EN EL MOMENTO EN QUE PEABODY VIO EL COCHE ELLA meneó las caderas y agitó los brazos en el aire. —¡Condenados infiernos!—
—Para.—
—Es tan bonito.— Ella se controló con un meneo de hombros. —Es tan sexy. Tan elegante. Tan Roarke.—
—Sigue así e irás en transporte público hasta el Village.—
—Seré buena, seré buena. Seré especialmente buena si podemos bajar la capota. ¿Podemos? Por favor, ¿por favor?—
—Te estás avergonzando sola.— Eve decodificó las cerraduras.
—Ni por asomo. Es todo suavidad y brillo.— Ella ronroneó mientras pasaba las yemas de los dedos por la capota.
—Tu trasero será todo suavidad y brillo cuando haya acabado de patearlo. Estoy bajando la capota.— El gruñido y el dedo de Eve cortaron el chillido de Peabody. Salió más como un pitido.
—Porque hace calor, y porque el viento se llevará algo de tu idiotez.—
Eve arrancó el coche.
—Ooh, suena como un león recién alimentado.—
—¿Cómo sabes siquiera cómo suena un león que acaba de comer?—
—A veces veo programas de naturaleza en la pantalla para mejorar mi educación.—
—Porque nunca se sabe cuando vamos a tener que seguir el rastro de un león a través de Midtown.— Ella ordenó la bajada de la capota, y Peabody ejecutó un rápido baile en el asiento.
—Si has terminado con tus orgasmos vehiculares mira a ver si puedes hacer alguna conexión entre Dudley e Intelicore.— Eve activó el GPS de su unidad de muñeca, leyendo la dirección de Urich.
—¡Somos tan fenomenalmente súper—avanzadas!—
—Solo estoy viendo si funciona.— Ella salió disparada de la plaza de aparcamiento. Peabody soltó un feliz, —¡Whee!—
—Ni siquiera hay suficiente viento.—
—Tú también estás pensando ‘Whee’. Por dentro.—
Puede, pensó Eve.
—Si el asesino no es Urich, y nada es tan fácil, entonces él tiene que parecerse bastante, o haberse hecho parecer lo suficiente a él para engañar a la víctima. Podría haber cambiado el pelo, añadir peso, quitarlo, hacer algo de trabajo facial, pero debería haber al menos un parecido superficial. El asesino es probablemente caucásico o parecerlo, probablemente del barrio en un cincuenta por ciento, y en un setenta parecido a Urich. A no ser que aleatoriamente hackeara su ID para las muertes, encontraremos una conexión entre Sweet y Urich.—
—Él escoge la cumbre en sus campos para sus víctimas,— dijo Peabody mientras trabajaba. —Sweet y Urich trabajan ambos para importantes compañías, y tienen posiciones importantes en ellas.—
—Es más,— añadió Eve con un cabeceo —Cuando piensas en la cúspide de empresas, las corporaciones más ricas, los mayores negocios, ¿cuáles te vienen a la mente primero?—
—Roarke.—
—Sí, pero este tipo se ha llevado a dos sin meterse en los negocios de Roarke.—
—El parque de atracciones.—
—Sí, del que Roarke tiene una parte, y negocios dentro. Pero es difícil coger una compañía sin darte de bruces con una de Roarke, y el asesino no fue allí por su tapadera ni por su tiempo. Va a haber una conexión entre los hombres y/o sus compañías. No es aleatorio. Ni lo son las víctimas. No son personales, pero son específicas. Haremos una búsqueda para ver si hay alguna conexión entre Houston y Crampton, pero va a ser entre los hombres, las compañías, no las víctimas.—
—No encuentro nada en la primera ronda. Nada en las subsidiarias conectadas o incluso en competición directa. Tienen algunas oficinas en las mismas ciudades, pero eso es casualidad. Tienen fundaciones de caridad importantes, pero de nuevo, se desvían a diferentes áreas de interés y aportación.—
—Está en alguna parte de ahí,— anotó Eve.
