Sam contuvo la respiración, observando cómo la expresión de Maddie se tornaba escéptica mientras intentaba digerir lo que le había dicho. Sorpresa. Incredulidad. Terror. Emociones reflejadas en los ojos avellana de Maddie al mirarlo. No, él no lo sentía así realmente. No quiso decir nada de lo que había dicho excepto por lo de convertir la clínica en su trabajo permanente para hacer su vida más fácil. Pero luego vio esos malditos papeles y perdió los estribos.

Ningún hombre pone nada dentro de mi mujer, artificialmente o no. Si quiere un hijo yo le daré uno, o moriré feliz intentándolo.

Un súbito deseo de poseerla, un deseo desenfrenado, lo invadió, apretó los puños, necesitaba poseer a la mujer que estaba delante de él, una mujer a la que había deseado siempre, al parecer. Cuando decidió dejarla lo hizo porque pensó que sería lo mejor para ella. Se acabó. No lo iba a hacer otra vez. Evidentemente, ella no era feliz, algún tipo la había tratado como la misma mierda y no tenía la familia que siempre había querido. Estaba sola…o había estado sola. Ahora, Sam, estaba decidido a quedarse con ella. Para siempre. Aunque lo odiara, él la trataría mejor que cualquier otro hombre; satisfaría todas sus necesidades hasta que le suplicara piedad.

¡Que a ella no le gusta el sexo! ¡Y una mierda! Simplemente no había encontrado un hombre que quisiera complacerla. Maddie era la pólvora que él quería hacer explotar. Quería hacer un espectáculo de fuegos artificiales con ella, un orgasmo tras otro, hasta que le rogara parar, su cuerpo sin fuerzas y saciado.

Sam no vio la palma de la mano que se acercaba a su rostro, sus fantasías y deseos tan intensos que se perdió en ellos. El golpe fue lo suficientemente fuerte como para volverle la cara y lo suficientemente sonoro como para que se oyera su eco en la cocina.

–¿Cómo puedes? ¿Cómo puedes jugar conmigo de esta manera? Hijo de puta, ¿qué te he hecho para merecer esto? –Maddie siseó como una gata, con rabia en los ojos, llenos de lágrimas–. No quiero seguirte tu ridículo juego, Hudson.

Sam la agarró por la muñeca cuando ella estaba a punto de darle otra bofetada. Le apretó la muñeca lo suficientemente como para inmovilizarla, pero no tanto como para hacerle daño.

–No. Probablemente mereciera esa bofetada por haberte hecho daño en el pasado. Pero no voy a aceptar otra por pedirte que te cases conmigo y darte todo lo que deseas.

–Tú eres un maldito embustero. No quieres casarte conmigo, ni siquiera quieres financiar la clínica. Esto es un chiste cruel, retorcido…Y no entiendo por qué.

Se le saltaron las lágrimas. En sus ojos había dolor y confusión.

–Maldita sea, Maddie.

La sostuvo en sus brazos. Ella pataleó y se retorció hasta que él la rodeó con los brazos, inmovilizándola.

–No es ningún puto juego. No soy una persona retorcida. No tanto.

Un poco sí, pero no en esto, no con ella.

Furioso, echando humo, la llevó en brazos al salón. La dejó caer sobre un espacioso sofá de piel, se echó encima de ella, sujetándole las muñecas, conteniendo sus manos agitadas por encima de la cabeza.

Respirando intensamente, Sam la miró a la cara, sosteniendo su propio peso con las piernas, lejos de su pequeño armazón. Los ojos de Maddie vertían lágrimas, un caudal que no parecía tener fin. ¡Mierda!

–Por favor, Maddie, no llores.

No podía soportar que llorase. Ya había tenido suficientes desengaños y dolor en su vida. Sabiendo que él era la causa de sus lágrimas, no importaba si intencionalmente o no, lo mataba.

Ella desvió la cara.

–Suéltame. Quiero irme de aquí.

–La oferta es sincera, Maddie. No estoy seguro por qué crees que te haría una jugarreta así, pero no tengo ninguna razón para hacer eso. Piénsalo bien. No tiene sentido –suspiró frustrado.

Volvió a mirarlo y le clavó los ojos como buscando en su alma.

