Oliver
El llanto hace acto de presencia en más de una ocasión al día. Aitana y Abel ya no saben qué hacer para levantarme el ánimo. Incluso a mitad de semana Diego y Alejandra vienen a cenar, al ver tan felices a mis hermanos con sus parejas, me encierro en el cuarto sin dejar de llorar, ahora entiendo que la felicidad no está hecha para mí.
Me conecto a diario a Slava y ruego que en algún momento aparezca su nombre en verde. Para mi desgracia no sucede ningún día. Desde el sábado que se conectó al enterarse de mi conquista, su compañero me ha dicho cien veces que no piensa volver. Solo pensar que ella no estará, sé que no será lo mismo y comienzo a llorar frente al ordenador. No solo he perdido al amor de mi vida, también a mi mejor amiga.
Durante la mañana del sábado discuto con Abel y Aitana, ambos se empeñan en que los acompañe a LaGhata, creen que me vendrá bien distraerme con el baile y los amigos, no sé cómo decirles que no pienso salir de casa.
—Oliver, vístete. Te estamos esperando —exige Abel al acceder al dormitorio que ocupo.
No alzo la cabeza de la almohada al responderle.
—Os he dicho mil veces que no pienso ir.
Tira de mis piernas mientras me saca de la cama como cuando éramos pequeños.
—Y yo he dicho que vienes, quieras o no. —Endurece la voz para advertirme que no está de broma—. O te vistes tú solo, o lo hago yo como cuando éramos unos niños.
Recuerdo con añoranza aquella época, aunque los tres estuviésemos solos en la vida, formamos nuestra particular familia. Echo de menos aquellos años que no teníamos preocupaciones y que nuestra máxima meta era llegar al final del día sin llorar. Ahora todo es más complicado.
—Venga, Oli. Aitana y yo queremos celebrar con vosotros que vamos a ser padres.
Salto de la cama y lo abrazo. Siento tal felicidad por él que olvido mis penas. Por lo menos, uno de nosotros va a conseguir lo que siempre nos ha faltado, tener su propia familia.
—¡Qué gran noticia, Abel! ¡Cuánto me alegro! —digo con la primera sonrisa en la cara de la semana.
—Lo sé, hermano. Lo sé.
Me visto a toda prisa ante su atenta mirada. Salgo disparado del cuarto y busco a mi cuñada, la hallo en la cocina sentada. La abrazo con tal efusividad que hasta yo mismo me extraño. Abel no tarda en hacernos compañía. Sin dejar de sonreír, beso sus mejillas.
—Me alegra saber que la noticia te hace feliz —comenta Aitana mirándome con amor.
Vuelvo a abrazarla.
—Estoy encantado, es la mejor noticia que podía recibir.
Se incorpora y abraza a su pareja.
—Ahora, tío Oliver, ¿quieres hacer el honor de acompañarnos para celebrarlo con el resto de la familia?
Asiento con la cabeza.
En el corto trayecto les hago miles de preguntas: ¿Cuándo nacerá? ¿Niño o niña? ¿Quién será el padrino? Sin perder la sonrisa en la cara, me responden a las cuestiones que conocen, el sexo aún es un misterio hasta para ellos.
Los hermanos de Aitana con sus parejas, ya están en el local a nuestra llegada. Los últimos en llegar son Diego y Alejandra. Cuando la pareja comunica su nuevo estado, todos se funden en abrazos. De los presentes, la única que ha tenido una infancia normal es Aitana. Nosotros tres crecimos en un orfanato. Alejandra y sus dos hermanos quedaron huérfanos cuando ella tenía dieciséis años, desde entonces, se hizo a cargo de ellos. El resto de amigos, no difieren mucho de nuestras vidas, o son hijos de madres solteras o de padres divorciados. Creo que por eso encajamos tan bien cuando nos conocimos en la escuela, y desde entonces no nos hemos separado.
Salgo al exterior antes de la cena para fumar un cigarro en soledad. Aunque adoro a todos los presentes, ellos tienen algo que yo no; sus parejas al lado. Diego que repara en mi soledad, decide hacerme compañía.
—Abel será un gran padre —comienza la conversación y se enciende un cigarro.
—Tú también lo serás, los dos tenéis madera de padrazos —respondo con sinceridad.
Choca nuestros hombros de forma cariñosa.
—Igual que tú, no te des por vencido —Nos dejamos llevar por el silencio, sus palabras me afectan.
No hay nada más que desee en esta vida que el amor de Sofía y formar una familia juntos, pero por lo visto no sucederán ninguna de las dos cosas.
—Lo siento, hermano. Sé cuánto la quieres. Pero recuerda que los Suárez nunca nos rendimos ante ninguna adversidad que nos brinde la vida.
Ninguno de los tres mantiene su apellido original, con ese gesto afianzamos nuestro deseo de ser hermanos.
