Capítulo
11
Ash no era estúpido. Sabía que había presionado a Josie y no le había dado ni tiempo para respirar, analizar o reaccionar a su arrogante reclamo. Y había sido la clase de arrogancia de entrar en su apartamento y ordenarle que se mudara al suyo.
Así que se precipitó a llevar a cabo su tarea con eficiencia, porque cuanto más tiempo se quedara sentada en esa cama sintiéndose abrumada y aturdida, más tiempo tendría de reconsiderar su acelerada y silenciosa conformidad. Lo que significaba que se arriesgaba a que ella no se fuera con él a su propio apartamento.
Y esa no era una opción.
Preparó la bolsa de viaje, llamó a su chófer para asegurarse de que estuviera esperándolos fuera del apartamento de Josie y luego la llevó apresuradamente a la puerta para no darle más tiempo para procesar los rápidos y precipitados sucesos de la noche.
Tras ayudarla a entrar en el coche, Ash cerró la puerta y se paró solo un momento para llamar al portero de su edificio y pedirle que subiera al apartamento y quitara el cuadro de Josie de su dormitorio y lo guardara, junto con los otros que había en el salón, hasta que Ash fuera a por ellos de nuevo. No quería que Josie supiera que él era quien le había comprado los cuadros. Todavía no.
Cuando se subió al coche a su lado, se relajó y luego la miró, fijándose en ese semblante pálido y alterado. Los moratones lo cabreaban. Lo enfurecían. El corte en el labio destacaba, un recordatorio de que otro hombre le había puesto las manos encima a lo que Ash ya consideraba suyo. Estaba seguro de que ese tío le habría puesto las manos encima a cualquier mujer de esa forma. No solo a la mujer de Ash, sino a cualquier otra también. Pero lo había hecho con la suya.
—No sé si esto es una buena idea, Ash —dijo ella en silencio. Era la primera vez que hablaba desde que le había dado las vacilantes instrucciones para saber qué guardar en la bolsa de viaje.
—Es una muy buena idea —dijo él con firmeza—. Habrías venido a mí de no ser por ese gilipollas. Tú lo sabes, y yo lo sé. Aún tenemos que discutir la cuestión de Michael, y lo haremos cuando estés en un lugar donde te sientas segura y a salvo, y lo harás entre mis brazos, donde nada malo te va a pasar ni nada te podrá tocar. Pero ten en cuenta esto, lo que él te ha hecho no cambia nada entre tú y yo. El «nosotros» es inevitable. Desde ese primer día en el parque ya era inevitable. Luchar contra ello es una pérdida de tiempo y de energía mental. Yo no voy a luchar contra ello y no quiero que tú lo hagas tampoco.
Ella abrió la boca, sorprendida. Sus ojos destellaron, no de enfado, sino de reconocimiento. Bien. Estaban yendo en la buena dirección porque ella empezaba a ver lo mismo que él. Lo que sabía.
—No me hace especialmente feliz que me hayas ocultado esto —continuó—. Que no vinieras a mí cuando esto ocurrió. Pero trabajaremos en ello. No eras mía por entonces aunque yo ya sabía que sí. Pero ahora lo eres, y vendrás a mí cada vez que tengas algún problema.
Ella asintió lentamente, y la satisfacción —el triunfo— se apoderó de él.
Extendió su brazo; no le gustaba la distancia que había entre ellos, pero tampoco quería presionarla demasiado. No todavía. Ya la había presionado suficiente por hoy. Quería que el siguiente movimiento saliera de ella, así que esperó con el brazo estirado hacia ella.
Ella se acercó inmediatamente, sin vacilación, y a él eso le gustó. Se deslizó junto a él, apretándose contra su costado para que él pudiera rodearla con su brazo. Y lo hizo. La pegó contra él. Ella reposó la cabeza contra su pecho y la coronilla de esta quedó justo debajo de su barbilla. A Ash le gustaba tenerla así.
Josie soltó un suspiro suave y luego pareció derretirse contra él. El cuerpo se le relajó como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Alivio.