–Tanto sentido como que me pidas que me case contigo. Nos odiamos mutuamente.

– Tú me odias. Yo no te odio. Nunca lo he hecho –dijo con aspereza, intentado reprimir el cúmulo de emociones que lo embargaban.

–Tú no querías tener relaciones sexuales conmigo, tampoco. Y ni siquiera me respetaste lo suficiente como para romper conmigo antes de follarte a otra. Me importabas, Sam. Y verte con esa mujer supuso una burla a todo lo que habíamos compartido. Nuestra amistad. Nuestra relación. Todo fue un chiste a mi costa.

Maddie tiró de las manos y Sam la soltó, incorporándose para darle espacio, ahora que parecía más calmada.

–Maddie, yo…

–Así que disculpa si creo que esto no es más que otra puta mentira, pero no me fío de ti. Y por una buena razón –dijo, pasándose una mano temblorosa por el pelo y empujándolo hacia atrás para despejar los caprichosos rizos de la cara, cara aún humedecida por las lágrimas vertidas.

–Necesito irme. ¿Puedes llevarme a la clínica para recoger mi coche?

–No. Tú te quedas aquí. El ensayo empieza dentro de unas horas –insistió él, la mandíbula tensa–. Aún no me has dado tu respuesta a mi proposición.

–Porque no creo que sea necesario, pero si quieres una, la respuesta es no. Absolutamente no –dijo cogiendo aire–. Me rompiste el corazón una vez. ¿Tan estúpida crees que soy? A menos, claro, que puedas darme una buena razón por qué estabas comiendo lengua con una mujer tan espectacular ese día.

–Porque no tenía elección –gritó con bronquedad, como una explosión surgiendo de lo más profundo de su cuerpo–. Tenía que hacer que te alejaras de mí para que no salieras perjudicada. Esa mujer, que me llevaba al menos quince años, era una agente del FBI. ¿La miraste siquiera?

Se encogió de hombros, con las emociones a flor de piel, incapaz de recordar aquel día de pesadilla sin que lo dominaran la ira y la frustración.

–Todo lo que recuerdo es que era guapa y que te tenía la lengua hasta la garganta. Y tú la manoseabas de arriba a abajo –respondió Maddie con voz quebradiza, triste por el recuerdo del dolor.

–Hacía bien su trabajo. Nos habíamos encontrado para buscar la manera de protegerte. Por eso te pedí que nos viéramos allí para tomar un café. Kate decía que la mejor forma de protegerte era alienarte, pero yo no podía hacerlo. Me importabas demasiado. Ella me dijo que si realmente me importabas, debería preocuparme por tu seguridad sobre todo. Tenía razón, pero yo no sabía cómo alejarme de ti, aunque sabía que de alguna manera tendría que hacerlo para que estuvieras a salvo. Así que cuando te vio venir, ella se encargó de hacerlo besándome y empujando su lengua hasta la garganta.

Me convenció de que la mejor manera de salvarte era hacer que me odiaras, así que, sí, le seguí el juego. No sabía si darle las gracias u odiarla hasta la muerte después de aquello. No quería poner mis manos encima de alguien que no fueras tú, Maddie. Me repugnó lo que estaba pasando, sabiendo que nos estabas viendo y que te sentías traicionada. Y si crees que no he vivido con la pesadumbre de tener que haber hecho algo así desde entonces, cada puto día, estás equivocada.

Sam se sentó al lado de Maddie y enterró la cara en las manos, odiándose todavía por lo que había pasado, pero sabiendo que había sido la única solución. En aquel entonces, había sido egoísta, demasiado joven, incapaz de alejar a Maddie de él por desearla tan intensamente, por necesitarla tanto. Y ella era tan leal que nunca lo hubiera dejado a menos que se sintiera traicionada.

–No quise hacerte daño, pero la idea de que te pasara algo me volvía loco. Hice lo que tenía que hacer.

–¿Por qué el FBI? ¿Te habías metido en problemas? –preguntó Maddie. Su voz seguía sonando a duda y confusión.

Él se recostó en el sofá, apoyando la cabeza en la piel.

