CAPÍTULO 10

Stinger’s Creek, centro-norte de Texas, 1982

—Creo que mi bebé hoy va a patear algunos traseros —dijo Wanda.

—El primer deportista de la familia Rawlins. —Duke miró al cielo.

Wanda bajó del vehículo y se estiró los pantalones vaqueros arrugados hasta los zapatos amarillos de tacón. Miró al hijo, vestido con el traje del equipo de fútbol de la cintura para abajo.

—Estás muy guapo, cariño —le dijo.

Él se encogió de hombros y tomó el resto de equipo del suelo del taxi. Se puso las hombreras y la camiseta por la cabeza.

—Pumas. Número cincuenta y ocho —dijo Wanda. Era la primera vez que lo veía—. ¿Y entonces qué es lo que tienes que hacer? ¿Para qué he pagado mis treinta dólares?

—Vuelvo a lanzar la bola de entre las piernas y me aseguro de que el defensor central del otro equipo no bloquee al mariscal de campo.

—Bueno, eso es maravilloso, cariño. Estaré prestando atención —le dijo ella apuntándole al pecho.

Los ojos de Duke se desviaron para mirar a otra familia, vestidos con ropa de domingo, el padre estaba de pie detrás del hijo, sonriendo, aferrándolo de los hombros con las enormes manos.

—¡Cariño, mira todas esas bonitas pequeñas porristas! —dijo Wanda.

En una esquina del estacionamiento, un grupo de adolescentes con pantalones cortos azul oscuro y camisetas cortas con un puma blanco formaban un círculo, practicando sus rutinas. Junto a ellas había una rubia esbelta sobre una sola pierna y la otra estirada casi hasta tocarse el hombro. Otras saltaban o se abrían de piernas, con los rostros con amplias sonrisas estáticas dibujadas. Duke se volvió hacia la madre con la misma sonrisa congelada espeluznante. Wanda frunció el entrecejo.

—Deja eso, cariño —le dijo pegándole en el hombro.

Dos hombres estaban quietos en una nube de humo de cigarrillo en la entrada del estadio, riendo fuerte y enérgicamente.

—¿O Wanda Mamada?

—¿Wanda acaba-en-mi-cara?

—Lo único que logro con Gloria es Wanda Sujétate —rieron a carcajadas.

Uno le palmeaba la espalda al otro. Ambos dejaron de reír cuando Duke pasó junto a ellos y les dio un firme puñetazo en el estómago a cada uno y siguió hacia el estadio.

—Eh, amigos —soltó.

Los hombres se miraron.

—Doce años —dijo uno de ellos meneando la cabeza.

—Un auténtico hijo de perra.

Duke entró al área de pesarse, luego se sentó con su madre y Geoff Riggs a presenciar los últimos minutos del partido de los Pequeñitos. Donnie salía corriendo despacio del campo, con la cara colorada y brillante. Los cabellos mojados de sudor.

—Debiste haberlo visto hoy ahí —dijo Geoff—. Corriendo con esas piernitas flacuchas para atrapar el balón.

—Geoff se pasó una mano gruesa por la cabeza afeitada, mostrando las manchas de sudor en su camiseta militar y soltando una ráfaga de aire pestoso.

Wanda se reclinó:

—Qué bien por ti, Donnie —dijo—. El héroe de Miniatura.

—Donnie está en los Pequeñitos —dijo Duke—. Yo soy de los Miniatura.

Wanda le sonrió a Geoff.

—Hoy Duke va a anotar un tanto, ¿no es cierto, cariño?

Duke miró al cielo.

—Sí, mamá… si me convierto en mariscal de campo.

Donnie rió.

—Tenemos que irnos —dijo Geoff—. Buena suerte, Duke.

—Gracias.

Duke tomó el casco y dejó a la madre sola en la tribuna. Cinco filas delante de ella, separados por unos pasillos, unos grupos de padres conversaban y reían, señalando a los hijos que estaban en las líneas de banda. Wanda se concentró en sus pies, frotándose las marcas rosadas de las cicatrices. Giró los tobillos y examinó las nuevas costras rojas de los talones. Se agachó y metió una uña por debajo de la piel dura y seca y la arrancó. Crystal Buchanan pasó junto a ella, con la cabellera rubia dura, pintada como una azafata, con un termo de café y dos vasos desechables colgando del dedo meñique. Se sentó junto a ella.

