LA CASA DE PILIGRIM EN ORTÈS

Piligrim de Vienne y su esposa Ogilva saludaron a Arima y su pequeño grupo de guerreros francos; se dominaban, pero Arima no lograba desprenderse de la idea de que esperaban a otra persona cuando les anunciaron la llegada de una mujer y su pequeña escolta. Le dieron de comer y beber, pero ella rechazó el ofrecimiento de tomarse un descanso y cuando se sentaron en la sala de Piligrim fue directamente al grano.

—Los monjes del convento situado junto a la entrada sur del paso poseen una biblioteca extraordinaria —dijo—. Desde que existe el convento, han documentado el tránsito de todos los que han cruzado el paso de Ibañeta en una u otra dirección.

—Claro, por eso aprendieron a leer y escribir —comentó Piligrim a la ligera.

Arima suspiró.

—¿Nos facilitaremos las cosas o nos las pondremos difíciles, Piligrim? —preguntó.

Él escudriñó el rostro de Arima, pero su semblante no reveló qué vio o qué esperaba ver.

—Si lo deseara, señora, te lo podría poner tan difícil como a un hombre de una sola pierna en un concurso de puntapiés en el culo —respondió en tono seco.

Aquello despertó la sonrisa de Arima.

—No encontré tu nombre en los documentos. No obstante, figuras en ellos.

Piligrim guardó silencio.

Arima se volvió hacia Ogilva y cosechó una mirada que oscilaba entre la comprensión y el disgusto. Entonces la anciana suspiró y se puso de pie.

—¿Acaso alguna vez me has hecho caso, Piligrim? —preguntó.

—Todos los días de Dios, luz de mi vida.

Ogilva soltó un bufido.

—Primero callaste porque no querías poner a Ganelón y Bertha en un aprieto. Después callaste porque Roldán debía convertirse en un hombre sin cargar con semejante peso. Después callaste porque la hermana del rey te suplicó que dejaras en paz el pasado. Y finalmente callaste porque ya habías callado todos esos años. ¿Y de qué te ha servido? Ganelón y Bertha se han perdido el uno al otro, Roldán ignora cuál es su verdadero lugar en la vida y Bertha es la única en cuya alma el pasado aún es el presente.

—¿Y eso qué significa, oh guardiana de mi descanso nocturno?

—¡Que debes hablar, burro, más que burro! —soltó Ogilva—. Vuelven a morir francos en Al Andalus. ¡El círculo se ha cerrado!

—Quienes deben decidir si la historia ha de ser contada son Ganelón y Bertha —dijo su esposo.

—No —replicó Ogilva—, no es así. Tú estás tan involucrado en el asunto como ellos. Ellos no te preguntaron si querías guardar silencio durante todos esos años. Si ahora quieres hablar, no necesitas pedirles permiso.

—A lo mejor no quiero hablar de ello…

—¡Ja! —exclamó Ogilva—. ¡Ya lo creo que quieres hacerlo! E incluso si no quisieras… esta muchacha tiene derecho a averiguar lo que sucedió. Está tan implicada en el asunto como los demás.

—En aquel entonces Roncesvalles no tenía ninguna importancia e incluso si la hubiese tenido, Arima era una niña pequeña…

Ogilva alzó las manos.

—Dios mío, ¿por qué finges ser tan tonto? ¿Acaso no sabes por qué Arima está involucrada? Perdona, señora, que hable sobre ti y no contigo, pero este burro solo comprende las conexiones importantes cuando le golpeas con un martillo en la frente.

—O si no dejas de hablarle a gritos —repuso Piligrim con una amplia y falsa sonrisa.

—¡Arima Garcez ama a los dos hombres de los que trata este asunto!

De pronto la aludida se llevó la mano al cuello, del que colgaba el talismán de Afdza de un cordón de cuero.

—Creo que hay un malentendido… —empezó en tono asustado.

—No me vengas con cuentos, muchacha. Ninguna mujer presente en la asamblea del reino podría haber malinterpretado las miradas que tú y el sarraceno intercambiasteis, excepto la reina, ocupada con su embarazo, además de Bertha de Laon, que hace trece años que ya no presta atención al presente.

—Roldán es el hombre al que estoy prometida —la contradijo Arima.