–No yo. No realmente. Tú conoces mi historia, Maddie. Tú sabes que mi padre murió de una sobredosis y que tenía contactos con el crimen organizado.

–Sí –dijo asintiendo también con la cabeza–. Me lo contaste. Murió poco después de conocernos.

–Yo sabía cosas. Cosas que podían ayudar a acabar con la organización. Mi padre no era una buena persona. Yo estaba continuamente en medio de él y de Simon, haciendo lo que fuera necesario para que el hijo de puta no le hiciera daño a mi hermano pequeño. Aún era un menor cuando empecé a hacer “recados” y otras cosas bajo coacción. Por tanto, yo no estaba metido en nada realmente. Pero sabía lo suficiente como para ayudar a demoler una organización internacional de criminales.

Hizo una pausa para respirar hondo antes de continuar.

–Vine a Tampa con la esperanza de alejar a mi familia de todo aquello, de empezar una nueva vida y dejar la otra atrás. Pero una vez que te conocí comprendí que no podía enterrar mi pasado y huir, pretender que no sabía ciertas cosas. Quería ser una buena persona, y un hombre decente no sería tan egoísta como para no intentar evitar el dolor y la muerte causados por esta organización. Tenía que hacer lo que pudiese para acabar con aquellos hijos de puta. Fui al FBI alrededor de diciembre, les di información y trabajé con ellos en la investigación. Llevó meses, pero finalmente infiltraron agentes y tuvieron suficiente información para destruir todo el entramado. Desgraciadamente, se corrió la voz de que yo era un soplón y eso me hizo a mí y a cualquiera que me importara blancos de la organización. Kate me ayudó a comprender que no podía permitirme tener relaciones estrechas con nadie. Yo era un peligro para todos los que me conocían.

–Yo me hubiera quedado contigo. Habría hecho cualquier cosa.

–Y hubieras acabado muerta. No podía asumir ese riesgo.

Se incorporó, agarrando a Maddie por los hombros, sacudiéndola levemente.

–Ni siquiera pude proteger a Simon y a mi madre a tiempo. Simon fue acuchillado por alguien de la organización, en pago por la deslealtad de mi padre. Era gente que mataba sin pensárselo. Les importaba un huevo la vida de nadie. ¿Lo entiendes?

La voz le reverberó, con una emoción a punto de estallar. Tenía la cara salpicada de sudor, algo que le pasaba cada vez que recordaba lo que le había pasado a Simon y lo que podía haberle pasado a Maddie.

–Lo que le pasó a Simon no fue culpa tuya, Sam –respondió Maddie en un tono calmado, susurrando.

–Sí que lo fue. Yo era el hermano mayor. Tenía que haberlo protegido. Debería haber sabido que se vengarían en la primera persona disponible.

Soltando a Maddie, se dejó caer en el sofá nuevamente.

–Tú apenas eras lo suficientemente adulto. ¿Cómo podrías haber sabido?

–Debería haberlo sabido. Había visto a esta gente actuar desde que di mis primeros pasos –replicó calladamente, como si siguiera en peligro.

–¿Por qué no me buscaste después de que todo terminara? –inquirió Maddie temerosa.

–Tardaron un año en eliminar todas las células de la organización. Mi madre, Simon y yo estuvimos bajo protección del FBI, aquí en Tampa, hasta que el último capo estuvo entre rejas o muerto –le respondió Sam, pensativo, grave.

–Pero después de eso, ¿por qué no me buscaste?

–Lo hice.

Sam apretó los puños, le desagradaba recordar el día que fue a buscarla. Sabía que la había perdido, pero ese día concreto fue cuando realmente abrió los ojos a la realidad, cuando tuvo que admitirse a sí mismo que la había perdido para siempre.

–Nunca te volví a ver –replicó confundida.

–Yo te vi a ti. Esta vez fui yo quien tuvo que verte con otro hombre, con su lengua en tu garganta.

Arrugó el entrecejo; la expresión intensa.

–Te localicé en el campus, pero tenías encima a cierto tipo de pelo oscuro con pinta de atleta. Me pareció que estabas feliz. Él parecía ser un niño bien y podría hacerte feliz. Tú seguiste adelante con tu vida y no podía culparte por haber encontrado a alguien mejor que yo.

