Capítulo 11

Oliver

 

La tarde del domingo es una decepción, pensaba que las horas las dedicaría a hablar con Sigrún, pero no se conecta. Desde que cambió de ciudad casi no hablamos. Necesito a mi amiga para desahogarme y contarle las nuevas noticias.

No salgo de mi cuarto aunque me mantengo en línea en el juego por si se conecta, me concentro en preparar el próximo examen. Cada cierto tiempo presto especial interés a la habitación de al lado, aunque no se escucha ni un alma. De hecho, juraría que ninguno de los dos, vino a dormir anoche, mi mente pronto comienza a funcionar sola jugándome malas pasadas. La imagino desnuda bajo el cuerpo de Fran y enfurezco.

Salgo disparado al escuchar la cerradura de casa, por fin, hacen acto de presencia los dos. Hugo me golpea el hombro a modo saludo al pasar por mi lado, ella ni me mira cuando se dirige a su cuarto, es como si no existiera.

—Aún no te ha perdonado que la besaras ayer —comenta Hugo haciéndose con un botellín de agua—. Un error hacerlo.

—No la besé. —Me excuso—. Solo le di un beso de nada en el cuello, tampoco creo que sea para tanto.

El capullo se ríe.

—Si la chica no te soporta, sí que es para tanto.

Enarco las cejas, en realidad, no le he hecho nada, más bien ha sido ella quien ha empezado esta batalla.

—Si no contaras las cosas del revés, lo mismo no me tendría tanta fijación.

Su expresión de culpa no me conmueve.

—Oli, ya hablamos de eso y estabas de acuerdo. Si Carla se entera de la verdad nunca volverá conmigo y déjame decirte, que casi la tengo en el bote otra vez.

—¿Y a tu amiga de la infancia por qué no le dices la verdad? —replico antes de que llegue a mitad de la escalera con dirección a su cuarto.

Se gira para mirarme.

—Ya la traicionaron en su día y lo pasó mal. Si se entera de que soy igual, pierdo su amistad y no estoy dispuesto, significa mucho para mí. —Al ver mi gesto ofuscado comienza a reírse—. O sea, qué mi amiga, la fea de cojones, te gusta.

—¡Qué más quisiera ella! —exclamo y me marcho a mi habitación.

Me freno cuando me nombra.

—Oli, solo he venido a traer a Sofi, regreso a casa de Carla. Mañana queremos aprovechar que es festivo para pasar solos el día. Intentad no mataros en mi ausencia.

No respondo, paso del capullo de Hugo.

Vuelvo a encerrarme en el cuarto furioso conmigo mismo. «¿Tanto se nota que la odiosa me gusta?», susurro para mis adentros.

Antes de acostarme, a altas horas de la noche, conecto la alarma. Pienso pasar todo el día centrado en los estudios.

La semana transcurre sin incidentes, los días los dedico en exclusiva a prepararme los parciales. Hugo me envía un mensaje el lunes por la noche para decirme que se queda unos días en casa de Carla. Supongo que es la única solución para que le sea fiel, si cada uno están en sitios distintos, al final se trae alguna desconocida, en el mejor de los casos, a casa, no es la primera vez que llega con dos de su mismo sexo.

Las noches las dedico a fantasear con el cuerpo que descansa en la habitación continua. Alguna que otra tengo que esforzarme para evitar cruzar la puerta y colarme en su habitación.

El viernes por la noche, tras una desastrosa sesión de fotos, por fin regreso a casa. Necesito una ducha para quitarme del cuerpo todos los aceites con los que me embadurnan antes de tomar las fotografías. Conecto el ordenador para poner música y selecciono una carpeta que contiene ritmos lentos, ahora mismo solo quiero tranquilidad y por lo visto tengo la casa para mí solo. Me despojo de la ropa mientras accedo a Slava, tengo varios mensajes sin leer, solo me interesa uno.

Sigrún: ¿Estás vivo? Al final el domingo me fue imposible conectarme, lo siento.

Dalibor: He estado liado con los parciales, al fin terminé. Tengo ganas de conversar contigo, hay novedades que desconoces.