—A veces, cuesta enfrentarlas. Y encajar este golpe es demasiado doloroso—admito.
Me agarra por los hombros para acto seguido abrazarme.
Antes de soltarme, me recuerda nuestro lema.
—Siempre hemos luchado por nuestros sueños. No te rindas ahora y lucha por lo que amas.
Lo veo desaparecer por la puerta. Comienzo a pensar que esta última semana he olvidado lo más importante y he dejado de ser el luchador de antaño. Con energías renovadas y con un solo pensamiento en mi cabeza, comienzo a caminar hacia el interior, quiero despedirme de todos antes de ir a recuperar al amor de mi vida. Pero su voz a mi espalda me frena.
—¿Cuándo averiguaste que era yo? —No suena con rencor, sino con ansiedad por aclararlo todo.
Me giro y quedo maravillado por su belleza.
—Cariño, tiene explicación. Nunca quise dañarte —susurro con cautela.
Da unos pasos para acercarse más.
—Oliver, ¿cuándo lo averiguaste?
Introduzco nervioso las manos en los bolsillos, no tengo la menor idea de cómo se tomará la noticia.
—El domingo que discutimos, el que me dijiste que no significaba nada para ti —comienzo a relatar sin dejar de sentir nervios por si vuelve a alejarse de mi lado—. En mi cuarto preparé un discurso, solo quería hacerte razonar. Estaba dispuesto a arrodillarme para demostrarte que el amor que sentía y siento por ti es real. Al acceder a tu cuarto y ver la pantalla del ordenador, no podía creer lo que acababa de descubrir. Ante mí no solo tenía al amor de mi vida, sino también, a la persona que los últimos meses se había convertido en mi mejor amiga. De repente, una idea cruzó por mi mente y pensé que si como Oliver no era capaz de hacerte ver mis sentimientos, como Dalibor tendría otra oportunidad.
No comenta nada, se queda en silencio observándome sin hacer ningún movimiento. La espera me mata, prefiero sus gritos ahora mismo que su silencio.
Cuando estoy convencido de que esta novedad nos aleja más que nos une, retomo el camino al interior del local.
—¿Por eso me conquistaste? —grita para frenar mi andadura—. «De algún modo tendré que conquistarte» —repite las palabras que le escribí esa noche, nuestras últimas palabras como jugadores de Slava.
—Estaba desesperado, no sabía que más hacer para llamar tu atención —respondo frustrado.
Tenerla tan cerca puede conmigo. Mi corazón no soporta un minuto más alejados.
No sé si sonríe de verdad o es mi imaginación que me juega una mala pasada.
—Creo que sí lo sabías, cariño.
Antes de que me dé cuenta, se tira a mis brazos y me besa. La sujeto por la espalda para atraerla a mi cuerpo, necesito sentirla más cerca.
—Aprovechaste mi estado de embriaguez para casarte conmigo.
Vuelvo a besarla una y otra vez, quiero demostrarle cuánto la he añorado. Entierro mi cara en su pelo sin dejar de abrazarla.
—Y lo haría mil veces, mi vida. Aún no has entendido que haría cualquier cosa por ti.
El grito de alegría a nuestra espalda nos advierte que no estamos solos. Al girarme me encuentro con los rostros sonrientes de mis hermanos y mis cuñadas. Nos fundimos en un abrazo colectivo. Al separarnos hago las respectivas presentaciones, cuando le presento a mis cuñadas, le recuerdo que fue con esas dos rubias con las que me habían visto. Abel la abraza y besa con cordialidad para darle la bienvenida a la familia.
Es Diego quien me sorprende con su comentario.
—Me alegra saber que nuestra charla ha servido para hacerte entrar en razón —le dice mientras la abraza.
—Gracias —responde besándolo en la mejilla sin dejar de mirarme.
La agarro de la cintura sin saber a qué se refieren, mi bella mujer me obsequia con un beso en los labios sin ofrecerme ninguna respuesta.
—¿Qué me he perdido?
—Mañana prometo contarte todo. Hoy es día de celebración, tu hermano va a ser padre y nosotros aún tenemos que celebrar nuestro enlace —se queda pensativa un momento —Por cierto, esposo mío, me debes una luna de miel.
Repleto de felicidad beso esos labios que tanto quiero y abrazo a la futura madre de mis hijos. La alzo en brazos y accedo a la sala donde nos esperan todos. Durante la cena, le presento a cada una de las personas que rodea la mesa. Con el último bocado, los hombres recogemos todo y dejamos espacio para poder bailar.
El resto de la noche bailamos y reímos sin separarnos. Hasta que Abel, al igual que el primer día que la traje, me la arrebata de las manos. Tarda un poco en percatarse de que fue mi hermano quien se empeñó aquel primer sábado en separarnos una y otra vez. Sin dejar de reír se deja llevar al son de la música hasta caer de nuevo en mis brazos, donde la retengo el resto del tiempo hasta regresar juntos a casa.
