Oliver
Con mucho esfuerzo me tiro de la cama a las siete menos cuarto de la mañana. Creo recordar que la última vez que hice tal cosa estaba en bachiller. De pie, en la puerta del baño, espero de forma paciente la aparición de la nueva inquilina, lo único que ha hecho desde que llegó es estorbar.
Nadie en su sano juicio se le ocurre entrometerse en mi vida y menos cuando estoy con Silvia. Tampoco estoy dispuesto a que vuelva a pasar. Por eso estoy aquí parado, espero a que haga acto de presencia para explicárselo a primera hora de la mañana, hasta aquí ha llegado mi paciencia con esta metomentodo.
Minutos después escucho su puerta. Me quedo paralizado al verla, para nada esperaba esta belleza. Su escaso metro sesenta y cinco se mueve con una agilidad y sensualidad indescriptible. Su anatomía tiene las curvas en el lugar adecuado. Sus senos son generosos pero no exagerados, y una mata de pelo morena rizada le cubre medio rostro.
Avanza a paso lento restregándose los ojos, sin saberlo, me ofrece la vista más sensual que hasta el momento he presenciado. Antes de que pueda frenarla tropieza contra mi pecho y sus castaños ojos se posan sobre los míos. Lleva los pelos enmarañados y los ojos hinchados. En estos momentos, lo único que deseo es posarla en mi cama. Mi mente de forma automática fantasea con su cuerpo desnudo bajo el mío, me estremezco solo de pensarlo.
Se me olvida por completo cual es mi misión a estas horas de la mañana, lo único que soy capaz es de mirarla y dejar volar la imaginación. Su mirada asesina me advierte de que no está contenta, no tardo en comprobarlo.
—¿Te has caído de la cama?
No se puede decir que sea igual de simpática que de guapa, de hecho, su carácter le resta belleza, o eso creo.
Intento articular palabra, soy incapaz, mi mente sigue a lo suyo y no ceso de mirarla. Se gira a la derecha para esquivarme, mi cuerpo la sigue sin que yo se lo ordene, así estamos unos segundos.
—¡Qué incordio de hombre, Dios! —se queja con cara de enfado.
No tengo remedio lo sé, pero me quedo embobado mirándola. Sin querer sonrío debido a los resoplidos que emite por mi presencia.
—No entiendo qué te hace gracia. Y lo que menos comprendo es cómo Hugo te soporta, solo miras por ti y nadie más.
Interpreto sus palabras por las visitas que he recibido esta semana, mi sorpresa es mayor cuando me saca de mi error.
—Consigues que Carla lo deje y no eres capaz de hacerla razonar, decirle que la culpa fue tuya. Te importa una mierda tu compañero, tú con tal de echar un polvo eres capaz de molestar al resto de habitantes de esta casa. Claro, como el nene es modelo piensa que puede hacer lo que le salga de las narices. Pues que te quede claro, guapo, que yo también vivo aquí.
Ni cuando pienso en mi mísero pasado me enfurezco tanto. Sus palabras se clavan en lo más profundo de mí, tengo que hablar con mi querido compañero, a saber qué le ha contado.
Clavo mi castaña mirada en la suya y para hacerle comprender mi enfado, junto nuestras caras.
—Que sea la última vez que entras en mi cuarto sin ser invitada.
—Descuida, antes muerta que volver a entrar —replica enfurecida sin separarse.
Su olor corporal traspasa mis fosas nasales, huele a vainilla. Confundido e irritado me marcho a paso ligero a mi habitación y estampo la puerta contra el marco.
Me tiro a la cama y con el rostro pegado en la almohada grito con todas mis fuerzas. Jamás, en mis veintiséis años, una mujer me había trastocado tanto solo con verla. Tras unos cuantos gritos más necesito apaciguar mi mal humor con algo, solo se me ocurre una forma, lanzar cualquier ataque contra algún rival, será un error por mi parte ya que pronto la tribu organizará una ofensiva, pero lo necesito ahora, no dentro de unos días.
