Capítulo
30

Josie pasó una noche horrible dando vueltas y vueltas en la cama hasta que finalmente se rindió y se sumergió en la pintura. Por primera vez, los colores vivos no vinieron. No había nada mínimamente alegre en la escena que había pintado. Era oscura, gris. Y exhibía una tristeza que ella misma no se había percatado de haberla filtrado en el lienzo.

Al amanecer, sus hombros se combaron, tensos y doloridos debido a las horas que se había pasado pintando. Cuando le echó un vistazo a la pintura, se encogió de dolor. Era una clara imagen de su estado de ánimo. Miserable.

Josie a punto estuvo de manchar el cuadro con más pintura para estropearlo, pero se contuvo. Sus manos temblaban antes de finalmente añadir su firma, su característica J, en la esquina inferior de la derecha.

Era una pintura honesta. Y también muy buena. Solo era diferente de cualquier otro de los trabajos que hubiera hecho antes. A lo mejor este se parecía más a la línea de lo que los demás querían. A lo mejor la gente no quería su diversión viva y erótica.

Mientras miraba fijamente al cuadro, el título le vino a la cabeza. Lluvia en Manhattan. No era particularmente original, pero le iba a su estado de ánimo aunque fuera hiciera una perfecta mañana primaveral. Los edificios de su pintura eran altos y sombríos, y estaban delineados por la lluvia y el cielo encapotado. También se dio cuenta de que el edificio representado en el lienzo era el de Ash.

Suspiró y se levantó al mismo tiempo que estiraba sus músculos agarrotados. Entró dando tumbos en la cocina para prepararse un café. Gracias a Dios que aún tenía un bote en el armario. Tendría que volver a reponer de provisiones su apartamento. Había tirado a la basura todos los alimentos perecederos cuando se mudó, y solo había dejado unos cuantos productos. Y uno de ellos era el café. Necesitaba pasar de las tazas e ir directamente a por una infusión de cafeína intravenosa.

Con una taza humeante en la mano, volvió al salón y subió las persianas para dejar que la luz de la mañana entrara por las ventanas. Fuera las calles estaban silenciosas, apenas empezando a volver a la vida con el tráfico del día.

A ella siempre le había encantado su apartamento. El alquiler le costaba un buen pico, eso sí, y se dio cuenta de que tendría que mudarse a algún sitio más barato. El dinero no le había caído del cielo. No había ningún cliente al que le hubiera enamorado su trabajo y que fuera a comprar cualquier cuadro que llevara a la galería.

Tenía que ir y hablar con el señor Downing para dejarle claro que si continuaba exponiendo sus cuadros no podría vendérselos a Ash. Probablemente no le aceptara nada más ya que estaba rechazando al que debía ser su mejor cliente. ¿Pero cómo podía confiar en que Ash no fuera a comprarlos bajo un seudónimo, uno que ella no pudiera rastrear?

Sí, tendría que mudarse, reorganizar sus prioridades y pensar en las opciones que tenía. Tendría que diseñar más joyería y ponerlas a la venta en su página web. La web había languidecido desde que se había mudado con Ash, ya que toda su atención la había acaparado la pintura. Pero necesitaba el dinero que conseguía de las joyas. Cuando las producía regularmente, vendía regularmente. Su arte tendría que estar en un segundo plano de forma temporal hasta que consiguiera el dinero suficiente como para pensar qué nueva dirección tomar con sus cuadros.

El señor Downing le había dicho que le faltaba visión y enfoque. Que era muy dispersa y le faltaba coherencia. Evidentemente tenía razón. ¿Pero cuál podría ser su nuevo enfoque? Si a la gente no le gustaban los cuadros alegres y vivos que ella creaba, entonces tendría que replantearse su visión de las cosas.

No debería ser demasiado difícil pintar cosas más depresivas y sombrías como la que había pintado esta mañana. No iba a olvidarse de Ash en un día, una semana, o ni siquiera un mes. Lo amaba. Se había enamorado perdidamente de él. El antiguo refrán sobre jugar con fuego se le vino a la cabeza. Ella claramente había jugado, se había lanzado directamente a las llamas, y como consecuencia se había chamuscado.

