CAPÍTULO 4
Stinger’s Creek, centro-norte de Texas, 1979
Trozos de óxido volaban desde la camioneta blanca destartalada mientras se bamboleaba por la sinuosa carretera en las afueras de Stinger’s Creek. Era pasada la medianoche y Wanda Rawlins iba hundida y desorientada contra la puerta del acompañante, con las piernas flacas separadas debajo del tablero. Tenía el rostro pálido y unos mechones húmedos de pelo rubio casi blanco con las raíces oscuras le caían sobre las mejillas. Duke parpadeó y abrió los ojos. El empalagoso olor a pino del ambientador le llenó las fosas nasales. Él alzó la vista para mirar a su madre, intentando agarrarle el brazo con flojedad. Alcanzó a ver destellos de luz que le atravesaban el rostro y unos charcos de máscara de pestañas debajo de los ojos. Ella estaba mirando por la ventanilla. Él intentó hablar, pero tenía la garganta seca y áspera de haber gritado. El único color que tenía en el rostro era el moretón rojo que brillaba en medio de la frente. Sentía lentos latidos en la cabeza y una sensación de frío hormigueo que le recorría en ondas desde el brazo hasta la punta de los dedos. Punzadas de dolor se le clavaban por abajo y lentamente colocó su pequeña estructura de lado, los pantalones cortos azul marino le quedaron torcidos. Se desmayó por el esfuerzo.
—Creo que se movió, creo que se movió —gritó Wanda—. Vamos, bebé, vamos, bebé, vuelve a mí. —Comenzó a sollozar ella. Le aferró la cabeza contra su vientre, derramando lágrimas sobre su rostro. No obtuvo respuesta.
—¿Qué le está sucediendo? ¿Qué es lo que le está sucediendo? —gritó sacudiendo el hombro de Duke, demasiado drogada para notar cualquier diferencia.
—Calma, Wanda —dijo el conductor—, cálmate, diablos, o no lograremos llevarlo más lejos que al final de la carretera.
Wanda se quedó en silencio el resto del trayecto, acunando bruscamente a Duke, que balanceaba las piernas desnudas por el borde del asiento.
Al cabo de diez minutos, se detuvieron en un estacionamiento haciendo chirriar los neumáticos. Wanda abrió la puerta de un empujón y sacó arrastrando a Duke, con el cuerpo flácido entre sus brazos. Ella atravesó tambaleándose las puertas dobles que tenía adelante y entró a un pasillo muy iluminado. Duke volvió a abrir los ojos, fugazmente. Hospital, pensó.
—¿Qué diablos te piensas trayéndolo a casa, perra boba? —siseó Héctor Batista, cerrando de un tirón las puertas de la sala detrás de sí. Su acento era cerrado—. Te dije que lo trajeras por detrás. ¿Quién crees que eres? —Miró el vómito que había en la camiseta de Duke, meneó la cabeza y cogió a Wanda del codo guiándola a empujones de nuevo hasta la puerta por donde había entrado. Con un gesto Héctor le indicó al conductor de la camioneta que los siguiera.
Una luz fluorescente penetró la oscuridad del cuarto mugriento, balanceándose sobre una mesa baja de metal que había en el centro. Wanda depositó a Duke allí y comenzó a sollozar de nuevo, extendiéndose sobre el cuerpo de su hijo. Héctor la apartó y se acercó para levantarle los párpados al niño y alumbrarlo con el encendedor.
—Las pupilas están bien. ¿Qué le ha sucedido?
Nadie respondió.
—Por teléfono dijiste que se golpeó la cabeza. ¿Es eso lo único que tengo que examinar? —preguntó Héctor.
—Sí —respondió el conductor.
Héctor escurrió agua fría de un paño mugriento que había en un lavabo y regresó para colocarlo en la frente de Duke. Él abrió los ojos.
—¿Recuerdas lo que sucedió? —preguntó Héctor.
Duke trató de menear la cabeza.
—¿Sabes qué día es? —preguntó Héctor.
—Viernes —susurró Duke.
—Dime quién es el presidente.
—Él no lo… —empezó a decir Wanda.
—Jimmy Cárter —respondió Duke, orgulloso.
—Se encuentra bien —dijo Héctor—. Una contusión leve. Despiértalo algunas veces durante la noche, asegúrate de que no empeore y evita que ande saltando durante algunas semanas. Debe descansar.
Duke movió la cabeza lentamente para mirar a su madre. Detrás de ella apareció el conductor de la camioneta. Duke agrandó de pronto los ojos con temor y abrió la boca para gritar. La mano de Héctor actuó rápidamente al cerrar los labios agrietados del niño. Duke se retorcía bajo la presión, mirando rápidamente para todos lados. No podía respirar.
—Si te calmas, te suelto —dijo Héctor, con el rostro a cinco centímetros del suyo. Sujetó la mano con fuerza hasta que Duke se hubo calmado, la energía se agotó en su cuerpo tembloroso.
