Soy Cushinjizkipa, del país de Yeskumaala.

Al principio, las mujeres gobernaban el mundo. Teníamos la sabiduría y el poder. Hablábamos con el zorro y la nutria, con el ibis, y ellos nos enseñaban esta tierra.

Al principio, llegamos del norte, traídos por el sol. Allí, los hombres gobernaban en el furor, huimos entonces. Aquí el haya nos ama con todas sus hojas, con todas sus raíces; el pez nos ama con sus escamas y su carne.

Cierto día, la luna cayó en el mar. Se produjo una gran agitación y las islas de aquí se desprendieron del fondo y flotaron sobre el mar. Así fue como los yámanas se salvaron cuando todos los demás seres se ahogaron. Todo había desaparecido bajo las aguas, las forestas, las montañas, la isla estaba sola en medio del vacío. Y luego la luna acabó reapareciendo y las islas se posaron de nuevo en el mismo lugar y sus hombres, sus bestias y sus plantas volvieron a poblar la Tierra. He aquí por qué los yámanas son un pueblo especial que es el padre y la madre de todos los demás pueblos.

Cierto día, hubo una gran asamblea, la bahía era movediza por las piraguas, la tierra movediza bajo los pasos. Los hombres se pintaron de negro y blanco. Golpearon las piedras y las ramas para hacer ruido como el trueno, cantaron, gritaron, pusieron sobre su piel la máscara de corteza del furor. Querían la fuerza y el poder. Entonces las mujeres les dejaron, pues la fuerza no es solo la que anima el brazo, y el poder no es solo el que habla último.

El mundo es duro, el mundo es peligroso. Hay que protegerse de los hanushs y de los cushpijs, fuertes y feroces que atacan a los hombres.

El mundo es peligroso, están los lakoomas que aguardan a orillas de los lagos para arrastrarnos hacia el fondo.

El yekamush reconoce a los hanushs y a los cushpijs, pues tienen el cráneo calvo a fuerza de frotarse con los árboles. El yekamush sabe cuándo no debe frecuentar el lago.

Pero el yekamush nada puede contra el poder de los blancos que hablan a su Dios en libros de papel. No consigue ver su espíritu oculto en el hierro y la piedra.

Ahora su espíritu cubre la Patagonia con su velo blanco, con su velo de muerte.