CAPÍTULO 8

Stinger’s Creek, centro-norte de Texas, 1981

Geoff Riggs yacía de espaldas sobre una alfombra pegajosa, con el brazo derecho flexionado por encima de la cabeza. Tenía una camiseta gris enrollada hasta el pecho que le dejaba al aire la barriga pálida y cubierta de vello. Donnie entró rápido como lo había hecho tantas veces, sacudiendo la mochila para quitársela por un hombro y deslizaría por el brazo hasta dejarla caer en el suelo. Se hincó de rodillas junto al padre y apoyó el oído en el corazón. Luego le levantó los párpados con los dedos. Nunca supo qué era lo que buscaba haciendo eso, ni qué cosa sería algo peligroso de ver. Puso al padre de costado, luego se levantó y examinó la habitación. La TV estaba en silencio. Cogió el control remoto y subió el volumen alto. Después lo arrojó sobre el sofá, rápidamente volvió a coger su mochila y volvió a salir. Geoff recobró el sentido, con el brazo derecho dormido y el cuello duro. Lo torció lentamente, luego bajó el brazo al costado del cuerpo.

—Eh —dijo Donnie, asomando la cabeza en la entrada.

—No te he escuchado entrar —gruñó Geoff, rodando de espaldas.

—Eso es porque tenías la TV con el volumen demasiado alto —replicó Donnie, al tiempo que la apagaba—. ¿Te traigo algo?

—Un emparedado. De carne.

Duke estaba sentado junto a la puerta de la casa del árbol, observando a una araña trepar por el marco. Extendió la mano y la dejó desplazarse por la palma, guiándola hasta el suelo, donde se metió de un salto en un rincón oscuro.

—¿Estás ahí? —preguntó Donnie desde atrás.

—Sube —dijo Duke—. ¿Dónde estabas?

—En la tienda. ¿Dónde estabas tú?

—En casa del tío Bill. Un amigo estaba tomando fotografías de los halcones. ¿Qué hay en la caja de zapatos?

Donnie se arrodilló frente a él. Movió rápidamente los ojos de izquierda a derecha.

—Mira lo que he encontrado en el fondo del armario de papá —susurró al tiempo que levantaba la tapa. La caja estaba llena de pequeños paquetes.

—Pólvora negra —dijo.

Duke agrandó los ojos.

—¡No te preocupes! —dijo Donnie—. Sé lo que estoy haciendo.

—¿Y qué es lo que estás haciendo?

—Voy a encenderla con fuego. ¿Qué crees?

—¿Aquí? ¿Por qué no volamos algo bien?

—Lo haremos después. Solo quiero ver esto primero.

Se puso en cuclillas y le indicó con un gesto a Duke que se mantuviera alejado. Colocó un tapón de pólvora en el piso y encendió una cerilla. Volvió la cabeza y cerró los ojos, extendiendo la llama hacia la pólvora. Ésta se encendió de inmediato. Rugió. Las manos, brazos y un costado de la cara y cuello le quedaron negros. Tenía los ojos enormes. Parte de la camiseta se le agujereó en el pecho. Duke comenzó a reír. Donnie rió con él, pero le dolía. Ninguno de los dos notó la pila de libros de historietas en llamas detrás de ellos hasta que fue demasiado tarde.

—¡Mierda! —dijo Donnie—. ¡Mi casa del árbol! —Buscaron alrededor del pequeño cuarto para ver si encontraban algo para apagar el fuego, pero no tenían nada. Las llamas crujían y se propagaban rápidamente por la madera seca.

—Larguémonos de aquí —dijo Duke—, antes de que la escalera se prenda fuego. —Atravesaron la puerta gateando y se lanzaron de un salto. Retrocedieron para observar la casa de árbol quemada. Las llamas ardían en sus ojos. Se quedaron paralizados hasta que finalmente se desplomó, dejando rescoldos ardiendo y pequeñas partículas flotando alrededor de sus cabezas.

—Mierda —dijo Donnie—. No puedo regresar así a casa con papá. Estuvo años construyéndola. Me matará.

—No, no lo hará. Fue un accidente —dijo Duke.

Donnie lo miró.

—Iremos a mi casa —dijo Duke—. Al menos podrás lavarte un poco.

Al llegar allí, Wanda estaba dormida en el sillón. El baño era un desorden. Ropa interior y toallas sucias cubrían el piso. Donnie llenó la bañera y cogió una pastilla de jabón y una toallita. Mientras se refregaba el resto del negro, se miró al espejo. Las lágrimas le brotaban de los ojos.

—Mierda, Duke. Mierda, mierda.

Duke pegó un salto desde el borde de la bañera.

—¿Qué? ¿Qué?

Miró a Donnie y a través del negro alcanzó a ver piel al rojo vivo con ampollas blancas, algunas reventadas por la toallita. Ambos miraron los brazos de Donnie. Comenzó a frotárselos reventando más ampollas.

—Ay, mierda —dijo Duke—. Voy a buscar a mamá.

—Espera —dijo Donnie—. Necesitamos inventar bien la historia.

Wanda trató de entablar una conversación con Geoff Riggs. Tenía los cabellos desgreñados atrás, peinados encima de un hueco oscuro y grasiento. Llevaba puesto un chaleco sin sostén debajo. Las caderas le bailaban dentro de las bermudas vaqueras.

—¿Puedes creerlo? —decía.

—No, no puedo —respondió Geoff articulando mal—. Increíble. —Tenía las manos en los bolsillos y se balanceaba sobre los talones al borde del último escalón.

—Increíble.

—El doctor dijo que son de primer y segundo grado —dijo Wanda—. Podría dejarle cicatrices en la cara y en los brazos…

Donnie estaba horrorizado.

—Oh, disculpa, Donnie, no he debido decir nada —dijo ella—. Estoy segura de que te pondrás bien.

—Déjame decirte que si encuentro a esos mocosos de secundaria, les disparo con el rifle.

Donnie le lanzó una mirada a Duke.

—Andar por ahí aprovechándose así de los niños —agregó Wanda.

—Lo sé —dijo Geoff, tratando de fijar la vista en Donnie—. Pudo haberse quemado vivo ahí arriba. —Se volvió hacia Wanda—: Muy amable de tu parte por haberlo traído a casa —le dijo.

—Ningún problema con eso —respondió Wanda sacudiendo demasiado la cabeza.

—¿Crees que debamos llamar a la policía? —le preguntó él mientras bajaba las escaleras.

—¡No! —exclamó Duke.

Todos lo miraron. Él vaciló.

—Dios… eh, los pecadores, eh, pagarán por sus pecados.

Donnie rió con disimulo.

—Bueno, ¿y qué tal eso? —dijo Geoff—. Estás criando a un pastor. —Bromeó y Wanda lanzó una ruidosa carcajada hueca.