Capítulo 3

—Su alteza desea verte en sus habitaciones— informa Caitus, mi sirviente con una reverencia— yo terminaré de arreglar tus cosas.

—Eres un gran amigo, gracias— más que un sirviente, Caitus ha sido un hermano como ninguno…un salvador en todos los sentidos. Llevamos juntos desde que tenía doce años, mi padre me lo dió para que me ayudara, pero desde que éramos niños nos convertimos en cómplices. Durante las batallas, siempre había contado con él para sanar mis heridas, remendar los rasguños, y cuando perdí a Eranthe, él estuvo ahí también para recoger los pedazos de mi alma rota y tratar de ponerlo todo junto de nuevo.

—Mi tío no está muy a favor de que me lleve a mi madre, pero supongo que es lo mejor. Creo que la reina se sentirá más a gusto en cuanto nos vayamos— para mi nunca había pasado inadvertida la incomodidad de Acantha, no es del desconocimiento de nadie las desavenencias entre Aegelis y ella. Pero lo que más incómodo me hace sentír son las cosas que andan en boca de todos aquí y allá. Al parecer la reina parece disfrutar más de la compañía de cierto general que la de mi viejo y cansado tío. Incluso se rumora que el joven príncipe Nereo no es su hijo legítimo. De la forma que sea y por mucho que aprecie al rey estos asuntos se escapan de mis manos; entre mayor distancia ponga entre mi nueva vida por comenzar y las intrigas del palacio será indiscutiblemente mejor.

—Yo también ansío volver a casa, extraño a mi hijos y a mi esposa, no puedo esperar ver sus rostros otra vez— dice Caitus muy emocionado mientras recoge mis ropas— sobre todo deseo verte libre de esto— señala con una mano las canilleras, el casco y la coraza con las que he debido protegerme para luchar tantas veces en las batallas— espero que lleguemos pronto, quiero cuidar animales y sembrar la tierra en lugar de ver miembros cercenados nadando en charcos de sangre…quiero servir a mi señor en sus propias tierras… las que lo vieron nacer— escucho el tono afectuoso en su voz, sé que sus sentimientos son genuinos. También anhelo que él esté reunido con su familia lo más pronto posible. Ambos estamos hartos de la guerra.

—Creo que te pusiste sentimental amigo mío— percibo el aroma del vino en su aliento— guarda un poco para cuando lleguemos, te necesito entero durante el viaje— la emoción de Caitus es genuina, pero se intensifica mucho más después de unos tragos— voy a ver que quiere decirme mi tío, encárgate de terminar aquí y luego vamos por mi madre— antes de salir tomo un poco de vino de la jarra que está junto a la mesa, me giro con la copa en alto e inclino la cabeza— por los amigos…por el hogar que nos aguarda y por el buen vino— guiño un ojo en su dirección sin dejar de sonreír, luego me encamino a la habitación de Aegelis, mi clámide ondeando tras de mí en un remolino rojo.

*******

Bastiaan era un hombre de mundo. A sus treinta y cinco años había hecho lo que muchos no harían ni en toda su vida. Aún fresco en su mente el recuerdo de como a sus dieciséis años fué reclutado para el ejército y enviado poco después de un año a la que fué su primer batalla. La península de Darios había servido de entrada para los Mikenhos, los Esthienses habían dado por sentado que una incursión en esa zona era impensable por la escarpada geografía, era prácticamente imposible ingresar por esas tierras. Confiados fueron minimizando así la seguridad. Pero fué hasta después de siete días, cuando el ejército Mikenho ya había dejado desolados diversos pueblos a lo largo de las extensas llanuras de Granhia cuando el comunicado llegó al General Temístides e inmediatamente cuatrocientos hombres fueron enviados a combatir a los invasores. Fué una lucha cruel y despiadada, se perdieron más de doscientos soldados, pero el Estado había resistido y ahora estaba a salvo. A partir de ese momento la vida de Bastiaan se desarrolló en una constante… la guerra. Fué enviado lejos a conquistar más tierras, todo en nombre del Gran Aegelis.