¡Joder, cómo me dolió!

–Lance –susurró Maddie–. Empezamos a salir poco más de un año después de lo que pasó. Deberías haber hablado conmigo.

– ¿Por qué? Todo lo que habría hecho sería complicarte la vida. No tenía nada que ofrecerte. Apenas había salido del peligro por mi colaboración con el FBI, sin un puto duro por estar ayudando a mi familia. Simon estaba estudiando entonces. Yo lo dejé para que él pudiera estudiar. Cuando fue lo suficientemente mayor para trabajar media jornada volví a la universidad para terminar mis estudios. Tú estabas con un tío que entonces parecía mucho mejor partido que yo.

Maddie nunca sabría lo difícil que había sido para él alejarse de ella, dejarla en brazos de otro hombre. Pero Kate estaba en lo cierto cuando decía que si alguien te importa, haces lo que sea mejor para esa persona.

–Si hubiera sabido que era un cabrón que no se iba a casar contigo y te iba a tratar como una mierda, te hubiera apartado de él al instante. Me imagino que es el mismo con el que tuviste la relación sexual de la que me hablaste. El hijo de puta que te dijo que tú eras asexual.

¡Dios! Lo que daría por echarle la mano encima a aquel gilipollas. Lamentaba haber dejado a su idolatrada Maddie en manos de alguien que no se la merecía.

–Así es. No salimos juntos por mucho tiempo. Seis meses –dijo encogiendo los hombros, mirando a Sam. El dolor en sus ojos era tangible.

–Me encontraba sola y quería olvidarte.

–¿Y no lo has vuelto a intentar desde entonces? –preguntó Sam curioso, su voz dulcificada.

Maddie negó con la cabeza.

–No. He salido esporádicamente con otros, pero… no hubo nada.

Con un dedo, Sam enjugó una lágrima que descendía por el carrillo de Maddie y se la llevo a los labios.

–De verdad, Maddie. No puedo imaginarme a ningún hombre dejándote ir.

–Excepto tú –sonrió Maddie con tristeza.

–Aún no te has ido de mí, y esta vez no te dejaré ir –dijo él con firmeza–. Quiero casarme contigo. No me has dado una respuesta.

Sam observó la expresión angustiosa de Maddie, que casi lo obliga a ponerse de rodillas ante ella. Necesitaba que le dijera que sí. Desesperadamente. Su cordura empezaba a depender de ello.

–Tú y yo no nos conocemos ya. No sé qué decirte ahora mismo– le respondió honestamente.

–Di que sí.

De una puta vez. Decir lo contrario no era una opción. Sam la sentó en sus piernas. Necesitaba sostenerla en brazos en ese momento, tenía que sentir su suavidad en sus brazos. Ella se quejó y quiso zafarse, pero él no la dejó.

–O te sientas tranquila o te pongo boca arriba a gemir un ratito.

La quería con urgencia.

–No puedo aguantar ese delicioso movimiento encima de mí sin arrancarte la ropa del cuerpo y saborear cada centímetro de tu piel.

Ella dejó de moverse inmediatamente y le rodeó el cuello con los brazos.

–¿Qué fue de Kate? –preguntó curiosa, descansando la cabeza sobre los hombros de Sam.

–No lo sé –dijo encogiéndose de hombros. Nunca la volví a ver después de la investigación. Estaba casada. Felizmente casada, con dos hijos. No tenía ningún deseo de morrearse conmigo. Yo solo era un pobre inepto para ella. Todo fue una treta para obligarme a cortar mis lazos contigo.

Perdió una mano en su pelo y empezó a masajearle la cabeza.

–Así que…¿Cuál es tu respuesta, Maddie?

–Sam, ni siquiera he digerido toda la información que me acabas de dar. No puedes esperar que acepte casarme contigo –dijo, empujándose hacia atrás y mirando a Sam con malestar.

– Si no me crees, puedes preguntarle a Simon. Él no sabe nada acerca de nosotros, pero puede verificar todo lo demás –le contestó, contrariado porque no lo creyera después de haber desnudado el alma para ella.

–No es eso. Necesito tiempo –suplicó–. Han pasado años, Sam. Hemos cambiado. No nos conocemos ya.