Peabody echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. —Puede que algunos empleados se intercambiaran, o matrimonios de negocios, relaciones. Por lo que el asesino tiene alguna información sobre ambos.—
—Posible.—
—O alguien quien conoce y tiene algo en contra de Sweet y Urich.—
—Un montón de jaleo para eso, y condenadamente demasiado para molestar a alguien. Pero buscaremos conexiones entre Sweet y Urich. Los métodos no son aleatorios tampoco. Fueron bien planeados de antemano, así que son deliberados. Un toque de atención. Él está presumiendo. Envía una alerta a la oficina de Mira,— dijo ella refiriéndose a la mejor criminóloga y psiquiatra del departamento. —Quiero una consulta mañana. Envíale los archivos para que pueda echar un vistazo.—
Cuando ella se detuvo frente a la solemne piedra marrón, sonrió a su unidad de muñeca. —La bastarda funciona de verdad.—
Bajó del coche, tomándose un momento para estudiar la casa adosada, el barrio. —Bonito sitio. Tranquilo, de renombre, con pasta pero nada ostentoso. Urich había estado casado una vez y lo estuvo durante un periodo de doce años. Había trabajado para la misma compañía durante cerca de veinte años. Se mantiene. Tiene un pequeño jardín aquí que parece completamente ordenado y organizado. Todo completamente bonito y asentado.—
Ella pasó a través de la corta puerta de hierro forjado, por el camino entre un pequeño y estructurado jardín frontal, y hasta las escaleras de la puerta principal.
—Se cierra durante la noche.— Ella asintió hacia la estable luz roja en el panel de seguridad antes de presionar el timbre.
Esta residencia está protegida por Secure One, informó el ordenador. El ocupante no desea aceptar solicitudes. Por favor indique su nombre y asunto.
—Teniente Dallas y Detective Peabody.— Eve levantó su placa para el escáner —NYSPD. Necesitamos hablar con Foster Urich.—
Su información será transmitida. Por favor espere.
Buena seguridad, pensó Eve, pero Urich la mantenía simple y sencilla. Le tomó varios minutos, pero la luz de seguridad cambió a verde, y la puerta se abrió. Urich estaba de pie en pantalones amplios y camiseta, sus pies descalzos. Su pelo parecía desplomado y rizado en torno a una cara de facciones afiladas. El miedo vivía en sus ojos.
—¿Le ha pasado algo a Marilee? Mi hija. Es mi hija…
—No estamos aquí por su hija, Señor Urich.—
—¿Ella está bien? Su madre…
—No estamos aquí por su familia.—
Él cerró los ojos un momento, y cuando los abrió el miedo había desaparecido. —Mi hija está de acampada. Es su primera vez.— Él dejó escapar el aire. —¿De qué va esto entonces? Jesús, son más de las tres de la mañana.—
—Sentimos molestarle a estas horas, pero necesitamos hacerle algunas preguntas. ¿Podemos pasar?—
—Es medianoche. Si las dejo entrar, quiero saber de qué va esto.—
—Estamos investigando un homicidio. Su nombre apareció.—
—¿Mi… un asesinato? ¿Quién ha muerto?—
—Ava Crampton.—
Su cara se arrugó en confusión. —No conozco a nadie con ese nombre. De acuerdo, pasen. Aclaremos esto.—
El largo recibidor de entrada se abría en un lado a una zona de estar de colores profundos, asientos descomunales, una ancha pantalla de pared. En la mesa, en frente de un largo sofá de respaldo alto, había dos copas de vino y una botella de tinto. Un par de sandalias de tacón alto estaban bajo la mesa.
—¿Quién es Ava Crampton, y cómo llegó a aparecer mi nombre?—
—¿Está solo, Señor Urich?—
—No creo que eso sea de su incumbencia.—
—Si tiene compañía esta noche, eso podría aclarar ciertas preguntas.—
Él se ruborizó, notó Eve.
—Estoy con una amiga. No me gusta que se me interrogue sobre mi vida personal.—
—No le culpo, pero Ava Crampton ha perdido su vida personal.—
—Siento oír eso, pero no tiene nada que ver conmigo. Y me gustaría realmente saber por qué piensa que sí lo hace.—
—Elegant Transportation llevó a la Señora Crampton a Coney Island esta noche.—
Él parecía irritado y perplejo a la vez. —Teniente Dallas, si está preguntando a cualquiera que normalmente use Elegant Transpo, va a tener una noche muy larga.—
—La reserva para la limusina estaba a su nombre, y asegurada con su tarjeta de crédito.—
—Eso es ridículo. ¿Por qué iba a pedir una limusina para una mujer a la que ni siquiera conozco?—
—Esa es una pregunta,— dijo Eve.