Sacudió la cabeza, se terminó el café y depositó la taza en la mesita auxiliar. Tenía que volver al trabajo y a lo mejor dibujar una pieza para acompañar a su Lluvia en Manhattan. Podría llevárselos entonces al señor Downing y ver si pensaba que esos se venderían mejor que sus anteriores pinturas. ¿Si no? Plan B. Fuera cual fuese.

Miró su teléfono móvil, que había puesto en silencio, y se debatió entre si debería ir a mirar las llamadas perdidas y los mensajes, o no. Seguidamente suspiró. Nadie la llamaría. Excepto a lo mejor Ash, y no quería pensar en él ahora. Se resistió a la tentación de mirar los mensajes —si es que había alguno— y volvió al trabajo, decidida a terminar otra pieza.

Pintar un cuadro normalmente le llevaba días. Cambiaba de parecer sin parar y se fijaba hasta en el último detalle, por muy pequeño que fuera. Pero hoy simplemente estamparía la pintura en el lienzo y no pararía hasta que estuviera terminado. ¿Y qué si no era perfecto? No es que su detallismo la hubiera llevado muy lejos antes.

Sacudió la cabeza. Dios, sonaba como una imbécil quejica y compadecida de sí misma. Ella no era así, y tampoco iba a cambiar para serlo. No era de las que se rendían. Ella nunca había tirado por tierra su sueño. Su madre la había obligado a jurarle que no iba a rendirse. Y de ningún modo iba a defraudar a su madre o a sí misma.

Trabajó durante horas, sin parar, mientras el sol subía cada vez más y más en el cielo y la luz se colaba por su ventana. Llegó a un punto en el que tuvo que cerrar las persianas porque se sentía demasiado expuesta a los que paseaban por la calle. Se había percatado de que un par de tíos no dejaban de pasar frente a su piso para ver si podían seguir viéndola pintar. Y pintar era algo privado. Incluso más ahora que estaba volcando su corazón y su tristeza en el lienzo.

Le había dado los últimos retoques al cuadro cuando alguien llamó a la puerta. Ella se quedó paralizada y el desaliento comenzó a correrle por las venas. ¿Estaba Ash aquí? Había sido bastante claro y cortante en que le daría la noche para pensar pero que no iba a rendirse e iba a luchar por ella y por su relación juntos. Él había querido que ella pensara en ello, pero al final había dejado apartado todo el tema y se había puesto a trabajar.

Se levantó y las manos le temblaron. Podría ignorar la puerta, pero no era una cobarde. Y si Ash había venido hasta aquí, lo mínimo que podía hacer era decirle que necesitaba más tiempo. Espacio.

Con el corazón latiéndole a mil por hora, se limpió las manos y se encaminó hasta la puerta. Respiró hondo y la abrió. Parpadeó de la sorpresa al percatarse de que no había sido Ash el que llamaba a su puerta. ¿Era decepción lo que sentía? Se quitó la idea de la cabeza y se quedó mirando sin decir ni una palabra a Mia y a Bethany, que llevaban expresiones decididas en sus rostros.

—Estás horrible —dijo Mia sin delicadeza—. ¿Has dormido siquiera?

—Esa es una pregunta estúpida, Mia. Es evidente que no —dijo Bethany.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Josie sin apenas voz.

—Para responder a la que será tu próxima pregunta, no, Ash no nos ha enviado —dijo Mia con firmeza—. Y para responder a tu primera pregunta, estamos aquí porque vamos a obligarte a comer con nosotras y no pienses siquiera en decirnos que no.

Josie se quedó boquiabierta. Bethany se rio.

—Es mejor que te vengas por las buenas, Josie —dijo Bethany, con la risa aún patente en su voz—. Mia es muy decidida y asusta un poco cuando se le mete algo en la cabeza. Estoy segura de que Gabe corroborará ese hecho.

Mia le dio un codazo a Bethany y gruñó. A pesar de todo, Josie sonrió y el alivio se le instaló en los hombros.

—¿Me podéis dar un minuto para que lo limpie todo? He he… estado trabajando —terminó sin convicción.

—Claro —trinó Mia.