No sentía rencor por su tío, pero no podía evitar pensar como habría sido su vida si hubiera podido pasar más tiempo al lado de su querida Eranthe, haber podido ver crecer a su hijo, si este hubiera tenido la oportunidad de nacer. El honor y la culpa, siempre van tomados de la mano, según su propia percepción, porque...de que sirve creer en defender tu país…tu pueblo, si al final no pudiste salvar a tu propia familia.

Caminaba digno por los pisos de mármol del palacio hacia la habitación de Aegelis, llevaba un macuto de cuero cruzado a su espalda, quería llevar él mismo la caja de madera que su madre le había dado solo unos días atrás. La curiosidad lo había vencido y la había abierto. En su interior estaba un collar. Tenía un colgante con un enorme rubí, estaba montado en una base con un grabado que hacía mucho no leía pero que conocía muy bien “ Cuando la vida abandone mi cuerpo, tu rostro será mi último suspiro”. Era un voto de amor eterno, usado en su familia durante la celebración de casamiento. Se preguntaba porque su madre no se lo había dado cuando él se unió a Eranthe.

Llevaba su cabello atado con una tira de cuero, sus pisadas eran sólo un murmullo sordo en la inmensidad de aquella edificación, por aquí un sirviente cuidando de las plantas, por allá otro atendiendo alguna otra tarea. La fuerza de la costumbre y las circunstancias lo habían hecho un hombre precavido, jamás andaba desarmado y aquel día era como cualquier otro, no había motivos para hacer una excepción.

Al llegar a las puertas dobles de la habitación de su tío vió dos guardias que estaban de pie en la entrada, se hicieron a un lado para dejarlo entrar. Bastiaan entró en la enorme habitación, el día era hermoso afuera, se veía el cielo azul claro, las nubes como lana de oveja, blancas y suaves a través del cortinaje. Era extraño, Aegelis siempre lo recibía en la mesa llena de pergaminos que tenía junto a la ventana. Probablemente estaba en la letrina— se dijo—. Ocupó una silla frente a la mesa para esperar. Deseaba salir del asunto lo más pronto y emprender el largo camino a casa. Mentalmente repasaba todo lo que debía estar ya listo, sólo faltaba ir por su madre. Caitus ya debía tenerlo todo más que preparado.

Después de lo que parecía mucho tiempo, se levantó inquieto. Algo atrajo su atención, al lado derecho de la estancia estaba la entrada a una pequeña habitación contigua que Aegelis utilizaba para tomar sus baños. Algo parecido a una tinaja grande de arenisca ocupaba el centro de la iluminada estancia. Su estómago se retorció de manera espantosa por la sorpresa, flotando inerte, totalmente cubierto de sangre estaba su tío. Un tajo escarlata atravesando su garganta de oreja a oreja.

No había terminado de procesar lo que estaba viendo, cuando un estruendo ensordecedor lo sacó de su estupor. Inmediatamente corrió a la estancia principal, había aproximadamente diez guardias, todos con sus espadas en la mano tapando la entrada. En medio de todos ellos se encontraba Temístides, lo miraba con severa expresión, adusta cada línea de su rostro.

—¡El rey…alguien asesinó al rey!— exclama Bastiaan con voz grave, presurosa— rápido tenemos que buscar...

Pero antes de terminar de hablar dos guardias se lanzaron sobre él con sus espadas formando arcos de acero destellante, rápidamente en un movimiento hacia atrás Bastiaan saltó sobre la mesa, sacando el enorme cuchillo que llevaba en su cinto, claramente en desventaja, asestó una patada al frente empujando a uno de los guardias que en su caída tiró a otros dos.

Por el rabillo del ojo vió como venía otro con el filo de la espada listo para herirlo en la pierna, pero fué más rápido y saltó a un lado a la vez que le abría un tajo en la mejilla izquierda, la pálida cara mirándolo con furia, los gritos horribles del hombre quedaron apagados, sólo podía escuchar sus propios latidos mientras luchaba por su vida una vez más. Se tiró hacia el lado opuesto de la mesa, en un momento había levantado una silla y se lanzó contra un guardia dándole un fuerte golpe contra la pared, éste dejó caer su espada e inmediatamente Bastiaan la tomó, atravesándolo con ella por uno de sus costados.