Héctor miró de reojo al conductor.
—Los niños pequeños hacen mucho ruido —le dijo.
—No hablo el español —respondió el conductor.
Héctor se le acercó y le susurró la misma frase en inglés. Rió.
Duke se había enroscado de costado hasta quedar hecho un ovillo y empezó a llorar. Sintió la mano del conductor en la parte baja de la espalda.
—No más bua-bua, Duke. No más bua-bua.
Duke se estremeció. Lo único que recordaba era a Bua-bua entrando a su cuarto. Lo que no pudo recordar fue el peso del hombre cayéndole encima, empujando cada vez más fuerte, golpeando la frente contra la pared una y otra vez, hasta que se derrumbó y cayó boca abajo e inmóvil en su cama.
Wanda Rawlins escuchó un leve golpe en la puerta mosquitera y la abrió con cuidado. El humo formaba una nube a su alrededor. Ella sacudió la mano.
—Buenos días, señora Rawlins —dijo Donnie—, ¿está Duke?
—Duke tuvo un accidente ayer, está descansando.
—¿Qué le ha pasado?
—Nada serio. Se golpeó la cabeza —sonrió ella—. Vosotros niños sí que sabéis damos enormes sustos a las madres.
—¿Puedo verlo? —preguntó Donnie.
—Solo un momento —dijo Wanda, apartándose para dejarlo entrar.
Donnie entró en la cocina y lo recibió un olor que se le quedó atascado en la garganta. El horno estaba bien abierto y encima de la puerta había una bandeja apoyada en forma diagonal. Unos círculos negros resquebrajados humeaban en la superficie. Otros se habían caído al piso.
—La bandeja estaba caliente —rió Wanda—. Y no llegué a tiempo.
—Bueno, estoy seguro de que saben bien —dijo Donnie.
Wanda lanzó una carcajada fuerte:
—Y yo soy Julia Child[7].
Duke yacía de costado, cubierto con la sábana. Tenía el rostro pálido y se le habían juntado unas gotas de sudor en la frente.
—Eh —dijo Donnie—. ¿Cómo estás?
Duke trató de hablar pero tenía los labios pegados. Se los limpió.
—Estoy bien —respondió—. Me duele la garganta.
—¿Y eso por qué? —preguntó Donnie—. Pensé que te habías golpeado la cabeza.
—Pero me duele —dijo Duke.
—¿Te caíste de un árbol?
Duke vaciló. Abrió la boca, luego la cerró enseguida.
—Sí. Qué idiota.
Wanda deslizó el pulgar por debajo de la nariz y se levantó de la silla de la cocina mientras volvía a calzarse la zapatilla. Recogió la bandeja y se fue hasta la puerta del cuarto de Duke.
—Mira lo que he preparado para ti, cariño —rió abriendo los ojos—. Para alegrar a mi pequeño soldado. —Duke levantó la cabeza para mirarla. Parecía loca—. No me han salido muy bien —explicó, mirando las galletas—. Mamá lo ha estropeado —volvió a reír.
—Estoy hablando con Donnie —dijo Duke.
—¿Ni siquiera vas a agradecérselo a mamá? —preguntó ella haciendo pucheros.
—Gracias, mamá —dijo con voz monótona.
—Ah —respondió ella al tiempo que se acercaba a la cama. Depositó la bandeja colgando a un costado, dejando caer unas galletas al suelo. Se inclinó para mirarlos y recoger algunas—. ¡Encontré una pepita de chocolate! —dijo, sosteniendo una migaja de galleta quemada. Se la puso a Duke en la boca. Él enterró la cabeza de nuevo debajo de la almohada.
¡No! No la quiero.
Cielos, Duke, no es necesario gritar. ¿La quieres? Donnie le preguntó mientras se le desmoronaba entre los dedos. ¡Ups! —Luego levantó la mano—. Shhh —dijo, tratando de concentrarse—. Shhh. —Se oyeron unas ramas crujiendo cuando alguien se acercó por el frente de la casa. Una sombra pasó junto a la persiana del cuarto.
—Donnie, quédate dónde estás, cariño. Yo tengo una visita —dijo Wanda, arreglándose los cabellos y dejando migas negras en ellos.
Abandonó el cuarto y se fue a la cocina. Westley Ames estaba parado en la puerta.
—Eh, Wanda —dijo—. ¿Es buen momento?
—¿Sabes, Westley? Debiste haber llamado, pero supongo que está bien.
—Tengo un excelente producto para ti —le dijo él y ella alcanzó a verle la mano doblada en el bolsillo de la chaqueta—. Pareces sumamente interesada —rió entre dientes.
—Duke recibió un golpe, Westley. Está descansando.
Los ojos de Westley destellaron furia y le desapareció la sonrisa. Volvió a aferrar la bolsa. Wanda lo miró a los ojos.
—Vuelve mañana, Westley —dijo ella y cerró la puerta. Se volvió—. O esta noche más tarde —le gritó por la ventana abierta.