La irritación creció lo suficiente para extinguir la perplejidad. —¿Cuándo fue reservada?— Él disparó la pregunta. —¿Qué tarjeta fue supuestamente usada?—
Cuando Eve se lo dijo, él se tomó un momento antes de hablar. —Esa es la tarjeta de mi compañía. Uso ese servicio de transporte regularmente para negocios y asuntos personales, pero sé que ni yo ni mi asistente reservamos transporte para esta noche.—
—Quitémonos esto de en medio. ¿Dónde estaba usted entre las diez de la noche y la una de la madrugada?—
—¿Foster?—
La hermosa mujer llevaba una bata de hombre demasiado grande para ella. Su pelo corto del color de la corteza caía hasta su mandíbula. Como Urich, ella no había pensado en peinárselo.
—Lo siento. Me preocupé.—
—Está todo bien, Julia. Es alguna clase de malentendido. Julia y yo pasamos la noche juntos.— El sonrojo volvió de nuevo. —Yo, ah, la recogí sobre las siete cuarenta y cinco. Teníamos mesa a las ocho en Paulo. Luego nosotros, ah, vinimos aquí. No recuerdo la hora—
—Era un poco después de las diez,— Julia añadió. —Hemos estado aquí desde entonces. ¿Qué ha pasado?—
Él caminó hasta ella, pasando una mano bajo su brazo. —Alguien ha sido asesinado.—
—¡Oh, no! ¿Quién?—
—No la conozco, pero hay cierta confusión acerca del uso de la tarjeta de mi compañía. Necesito aclararlo. No puedo pensar claramente,— añadió. —Voy a hacer algo de café.—
—Yo lo haré. No, yo lo haré, Foster. Tú siéntate. ¿Les gustaría un café?— preguntó a Eve y Peabody.
—Sería perfecto,— respondió Eve.
—Foster, siéntate con la policía. Estaré en un minuto.—
—Perdonen,— dijo cuando Julia salió. —Siéntense. Esto me ha descolocado. No sé cómo la cuenta de mi compañía puede haber sido usada. Cambiamos los códigos cada dos semanas.—
Eve sacó la foto de identificación de su bolso. —¿La reconoce?—
Él echó un buen vistazo a la foto, luego aplastó su revuelto pelo y echó otra mirada, más larga antes de menear la cabeza. —No. Y no creo que fuera una cara que olvidaría. Ella es hermosa. Coney Island, dijo,— él añadió cuando la devolvió la foto.
—Sí. Usted ha estado allí.—
Él sonrió. —He llevado a mi hija un montón de veces desde que lo reabrieron. Ella va a cumplir nueve el mes que viene. Estoy divorciado,— dijo rápidamente. —Su madre y yo llevamos divorciados bastantes meses.—
—Entendido. ¿Conoce a un Augustus Sweet?—
—No creo. No es un nombre familiar. Conozco un montón de gente, Oficial…
—Teniente.—
—Lo siento. Teniente Dallas. En mi trabajo... Usted ya sabe qué hago, dónde trabajo. Lo habrá comprobado.—
—Sí. ¿Quién tiene acceso a la información de su cuenta?—
—Mi secretaria. Della McLaughlin. Ella ha trabajado para mí durante más de quince años. Ella no estaría involucrada en algo así. Su asistente, Christian Gavin, también tendría esta información, pero tengo que decir lo mismo. Él ha estado con nosotros cerca de ocho años. Julia.— Él sonrió cuando ella volvió con una bandeja, y se levantó para cogerla. —Gracias.—
—De nada.— Ella se quedó de pie mientras él dejaba la bandeja. —¿Debería irme?—
—No, por favor. Teniente, necesito poner un bloqueo en esa cuenta, e iniciar una búsqueda sobre los usos. Puede que sea capaz de decirles quién lo usó una vez que la haya hecho.—
—Vaya.—
Él cogió café, echándole crema. —Sólo serán un par de minutos.—
Julia se sentó, dando un tirón a su bata. —Esto es extraño y... solo extraño.—
—¿Puedo preguntarle cuánto tiempo llevan usted y el Señor Urich juntos?—
—¿Juntos? Supongo que sobre un mes, pero nos conocemos desde hace tres años. Desde que nuestras hijas se hicieran amigas. Ellas están juntas de acampada. El padre de Kelsey y yo nos divorciamos hace años. Desde que Foster y Gemma se divorciaron, Foster y yo... Bueno, hemos pasado algo de tiempo con las niñas, juegos y parques y esa clase de cosas. Y hemos hablado. Él necesitaba alguien con quien hablar que hubiera estado ahí. Luego... evolucionó supongo. Esta es de hecho la primera vez que nosotros... De cualquier modo, supongo que todo esto no es relevante.—
Te sorprenderías, pensó Eve.