Consigo sentarme sin romper la silla, a base de golpes conecto el ordenador. Mientras espero a que suceda, me llegan las imagines de su pijama, a eso no se le puede considerar ropa de noche, eso es una tortura para cualquier hombre. Una mini camiseta de tirantes y unas invisibles braguitas de encaje. Debería estar prohibido que las mujeres durmieran con eso cuando comparten vivienda con hombres, es desastroso para la salud y la entrepierna.
Me revuelvo en el asiento e intento colocar cada cosa en su sitio para que no sean un estorbo, así no hay quién se concentre. Accedo a Slava nada más conectarme a la red. La bandeja de mensajes anuncian que tengo diez sin leer, con optimismo accedo a ella y rezo para que uno sea de Sigrún, junto con Silvia, es la única amiga que tengo, puedo contarle todo y nunca me juzga. Para mi desgracia no es ninguno suyo.
Reviso los informes de los ataques recibidos y emitidos, una amplia sonrisa se me forma en la cara al comprobar uno de ellos: «ConquistandoElMundo—Sigrún ataca a LaFortalezaDeAquiles—Dalibor», accedo al informe y no puedo evitar reír a carcajadas.
Dalibor: Me alegra saber que has regresado al juego, bienvenida. Te echaba de menos.
Miro la hora, solo son las siete y cuarto de la mañana, imagino que estará desconectada.
Al ver que va a ser imposible volver a dormirme, decido organizar el cuarto ya que se halla en pésimas condiciones. La indeseable mantiene en perfecto estado el resto de la casa, parece igual de maniática que yo en cuestión de orden y limpieza. Bueno, por lo menos tiene un punto a su favor.
Finalizo la tarea sobre las diez, antes de ponerme a estudiar me preparo un ligero picoteo. Me siento en la silla y saco los apuntes del próximo examen, tengo que terminar de prepararlo si no quiero catear, lujo que no puedo permitirme.
Echo un rápido vistazo a Slava y me llevo la grata sorpresa de que mi amiga está línea y me espera un mensaje suyo.
Sigrún: Hola, asesino de nobles.
Dalibor: Solo a ti se te ocurre enviar un solo noble a uno de mis pueblos.
Sigrún: Necesitaba estamparlo y con quién mejor que contigo. ¿A que no lo esperabas?
Dalibor: De ti ya me lo espero todo. ¿Puedes hablar?
Sigrún: Sí, tengo un rato libre. Cuéntame. ¿Qué tal el viaje? ¿Has ligado mucho?
Me la da risa, me conoce como nadie. No entiendo cómo hemos podido llegar a llevarnos tan bien sin conocernos en persona.
Dalibor: Como te gusta ser malvada, ya sabes que ligo lo justo y necesario para satisfacer mis necesidades.
Sigrún: Ya, ya. Anda, ve con el cuento a otra, que lo mismo hasta se lo cree.
Dalibor: ¿Tú cómo estás? ¿Qué tal el nuevo trabajo?
Sigrún: Adaptándome a mi nueva vida. Bueno, ya sabes que no es lo que me gusta, pero mucho mejor que el anterior. Por lo menos aquí no tengo que soportar otro ligón, contigo ya tengo suficiente.
Dalibor: Ja. Ja.
Sigrún: Te lo digo en broma, tonto. Ya sé que no eres el mujeriego que todo el mundo piensa, que solo lo haces de vez en cuando para mantener las apariencias.
Dalibor: Qué me vas a contar, esta semana se me ha ocurrido traer a Silvia a casa y mi compañero ya piensa que cada día ha sido una diferente. Piensa el ladrón que todos son de su condición.
Sigrún: ¿Es qué ha vuelto a engañar a la novia y te ha culpado a ti otra vez?