—Entrad —dijo Josie apresuradamente—. Sentaos. Está todo un poco desordenado. No he desempaquetado nada todavía, y, como os he dicho, he estado trabajando.

—¿Esos son tus cuadros nuevos? —preguntó Bethany suavemente cuando entraron en el salón.

Mia y Bethany se habían quedado mirando fijamente las dos pinturas que acababa de terminar. Josie se pasó las manos por los pantalones y asintió.

—Son muy buenos —dijo Mia—. Hay mucho sentimiento en ellos. —Giró sus ojos llenos de compasión hacia Josie—. Y es obvio que estás molesta.

Josie no sabía qué responder a eso.

—Yo… eh… vengo en un minuto, ¿de acuerdo?

Mia y Bethany asintieron y Josie se precipitó hacia el cuarto de baño para asegurarse de que estuviera presentable. Cuando se miró en el espejo, hizo una mueca. Con razón le habían dicho que estaba horrible. Lo estaba de verdad.

Se echó agua en la cara y rápidamente se aplicó la base de maquillaje y los polvos. Se pintó las pestañas con una máscara suave y luego se puso brillo de labios. No iba a ganar ningún concurso de belleza, pero al menos no parecería tan vacía ni demacrada. Aunque lo cierto era que ni todo el maquillaje del mundo podría ocultar las sombras oscuras que tenía debajo de los ojos.

Cuando volvió al salón, Mia y Bethany la estaban esperando y la sacaron rápidamente del apartamento hasta llevarla al coche que se encontraba aparcado al final de la calle.

Los dos tíos que Josie había visto antes llamaron su atención una vez más y ella frunció el ceño. Sin duda alguna, eran hombres enviados por Ash. Para observarla, aunque le hubiera jurado que le daría al menos una noche para pensar. Josie negó con la cabeza. Ash hacía las cosas a su manera. Como siempre. En el fondo, suponía que era bueno que aún la estuviera protegiendo, pero su confianza en él estaba rota. Lo que debería parecer protección, ahora simplemente era otra señal más de lo controlador que realmente era.

—Habríamos invitado a Brittany también, pero nos preocupaba que fuera un poco incómodo ya que es la hermana de Ash —dijo Mia con una voz grave ya una vez dentro del coche.

Josie se encogió de dolor. De acuerdo, evidentemente sabían de su ruptura con Ash y no la estaban simplemente invitando a ir a comer como si todo fuera normal.

Bethany deslizó su mano por encima de la de Josie y le dio un apretón.

—No estés así, Josie. Todo irá bien. Ya lo verás.

Las lágrimas ardían bajo sus párpados, pero ella intentó con todas sus fuerzas evitar venirse abajo.

—No estoy segura de que nada vaya a ir bien otra vez.

—Irá bien —dijo Mia con fiereza—. Puedes contarnos qué ha pasado mientras comemos. Luego buscaremos la manera de darle una patada en el culo a Ash.

Bethany se rio y Josie la miró con perplejidad.

—Pero Ash es vuestro amigo —dijo Josie—. ¿No estáis enfadadas conmigo por romper con él?

—Tú eres nuestra amiga —dijo Mia—. Ash no es la única conexión que tenemos contigo, Josie. ¡Y las mujeres debemos mantenernos unidas! Estoy segura de que sea cual sea el problema es culpa de Ash.

—Por supuesto —dijo Bethany lealmente—. Gabe y Jace la han pifiado tantas veces que es completamente lógico que Ash lo haga también. Al fin y al cabo, es un hombre.

Josie se rio aunque tuviera los ojos anegados en lágrimas.

—Ay, dios. Os quiero, chicas.

—Nosotras también a ti —dijo Mia—. Ahora vayamos a comer algo rico y que engorde y critiquemos a los hombres.

Diez minutos más tarde, las tres se encontraban sentadas en un pequeño pub no muy lejos del apartamento de Josie. Tras pedir lo que iban a almorzar, Mia se le echó encima.

—Y ahora, danos los detalles. Todo lo que nos han dicho Gabe y Jace es que rompiste con Ash y te fuiste de su apartamento y que Ash se emborrachó como nunca anoche.