–Nos hemos conocido siempre, cielo. Mi alma reconoció la tuya en el mismo instante en que te vi.

Y esa era la verdad. No necesitó más tiempo para conocer su valía, para saber que ella era especial.

–Está bien. Entonces, dime que sí mañana.

Se sentía magnánimo ahora que la tenía exactamente donde la quería tener.

Maddie rio con un ronquido.

–Muy generoso por tu parte, pero creo que voy a necesitar un poco más que eso.

Sam le ladeó la cabeza, clavándole un mirada posesiva

–¿Cuánto más?

–No lo sé –susurró Maddie con ojos tristes.

¡Maldita sea! No la quería apesadumbrada. Quería que lo quisiera. No…necesitaba que lo quisiera.

–Te seduciré, y te haré el amor hasta que no te queden fuerzas para decir nada excepto que sí. Nadie planta nada ahí dentro sino yo.

Maddie puso los ojos en blanco.

–Nadie ha puesto nada dentro de mi. Lance usó un condón y no he tenido nada más, excepto un consolador, desde entonces.

Algo primitivo y carnal punzó las entrañas de Sam, la imagen de Maddie dándose placer hizo que su ya endurecido falo se levantara. Un instinto animal lo obligaba a codiciar ser el primero en llegar a su vientre. Nunca había tenido sexo sin protección. De alguna manera, Maddie iba a ser la primera, la única, ya que no pensaba estar con ninguna otra mujer en su vida.

–¿Y cómo te va con el consolador? –se atragantó Sam, apenas capaz de articular la pregunta.

Ella encogió los hombros y le dirigió una sonrisa.

–Probablemente se hayan agotado las pilas. Hace tiempo que no lo uso.

¡Dios! Lo estaba matando.

–No lo necesitarás más –le dijo raspándole la piel, enterrando su cara en el cuello sedoso de Maddie.

Ella echó la cabeza a un lado, facilitando a Sam el acceso.

–¿Es cierto que nunca te acostaste con ninguna de esas mujeres? –murmuró.

–Lo que te dije es la verdad. Sé lo que las revistas de cotilleos dicen y lo que la gente piensa, pero no es cierto. Las mujeres con las que la gente me ve no son más que amistades o conocidas, mujeres que quieren asistir a fiestas. No presumo de ser un santo, Maddie, me he tirado a muchas. Pero ninguna era tú –respondió él, la voz espesada contra su piel.

–Te he echado de menos. ¡Te he echado tanto de menos! –replicó Maddie con dolor y tristeza.

Incapaz de detenerse, Sam deslizó a Maddie de sus piernas al sofá y se colocó encima de ella, cubriendo con su fornido armazón el cuerpo menudo de ella. Se sentía dulce, tan suave debajo de él que gimió cuando ella abrió la piernas para recibirlo y él sintió que, por fin, estaba en casa, exactamente donde debía estar. El contacto con su cuerpo, su embriagadora fragancia alrededor filtrándose por cada poro de su piel.

–Yo también te echaba de menos, cielo. Más de lo que te puedas imaginar –respondió sucintamente, dejando caer su cuerpo sobre el de ella, sujetando su propio peso con los codos, pero necesitando sentir toda su suavidad. Enterró la cara en los rizos sedosos de Maddie, abandonándose absorto en ella, respirándola una y otra vez hasta que todo su cuerpo se llenase de su esencia.

Mía. La necesito. Nunca habrá otro hombre mientras que me quede aliento.

Un sonido grave, incoherente, salió de su garganta, un sonido animal y desbocado.

–Nunca te dejaré ir. Puedes decir sí hoy o mañana, pero serás mía por siempre.

Llevó la boca a la Maddie antes de que ella pudiera decir nada, ahogando cualquier protesta que hubiera podido salir de sus labios. Le importaba un huevo lo que ella dijera, no hacía más que reclamar lo que debía haber sido suyo años atrás. Quizás debería haber confesado todo la primera vez que volvió a verla, hacía un año, pero no se había acercado a ella temeroso de que hubiera un hombre en su vida, un hombre que fuera mejor que él. Ahora que sabía la verdad, que nunca había sido atesorada como debería haber sido, no la iba a dejar escapar.