El olor de su pelo lo tentaba. Suave y dulce, como ella. Le pasó una mano por todo el brazo, disfrutando del tacto de su piel y sabiendo que pronto descubriría todo su cuerpo. Pero por ahora necesitaba confort. Seguridad. Sentirse a salvo. Necesitaba saber que él nunca le haría daño. Nunca le levantaría la mano tal como Michael había hecho.
Presionó los labios contra su pelo e inhaló incluso cuando le estaba dando el beso.
Hasta el fondo. Sí, estaba pillado hasta el fondo. Ni siquiera tenía un plan completo pensado. Había actuado por instinto. Sabía que tenía que tenerla. Sabía que tenía que tenerla en su espacio. Y sabía que si no la presionaba ahora, lo más seguro era que la perdiera.
Abrumarla parecía ser la mejor idea, aunque eso lo convirtiera en un completo cabrón. Pero no se compararía con Michael. Él no era ese tío. Puede que no fuera la persona más comprensiva, paciente y considerada, y definitivamente no se rendía cuando quería algo, pero él nunca, jamás, le levantaría la mano a una mujer. La idea lo horrorizaba.
Pero no tenía en absoluto ningún problema con desembocar toda esa violencia en el hijo de puta que le había hecho daño a Josie.
Apartó ese pensamiento de su cabeza porque sabía que tendría que encargarse de ello más tarde. Y estaba claro que iba a ocuparse de ello. Pero Josie estaba primero. Sus necesidades, su comodidad, desde ya.
El camino en coche fue silencioso, y Ash no hizo nada para remediarlo. Sabía que Josie estaba procesando los sucesos de la noche. Sabía que estaría probablemente dándole vueltas y vueltas y sintiendo incluso arrepentimiento. Pero estaba aquí en sus brazos, y siempre y cuando estuviera aquí y no en su apartamento, podría luchar contra todo.
En vez de hablar, simplemente le acarició la piel, deslizando las palmas por sus brazos y ofreciéndole consuelo de la mejor manera que sabía.
—Lo siento, Ash —dijo ella en voz baja. Sus palabras casi se perdieron contra su pecho.
Sus manos pararon cuando estaban recorriendo el brazo hasta llegar al hombro y ladeó la cabeza para poder oírla mejor.
—¿Por qué lo sientes?
—Por no llamarte. Por no responder cuando dije que lo haría. Solo estaba histérica y asustada.
Ash deslizó sus dedos por debajo de la barbilla de Josie y se la levantó para que pudiera mirarlo a los ojos. Luego posó un dedo sobre sus labios.
—Ahora no. Y no te disculpes conmigo. No hay razón para ello. Lo hablaremos, Josie. Quiero escucharlo todo, cada palabra. Pero no aquí. Por ahora simplemente siéntate conmigo y déjame abrazarte. Cuando lleguemos a mi apartamento, hablaremos. Pero incluso entonces no te disculpes por algo que no fue por tu culpa. Puede que no me haya gustado que no me llamaras cuando necesitabas a alguien, pero lo entiendo.
La sonrisa que se dibujó en el rostro de Josie fue trémula y la calidez se apoderó de sus ojos, eliminando parte de esa inseguridad y ansiedad que se había instalado en esos pozos aguamarina.
—¿Ves? Eso está mejor —dijo—. Tienes una sonrisa preciosa. Voy a asegurarme de que sonrías más a menudo, Josie. Voy a hacerte feliz. Eso es una garantía.
Ella ladeó la cabeza con una expresión confusa reflejada en el rostro.
—Estoy perdida, Ash. Las cosas como esta no suceden simplemente. No lo hacen. Una parte de mí piensa que he entrado en una dimensión desconocida. Todo parece… una locura.
Él sonrió con indulgencia.
—En mi mundo, sí. O al menos ahora sí. No puedo decir que esto me haya ocurrido a mí antes, así que ambos estamos entrando en un territorio nuevo. Pero es tu mundo también, Josie. No más reglas que las que nosotros queramos. No puedo decir que haya sido muy tradicional. Yo soy más de hacerlo todo a mi manera y que le den al resto del mundo.
Su sonrisa se ensanchó, dejando ver sus dientes y formándosele un hoyuelo de lo más adorable en la mejilla. Se sentía fascinado por ella. Quería tocar esos labios y luego hacer lo mismo con su lengua.