—¿Un divorcio difícil para el Señor Urich?— Peabody preguntó, recogiendo el hilo.
—Todos son difíciles. Pero fue civilizado. Ambos quieren a su hija mucho. Gemma sólo quería otra cosa. Creo que eso fue lo más duro de entender para Foster. No era ninguna otra cosa. Ella tan sólo no quería lo que tenían.—
—¿Ella está con alguien?—
—Creo que no. Eso es parte de lo que buscaba. Ella no quería una relación. No ahora por lo menos. Ella no le dejó por alguien, si eso es lo que dice. Ella es una persona muy decente.—
Urich volvió, de pie en el otro lado de la mesa de café. —Es mi código. Quienquiera que reservara el transporte sabía mi código, mi contraseña. No sé cómo es eso posible. He ordenado un barrido y comprobación, para confirmar que hemos sido hakeados. Es la única explicación que se me ocurre.—
—¿Puede pensar en alguien que quisiera causarle problemas?— Eve preguntó. —¿Que quisiera a la policía en su puerta a las tres de la mañana?—
Él no respondió inmediatamente, pero frunció el ceño con la mirada distante. —Cuando tienes una posición en una compañía como Intelicore como la tengo yo, generas algo de resentimiento, algo de ira, algunos malos sentimientos. Hay gente despedida o transferida, o reciben malos informes. Puedo imaginarme que haya alguien a quien no le importaría verme importunado o molestado. Hay probablemente algunos que disfrutarían el verme interrogado por la policía. Pero esto es más que eso. Esto es usar mi nombre en conexión con un asesinato. No, no puedo pensar en nadie que hiciera eso.—
—Voy a enviar a gente de electrónica a sus oficinas y su casa para que hagan su propio análisis en su equipo. ¿Algún problema con eso?—
—No. Quiero respuesta sobre esto, y rápido. Se lo tengo que contar al Tercero,— murmuró.
—¿El Tercero?—
—Perdón.— Él balanceó la cabeza. —El director de la compañía. Debo informarle de que ha habido una brecha, y que hay una investigación criminal relacionada con ello.— Él pasó una mano por su pelo.
—Él no puede culparte,— empezó Julia.
—Es mi cuenta. En algún punto, la cabeza de alguien va a rodar. Créame, Teniente, cuando digo que quiero respuestas. No quiero que esa cabeza sea la mía.—
—Apreciamos la colaboración.— Eve se levantó. —Si él es el dirigente de la compañía, ¿por qué le llaman el Tercero?—
—Sylvester B. Moriarity lll. Su abuelo fundó la compañía.—
Ella tenía ya esa información, pero siguió con ella. —Y él toma parte activa en la empresa.—
—Esta involucrado, ciertamente. Les acompañaré a la salida.—
—Ellos son tan dulces,— Peabody dijo cuando se sentó en el asiento del copiloto. —Bueno, lo son,— insistió cuando Eve no dijo nada. —Él todo ruborizado y aturullado por tener una mujer ahí, y ella haciendo café y llevando la bata de él.—
—Más importante para el asunto es que él tiene una coartada sólida, y que él no es parte de esto. Comprobaremos a la secretaria y a su auxiliar. Haz una búsqueda cruzada sobre ellos, y sus familiar, amigos próximos, con Dudley. Analizaremos el arma. ¿Quién compra una condenada bayoneta? El mismo tipo que compra una ballesta. Una persona que tiene acceso a aparatos para interferir de alta gama, y que puede encubrirlos al pasar por un escáner. Tiene que tener habilidades, o dinero, o ambos.—
—Probablemente tiene que ser retorcido, también. Matar a dos personas, y cada vez parece más como si esas personas hubieran sido sacadas de un sombrero; estás en lo cierto y no es sobre la víctima tanto como el método y el asesinato.—
—¿Quién alquila a la LC más exclusiva de la ciudad, y luego no se toma ni tiempo para tirársela? Ella recibe un abultado depósito con antelación, así que es alguien a quien no le importa perder bastantes miles de dólares.—
—No de su dinero, en cualquier caso, dado que vino de las arcas de Intelicore.—
—Sí.— Eve volvió sobre ello en su cabeza mientras conducía hacia la Central.