Dalibor: Espero que no. Ya se lo expliqué la última vez y parece que ha captado la idea. Además, creo que la chica sigue sin querer verlo. Lógico, yo tampoco querría una persona así en mi vida.
Sigrún: Oye, debo dejarte. Tengo clientes que atender. ¿Hablamos en otro momento con más tranquilidad y nos ponemos al día?
Dalibor: Ahora que lo dices, voy a ponerme a estudiar. ¿Mañana te va bien?
Sigrún: A partir de las cuatro estaré conectada. Besos, guapo.
Dalibor: Besos, guapa.
Más animado hinco codos hasta la una del mediodía. No tengo especial interés en ir a La Latina y menos al saber que la indeseable estará allí. Solo lo hago por fastidiarla, creo que le caigo igual de bien que ella a mí. Pero se va a enterar, será la primera vez que voy a ir acompañado. Silvia sabe moverse en la pista, tengo toda la intención de bailar primero con ella y después invitar a la indeseable para restregarle por la cara que los tinerfeños sabemos mover la cadera.
Elijo de atuendo mi ropa favorita; mis vaqueros ceñidos desgastados y una camiseta ajustada blanca de manga corta. El pelo ni me molesto en peinarlo, no hay quién lo domine, así que lo dejo a su aire.
Para cuando Silvia y yo llegamos al restaurante todos nos esperan. Ríen ante algo que ha dicho la indeseable. Se sorprenden al verme acompañado, sus caras de sorpresa consiguen que sonría.
Hugo se incorpora cuando estoy a su altura.
—Ya era hora, macho. Oli, quiero presentarte a nuestra nueva compañera. Sofía, este es Oliver. Oliver, ella es Sofía.
—Tuve el desagradable placer de conocerla anoche y topármela esta mañana —digo con una mueca repugnante.
Fijo la mirada en ella y me quedo helado. Una cola recogida en el lateral deja al descubierto un largo cuello de sedosa piel que llama a gritos ser besado. Sus senos quedan resaltados gracias al corpiño vaquero. Con estas vistas ardo en deseos de invitarla a bailar para terminar de descubrir el conjunto.
—No pienses que para mí ha sido agradable conocerte.
Esta chica no sabe estar callada, con lo guapa que está sin abrir la boca.
—¿Podemos comer ya? El modelo se ha dignado hacer acto de presencia, aunque sea media hora tarde —agrega con desagrado.
Ignoro sus palabras y tomo asiento en la otra punta de la mesa. Aunque con ello tengo que hacer moverse a Jesús y a Amanda. No pienso comer frente a esa arpía, lo mismo me envenena con la mirada. «Dios, qué mirada. Para qué negarlo», pienso. Desde mi posición puedo observarla a mi antojo. Descubro que los amigos de Hugo la adoran, no entiendo por qué, es desagradable y contestona.
No le presto especial atención en el transcurso de la comida al resto de comensales, mi curiosidad se centra en Fran, no le quita el ojo de encima y ha desplegado todos sus encantos hacía ella. Es lo malo de conocerlos tantos años, apuesto todo lo que tengo a que va tras la odiosa. Sin entenderlo, los celos se apoderan de mí y no logro disfrutar de la compañía de Silvia.
Mi amiga, que me conoce, me coge de la mano por debajo de la mesa, en ese instante suena una de las canciones que me gustan. Decido poner fin a la tortura a la que me someto e invito a bailar a Silvia, mi compañera de casa va a saber lo que es un buen movimiento de cadera si se digna a observarnos.
En el centro de la pista agarro a Silvia de la cintura pegándola a mí. Pronto me olvido de todo lo que nos rodea para centrarme solo en moverme. Mi acompañante no es de las mejores bailarinas del local, pero la chica sabe mover de forma sensual el cuerpo. Nuestra sincronización es casi perfecta, con pocas personas se consigue eso, a no ser que sean pareja de muchos años.