—Ya me estoy dando cuenta de eso. Compadezco a la persona que alguna vez te diga que no puedes hacer algo.
—Sí, las cosas no terminan bien —admitió.
—Intentaré no ser la persona que te haga enfadar diciéndote no, entonces.
La sonrisa de Ash desapareció y se la quedó mirando intensamente a los ojos.
—Espero no tener que darte nunca una razón por la que decirme no. Pero si lo haces, Josie, quiero que entiendas que no ignoraré esa palabra a menos que tenga algo que ver con tu seguridad o bienestar. O si significa que te vas a alejar de mí. «No» es un factor decisivo. Significa que dejo de hacer lo que sea que esté haciendo. Así que úsalo con cabeza y solo si es de verdad. Porque me tomo esa palabra muy en serio.
Ella suavizó la mirada y se echó más contra él, moldeando su cuerpo al de él de una forma demasiado tentadora. Las pelotas le dolían, su polla estaba dura como una roca y los dientes le rechinaban mientras intentaba controlar esa reacción física a su cercanía.
Esta mujer le provocaba eso. No tenía ninguna explicación de por qué. Apenas la conocía, pero sabía que debía tenerla. De hecho, sabía que la tendría. Sabía que iban a enrollarse y que no tenía ningún deseo de liberarse. También sabía que esta mujer era diferente a todas las mujeres con las que había estado antes que ella.
Esa parte lo asustó y lo excitó al mismo tiempo.
¿Y si ella era la elegida? La mujer que, cuando un hombre la veía, sabía que ya no tendría que buscar más. Tal y como Mia lo era para Gabe, y como Bethany lo era para Jace. La única.
No podía siquiera pensar en ello. No iba siquiera a considerarlo. Era demasiado pronto. Toda la situación era una locura. Se iba a mudar a su apartamento. Se iba a adueñar de su vida. No había pensado más allá de eso ni se había preguntado ahora qué.
Porque ¿qué narices venía ahora?
Además de conseguir llevarse a Josie a la cama, bajo su cuidado, sumisa, completamente sumisa a cada necesidad y deseo que él tuviera. ¿No era eso suficiente? Tenía que serlo porque no se iba a permitir pensar más allá.
El chófer se detuvo en la callejuela junto al edificio de apartamentos y luego se bajó para abrirle la puerta a Ash.
Ash salió primero, alejándose de Josie, y luego extendió el brazo hacia ella para ayudarla a salir del asiento trasero. La pegó a su costado y luego cogió la bolsa de viaje que le tendió el conductor antes de precipitarse hacia la entrada.
—Vives al lado del Hudson —dijo Josie vagamente mirando en dirección al río.
—Sí. Hay una vista espectacular desde arriba. Vamos, entremos.
Subieron en el ascensor hasta la última planta y él le llevó la bolsa hasta dentro, guiándola hacia su dormitorio. Ella se tensó ligeramente cuando entraron en la suite principal, y miró en todas direcciones con prudencia reflejada en sus ojos.
Ash dejó la bolsa encima de la cama y luego señaló en dirección al baño.
—Te daré tiempo para que te cambies y te pongas lo que quieras para dormir. Estaré en la cocina sirviéndote una copa de vino. Tómate tu tiempo.
—¿Dónde voy a dormir? —murmuró.
Él le puso las manos en los hombros y deslizó las palmas hacia sus brazos.
—En mi cama, Josie. Conmigo.
La ansiedad se adueñó de sus ojos.
Ash se inclinó hacia delante y presionó los labios contra su frente; se sentía particularmente tierno con ella. Quizás era su vulnerabilidad. La preocupación y el miedo que podía ver en sus ojos.
—Cuando hablemos, Josie, será en mi cama. Contigo entre mis brazos. Segura. Y lo notarás. Pero solo vamos a dormir, que es la razón por la que te vas a poner el pijama. No lo volverás a llevar de nuevo, pero esta noche sí que necesitas esa barrera. Aún no estás completamente segura de mí. Tras esta noche, lo estarás.
La besó una última vez y luego se giró para dejarla sola en el dormitorio y que se pudiera cambiar.
