ESCENA III

Los MISMOS - ELECTRA

ELECTRA (que lleva un cajón, se acerca sin verlos a la estatua de Júpiter).—¡Basura! Puedes mirarme, sí, con esos ojos redondos en la cara embadurnada de jugo de frambuesa; no me asustas. Dime, vinieron esta mañana las santas mujeres, los cascajos de vestido negro. Hicieron crujir sus zapatones a tu alrededor. Estabas contento, ¿eh, cuco?, te gustan las viejas; cuando más se parecen a los muertos más te gustan. Desparramaron a tus pies sus vinos más preciosos porque es tu fiesta, y de sus faldas subían a tu nariz tufos enmohecidos; todavía halaga tu nariz ese perfume deleitable. (Frotándose contra él.) Bueno, ahora huéleme, huele mi olor a carne fresca. Yo soy joven, estoy viva, esto ha de horrorizarte. También yo vengo a hacerte ofrendas mientras toda la ciudad reza. Mira: aquí tienes mondaduras y toda la ceniza del hogar, y viejos restos de carne bullentes de gusanos, y un pedazo de pan sucio que no han querido nuestros cerdos; a tus moscas les gustarán. Feliz fiesta, anda, feliz fiesta, y esperemos que sea la última. No soy muy fuerte y no puedo tirarte al suelo. Puedo escupirte, es todo lo que soy capaz de hacer. Pero vendrá el que espero, con su gran espada. Te mirará regodeándose, con las manos en las caderas y echado hacia atrás. Y luego sacará el sable y te hendirá de arriba abajo, ¡así! Entonces las dos mitades de Júpiter rodarán, una a la izquierda, la otra a la derecha, y todo el mundo verá que es de madera blanca. Es de madera toda blanca, el dios de los muertos. El horror y la sangre del rostro y el verde oscuro de los ojos no son sino un barniz, ¿verdad? Tú sabes que eres todo blanco por dentro, blanco como el cuerpo de un nene; sabes que un sablazo te abrirá en seco y que ni siquiera podrás sangrar. ¡Madera blanca! Buena madera blanca: arde bien. (Ve a ORESTES.) ¡Ah!

ORESTES.— No tengas miedo.

ELECTRA.— No tengo miedo. Absolutamente ninguno. ¿Quién eres?

ORESTES.— Un extranjero.

ELECTRA.— Sé bienvenido. Todo lo extraño a esta ciudad me es caro. ¿Cuál es tu nombre?

ORESTES.— Me llamo Filebo y soy de Corinto.

ELECTRA.— ¿Eh? ¿De Corinto? A mí me llaman Electra.

ORESTES.— Electra. (Al PEDAGOGO.) Déjanos. El PEDAGOGO sale.