando realmente me pongo en marcha —respondió Alexis.

Donnie colgó el teléfono y corrió a la camioneta donde Duke lo estaba esperando.

Cuando todo terminó, Alexis se sentó al borde de la cama.

—Pareces triste, cariño —comentó Donnie—. Es porque…

—Me encanta lo que hago —confesó ella—. Hago feliz a la gente. Los hombres me buscan porque quieren ser felices. Yo les ofrezco eso, se van caminando en las nubes. —Se detuvo—. Me miras como si no lo entendieras.

—Lo entiendo —aclaró Donnie.

—Eres un chico dulce —le dijo ella.

—Déjame llevarte a dar un paseo.

—¿Adónde? —preguntó Alexis.

—¿Fuiste a tu baile de graduación? —le preguntó él.

—¿Cómo? —preguntó ella—. No, no fui. Cuando se celebró el baile hacía tiempo que yo había dejado la escuela.

—Bueno, ¿por qué no sales conmigo en una pequeña cita de graduación? —la invitó Donnie.

Ella buscó el peligro en los ojos de él pero solo vio honestidad.

—¿Por la tarde? Qué diablos —aceptó—. Nunca es demasiado tarde.

Una hora después, Alexis se encontraba desnuda de la cintura para arriba, con las faldas levantadas por la brisa.

—¿Cuál es tu verdadero nombre? —preguntó Duke a voces, al tiempo que la cogía de los cabellos y la sacudía. Ella gritó.

—He preguntado que Cuál-Es-Tu-Verdadero-Nombre. —La tiró hacia atrás y ella giró el cuerpo para aliviar el peso de la cabellera. Él volvió a sacudirla.

—Janet —le respondió.

—¿Janet qué? —gritó él.

—Janet Bell —respondió ella, lloriqueando.

—Bueno, entonces adiós Janet Bell… —Se detuvo—. En realidad es ¡adiós Janet Bell, hola nadie! Es adiós Janet Bell y adiós Alexis, la pequeña ramera vagabunda con ese estúpido nombre. ¡Es adiós a todas las tú!

Le soltó la cabellera y luego le dio la vuelta y le pegó una patada que la tumbó en la tierra dura. Ella estaba demasiado débil para moverse, la cabeza le colgaba lánguidamente.

—Corre, pequeña, corre —le dijo Duke.

Alexis lo miró confundida y luego gritó al ver que Donnie sacaba lentamente un cuchillo de una vaina de cuero que tenía en el cinturón. Ella se levantó del piso tambaleándose, invadida por una energía desesperada y corrió lejos de ellos en un torpe zigzag. Duke esperó a que la distancia se abriera hasta un punto que le resultaba desafiante.

—Vamos, Donnie, vamos —gritó.

Donnie salió velozmente con las piernas delgadas y fuertes que lo llevaban hacia ella sin esfuerzo. Alexis miró para atrás, respirando aterrorizada en un acto reflejo que la hizo ver estrellas plateadas bailando frente a sus ojos. Las ramas que había en el suelo detrás de ella crujieron más fuertes. Las piernas se le aflojaron en movimientos discordantes y ella se sintió desmoronarse. Por un instante, todo quedó en silencio cuando Donnie Riggs se le abalanzó aplastándole la cara contra el piso, y luego rápidamente —una, dos veces— la acuchilló en cada riñón. Su grito fue tragado por la tierra mientras Donnie se apartaba y Duke atacó desde atrás y se le echó encima apretándole las heridas con los dedos. Se los clavó como si fueran garras en la parte delantera de su pequeña estructura.

—¡Sácalo! —gritaba ella entre dientes apretados—. Que pare. —Miraba a Donnie. Él se quedó en silencio apartando la mirada.

—Oh, sí, lo haré —afirmó Duke sacando los dedos. Cogió el cuchillo que tenía Donnie, y luego lo deslizó en un primer corte por debajo de las costillas, sacando la hoja lentamente, sintiendo la presión de todo su peso que empujaba profundamente en la carne de ella.

Cuando terminó, se puso de pie, se fue caminando hacia la camioneta, sacó dos palas de debajo de la lona y le arrojó una a Donnie. Regresó hasta donde yacía Alexis, en la tierra boca abajo. Le pateó las costillas ensangrentadas y sonrió. Fue caminando hasta un árbol que había cerca y golpeó con la pala en la tierra firme.

—¡Maldición! Donnie, ven aquí.

Cavaron hasta que el sudor les empapó las camisas y una fosa poco profunda se abrió ante ellos. Duke agarró a Alexis de las muñecas y la deslizó por la tierra hasta el pozo, los cascotes saltaban a su alrededor. La cubrieron con tierra, luego ramas y hojas. Donnie se sentó en la camioneta. Duke se puso solemnemente encima de la tumba y juntó las manos.

—Adiós, Alexis —saludó, y se alejó sonriendo, canturreando el tema de Dynastia que estaba sintonizado en la radio: Buenas noches, J. R. Buenas noches, Mary Ellen… ¿No es así?.