Ash se dirigió a la cocina y se tomó su tiempo en coger dos copas y en abrir una botella de vino. Recordó que ella no bebía mucho alcohol, pero sí que había mencionado que le gustaba una copa de vino de forma ocasional, y esta noche estaba claro que la ayudaría a relajarse. No lo sabía con seguridad, pero se imaginó que prefería el vino tinto. Querría algo con color. Vibrante y lleno de sabor. No había nada más desprovisto de calor que el vino blanco.
Frunció el ceño cuando se dio cuenta de que su propia cena había sido interrumpida, y ya que había ido directamente al apartamento de Josie y se había encontrado con ella cuando llegaba, lo más probable era que no hubiera cenado tampoco.
Rebuscó en la nevera para hacer una ensalada de fruta y sacó varios trozos de buen queso. Preparó una bandeja con pan y galletas saladas que sacó de la despensa para acompañar el queso y la fruta. Y algo dulce. ¿No disfrutaban todas las mujeres del chocolate?
Su ama de llaves frecuentemente le dejaba pasteles caseros buenísimos, y esta semana se trataba de una mousse de chocolate con crema de queso. Había cinco cuencos individuales rellenos con la mousse en el estante más alto de la nevera, así que sacó dos y los añadió a la bandeja y luego sacó un par de cucharillas del cajón.
Satisfecho con haber considerado todas las posibilidades y con haberle dado a Josie suficiente tiempo como para cambiarse y superar los nervios que sentía, volvió al dormitorio.
Cuando entró, ella se encontraba sentada con las piernas cruzadas en el centro de la cama. Ash se sintió absurdamente feliz al verla en su cama. Cómoda, descalza, como si perteneciera a ese espacio.
Llevaba un pijama sedoso rosa de invierno abrochado hasta el cuello. Le cubría todo el cuerpo.
Se lo permitiría esta noche. Tener esa barrera. Pero después de esto, ella volvería a la cama completamente desnuda. Dormiría a su lado, piel con piel.
Ella abrió los ojos como platos cuando vio la bandeja que llevaba en las manos y se bajó de la cama para que él pudiera dejarla encima.
—Quita las mantas —la instruyó—. Nos meteremos en la cama y dejaré la bandeja en la mesita de noche. Puedes comer en la cama conmigo.
Rápidamente apartó la colcha y las sábanas e incluso mulló las almohadas antes de volver a sentarse en la cama.
Como Ash había dicho, colocó la bandeja en la mesilla y luego se dirigió al vestidor para quitarse la ropa.
Se encontró con un dilema, porque él nunca había llevado nada más que bóxers cuando se iba a la cama. Entonces se encogió de hombros. No era como si estuviera completamente desnudo, y le había prometido que solamente iba a abrazarla mientras dormía. No iba a meterle mano, así que con los bóxers serviría.
Cuando volvió a salir sintió los ojos de Josie sobre él aunque esta intentara esconder que lo estuviera observando. Era adorable la forma en que lo miraba por debajo de las pestañas. El color de sus mejillas se intensificó cuando se acomodó en la cama junto a ella.
Le ofreció la fruta y el queso primero y luego le tendió la copa de vino para que la cogiera con su mano libre. Ash le daba trozos de fruta de su mano, disfrutando del ligero roce de los labios de Josie sobre sus dedos. Y a ella parecía gustarle comer de su mano tanto como a él le gustaba darle de comer así.
Una expresión contenta y ensoñadora se adueñó de sus ojos. Algunas de las sombras que antes los perseguían desaparecieron conforme se relajaba. La tensión se evaporó de sus hombros y el cuerpo entero se relajó.
—¿Tienes hambre? —le preguntó él con voz ronca, hipnotizado por la imagen provocadora que tenía frente a él.
Y por fin en su cama. Solo a unos centímetros de distancia. Su cuerpo le gritaba que la poseyera, que tomara lo que era suyo aunque él mentalmente se reprendiera por ser un cabrón impaciente.
—Me muero de hambre —admitió—. No he comido nada en los últimos días.
Su expresión se oscureció y la ira vibró de nuevo por su cuerpo.