Todo estaba sucediendo demasiado rápido, pero aún así pudo notar que Temístides, se mantenía atrás de sus hombres, solamente observando con filosa mirada mientras aquella lucha se desarrollaba. Armado ahora con su cuchillo y una espada hirió a tres hombres más, estaba muy cerca de la ventana. Sin pensarlo dos veces se arrojó al otro lado aterrizando con un golpe que le sacó el aire con violencia, sin tiempo que perder tomó sus armas y corrió hacia los establos.

—¡Atrápenlo!— escuchaba los insistentes gritos a sus espaldas— ¡ha asesinado al rey! ¡corran rápido!

—¡Que no escape! ¡muévanse, rápido!

Sus pulmones ardían por el esfuerzo, giró a la derecha y se encontró con los establos. A como pudo se subió a una de las monturas más cercana clavando los talones con fuerza en los costados de la asustada bestia, el animal salió corriendo a toda velocidad, ya estaba cerca de las puertas que salían al camino principal, si giraba a la izquierda podría perderse entre los árboles, luego podría tomar el sendero de los olivos más adelante. Eso le daría un poco de ventaja.

Pensaba en su tío, ¿ porqué asesinarlo? Era evidente que él había sido involucrado en la intriga, por más que tratara de explicarse no iba a funcionar. Pensaba también en Elenora, sólo podía esperar que Caitus la cuidara mientras aquello se arreglaba, o no.

El ruido de cascos de caballos aproximándose lo volvieron a la realidad del momento. Debía apresurarse, se acercaban y tenía que avanzar más, sólo así podría conseguir escapar. De pronto sintió algo caliente caer por la extension de su pierna, un pulsante y agudo dolor en su costado, la conocida agonía lo recorrió estremecedora por todo su cuerpo, como una hoguera. La punta de una flecha sobresalía por el lado derecho, bajo sus costillas. Avanzó penosamente un poco más, pero podía sentir como la sangre resbalaba incontenible por su pierna. Su visión empezó a oscurecerse, las náuseas lo sacudieron con violencia, de pronto la oscura neblina lo envolvió. Sólo quedaba silencio…un tenso silencio.

*******

El dolor sordo pulsaba como los mismos infiernos, había sido herido en ocasiones anteriores, y siempre el mismo pensamiento llegaba a su mente, « este es el final, ahora sí »— pensaba lúgubre. Volvió a caer en la inconsciencia.

Estaba de nuevo en aquella habitación, Eranthe dormía plácidamente, jamás tendría suficiente de aquel rostro, se maravillaba de sus líneas angulares, las sombras que la noche formaba y que él extrañaba con un agudo dolor en el pecho. Cada día era una nueva batalla para él, debía luchar contra su ausencia, jamás nadie podría comprenderlo. Pero ahora estaba frente a él, no sabía como, pero ahí estaba, siempre suya, su pecho llenándose de júbilo absoluto.

Muy despacio subió a la cama, colocó los brazos alrededor de su cabeza. Recordaba como le gustaba despertarla de esa forma por las mañanas, acariciando primero su nariz con la suya, para luego ir en busca de sensaciones más intensas, para perderse juntos en caricias y jadeos, para al final hacerle el amor con toda el alma y la fuerza de su corazón. Morir sobre aquella piel sería el mismo cielo.

La subió sobre él, abrazándola con toda la fuerza del amor que llevaba guardando desde hacía mucho tiempo. Le encantaba su olor, dulce y penetrante. Ella también se alegraba de verlo. Se hundió en su pecho, ambos sumidos en una ensoñadora tranquilidad, ahí era donde ella pertenecía, junto a él. Súbitamente se encontraban en otro lugar, uno que él conocía demasiado bien. La noche era fresca, la brisa salina envolvía sus cuerpos desnudos, el pecho le ardía de emoción al sentirla de nuevo a su lado. Brazos… lenguas y deseo, estaba totalmente perdido en ella. Ese era el momento indicado, no sabía cómo pero debía hacerlo, colocó con delicadeza el collar alrededor de su cuello, la mirada de ella recelosa.