Josie se encogió de dolor y se llevó las manos a la cara.

—Oh, dios. No sé qué hacer. Por un lado estoy enfadada y dolida y un montón de otras cosas más. Pero por otro, me pregunto si me habré excedido.

—¿Qué ha pasado? —preguntó suavemente Bethany.

Josie suspiró y luego les relató toda la historia de principio a fin, sin omitir nada. Ni el hecho de que Ash hubiera mandado que la siguieran, ni de que hubiera comprado las joyas de su madre o insistido para que se mudara con él tras el suceso con Michael, y por último, tampoco el haber descubierto que él había sido quien había comprado todos sus cuadros.

—Guau —dijo Mia echándose hacia atrás en su silla—. Diría que me sorprende, pero suena muy a Ash.

—También a Gabe y Jace —señaló Bethany—. Son muy decididos cuando quieren algo.

—Cierto —admitió Mia—. Otra cosa no, pero persistentes sí que lo son.

Bethany asintió.

—¿Me he pasado? —preguntó Josie—. Una parte de mí me dice que sí, mientras que la otra está dolida. Lo que quiero decir es que estoy enfadada también, pero más que eso, me siento destrozada.

—No te has pasado, Josie —dijo Bethany.

Mia se volvió a echar hacia delante con una expresión seria mientras miraba fijamente a Josie.

—Entiendo por qué estás molesta. Pero escúchame, Josie, y no lo digo para hacerte daño. Solo para dejar algo claro. Ash podría tener a cualquier mujer que quisiera. Tiene, literalmente, a miles de mujeres en una larga cola esperando su oportunidad con él. Pero él te quiere a ti.

Bethany asintió con rapidez.

—Entiendo totalmente lo que dices de que te ha quitado tu independencia y de cómo lo que hizo te ha anulado los logros que con tanto esfuerzo has conseguido. Pero la cosa es que los hombres son imbéciles. No tienen muchas luces. Ash quería ayudarte. Los hombres como Ash solo conocen una forma de hacer las cosas. La suya. Pero, Josie, él estaba muy orgulloso de ti. Alardeó de todo el talento que tienes con Jace y con Gabe, e incluso conmigo y con Bethany. No creo que él tuviera la más mínima intención de hacerte el daño que te ha hecho. Él vio la forma de ayudarte, de apoyarte económicamente y de darte ese sentimiento de realización. Puede que no lo haya hecho de la mejor manera, pero sus intenciones eran buenas. De verdad lo creo. Es solo que Ash es muy intenso, pero tiene un corazón enorme. Y evidencia de eso es que ha ayudado a su hermana, que siempre se ha comportado fatal con él durante años. Y a pesar del hecho de que en su familia todos son unos imbéciles, no les ha dado la espalda por completo nunca.

—Yo tuve un montón de conflictos conmigo misma por el hecho de que Jace me quisiera —dijo Bethany con voz queda—. Me desconcertaba que hubiera puesto la ciudad patas arriba buscándome tras aquella primera noche y que se tomara tantas molestias para ayudarme y apoyarme económicamente. Él, al igual que Ash, podría haber tenido a cualquier mujer que hubiera querido. Pero me quería a mí. Al igual que Ash te quiere a ti. Podemos quedarnos aquí sentadas y analizarlos e intentar entenderlos, pero al fin y al cabo, ellos quieren a quien quieren y al parecer esas somos nosotras. Y Jace cometió un montón de errores también, pero los solucionamos y me alegro de haberlo hecho, porque me hace muy feliz. Nunca había tenido una relación así con ningún otro hombre. Y tampoco querría tenerla.

—Así que creéis que estoy haciendo una montaña de un granito de arena —dijo Josie con arrepentimiento.

Mia sacudió la cabeza.

—No, cariño, no. Creo que obviamente es algo importante para ti y también creo rotundamente que Ash debería saber eso y debería reconocer que lo que ha hecho está mal. Pero al mismo tiempo, ¿es algo por lo que no podrías perdonarlo? ¿De verdad lo que ha hecho ha sido tan terrible? Sus intenciones eran buenas aunque al final todo saliera mal.