—Hola, Wanda —la saludó sonriendo—. ¿Hoy juega Duke?

Wanda la miró con curiosidad.

—Sé que eres una buena católica…

La sonrisa de Crystal se congeló.

—… pero yo no soy tu maldita María Magdalena.

—Solo estaba tratando de ser amable —dijo Crystal.

—No. No me lo creo —dijo Wanda, mirando fijamente hacia el frente—. Estás buscando rescatar al pisoteado. Ancianos, bebés minusválidos y prostitutas. Crystal Buchanan, nuestra Salvadora.

Crystal se levantó para irse.

—Verdaderamente estás muy lejos de recibir cualquier ayuda.

—Bueno, eso está muy claro —dijo Wanda—. Ah, y saluda al señor Buchanan de mi parte. —Wanda no conocía al Sr. Buchanan, pero le agradaba su capacidad de provocarle un escalofrío a una buena dama.

Volvió a mirar hacia el campo, observando cómo el centro de los Bravos comenzaba el partido. Le pasó rápidamente el balón por entre las piernas al mariscal de campo, luego bloqueó al jugador defensivo abalanzándose sobre él. El mariscal corrió a gran velocidad, pero fue bloqueado y derribado por un defensor rechoncho y perdió el balón que salió rebotando. El árbitro sopló el silbato. El partido continuó con los jugadores apilados en el suelo encima del balón, desenredándose, apilándose y volviéndose a desenredar.

En el intermedio, Wanda miró el tablero de puntuación. Los Pumas llevaban la delantera por un tanto. Observó a Duke montar el balón a horcajadas e inclinarse hacia adelante. Los jugadores se alinearon a ambos lados de él.

El mariscal gritó la jugada de campo.

—¡Azul! ¡Rojo! ¡Hut! ¡Hut! Duke pasó rápido el balón por entre las piernas. En un instante, el jugador defensivo había empujado a un lado y derribado al mariscal de campo. Éste dejó caer el balón y el defensor la recuperó. Todo el mundo se abalanzó. El silbato sonó. El mariscal se dio la vuelta hacia Duke.

—Buen trabajo… maldito retardado. —Pero Duke tenía los ojos puestos en la espalda del jugador defensivo mientras iba corriendo despacio hacia el agrupamiento. Duke fue rápido tras él, con el casco al frente para atacar a la altura de los riñones.

—¡Vamos, Dukey! —le gritó Wanda antes de percatarse de su error.

Los padres estiraron el cuello para mirarla fijamente.

El muchacho se desplomó en el piso, lanzando un grito en medio del silencio, conmocionado. La madre se puso de pie y corrió hacia él. El silbato sonó y una bandera amarilla flameó en el aire y aterrizó a los pies de Duke.

—¡Fuera! —gritó el árbitro—. Estás descalificado. Vete. —Le señaló el camino.

Duke lo miró fijamente y luego se fue corriendo. Pasó junto al entrenador que lo apuñaló con un dedo:

—¡Quítate el uniforme! Ve a sentarte en la tribuna.

La madre del jugador defensivo entró al campo a empujones hasta llegar donde se encontraba su hijo.

El entrenador de Duke atropelló al árbitro.

—No quiero escucharlo —dijo el árbitro, levantando la mano.

La voz del entrenador era baja.

—¿Qué puedo decir, Mike? Estoy de acuerdo contigo.

—Es bueno saberlo —dijo Mike—. El muchacho está loco. Golpear así al niño por…

—Ya lo sé, por el amor de Dios. Debiste haberlo visto en la práctica. No entendía el concepto de sin contacto.

Ambos miraron hacia la tribuna y vieron a Wanda avanzar tambaleándose entre el alboroto, empujando a Duke adelante.

—Pobre bastardo —comentó el entrenador.