—Búscame— le pidió con tono angustiado. Ahora sólo quedaba esperar.

El ruido a su alrededor poco a poco se fué intensificando, e igual el dolor. Estaba tirado sobre heno mojado y maloliente. El calabozo estaba sumido en una oscuridad solamente interrumpida por el brillo de una antorcha encendida en alguna parte. Podía escuchar las alimañas deslizarse entre las sombras.

¿Cuánto tiempo llevaría ahí? , era imposible saberlo. Estaba descalzo, el macuto también lo había perdido. Los muy malditos se lo habían quitado y el collar... recordó a su madre. Esperaba que estuviera a salvo. Tambaleante intentó levantarse, se cayó de bruces unas cuantas veces. Cuando lo logró al fin, pudo ver una mesa y una silla al final del pasillo. Habían antorchas colocadas a intervalos entre las otras celdas que apenas si podía distinguir. Escuchaba el rumor de voces, seguramente de los otros que como él compartían su situación.

—¡ Escúchenme! , ¡exijo hablar con el general ahora!— gritó con todas sus fuerzas— ¡Tengo que salir de aquí, alguien, ahora! ¡ Temístides!. — Un ruido de pasos hizo eco en las paredes de gastada piedra, a través de la penumbra un hombre gordo apareció por la esquina, sin duda sería el vigilante.

—¡Cállate!— golpeó con una vara al acercarse, en donde momentos antes Bastiaan había tenido puestos los dedos— ¿que crees que haces? cierra la maldita boca— el fétido y podrido aliento lo golpeó en la cara.

—Debo hablar con Temístides, yo no he asesinado a mi tío— su voz era segura…firme, sabía igual que de nada serviría, pero algo debía intentar— ¿dónde está Aegelis, ya lo han enterrado?, debo saber como está mi madre...

—¡Te dije que te callaras!— gritó el carcelero una vez más— no tengo nada que decir, solo que pronto vas a perder esa linda cabecita sobre tus hombros— dijo riendo con un cacareo, el desdén incorporado en sus palabras— asesinaste a su majestad… ya sabes cual es el castigo para los bastardos traidores como tú— dió media vuelta y se alejó riendo para sí, dejando un amargo sentimiento golpear fuerte contra las paredes de su estómago.

—¡ Sé que tengo derecho a un juicio!, ¡puedo hablar con el consejo!...— pero sus palabras no fueron escuchadas.

Pasó un tiempo, no sabría decir si era de día o de noche. Los calabozos estaban a tres niveles bajo tierra, los conocía bien pues había bajado en otras ocasiones para escoltar a algún prisionero. El edificio estaba alejado del palacio pero no tanto, sabía que todo prisionero tenía derecho a un juicio ante el consejo, pero era evidente que él había estado en el lugar y momento erróneos, no le iban a dar ese derecho. No le cabía duda alguna que el mismo general estaba tras de todo aquello, incluso la misma Acantha. Las posibilidades de librarse de ello le parecían nulas. Estaba afiebrado, por un momento había olvidado la herida. Una costra oscura le cubría todo el costado llegando hasta la pierna, dolía como los mismos infiernos.

Los dioses jamás habían sido generosos, comenzó a reírse muy a su pesar. Toda la situación era tan estúpida que sintió una llamarada de furia crecer dentro de su cuerpo maltratado, saldría de ahí, podía jurarlo. Nunca se había considerado una persona vengativa, pero desgraciadamente las circunstancias lo estaban sumiendo en pensamientos que no deseaba invocar.

*******

—Y así fué como pasó— tengo más de media hora repitiéndole a Caroline una y otra vez todo lo que recordaba del sueño, el collar, el apuesto hombre de cabello rojo que no podía sacarme de la cabeza— Por favor no me hagas repetirlo, sé que es fascinante y extraño, pero quiero saber qué ocurre, creo que he perdido la razón— me siento angustiada.