—¿Y eso qué tiene que ver? Antaño yo también estaba enamorada de otro hombre que aquel al que estaba prometida.

Arima se sonrojó y le lanzó una tímida mirada a Piligrim, pero el viejo guerrero se limitó a sonreír.

—Su familia tuvo que pagar mucho dinero para disolver el compromiso de manera pacífica, para que yo pudiera quedarme con ella —dijo.

Con gesto afectuoso pero torpe, Ogilva acarició los cabellos revueltos de Piligrim.

—Nadie debería disculparse por el amor, Arima Garcez, jamás —dijo con voz tan suave que, tras su arrugado rostro de ave de rapiña, la muchacha creyó vislumbrar a la hermosa joven de antaño.

Piligrim suspiró y guardó silencio un momento; luego pareció hacer de tripas corazón y dijo:

—Ganelón y Bertha eran amantes mucho antes de que Carlomagno enviara a Milan a Al Andalus. Muy pocos lo sabían. Eran muy cautos. Me lo dijeron ambos, antaño cuando regresé con mi noticia. Yo no me había dado cuenta, aunque en realidad siempre frecuenté la finca de Milan. A menudo me pregunté si Carlomagno también se había enterado de su relación y escogió a Milan para la misión en el reino sarraceno adrede, con el fin de proporcionarles un par de meses a solas a Bertha y Ganelón… y para que, si Milan perecía durante la misión, el camino a la felicidad de su hermana quedara despejado. Carlomagno siempre fue blando de corazón con los miembros de su familia.

—Pero Ganelón y Bertha no encontraron la felicidad.

—No —dijo Piligrim, volviendo a suspirar—. Las intenciones de Carlomagno eran buenas, pero resulta imposible construir una nueva felicidad sobre la mala conciencia y la muerte. Bertha amaba a Ganelón, pero también a Milan.

—¡Dios mío! —dijo Arima.

Ogilva, que había ido en busca de una jarra de vino, le tendió una copa a cada uno y las llenó.

—Eso ocurre hasta en las mejores familias —dijo, lanzándole una sonrisa compasiva a Arima.

—¿Acaso sabes que Roldán en realidad es hijo de Ganelón? —le preguntó Piligrim a Arima.

Ella derramó un poco de vino, patidifusa.

—Según mi opinión, es algo que ni siquiera sabe Carlomagno —añadió el viejo guerrero—. En aquel entonces, cuando les llevé el mensaje que Milan me había confiado, Bertha y Ganelón se delataron a sí mismos. No sabría decir si Milan lo sospechaba; en todo caso, Roldán lo ignora.

—¡Dios mío! —repitió Arima—. Y Roldán… Cuando era un niño pequeño, Roldán le dijo a Ganelón que lo hacía responsable de la muerte de Milan y que lo odiaba.

—Las cosas siempre se le dieron muy mal a Ganelón —dijo Piligrim—. Quizá no des crédito a mis palabras si te digo que de joven era la viva imagen de Roldán: alegre, descarado, adorado por sus guerreros, enamorando a todas las muchachas, siempre dicharachero y el primero dispuesto a medir sus fuerzas.

—¿Y… y la otra historia? ¿La que figura en el pergamino del convento?

—Es de suponer que se corresponde con los hechos, de lo contrario tú no hubieses venido a verme. Cuéntamela, entonces podré confirmarla, o no.

—¿Y también el suplemento añadido?

—¿Qué suplemento?

Cuando Arima acabó su relato, Piligrim se limitó a mirarla en silencio. De pronto la delgada copa de asta se quebró en su mano derecha, el vino salpicó la mesa y las gotas resbalaron por el rostro de Piligrim, que había palidecido.

Ogilva le apoyó una mano en el brazo con aire preocupado.

—¡Debes decírselo a Bertha! ¡Es imprescindible! ¿Has traído el documento, Arima? Debe verlo. Santo cielo, enviaré un mensajero al dux de Gascuña de inmediato. Hace tres o cuatro semanas que Bertha se encuentra en su castillo, porque él la invitó y aquí las paredes se le venían encima. Era ella a quien estábamos esperando. ¡Bertha debe saberlo cuanto antes!

—Yo misma cabalgaré hasta allí —dijo Arima en tono decidido.