—Dos asesinatos consecutivos,— ella dijo, cruzando el aparcamiento subterráneo hasta el ascensor. —Ambos planeados, dispuestos, ambos usando la ID de otra persona, y ambos caros sin importar quien llegara a asumir el coste. Las corporaciones gigantes probablemente estarán aseguradas contra este tipo de fraude.—
—No sé. Puede.—
—Apuesto a que lo están. Sweet y Urich terminarán con las orejas calientes, pero puede probarse que ellos no autorizaron el pago, ellos pueden escabullirse de eso; y la compañía probablemente lo hará. La compañía aseguradora es la que recibirá el golpe. Averigüemos quien cubre a esta gente.—
Ellas intercambiaron una mirada. —Empieza las búsquedas. Voy a subir a EDD, a ver si tienen algo para nosotras.—
Por una vez EDD parecía pacífico. Sólo un puñado ocupaban los cubículos y los escritorios a esa hora. Ellos paseaban y brincaban, mascaban chicle y chasqueaban dedos, pero no había tantos como para formar una multitud. Notando que McNab no estaba en su puesto, ella viró hacia el laboratorio.
Ella le vio detrás del vidrio, pavoneándose y chasqueando, y sorbiendo una bebida gigante, probablemente algo tan dulzón que haría que los dientes dolieran. Roarke estaba sentado manejando el teclado y la pantalla, su pelo recogido en una coleta, con lo que ella asumió que era un café adecuado en el mostrador.
Para su sorpresa, ella vio a Feeney, el capitán del EDD y su antiguo compañero. Su pelo, una explosión de color zanahoria y plata, parecía como si él hubiera sido alcanzado por un rayo. Su cara parecía más triste de lo normal, probablemente porque él había sido llamado para ir al trabajo en mitad de la noche. Llevaba una camiseta blanca más arrugada que sus pantalones marrones.
Ella entró. —Informad.—
Feeney miró hacia ella. —Chica, ¿no puedes pillar algo normal? ¿Condenadas bayonetas y ballestas?—
—Evita que me aburra.—
—La gente rica se aburre. Los entumecidos por el trabajo no tienen tiempo para ello.— Él tomó una bebida de la mano de McNab, sorbió un poco. —Los discos de seguridad están revisados y listos. Un sistema sólido para un parque de atracciones, pero fue comprometido. Recuperaremos lo que podamos.—
—No será mucho. Puñeteros infiernos.— Roarke se apartó. —El sistema no fue simplemente atascado, y esa es una forma de decirlo, sino limpiado con un puñetero virus añadido para mejorarlo. El aparato usado tuvo que ser muy sofisticado, posiblemente militar.—
—¿Entonces está borrado? No podéis hacer nada.
Sus ojos se estrecharon, azules relámpagos, como ella había esperado. —Es muy pronto todavía, Teniente.—
—¿Qué hay acerca de la seguridad general del parque? ¿La hemos cogido ahí?—
—Yo estoy en todo eso.— McNab se dejó caer, girando la silla a una unidad. —La tenemos entrando. La limusina se detiene ahí, ¿ves? La conductora sale.—
—Sí, tenemos su nombre. Vamos a hablar con ella.—
—La víctima sale, vaya piernas. Camina directa a la entrada para el escáner.—
—Ella mira alrededor en busca de él,— añadió Eve. —Espera justo tras pasar los escáneres, mirando a su alrededor. Ahí, ella le encuentra. Ved cómo ella pone una gran sonrisa, sacude el pelo y camina al frente.—
—Sí, y nosotros tenemos otra interferencia. Sólo unos pocos segundos. Zap, zap. La he buscado con su imagen como foco, he encontrado un par de accidentes más. Cuando los superpones con el trazado, puedes seguirlos básicamente directos a la casa de los horrores.—
—Él no perdió el tiempo.