Ella sabía a café con azúcar y a tentación y casi lo llevaba a la locura. Cubrió de besos su boca una y otra vez, como si marcara una propiedad, necesitando que olvidara a todo hombre, salvo a él. Le latía el pene y restregó la pelvis en el vientre de Maddie, gimiendo de placer dentro de su boca, que lo recibió con fuego y con la promesa del éxtasis. Él deslizó sus brazos por detrás de ella, intentando acercarla más, sus pechos más apretados contra el suyo. ¡Dios! Necesitaba más. Más de ella, más de su calor. Ella gimió en la boca de él cuando Sam embistió de nuevo, barriendo con su lengua la húmeda, cálida cavidad, ansioso de su dulzor, revolcándose en su aroma.

–Tengo que tenerte más cerca. Desnudos. Ya –carraspeó, tras separar precipitadamente su boca de la de ella.

–Alguien llama a la puerta. He oído el timbre –resolló Maddie calladamente.

¡Mierda! Simon.

Miró el reloj, luego a Maddie, verdaderamente tentado de ignorar el penetrante tono del timbre una vez más. Maddie parecía tan preparada, tan relajada, tan dispuesta a que la penetraran que la frustración hizo que se tirara de los pelos.

–Lo olvidé. Es Simon. Continuamos luego –le dijo con una mirada enfebrecida.

Maddie se sentó, empujándose delicadamente.

–No va a ser posible. Se quedan hasta el sábado, ¿verdad?

–¿Y qué?

A Sam le importaba poco que ellos estuvieran en la casa siempre que Maddie estuviera con él.

–No voy a dormir en tu habitación mientras que ellos estén aquí – le advirtió Maddie amenazadora–. Esta es su boda, Sam. No voy a hacer nada que dé que hablar. Este momento les pertenece y yo necesito tiempo para pensar.

Se pasó la mano por el pelo, pero solo consiguió que sus rizos parecieran más indomables. Los ojos de Sam recorrieron su apariencia desaliñada con la satisfacción del macho. Parecía una mujer que acababa de ser forzada.

–No tienes nada que pensar. Solo tienes que decir sí –replicó beligerante.

Maddie saltó del sofá y se sujetó el pelo en una cola de caballo.

–Necesito mi goma.

Sam la miró sardónico.

–Eso no suena como viniendo de la boca de una mujer. En la cocina. Voy a buscarla.

–No, yo la busco. Tú abre la puerta. Pobres Simon y Kara están esperando en los escalones probablemente preguntándose dónde estás.

–Estaba a punto de pasarlo como no lo he pasado en mi puta vida. En mala hora, hermanito –gruñó Sam, dirigiéndose hacia la puerta.

Maddie se rio tímidamente, cubriéndose los labios para silenciar el ruido.

–Necesito algunas cosas de casa. Y pilas nuevas –le dijo mientras se pavoneaba a lo largo de la habitación.

Sam hizo un ruido animal, viéndola contonearse en dirección a la cocina. Ese dulce, insinuante, contoneo al caminar. Los glúteos embutidos en un par de vaqueros que nunca debió haberle pedido a David que comprara. Eran demasiado provocativos, se ajustaban a sus formas quizás demasiado bien.

¿Pilas? ¿Para qué necesita …?

¡El consolador! Qué jodida. Sonrió con afectación mientras se dirigía a abrir la puerta. Un tanto para Maddie. Y no le importaba dárselo, porque, al final, pensaba ganar por un margen aplastante. Agarró el tirador, intentando colocarse la pungente erección antes de abrir la puerta e intentando exorcizar la visión de Maddie dándose placer con el consolador.

–Esta me la vas a pagar, cielo –se susurró a sí mismo con una sonrisita mientras abría la puerta.

Sam había esperado una eternidad a Maddie, pero de repente no podía esperar más. Le habían dado una segunda oportunidad, y esta vez no se la iba a dejar escapar, porque nadie en el mundo la necesitaba más que él. Y nadie podría atesorarla tanto como él lo haría.

Resuelto a hacerlo, firme, como su erección, sonrió de oreja a oreja cuando recibió a Simon y a Kara en su casa.