Envío el mensaje antes de abandonar desnudo el cuarto. Me sorprende ver el baño lleno de vapor. Presto atención al interior de la ducha al escuchar el agua caer, una silueta femenina está bajo el chorro. Sin pensar la locura que estoy a punto de hacer me cuelo en el interior. Al ser tan pequeño el espacio, no tardo en notar su cuerpo desnudo junto al mío que envía vibraciones a cada centímetro de mi piel.

—¿Se puede saber qué narices haces? Estoy duchándome.

La rabia con la que me mira es mucho peor que la que me dedicó la primera vez.

Me separo un poco y me maravillo con la vista de su perfecto cuerpo desnudo. Me cuesta unos segundos poder responder.

—Quiero ducharme y este es el mejor momento para hacerlo —afirmo sin dejar de comérmela con la mirada.

—Cuando yo termine, si no te importa.

La miro con una chulería que solo uso cuando quiero algo.

—También es mi baño. ¿Te recuerdo que compartimos casa?

Resopla quitándose un mechón de pelo que se le pega al rostro.

—Pero no ducha, listo.

No sé qué magnetismo me atrae hacia ella, pero tiene más fuerza que un imán. Pego mi cuerpo al suyo y sin pedir permiso comienzo a besarla. Se niega a responderme y se revuelve de mi agarre como una gata salvaje pero no consigue separarme ni un milímetro.

En cualquier momento espero otro bofetón, al verla levantar la mano cierro los ojos para soportar el dolor. Mi sorpresa es mayor cuando me agarra de la nuca atrayéndome más a su cuerpo y dar profundidad al beso. Su fogosidad activa cada término nervioso de mi anatomía, lo que hace que cobren vida propia ciertas partes. Bajo el chorro de agua proseguimos besándonos, mis manos comienzan a inspeccionar la perfección de su cuerpo y finalizo en su nuca. Agarro su melena y me la enrollo en una mano, la obligo a girarse para que quede de espaldas a mí.

Con cierta suavidad hago que se doble. Antes de penetrarla, pregunto entrecortadamente:

—¿Anticonceptivos?

—Sí —gime mordiéndose el dedo.

Me hundo en ella por completo, es tal el placer que siento que me quedo parado y saboreo la increíble sensación jamás disfrutada. Es ella quien comienza a moverse contra mi pelvis, la dejo marcar el ritmo y me dedico a disfrutar de sus movimientos rápidos y placenteros. Me hago cargo de la situación antes de que lleguemos al orgasmo.

Con una mano le agarro la melena y con la otra la cadera para comenzar a rotar la mía como si no hubiese mañana. No tardamos mucho en alcanzar el clímax. En mis veintiséis años nunca había experimentado tal sensación de placer. Corto el agua y la giro para besarla. Está exhausta, no sabe que aún le queda noche por delante. Nunca he deseado hacerle el amor a ninguna mujer, pero pienso pasarme el resto de mi vida haciéndoselo a ella.

La sujeto por las nalgas y la izo para apoyarla a mi pecho, siento cómo me rodea las caderas con sus firmes piernas. Le agarro la nuca para seguir besándola mientras llegamos a nuestro destino. La dulce melodía que suena por los altavoces es perfecta para llevar a cabo mi plan.

Con sumo cuidado la poso sobre las sábanas. Sin aplastarla, coloco mi cuerpo encima del suyo. Con una ternura que ni yo mismo sé que poseo, beso y saboreo cada parte de su dulce boca. Acaricio cada rincón de su cuerpo mientras intercambio caricias con besos. Poco a poco, me introduzco en su interior que ya está listo para recibirme.

—Mírame —suplico en un leve susurro.

Sus castaños ojos no apartan la mirada de los míos y me deleito con el placer que desvelan sus pupilas dilatadas. Con movimientos lentos doy comienzo a una danza de placer que nos arrebata más de un gemido. Aumento un poco el ritmo al notar que su cuerpo vibra con más intensidad con cada acometida, arrastrándonos de nuevo a un intenso orgasmo. No salgo al instante, deseo pasar el resto de la noche así, me gusta sentir su calor como mío y besarla hasta quedarnos sin aliento. Volvemos a disfrutar de nuestros cuerpos una vez más antes de dormirnos abrazados.