Capítulo
28

Josie rebuscó apresuradamente entre los otros y el estómago se le hizo un nudo cuando vio todos y cada uno de los cuadros que había vendido en la galería de arte del señor Downing.

¿Qué narices significaba esto?

Dejó que el embalaje cayera al suelo y retrocedió un paso. El nudo que tenía en el estómago se le hizo más grande. Oh, no. No, no, no. No podía ser. Él no habría sido capaz.

Pero sí que lo había hecho. La evidencia la tenía frente a sus narices.

—Señorita Carlysle, por favor. No debería estar aquí —dijo el portero desde la puerta.

—No, supongo que no —murmuró.

Pasó por su lado e ignoró cómo le pedía que parara. ¿Qué demonios podría decirle él?

Se metió bruscamente en el ascensor con las lágrimas ardiéndole en los ojos. ¿Cómo podía haberlo hecho? Se sentía como la imbécil más grande de la tierra. Nunca se habría imaginado que Ash hubiera sido el que comprara todos sus cuadros, pero no debería sorprenderla. Había manipulado cada aspecto de su relación hasta ahora.

La desolación se apoderó de ella. No tenía éxito. No era independiente. Todo había venido de Ash. Estaba viviendo de su dinero, en su apartamento. No había comprado nada con su dinero. La sensación de felicidad que había tenido antes por haber encontrado su lugar en el mundo, ahora había desaparecido debido al descubrimiento de esos cuadros.

Salió del ascensor tan inquieta que no podía siquiera pensar en condiciones. Su mirada recayó sobre las cajas, que la gran mayoría ya habían sido vaciadas. Caminó por su lado y se hundió en el sofá antes de cubrirse el rostro con las manos.

Se sentía completamente humillada. Cada vez que le había hablado a Ash, emocionada, de su éxito, ahora volvía a ella con olas de vergüenza. ¡Y él lo había permitido!

Le había mentido. Algo que ella nunca se hubiera imaginado que él le haría. No, él no había venido ni le había negado haber comprado esas pinturas, aunque ella nunca le había preguntado. Nunca se hubiera imaginado que él fuera a estar detrás de todo. Había mentido por omisión. Y su mentira había sido tan enorme y monumental que su cabeza no podía siquiera concebir cuánto.

¿Qué más le había ocultado?

Las lágrimas ardían bajo sus párpados, pero ella se negó a sucumbir a ellas. También se negaba a creer que estuviera sobreactuando. Esto no era una nimiedad. Su éxito era lo único que le había permitido decir que sí a las exigencias de Ash. Se había sentido como si hubiera aceptado porque se sentía capaz de mantenerse a sí misma. De ninguna manera se habría metido tan a ciegas en una relación con Ash con tal enorme disparidad entre ellos. Ella había estado dispuesta y había sido capaz de someterse a él porque había sido lo bastante fuerte como para ir a él como una igual. En realidad nunca había existido una verdadera equidad entre ellos, pero su éxito como artista, tener dinero en su cuenta bancaria y los medios para mantenerse por sí misma, habían sido importantes para ella y habían igualado la balanza entre ellos. Al menos en su mente.

De lo que no se había dado cuenta era de lo desigual que las cosas eran entre ellos.

Ella vivía en el apartamento de él. Todo el dinero en su cuenta bancaria era de él. No suyo. Ay, Dios, incluso le había pagado el doble. Debería de haber puesto en duda su buena fortuna. La gente no entraba sin más en una galería de arte y ofrecía magnánimamente pagar más de lo que se pedía por una pieza de arte.

Era muy estúpida. Ingenua. Una total y completa idiota.

De verdad se había creído que alguien se había sentido impresionado por su trabajo. Se había creído que tenía verdadero talento aunque el señor Downing se hubiera negado a exhibir más de su arte porque no estaba vendiendo. Ahora sabía la verdad.

Cerró los ojos, destrozada por el descubrimiento. Había confiado en él. Se había abierto por completo a él. Y él se había reído de ese regalo.

Todas esas palabras de cuidar su regalo, de protegerlo y apreciarlo, no significaban nada. Se había reído de ella a lo grande. Dios, incluso les había contado a los demás lo de la venta de sus obras. Había estado tan orgullosa. Tan emocionada. ¿Sabían todos que Ash era su benefactor?

Aparentemente, Ash funcionaba distinguiendo lo que era necesario saber y lo que no. ¿Qué más había decidido que Josie no debía saber?

Levantó la cabeza con la pena anegándose en su pecho hasta no poder respirar. Inspiró hondo de forma irregular e intentó hacer remitir la sensación de ardor dentro de su pecho. Pero nada funcionaba.

Ella lo amaba, y había pensado que él la amaba a ella.

Se masajeó las sienes; el agotamiento se había apoderado de ella. ¿Qué se suponía que debía hacer?