—Y conocía el trazado,— añadió Roarke. —Del parque, y de su seguridad.—
—Pero falló justo un nanosegundo. Al entrar a la casa. Cambiando al interferir de la cámara exterior a la interior. Tenemos una parte de él.—
Ella vio la imagen parcial, el hombro, el lado del cuerpo mientras el asesino entraba, una mano levantada, la palma en la espalda del vestido blanco que Crampton había llevado, la otra en su bolsillo.
—Sólo la cara, reálzala.—
McNab se lo ordenó al ordenador.
—Vello facial, puedes ver un lado de la barba. Llevando el pelo largo. Parece más pesado que Urich. Unos pocos kilos. No es él, pero por lo que podemos ver hay bastante parecido con la foto de su ID como para haberla engañado. Ella esperaba a este tipo, y él la habría dicho qué iba a llevar puesto, puede que también le contara cómo se había dejado barba, el pelo, y haber ganado un poco de peso. Ella vio lo que se le había enseñado a ver. ¿Cuánto más podemos sacar de esto?—
—Estoy trabajando en un retrato robot. Podemos conseguir unas cuantas características de esto. Tenemos la forma de la cara, parte de un ojo, la línea de la mandíbula.—
—La barba va a ser falsa. Él tiene que convencerla de que él es Urich, así que él tiene que tener algo para enmascarar algunos rasgos. Hazme los retratos con y sin.—
—En ello.—
—Diminutos fallos. Él está excitado, y eso le hace cometer deslices, tan sólo un poquitín. Él va a ser de la altura de Urich más o menos. Puede que llevara alzas, pero va a ser de en torno a su altura. Él puede que llevara algo de relleno para añadir peso, pero no me termina de convencer. Él querría ser tan parecido como fuera posible a Urich, así que es un poco más pesado, lleva un par de kilos más. Dame el zapato.—
McNab parpadeó, se encogió de hombros. —Vale.—
—Aumenta.—
Ella estrechó los ojos. —Son, cómo se llaman, mocasines. Marrones oscuros, parecen caros. Consigamos la marca.—
—La enseñé todo lo que sabe,— Feeney dijo a Roarke. —Bien hecho.—
—Le gustan los zapatos buenos,— Eve continuó, —y puede permitírselos. ¿Por qué llevar zapatos caros a un asesinato en un parque de atracciones?—
—No todo el mundo es tan desdeñoso con el calzado bueno como tú, querida.—
Ella echó una mirada malvada a Roarke. —Nada de querida para los civiles. Deportivas o antideslizantes tienen más sentido. Puedes moverte más rápido si tienes que hacerlo. Es la condenada Coney Island. Es un patio de recreo. Pero él lleva zapatos buenos. Él es presumido, y le gusta lo caro, lo exclusivo. O puede que sólo esté acostumbrado a ello. Él la va a matar, pero quiere que ella se dé cuenta de que él tiene buen gusto y la pasta para mantenerlo.—
—Quédate ahí,— ella dijo a McNab. —Necesito un minuto contigo.— Ella llamó con un dedo a Roarke mientras salía.
Cuando él la siguió fuera, Roarke agarró suavemente el dedo con que ella le había llamado. —Intenta recordar que soy tu esposo, no un subalterno.
—Vaya, perdona. Si pensara en ti como en un subalterno probablemente te habría dicho que trajeras tu trasero aquí fuera. O algo parecido.—
—Completamente cierto. Aún así.— Él dio un rápido apretón a su dedo. —Demos un paseo. Estoy hambriento.—
—Yo no…
—Si tengo que conformarme con algo de entre esa lastimosa selección de las máquinas expendedoras de aquí tú puedes caminar y hablar.—
—Vale, vale, vale.— Ella embutió las manos en sus bolsillos mientras él andaba por el pasillo hacia la lastimosa selección. —Mientras estás en ello, recuerda que tú eres quien se apuntó a esto.—
—Soy bien consciente de ello.— Él se paró frente a una de las máquinas, frunciendo el ceño hacia las opciones. —Supongo que las patatas son las más seguras.—
—Usa mi código. Es…
—Sé cual es tu código.— Él ordenó cinco bolsas.