—No April, no has perdido la razón, si así fuera como explicas que de algún modo yo tuve el mismo sueño, aquí hay algo, otra cosa no sé ¡ahhhhhhhhhhhhhh!— se escucha frustrada…como yo— Necesito que le tomes una fotografía al colgante y me la envíes cuanto antes, buscaré todo lo que pueda, conozco a alguien que puede guiarme de alguna forma, ¿vas a estar bien cierto?

—Sí eso creo, tengo que irme a trabajar, no sé como hacerlo, tengo la cabeza en otra parte— es cierto, sé que éste será un día difícil… bastante— Llámame en cuanto sepas algo, lo que sea— le pido con tono cansado.

—Lo vamos a averiguar, te lo aseguro, esto significa algo April, lo pude percibir en el sueño. Ustedes tienen algo en común, algo que los une...

—No lo digas de esa manera— espeto interrumpiéndola— lo dices como si fuera alguien en mi vida, es una aparición en un sueño...

—Y te dió un collar…uno que permaneció en tu cuello cuando despertaste ésta mañana— dice lentamente— ¡por favor April!, cuantas veces he podido conservar a Chris Hemsworth después de haber soñado con él toda la noche, no me vengas con eso— agrega luego con voz exasperada.

—Tienes razón, lo siento es que...esto sólo pasa en los libros o en las películas. Aún me parece increíble— digo mientras acaricio el colgante contra mi pecho.

—Bueno, pues ahora te está pasando a ti, trata de calmarte…sé que es mucho pedirte, pero no hay de otra. Busca lo que puedas, cualquier cosa y si recuerdas algo más del sueño me dices.

—Bien, lo hare. Gracias Caroline— respondo agradecida por tener quien me escuche…y me crea.

—No hay porqué, soy tu hermana…tu apoyo.

—Sí es cierto, pero de todas formas te agradezco por no llamar a un Hospital Psiquiátrico— trato de sonar menos histérica.

En efecto, el día pasa justo como lo esperaba, con mi cabeza en cualquier parte menos en el trabajo. Después de hablar por teléfono con Caroline en la mañana, empecé a alistarme para ir a trabajar, todo lo hacia mecánicamente, cada vuelta que daba veía el collar en la mesilla de noche, resplandeciendo a la luz del sol. Me acerqué y lo tomé de nuevo entre las manos, era una hermosa pieza de joyería, lo que fuera que tenía escrito parecía antiguo… lleno de significado. ¿Porqué había llegado a mí? quiero decir… sólo soy yo, April Edwards, una mujer de veintiocho años que trabaja como editora en Banshfield & Hill sin nada en especial que destacar. Nunca he hecho nada extraordinario, pero admito que me encanta leer eso en los libros que veo cada día. Una mujer que viaja al pasado a través de unas rocas misteriosas en Escocia, o niños que se transportan a un mundo mágico entrando en un ropero. ¿Sería éste collar algo como eso?

—¡ Dioses! — debo dejar de pensar tanto en esto, aunque sea por un rato. Me doy prisa, he divagado demasiado, ya se me hace tarde. Salgo como un bólido, no sin antes guardar el collar en una cajita dentro de mi cajón de ropa interior.

—...sería fabuloso, también el stand puede ir al final con... tierra a April, repito tierra a April— Emily está hablándome, pero no logro restablecer la concentración necesaria para prestarle atención— ¿Me puedes decir que te sucede?— parece molesta…no la culpo.

—Lo siento, lo siento mucho, supongo que no pude dormir bien. ¿Qué decías? — me siento derecha en la silla, fingiendo que le estoy prestando atención.

—Enserio, no estás aquí. No sólo soy tu jefa…soy tu amiga. Si hay algo que te está preocupando puedes decírmelo...

—Puedes estar tranquila, es solo un poco de cansancio, no pude dormir muy bien que digamos— trato de sonreírle— supongo que cuando terminemos todo para el lanzamiento voy a estar al cien por ciento.

—No te culpo— inspira con fuerza—yo también me siento un poco presionada. Apenas salgamos de todo esto te prometo una semana libre— esboza una amplia sonrisa— te la mereces…y yo también.