Miró hacia las cajas, y la ira sustituyó parte de su desolación. Ni mucho menos iba a quedarse aquí y a fingir que desconocía lo que él había hecho. ¿Cómo podía hacerlo? Estaba viviendo una auténtica mentira. Y ahora se había topado de frente con el conocimiento de que realmente no tenía éxito en su trabajo. No había nadie que pidiera sus cuadros. Y había descuidado el negocio de las joyas desde que se había instalado en el apartamento de Ash. Había estado tan absorbida por otras cosas que no había tenido tiempo para diseñar nuevas piezas ni para ponerlas a la venta. Había estado tranquila sabiendo que sus pinturas se venderían tan pronto como ella las llevara a la galería, y esas piezas le aportaban mucho más dinero que las joyas. O al menos, le habían aportado más dinero.

Respirando hondo, Josie se obligó a ponerse en pie. A actuar. No le llevaría mucho tiempo volver a empaquetar sus pertenencias. Y todo lo que de verdad quería eran sus útiles de pintura y la ropa que se había traído de su propio piso. Todo lo demás pertenecía a Ash. Eran cosas que él le había comprado y no se las iba a llevar consigo.

De un modo mecánico, lo guardó todo en cajas sin el mismo cuidado que la primera vez que lo había hecho. Treinta minutos después, había llenado todas las cajas y había metido en la bolsa de deporte todos sus artículos de aseo y su ropa. Se quedó observando la habitación, sabiendo que habría que hacer varios viajes para llevar todas sus cosas a su antiguo apartamento. Gracias a Dios que no había anulado el alquiler y que aún tenía un lugar donde vivir.

Echando los hombros hacia atrás, sacó su teléfono y buscó en Google alguna empresa de mudanzas local. Tras una llamada y una factura desorbitante por un trabajo de última hora, todo lo que le quedaba por hacer era esperar. Esperar a las personas que borrarían todo rastro de su presencia en el apartamento de Ash.

Dolía. Dolía mucho. No había parte de su corazón o de su alma que no estuviera enferma en este momento. ¿Pero cómo se podría quedar con un hombre que la había manipulado con tanta despreocupación? Puede que no le hubiera hecho daño físicamente como lo había hecho Michael, pero ahora mismo Josie prefería esa clase de dolor antes que la agonía tan intensa que sentía en lo más profundo de su alma debido a su engaño.

Una hora más tarde, los de la compañía de mudanzas llegaron y comenzaron a bajar las cajas en el ascensor hasta el camión. Josie permaneció en el apartamento hasta que bajaron la última caja. En silencio, los urgió a que se dieran prisa. No quería que Ash volviera a casa del trabajo mientras ella estuviera llevando a cabo su mudanza. No la había llamado todavía, así que debería tener tiempo de sobra.

Para cuando él llegara a casa, ella ya estaría de nuevo en su propio apartamento, y esta vez, no se dejaría engañar por palabras bonitas y promesas vacías.

Maldito fuera por hacer que se enamorara de él. Y maldito fuera también por haberla incluido en su mundo. Le gustaban sus amigos. Adoraba a Bethany y a Mia y a Brittany y a todas las demás. Pero eran sus amigos, leales a él. A ella la aceptaban por él. Y ahora no tenía nada de nada.

Estaba saliendo del ascensor cuando se dio cuenta de dos cosas. Una, que no tenía quién la llevara a su apartamento y que el apartamento de Ash no estaba bien comunicado con el transporte público. Podría coger un taxi, pero tendría que decirle al portero que llamara a uno y podría tardar un rato. Especialmente a esta hora del día, que todos los taxistas no estaban de servicio.

La segunda cosa de la que se dio cuenta fue que tenía que enfrentarse a Ash. No podía simplemente irse y esconderse en su apartamento. No es que le debiera nada a él, pero no quería irse a casa temiendo el momento en que él se percatara de que se había ido y la inevitable confrontación que eso conllevaría después. Era mejor ir a su oficina, decirle todo lo que tenía que decirle y dejarle claro que habían terminado. De esa forma no tendría que preocuparse por que se presentara en su apartamento buscando una explicación.

Para eso recurriría al chófer de Ash. A fin de cuentas, tenía que ir a recoger a Ash igualmente. Al mirar rápidamente su reloj, se dijo que seguramente seguiría aquí. Si no, cogería un taxi hasta allí aunque eso significara esperar. Desde su oficina, simplemente cogería el metro.

Buscó su teléfono móvil dentro del gran bolso que se había echado al hombro. Tras despedir a los de la mudanza en la puerta y darles las llaves de su apartamento para que pudieran empezar a descargar las cajas, llamó al chófer de Ash, que, gracias a su suerte, solo estaba a una manzana de distancia.

Unos pocos minutos más tarde, Josie se encontraba de camino a la oficina de Ash con lágrimas silenciosas cayendo por sus mejillas.