—Jesús, sí que estás hambriento.—
—Tú vas a comerte una, y harás que Peabody se coma otra. El resto son para mis compañeros de laboratorio.—
Mientras la máquina, que nunca jamás había sido tan cooperativa con ella, recitaba la información sobre las patatas de soja, Roarke la estudió. —¿Qué necesitas?—
—Tengo un par de preguntas. ¿Están tus corporaciones controladoras de la economía global aseguradas contra la piratería informática y el fraude?—
—Por supuesto.—
—Sí, entonces si Sweet o Urich trabajaran para ti, y esto se hundiera, estarías cubierto.—
—Habría una investigación, que llevaría su tiempo, y posiblemente algo de riña legal, pero sí. Eso es bueno,— él añadió cuando reunió las bolsas. —Yo no había llegado tan lejos todavía.—
—Eso te hace el subalterno.—
Él la pinchó. —Me hace centrado en los árboles, o la información y la formación de imágenes, antes que en el bosque. Les costaría a las compañías tiempo y algo de dinero, pero es relativamente calderilla. La publicidad podría hacer más daño. Y ellos seguramente harían rodar una o dos cabezas.—
—Sí, eso fue lo que dijo Urich. Como emperador que todo lo ve, ¿sabes o tienes acceso a los códigos y contraseñas de tus empleados?—
—Si quieres decir que si como cabeza de Roarke Industries tengo pleno acceso a esa información, sí.—
—¿Por qué tú puedes superar a los hackers, o por tu posición?—
—Ambas. ¿No es eso interesante?—
—Puede. ¿Qué sabes acerca de Winston Cunningham Dudley lV?—
—Sus amigos le llaman Winnie.—
—¿En serio?— Ella meneó la cabeza. —¿Tú lo haces?—
—No, pero no le conozco, particularmente. Hemos coincidido, por supuesto, en eventos benéficos, esa clase de cosas, pero no tenemos nada en común.—
—Ambos sois realmente ricos.—
—Hay una diferencia entre la riqueza intergeneracional y la riqueza más reciente y personalmente adquirida.
—¿Así que es un jodido snob?—
Él rió. —Sí que simplificas las cosas. No tengo ni idea. Lo que sé, y eso es más una impresión y comentarios que he oído, es que él parece disfrutar de sus privilegios y socializa con los de su propia clase. Dudley & Hijo es sólida y funciona bien. Si estás considerando que él ha empezado una ola de asesinatos, cargándosela a uno de sus directivos, tengo que preguntarte ¿por qué lo haría?—
—Esa es otra cosa. Sólo estoy intentando conseguir una idea. ¿Qué hay sobre la otra compañía, Intelicore, y el otro tipo, Sylvester Bennington Moriarity lll? ¿Y de dónde sacan esos nombres?—
—Creo que el cuarto habla por si mismo. Dado nuestro pasado y linaje cuando tengamos hijos, tendremos que inventarnos nombres impresionantes. Como Bartholomew Ezekiel.—
—Si tenemos un crío, espero que me guste más que para hacerle eso.—
—Ese sería un factor.— Él se volvió a la máquina de nuevo y ordenó una bebida cítrica energética.
—Tienes café.—
—Que está, gracias a esta consulta, frío ahora. Quiero algo para pasar estas patatas. No conozco a Moriarity mejor que el resto, creo que sus amigos le llaman Sly. Si la memoria me funciona, ambos están en los cuarenta, crecieron en el estilo de vida que uno espera en ese nivel. Juegan al polo o al squash o al golf, imagino.—
—No te gustan.—
—No les conozco,— repitió él. —Pero no, no particularmente, y eso sería mutuo. Su clase tiene inculcada cierta desconfianza y desdén por los de mi tipo. El dinero pule a la rata callejera, querida, pero no la elimina.—
—Entonces tampoco me gustan.— Cuando él levantó sus cejas, ella le dio con el codo en la tripa. —Está bastante claro que uno o ambos insultó a mi hombre. Ese es mi trabajo.—
—¿Me aguantas esto?— dijo él y puso la bebida en su mano. Luego usó su mano libre para devolverla el golpe. —Gracias por eso. Pero incluso si les consideramos unos jodidos snobs, hay un buen trecho hasta el asesinato.—
—Tengo que comprobar los ángulos. Aquí.— Ella le devolvió la bebida, tomando dos bolsas de patatas de soja. —Ve a hacer lo que haces, y yo haré lo mismo. Gracias por las patatas,— dijo ella mientras se alejaba.
—Tú las compraste.—
—Cierto.— Ella se volvió, andando de espaldas por un momento. —De nada.—