—Te cuidarás mejor de ahora en adelante. Yo cuidaré de ti —se corrigió.
Ella sonrió.
—No es únicamente por… Michael… y lo que pasó. He estado ocupada con el trabajo.
Él sabía muy bien por qué, pero preguntó de todas formas, porque si no lo hacía parecería raro. Ella se estaba abriendo a él, se estaba relajando, y él quería eso. Quería la fácil comunicación entre ellos. Que no hubiera vacilación ni reservas por su parte.
—¿En qué has estado trabajando?
El rojo coloreó sus mejillas y él la miró con curiosidad.
—He estado trabajando en una serie erótica de cuadros. No muy evidente. Con gusto. Eróticos pero con clase.
La emoción hizo mella en sus ojos cuando se volvió a sentar durante un momento, negándose a comer más de su mano.
—Vendí todos los cuadros expuestos en la galería de arte donde los vendo en consigna. Fue la cosa más increíble. El señor Downing me había dicho que no podía llevar ningún cuadro más porque no se había vendido ningún otro y ya le había llevado el primer cuadro de la serie en la que estoy trabajando. Luego me llamó para contarme la noticia de que no solo lo había vendido todo, ¡sino que quería más! Y que un comprador estaba interesado en todo lo que llevara. Me he pasado la semana trabajando en el resto de esa serie.
Ella apartó la mirada tímidamente y luego volvió a mirarlo por debajo de las pestañas.
—Son autorretratos. Es decir, no es que se pueda adivinar ni decir quién es, pero me usé como modelo en una serie de posados al desnudo. Tengo un… tatuaje, uno que diseñé yo misma, y es protagonista en los cuadros. Me… me gustan. Creo que son buenos. Espero que al comprador le gusten también.
Había una nota de ansiedad al final de su afirmación que hizo que a Ash se le encogiera el corazón. Joder, claro que le iban a gustar, y que se atreviera alguien más a verlos. Serían de él. Solo suyos. Y solo él la vería sin ropa. Ese privilegio era suyo y solo suyo.
Sin ninguna duda. Josie era una mujer preciosa, y tampoco cabía duda alguna que tanto hombres como mujeres se sentirían atraídos por los cuadros. Tenía talento a pesar de lo que el dueño de la galería hubiera dicho sobre su estilo. Solo era cuestión de tiempo que otros lo descubrieran. Ash solo se alegraba de haber comprado esos cuadros antes de que otro lo hiciera. La idea de que alguien más poseyera algo tan íntimo de Josie hacía que los dientes le rechinaran.
—Estoy seguro de que a tu comprador le encantarán —dijo. Mientras hablaba, se hizo una nota mental para llamar al señor Downing a primera hora de la mañana el lunes y asegurarse de que entregaba los cuadros, envueltos, a la oficina de Ash—. Me encantaría poder verlos yo también.
Ella se ruborizó pero sonrió y luego dijo:
—A lo mejor puedo llevarte a la galería para que los veas. Los acabo de dejar allí. Es posible que el comprador no los haya comprado todavía. Puede que se queden allí durante días.
Ash se inclinó hacia delante para tocar su mejilla y dejó que sus dedos viajaran a lo largo de la línea de su mentón hasta el cuello, donde le apartó los largos mechones rubios del pelo.
—Preferiría que me pintaras algo nuevo. Algo que nadie excepto yo vea. Quizás algo incluso un poco más erótico que tus otros cuadros.
Ella abrió los ojos como platos y luego arrugó la frente como si estuviera ya visualizando el cuadro en la cabeza. Entreabrió los labios y exhaló con una excitada urgencia. Ash podía literalmente verla pintarlo en su mente.
—Tengo ideas —dijo—. Me encantaría hacer algo más personal. Siempre y cuando tú no se los enseñases a nadie.
Él sacudió la cabeza con solemnidad.
—Nadie excepto yo los verá. Atesoraré lo que sea que pintes para mí, Josie. Pero si me das a ti misma, tu yo sexi, puedes estar más que segura de que solo será para mí y para nadie más.
—De acuerdo —murmuró con el rostro pintado de color… y de excitación.
—¿Has tenido suficiente para comer?