Abandono la oficina poco antes de las seis, salgo directamente a clase de yoga. Sara se extraña un poco porque decidí hacer dos clases en lugar de una. Creo que en el fondo no quiero llegar a mi apartamento. Pienso en el collar de nuevo, es como una sombra que me persigue. Tal vez cuando vuelva a casa ya no esté…tal vez fué sólo un sueño. Ese pensamiento me tranquiliza un poco. Aunque no creo que mi imaginación sea tan buena y también haya imaginado la conversación con mi hermana, ¿quien sabe?

—Te noté distraída hoy, ¿mucho trabajo?— pregunta Sara al llegar a mi lado, cuando la clase termina.

—Ah sí, ni te imaginas. Necesito días de cuarenta y ocho horas para terminar todo a tiempo— le digo sonriendo, jamás me creería— por suerte tus clases siempre ayudan.

—Bueno tus asanas han mejorado muchísimo, así que acepto el cumplido—. ¿Quieres ir por un café? Tengo antojo de Starbucks, ¿ me acompañas?

—Seguro, un café me encantaría— acepto recogiendo mis cosas.

Ordenamos dos cafés con crema. Caminamos viendo las vitrinas hermosamente decoradas de las tiendas, charlando de nada en especial.

—¡Oye tu imbécil!— grito por el susto. Un repartidor pasa como loco a mi lado haciéndome derramar todo el café caliente encima.

—¿Estás bien? ¡pero que estúpido!— grita Sara también disgustada, el cretino no se detuvo ni por un segundo a disculparse perdiéndose rápidamente entre el gentío.

—¡Oh dioses! , mira como me dejó— murmuro viendo mi ropa mojada, la piel me escuece un poco también al caerme el caliente líquido encima.

—Nada que no arreglen en la tintorería, al menos no te pasó por encima— dice examinándome en busca de algún golpe— sabes, siempre me he preguntado de donde sacaste eso— menciona casualmente.

—¿A qué te refieres?— pregunto. No entiendo qué quiere decir.

—Esa expresión… ¡ dioses! la usas todo el tiempo— sonríe burlona— ¿no te habías dado cuenta?

—Oh bueno...no lo sé, supongo que he estado viendo mucho Juego de Tronos—reímos juntas— ¿vamos?— le pregunto dejando el incidente a un lado. Retomamos nuestro camino de vuelta a casa.

Cuando llego a casa intento no acercarme al cajón de ropa, es más…trato de no pensar en lo que he guardado dentro él. Me ducho con agua muy fría durando un poco más que de costumbre. La verdad estoy hambrienta también, después de comer algo veo un rato la television, igual no le estoy prestando atención, estoy demasiado ansiosa… pendiente de la llamada de mi hermana, ¿habrá averiguado algo ya? No… no lo creo, si así fuera ya lo sabría. Trato de recordar algo más de mi sueño, alguna pista que me explique que rayos está ocurriendo, pero no hay nada que pueda rescatar de las ahora nebulosas imágenes.

Lo que tengo claro es que lo amo…quiero decir…en el sueño, y parece que él siente lo mismo por mí. Rememoro el profundo sentimiento de tristeza en su semblante, recuerdo que todo comenzó en mi habitación para luego encontrarnos en otro lugar distinto, la verdad no tengo idea de donde, pero me parece un paisaje griego a algo así, aunque solo he visto escenarios como esos en fotografías. « Búscame » — me dijo. ¿Porqué o para que? y más complicado aún ¿ cómo? Doy como mil vueltas en la cama, no creo que pueda dormir. ¿ Qué hago si despierto mañana y aparezco con alguna otra cosa proveniente de esos sueños que he estado teniendo?

No tengo idea de quien puede ser ese hombre misterioso, pero sin darme cuenta repaso en mi mente su rostro, la curvatura suave de su boca contrastando con los rasgos fuertes de sus huesos, espesas cejas rojizas y su mandíbula cuadrada. Cada línea de su cuerpo...mientras evoco el recuerdo, éste llega a mí cada vez más nítido, como cuando te sumerges en un río y al principio es algo turbio y luego los ojos se entornan viéndolo todo mejor…más claro. Con su semblante aún adherido en mis pensamientos me duermo. Esa noche ningún sueño interrumpe mi descanso.