No hay nada en el mundo que eclipse la felicidad que llego a sentir en estos momentos. Despertarme y comprobar que Sofía está entre mis brazos, me llena el corazón de felicidad.
Comienzo a repartir dulces besos sobre su cabeza, cara y hombros descubiertos. Con sumo cuidado la recuesto e intento no despertarla. Sin dejar caer mi peso sobre ella, observo su rostro relajado. No tarda en revolverse para buscar mi calor, al cerciorarse de que lo tiene frente a ella, me regala una sonrisa mostrándome sus castaños ojos.
La beso con ternura, quiero demostrarle el amor que soy capaz de sentir por ella. Me acomodo entre sus piernas y rodea mis caderas mientras me introduzco en su interior para fusionarnos en un solo ser. De forma suave, entro y salgo de ella impregnándola de mí. Sus besos pausados recomponen cada momento alejados y borran la soledad sufrida.
Me arrodillo en la cama y elevo su cuerpo hasta el mío, necesito más profundidad y esta postura nos la concede a los dos. Ayudándola en el proceso, friccionamos nuestros cuerpos hasta llevarlos al clímax. Tras una ducha juntos donde volvemos a mostrarnos con nuestras caricias el amor que ambos sentimos, nos acomodamos en la cocina para disfrutar de nuestro primer desayuno como marido y mujer.
Me relata la conversación que mantuvo con Diego. Él fue el encargado de contarle nuestra precaria infancia en el orfanato, el intento de tres adolescentes de sobrevivir a un mundo que les negaba la felicidad, hasta el momento que me hice pasar por él para terminar de conquistarla. En más de una ocasión, al escuchar mi vida de sus labios, no puedo evitar las lágrimas.
—Sabes, cariño. Hubo días que me planteé ir a Santander a conocerte. Tenía la sensación de que eras mi alma gemela y mis sentimientos no me fallaron. Nunca imaginé la primera vez que bailé contigo en La Latina, que eras Sigrún. Imagina mi sorpresa al descubrirlo cuando ya estaba enamorado de ti. —Me sincero.
Se acomoda en mis rodillas, abrazo su cintura y pego mi rostro a su cuello.
—Te puedo asegurar, cariño, que si hace unos meses alguien me dice que me iba a enamorar en Tenerife y encima de mi amigo virtual, me hubiese reído en su cara.
Ambos reímos ante las ironías de la vida, dos personas faltas de amor se conocen a través de un juego online y el destino los sitúa en una misma ciudad dentro de una misma vivienda. Lo que logra que, día a día, se conviertan en amantes inseparables.
De repente noto la rigidez de su cuerpo, al alzar la cabeza para averiguar qué le sucede, compruebo las lágrimas en su bello rostro que hasta ahora estaba sonriente.
—Mi vida, ¿qué sucede? —pregunto con dulzura obligándola a mirarme.
Su fuerte suspiro traspasa mi corazón. Verla triste me parte el alma, y no saber qué hacer para despojarla de esos sentimientos, me hacen ver inútil.
—Si tú eres Dalibor, mi amigo de Slava. Hugo… —Otro suspiro frena su explicación, pero ya no es necesario que prosiga, sé que va a decirme.
La abrazo para calmar su llanto, con dedos temblorosos elimino las lágrimas de su cara y la beso con ternura para apaciguar su malestar. Aunque durante este tiempo quise que no reparase en las hazañas del que era como su hermano, al final, me ha sido imposible protegerla de ese dolor.
—¿Por qué no me dijiste nada cada vez que te acusaba? —quiere saber entre hipidos.
La beso, la beso con toda la ternura que soy capaz.
—Mi vida, hubiese sido demasiado cruel por mi parte hacerlo, cuando lo único que he querido durante este tiempo, ha sido protegerte de otra decepción.
Nos mantenemos abrazados hasta que se calma. No me cuesta mucho convencerla de que se retire al cuarto mientras me encargo de limpiar lo ensuciado. Tres cuartos de hora más tarde, tras eliminar de la nevera los alimentos en mal estado, sacar la basura y fregar la vajilla, me reúno con ella en nuestro cuarto.
Desnuda sobre la cama me espera con una amplia sonrisa. No tardo en hacerle compañía y hundirme en ella. Con perspicacia consigue colocarse encima. Mientras me deleita con sus movimientos, me muestra la pantalla de su móvil. Estupefacto leo los informes que me enseña.
«ElReinoDeEtheldred—Sigrún conquista ConquistandoElMundo—Dalibor. ElReinoDeEthedreld—Sigrún conquista LaFortalezaDeAquiles—Dalibor»
Con una sonrisa triunfal que me desarma por completo, acerca nuestros rostros hasta estar unidos.
—Te la debía —dice con una amplia sonrisa.
Me olvido de Slava, solo me centro en disfrutar del placer que es capaz de ofrecerme la persona más importante de mi vida.