Y ahí estaba. Todo resumido. ¿Lo que había hecho era de verdad tan imperdonable? Por supuesto que tenía el derecho de enfadarse, ¿pero mudarse? ¿Romper? Esas cosas eran muy… permanentes.

Ella volvió a esconder el rostro entre las manos.

—Ay, dios. Sí que me he pasado.

Bethany deslizó una mano por su espalda.

—Debería haberme enfrentado a él, sí, pero exageré totalmente mi reacción. No debería haber hecho lo que hice. Ahora estará muy enfadado conmigo, ¡y no lo culpo!

—No estará enfadado contigo, Josie —dijo Mia con suavidad—. Simplemente se alegrará de tenerte de vuelta.

Ella negó con la cabeza con tristeza.

—Es peor de lo que piensas. Dijo… —suspiró—. Dijo que me amaba y yo se lo eché en cara. Le dije cosas muy feas. Como que no podía saber si lo estaba diciendo solamente para manipularme.

—¿Ha sido la primera vez que te lo ha dicho? —preguntó Bethany con tacto.

Josie asintió.

—Entonces es comprensible que hayas reaccionado de ese modo —dijo Mia—. ¿Tú lo quieres?

—Oh, sí —dijo Josie en voz baja—. Estoy total y locamente enamorada de él.

Bethany sonrió abiertamente.

—Ahí lo tienes. Los dos os queréis. Podéis solucionar esto. Él te perdonará y tú lo perdonarás.

—Haces que parezca muy fácil —murmuró Josie—. Me comporté como una idiota histérica. No me puedo creer que fuera hasta su oficina y le dijera las cosas que le dije. Ojalá tuviera algún botón para rebobinar en el tiempo y poder hacer las cosas de otra manera.

—El amor no es perfecto —dijo Mia—. Todos cometemos errores. Gabe, Jace, yo, Bethany. Y ahora tú y Ash. No debería ser perfecto, sino lo que vosotros queráis que sea. Y podéis hacer que sea muy especial, Josie. Ve y habla con él. O llámalo. Haz las cosas bien y dale una oportunidad para que también haga las cosas bien.

Parte del peso que tenía sobre los hombros remitió. La esperanza se apoderó de Josie y con ella el pensamiento de que esto no era el final. Nada de lo que Ash había hecho era imperdonable. Ella cometería errores, sin duda. Pero creía con absoluta certeza que Ash sería mucho más comprensivo con sus errores que ella con los de él.

—Gracias, chicas —dijo mientras sonreía de alivio—. Voy a volver a casa, voy a ducharme y luego llamaré a Ash con la esperanza de que no esté demasiado enfadado como para escuchar mi disculpa.

Mia le devolvió la sonrisa.

—Seguro que te escuchará. Vamos. Es hora de irse. Te llevaremos de vuelta a tu apartamento.

Josie negó con la cabeza.

—Gracias, pero iré caminando. Necesito tiempo para reorganizar mis pensamientos. Quiero hacer las cosas bien.

—¿Estás segura? —preguntó Bethany.

—Sí. No está muy lejos y me dará la oportunidad de conseguir el coraje necesario para llamarlo.

—Está bien, pero prométeme que nos mandarás un mensaje a mí y a Bethany para decirnos qué tal ha ido —exigió Mia.

—Lo haré, lo prometo. Y gracias de nuevo. Significa mucho para mí que hayáis estado dispuestas a patearle el trasero cuando me conocéis de tan poco tiempo.

Mia sonrió.

—¿Para qué están las amigas?

Josie se levantó, las abrazó a ambas con fuerza y prometió mandarles un mensaje cuando solucionara las cosas con Ash. Luego salió del pub con ellas y esperó a que las chicas se montaran en el coche antes de despedirse de ellas con la mano.

Colocándose el bolso sobre el hombro, comenzó a caminar en dirección a su apartamento. Sus pensamientos eran un torbellino, pero la emoción y el alivio reemplazaron la desolación que había sentido antes.

Ahora solo esperaba que Ash la perdonara y que de verdad la amara.

La caminata le llevó más de lo que había pensado, de modo que cuando llegó a su apartamento, estaba cansada por no haber dormido la noche anterior e impaciente por entrar, ducharse y llamar a Ash.