Asintió y le devolvió la copa medio vacía de vino. Ash la puso a un lado y luego se llevó la bandeja hasta su vestidor y la dejó allí antes de volver a la cama. Y a Josie.
Se subió con el brazo extendido para que ella pudiera acurrucarse a su lado. Estaban echados contra la mullida montaña de almohadas, el cuerpo de Josie bien pegado al de él.
—Ahora cuéntame lo de Michael —dijo Ash en un tono normal.
Ella se tensó contra él y durante un largo rato se quedó en silencio. Luego se relajó y suspiró.
—Estaba muy equivocada con respecto a él —susurró—. Nunca creí que fuera capaz de hacer algo así. Incluso durante nuestra relación, cuando ejercía su… dominancia… siempre lo hacía con cuidado y de una forma refrenada. Siempre me trató con mucho cuidado. Como si estuviera decidido a no hacerme daño.
—¿Dónde estabas cuando ocurrió? —exigió Ash—. ¿Fuiste a verlo?
Ella negó con la cabeza.
—No. Vino él a mí.
Ash maldijo.
—¿Lo dejaste entrar en tu apartamento?
Ella se incorporó y se separó de él, girándose para poder mirarlo a los ojos.
—¿Y por qué no? Ash, éramos amantes. Nunca me dio ni una sola razón para pensar que me pegaría. Nunca perdía los papeles. Ni una vez. Y nunca lo vi enfadarse. Siempre se ha mostrado muy calmado y refrenado. Venía a verme porque no se pensaba que fuera en serio con lo de cortar la relación. Me volvió a traer el collar, disculpándose, diciendo que evidentemente significaba algo para mí y que sería consciente de eso de ahora en adelante.
Ash frunció el ceño pero no la interrumpió.
—Cuando le dije que se había terminado, me exigió saber por qué.
Se paró, posando las manos sobre su regazo, y apartó la mirada para quedarse de perfil a él. Él la apretó más contra sí y la moldeó contra su cuerpo. Podía sentir su pulso y lo nerviosa que se había puesto.
—¿Qué paso entonces? —le preguntó suavemente.
—Le dije que él no me podía dar las cosas que otro hombre me había prometido —susurró.
El agarre de Ash se volvió más firme aún.
—Continúa.
—Él se volvió loco. Quiero decir, se le fue la cabeza por completo. Las palabras apenas salieron de mi boca cuando él me abofeteó. Estaba tan sorprendida que no sabía siquiera qué hacer. Y entonces se lanzó sobre mí, donde me había caído al suelo, y me golpeó otra vez. Me agarró del pelo y me acusó de haberlo engañado. Me dijo que me había tratado con demasiada ligereza. Que si hubiera sido como él quería esto no habría ocurrido nunca, que yo nunca le habría engañado.
—Hijo de puta —soltó Ash—. Lo mataré por esto.
Ella sacudió la cabeza con violencia.
—¡No! Ash, déjalo. Ya ha pasado. Se acabó.
—¡Y una mierda!
Ash calmó su respiración, se obligó a controlar la rabia en su cabeza y suavizó el agarre que tenía sobre Josie en el brazo clavándole los dedos. No iba a llevar marcas suyas. Ninguna que no fuera fruto de la pasión y la ternura. Ninguna que no quisiese llevar.
—Debería haber ido a la policía —dijo en voz baja—. Debería haber puesto una denuncia contra él. Que lo hubieran arrestado. Pero Dios, estaba totalmente conmocionada. Y luego me sentí tan… estúpida. ¿Cómo podía no haber visto eso en él? ¿Esa capacidad de violencia? ¿Cómo podía haber tenido sexo con él y nunca saber lo que había debajo de esa fachada? Cuando pienso en lo que podría haber pasado… Confié en él. Implícitamente. Le di pleno acceso a mi cuerpo. Podría haber hecho lo que hubiera querido. Esa es la razón por la que…
Se paró y se quedó en silencio. Ash le apartó el pelo de la mejilla amoratada y luego le dio un beso sobre la piel dolorida.
—¿Por la que qué? —preguntó amablemente.
Josie cerró los ojos.
—Por la que no te llamé. Por la que no fui a ti. Por la que no acepté la oferta que me hiciste. Tenía… miedo.