El Dj cambia el estilo, por los altavoces suena un ritmo que requiere más contacto. Alzo la cabeza para comprobar que a Silvia no le importa, cometo el primer error. Frente a mí se halla la mujer que me hace perder la razón por momentos. Subida a unos tacones de infarto y con unos vaqueros tan ceñidos que parecen su propia piel, baila la odiosa. Se me seca la boca al ver el movimiento de sus caderas. ¡Dios mío, qué tortura más placentera!
Silvia se percata de todo.
—Te gusta esa chica —afirma.
La miro sin comprender a qué viene esa afirmación.
—No digas tonterías, no la soporto. Es una tocapelotas de mucho cuidado.
Su dulce sonrisa hace acto de presencia en su rostro.
—Oli, a mí no me engañas. Te conozco muchos años y ninguna mujer te ha afectado tanto —señala a la susodicha.
—Esta vez te equivocas —contesto sin despegar la vista de encima a mi compañera de piso.
Me tenso al ver cómo comienza a moverse contra la pelvis de Fran y él la agarra con posesión. Gracias a que Silvia se mueve con rapidez y se coloca frente a mí, no me lanzo contra él.
Al ver que no le presto atención, me agarra la cara y me obliga a mirarla.
—Escúchame. Nos conocemos desde la pubertad y jamás has mirado a una chica como la miras a ella. Puedes negarlo todo lo que quieras, pero piensa que a lo mejor cuando admitas tus sentimientos, puede que sea demasiado tarde. —Quiero replicar a la sarta de tonterías que dice, pero me sella la boca con el dedo—. En unas semanas me marcho de la ciudad, que mayor alegría que saber que al fin te has enamorado.
—Estoy bien así, no necesito nada más —expreso mirándola—. Además, habíamos quedado en que iría a verte.
Se revuelve incómoda sin entender por qué, nuestra extraña relación perdura ya unos años.
—En tres meses me caso. —Un jarro de agua fría recorre cada músculo de mi cuerpo, esta parte de su vida la desconocía—. No me mires con esa cara, nunca te he ocultado mi relación.
—No lo quieres.
—Algún día llegará el amor —responde mordiéndose el labio—. No quiero ser toda la vida una pobre desgraciada, él puede darme mejor vida.
—De esa forma te vendes —afirmo enfurecido.
—Por eso, no cometas tú el mismo error —señala a Sofía—. Aprovecha que está de espaldas para bailar con ella. Te conozco y sé cómo lo deseas. Yo me encargo de Fran.
La observo marcharse en dirección al chico, no tarda en arrebatárselo, cosa que le agradezco, estaba a punto de intentar besarla.
Antes de que mi compañera de piso pueda darse la vuelta y regresar a la mesa con el resto, me pego a ella sin dejar que se vuelva. De forma suave agarro su cintura, mis dedos tocan su sedosa piel y saltan chispas entre los dos. En menos de treinta segundos nos movemos como si solo fuésemos uno, la sincronización es perfecta. Su olor a vainilla y su sensual movimiento logran que roce la locura. Si esto es el infierno no quiero moverme de aquí, he nacido para soportar semejante tortura.
El Dj cada vez se luce más, selecciona canciones para bailar pegados. Me dejo llevar por sus movimientos, y marco cada cierto tiempo el ritmo. Es tal la pasión que pone, que en un momento dado deja al descubierto ese cuello que me llama a gritos. No me demoro en repartir besos sobre su apetitoso cuello. Antes de que pueda darme cuenta me cruza la cara.
—Vuelve arrimarte a mí y te quedas sin pelotas —advierte furiosa.
Ya ha sacado su vena simpática.
Observo cómo se marcha hecha una furia en dirección a la mesa. Sin importarme los motivos, sonrío como un auténtico gilipollas. Nunca he tenido fijación por una mujer, sin ella saberlo, me ha dado motivos más que suficientes. Esa furia tengo que dominarla entre mis sábanas y hasta que no lo consiga no cesaré en mi empeño.