Donnie estaba sentado en el bar de Amazon, con las manos alrededor de la quinta botella de Bush.

—Mírate los ojos, muchacho, todos desorbitados —le dijo Jake, el cantinero.

—¿Cómo puedo mirarme a mis propios ojos? —respondió Donnie.

—Qué pena que tu padre no te diera una zurra en esa boca tan rápida que tienes —continuó Jake, meneando la cabeza.

—De todos modos no hay nada de malo con mis ojos —aclaró Donnie, haciendo un gesto con la cabeza hacia las muchachas que se contoneaban arriba y abajo alrededor de una barra que había sobre la plataforma baja frente a ellos.

Una de las bailarinas atravesó la pista a grandes zancadas, con los ojos encendidos.

—¿Quieres subir el maldito escenario, Jake? —le pidió acuchillando el aire con un dedo puntiagudo—. No puedo trabajar con esos camioneros manoseándome toda la noche. Solo estoy a unos siete centímetros más arriba que ellos. ¿Cómo diablos voy a evitar sus manoseos?

—A mí no me molestaría manosear esas tetas que tienes —comentó Donnie, sentado en la banqueta. El pie le erró a la barra de metal y él se tambaleó hacia atrás y se agarró de ella para mantener el equilibrio. La muchacha le quitó la mano bruscamente.

—Vete al infierno, Donnie Riggs, como dije antes. —Ella se volvió hacia Jake—. Siempre hay tres cosas para decirle a Donnie: «Vete» «al» «infierno».

Jake lanzó una carcajada.

—¿Son reales? —preguntó Donnie señalándole los pechos.

—Cuando estoy desnuda —provocó ella lentamente—, y me miro al espejo y las toco, son muy pero que muy reales. Suaves, como deben ser. Cien por cien norteamericanas. Pero para ti, cariño, jamás serán reales, solo lo serán en tus malditos sueños. —Ella tamborileó las uñas en la barra para atraer la atención de Jake.

—No puedes ponerle dura la polla a un hombre de ese modo y luego dejarlo colgado —dijo Donnie levantando las manos.

Jake lo ignoró y habló con la muchacha.

—El escenario se queda como está, cariño. Quizá tengas que fijarte tú a ver si te pones unos tacones más altos.

Ella le lanzó una mirada y se alejó.

—Estás caliente conmigo —le gritó Donnie cuando ella se iba.

Sin girar la cabeza y con la gracia de una bailarina, ella levantó el codo en el aire, seguido del dedo medio.

—Cielos, hasta hace que ese gesto se vea sensual —se lamentó Donnie.

Jake comenzó a cantar:

A los diecisiete supe la verdad…

Donnie le arrojó un posavasos:

—Ya tengo casi dieciocho —le aclaró.

—¿Y entonces qué harás, muchacho? —rió Jake—. ¿Botar en el culo de ella?

La puerta del bar se abrió y Duke entró y se sentó junto a Donnie.

—Dos Bushes, Jake —pidió.

—Eh, Duke —empezó Donnie—. Aquí Jake me está haciendo pasar un mal rato.

—No es de extrañar.

—Necesito hablar contigo —le dijo Duke.

—¿De qué? —respondió Donnie.

—De cosas —aclaró Duke—. Bébete eso y larguémonos. —Lanzó una mirada a las bailarinas y vio a alguien saludando. Entornó los ojos bajo la luz y se dio cuenta de que era una de las viejas amigas de su madre. Apoyó la botella con fuerza y se marchó.

Duke condujo por la carretera hasta la casa de Donnie.

—¿Recuerdas lo que estuve diciendo antes? —le preguntó—. ¿Donnie? ¿Donnie? —dijo sacudiéndolo—. ¿Estás despierto?

—Déjame dormir —balbuceó Donnie.

Duke le dio un puñetazo en la cara.

Donnie pegó un salto.

—Cielos, ¿por qué diablos has hecho eso? —le preguntó; su furia solo se calmó con la mirada amenazante de Duke.

—Te estaba hablando —le dijo Duke con un gruñido.

—Está bien, está bien. ¿Qué pasa? —preguntó Donnie.

—Creo que eso fue muy fácil. Nuestro plan… Ya sabes. Ella fue como una cómplice voluntaria, una muchacha de esas.

—A mí no me pareció demasiado voluntaria —confesó Donnie.

—¿No crees que fue bastante voluntaria en su apartamento al ver que había cincuenta dólares esperándola del otro lado? —dijo Duke bruscamente—. ¿Crees que una muchacha así sea voluntaria? Déjame aclararte que ella hubiera hecho peores cosas de las que le hicimos nosotros por ganar un poco de dinero, querido Donnie. Nada se interpone entre una puta y su dinero. Y las drogas. Nada. Tú la hiciste salir, ¿verdad? ¿Y te costó? ¿O ella simplemente salió con un absoluto desconocido que acababa de dejarle cincuenta dólares sobre la mesa de noche?

—Sí, bueno… —respondió Donnie.

—Deja de lamentarte.