Él se tensó y centró su mirada en ella con intensidad.
—¿Miedo de mí?
Ella asintió con tristeza.
Ash respiró hondo. Lo entendía. No le gustaba oírlo, pero lo entendía.
—Lo comprendo —dijo acariciándole el brazo con la mano—. Pensaste que por haberlo juzgado tan mal a él tampoco podías confiar en tu opinión sobre mí y mis intenciones.
Ella asintió de nuevo.
—Lo entiendo, pero Josie, tú tienes que comprender esto también. Yo no soy Michael.
Josie volvió a alzar la mirada hacia él con esperanza reflejada en sus ojos. Quería creerlo. Quería confiar en sí misma y en sus instintos en lo que a él se refería.
—Nunca te haré daño —dijo. La promesa salió solemne de sus labios—. Si tenemos problemas, los solucionaremos. Pero los solucionaremos sin tener que levantarte la mano. Nunca.
—De acuerdo —susurró.
—Ven aquí —murmuró él extendiendo el otro brazo hacia ella también.
Ella no vaciló e inmediatamente se acurrucó contra su pecho. Él la rodeó con ambos brazos y la abrazó fuertemente contra él. Aprovechó entonces para respirar su olor.
—Me cabrea que esos moratones duren unos cuantos días más. No me gusta verlos, pero si algo me gusta incluso menos es que seas tú la que tenga que verlos y recordar que te han hecho daño.
—Estoy bien —dijo contra su pecho.
—No lo estás. Todavía. Pero lo estarás —le prometió—. Dame eso, Josie. Dame la oportunidad de enseñarte que debemos estar juntos. Entiendo que seas tímida ahora y que tengas tus dudas, pero entrégate a mí. Dame esa oportunidad. No te arrepentirás.
Ella se quedó en silencio durante un rato largo, y lo tuvo en ascuas esperando su aceptación.
Entonces se la dio. Una simple palabra, pronunciada con inseguridad pero a la vez con una silenciosa determinación.
—Bien.
Su propio pecho se hinchó un poco. Inspiró y espiró durante varios segundos antes de reafirmar los brazos a su alrededor.
—Duerme, Josie. Mañana decidiremos qué hacer con tu apartamento.
La abrazó tal y como lo estaba haciendo hasta que su cuerpo se quedó relajado contra el suyo y el suave y regular sonido de su respiración llenó sus oídos. Aun así siguió esperando, tenso, reproduciendo en su mente cada palabra que le había dicho antes. El miedo en su voz. La desaprobación hacia sí misma. La imagen de ella tirada en el suelo y de Michael de pie encima de ella mientras la golpeaba le hacía imposible dormir.
Ya era bien pasada la medianoche cuando en silencio cogió el teléfono móvil de su mesita de noche y buscó el número de Jace en su lista de contactos.
—¿Qué pasa? —murmuró su amigo al teléfono—. Espero que sea importante, Ash.
—Necesito una coartada —dijo Ash.
Hubo un largo silencio.
—Dios. ¡Joder! ¿Qué narices dices, tío? ¿Necesitas ayuda? ¿Qué pasa?
Ash bajó la mirada hasta Josie, a las pestañas que descansaban sobre sus mejillas, a la sombra del moratón que aún llevaba en el rostro.
—Ahora no. Pero pronto. Ahora mismo Josie me necesita. Necesita paz y tranquilidad. Y necesita saber que nunca le haría daño. Por ahora voy a pasar cada minuto asegurándome de que eso lo sabe. Pero luego voy a ir tras el cabrón que le hizo esos moratones en la cara y necesitaré que me ayudes a conseguir una coartada por si fuera necesario.
—Señor, Ash. Joder. ¿Alguien le ha hecho daño a Josie?
—Sí —soltó con mordacidad—. Y me voy a asegurar de que nunca vuelva a tocar ni a ella ni a ninguna otra mujer.
Jace suspiró contra el teléfono al mismo tiempo que se quedaba en silencio.
—Todo lo que necesites, tío. Lo tienes. No tienes ni que pedirlo.
—Gracias —murmuró Ash—. Hasta luego.