Maldijo haberse dejado el móvil en el salón. Podría haber leído ya todos los mensajes que hubiera tenido además de escuchar los mensajes de voz. Le habrían dado una ligera idea del estado de ánimo de Ash y de si con una disculpa sería suficiente o no.

Metió la llave en la cerradura y frunció el ceño cuando se percató de que debía de habérsele olvidado cerrar con llave cuando salió. Lo último que había tenido en la mente había sido cerrar la puerta con llave. Debía tener más cuidado con eso. Por supuesto, si ella y Ash se reconciliaban, no tendría que volver a preocuparse por eso porque siempre se aseguraba de que estuviera protegida. Incluso había seguido haciéndolo aunque ella lo hubiera dejado. Sin embargo, no había sentido a esas dos sombras al volver al apartamento. ¿Se había arrepentido? ¿Se había rendido Ash?

Josie frunció los labios mientras entraba, cerraba la puerta y echaba la llave. Pero la sonrisa desapareció al entrar en el salón y al darse cuenta de que no estaba sola.

Se le cortó la respiración cuando vio a tres hombres allí, esperándola con expresiones serias en los rostros. Reconoció a dos de ellos de haberlos visto antes y asumir que eran los hombres que había enviado Ash para protegerla. En ese instante supo que se había equivocado de forma horrible. Esos hombres no estaban aquí precisamente para eso.

Antes de poder reaccionar, uno se le acercó por la espalda rápidamente para bloquearle el camino hasta la puerta. Aunque no habría tenido tiempo de escapar de todas formas ya que había cerrado la puerta con llave al entrar.

—Señorita Carlysle —dijo uno de los hombres en un tono que le envió escalofríos por toda la piel—. Hay un mensaje que quiero que le entregue a Gabe Hamilton, Jace Crestwell y Ash McIntyre.

Antes de poder preguntar de qué estaba hablando y de exigirles que se fueran de su apartamento, el dolor se apoderó de su cuerpo, tirada en el suelo, completamente desconcertada.

Y luego el dolor. Más dolor que atravesó su cuerpo de forma agónica mientras ellos volcaban toda su violencia en ella. La sangre manchó su nariz. La podía saborear en la boca. No podía respirar bien, dolía demasiado. No podía ni siquiera gritar.

Iba a morir.

Ese pensamiento se formó en su mente y, extrañamente, no luchó contra él porque significaría escapar de la terrible agonía que estaba soportando.

Entonces todo se quedó en silencio. Una mano se hundió en su pelo y tiró de su cabeza hacia arriba sin miramiento alguno. Un hombre se inclinó sobre su rostro hasta estar a varios centímetros de distancia de ella.

—Diles que nada que tengan en alta estima está a salvo de mí. Voy a por ellos. Se arrepentirán del día en que me jodieron. Me arruinaron, y juro por Dios que los arruinaré yo a ellos antes de que ponga fin a esto.

Le puso bruscamente algo en la mano y luego dejó que su cabeza volviera a caer al suelo. El dolor recorrió su columna vertebral. Oyó pasos y luego la puerta al abrirse. Y después al cerrarse.

Un ligero quejido salió entrecortado entre sus labios hinchados y doloridos. Ash. Tenía que coger su móvil y llamarlo. Tenía que advertirlo. Él vendría a por ella. Todo iría bien si pudiera coger su teléfono.

Intentó ponerse de pie, pero gritó de dolor cuando apoyó todo su peso en la mano derecha. Bajó la mirada hasta ella con un ojo casi cerrado debido a la hinchazón y la visión borrosa. ¿Qué le pasaba a su mano?

Usando el codo para mantenerse alzada, se arrastró hasta la mesita auxiliar donde había dejado el teléfono móvil. Intentó alcanzarlo, pero solo logró tirarlo al suelo, así que ahora solo le quedaba rezar para que no lo hubiera roto.

Con su mano izquierda buscó torpemente el botón para abrir su agenda de contactos. Luego cambió de idea y le dio al de llamadas recientes porque la suya habría sido la última. Le dio a su nombre y rezó para que descolgara.