VII
«El jueves a las ocho en La Casona, a la entrada de Echegaray. Llevaré la moto», había dicho Pablo. Y ella estaba en el Buffet Italiano tomando café y esperando a que dieran las ocho de una tarde de fragua para cruzar la calle y asomarse a La Casona. Los primeros días de agosto estaban siendo demasiado calurosos y exasperantes y se sentía débil y airada. El hombre del bar leía el periódico bisbiseando las noticias y un gato viejo y tuno dormía galvanizado en el frescor de los baldosines, a la izquierda de la entrada, con las cuatro patas en tensión.
—¿Qué hora tiene usted? —preguntó Elisa.
—Casi las ocho —dijo el hombre del bar consultando su reloj. —Muchas gracias. ¿Qué le debo?
Pagó y guardó los cigarrillos, que tenía sobre el mostrador, y la vuelta del billete en su bolso de pleita.
—Adiós. Buenas tardes.
—Buenas tardes tenga usted.
Pensó que la falta de clientes le hacía ser amable con ella y que en otra ocasión probablemente no le hubiera contestado. Cruzó la calle y miró hacia el Prado, opacado por una ligera calina. Luego sus pies la llevaron hacia La Casona, aunque tenía en la cabeza reservas y prevenciones suficientes para haberse ido hacia otro lado cualquiera.
En La Casona la recibió una fresca penumbra y percibió el chorro cantando de un grifo y sus ojos tuvieron que indagar en la semioscuridad hasta que al instante una voz, considerada bronca y ruda sin la persona, le sirvió de socorro.
—Hola, Elisa.
—Hola, Pablo.
Y lo vio ante ella vestido con una camisa de manga corta y aire militar, pantalones de color crema muy ceñidos y sandalias.
—¿Qué quieres tomar?
—Acabo de tomar...
—¿Un cubalibre? —preguntó Pablo interrumpiéndola—. ¿O todavía es pronto? Ponga un cubalibre, mejor dicho dos... Bueno, Elisa, has llegado a la hora. Yo desconfío siempre de las horas de las mujeres...
—Suelo ser puntual.
—Sí, sí, pero yo desconfío de las horas de las mujeres. Todo os lleva demasiado tiempo...
No quiso pensar en las mujeres de las que desconfiaba Pablo. Podían ser todas en general o muchachas conocidas de él o solamente una forma de hablar. Pero se entristeció del plural y quiso cambiar rápidamente la conversación iniciada.
—He ido a tomar un café al Buffet, ahí enfrente... —confesó.
—¿Por qué no has venido aquí?
—Pensé que... mientras tú llegabas...
—Me podía haber retrasado y todo hubiera sido lo mismo. Llevo lo menos un cuarto de hora pegado a esta barra... Eh, tú —dijo al chico de la taberna—, ¿cuánto llevo yo aquí?
—No sé —respondió el muchacho—. Acaso diez minutos o más.
—Ves —dijo Pablo—. Un cuarto de hora. Desde las ocho menos cuarto esperándote, porque tenía ganas de verte... —dudó—; me gusta verte y hablar contigo. Tú me comprendes, no del todo, claro, pero algo sí y es suficiente. ¿Cómo va el libro? ¿Te gustaron las copias que dejé en tu casa?
—De eso quería hablarte.
—No te gustaron. A mí tampoco. Haré otras. ¿Cómo va el libro?
—Sí me gustaron. Me gustaron mucho y le van muy bien al libro, pero estos días no he escrito nada. Voy muy retrasada. No sé lo que me pasa, pero me ha entrado una pereza por el libro y no logro escribir. No sé si el calor o qué... Me encuentro bastante cansada.
—Bebe y anímate. En seguida nos vamos. ¿Qué tal paquete haces tú en la moto?
—No sé. No he montado jamás en moto.
—Una nueva experiencia. Hay que tener sensaciones, toda clase de sensaciones, así nada nos pilla desprevenidos. Lo peor que te puede ocurrir en este mundo es que te cojan desprevenido; entonces eres menos que un niño y todo te hará daño.
El cubalibre estaba muy frío y aunque el vaso era de cristal grueso no le molestó en los labios y se recreó en su frescor tomándolo a pequeños tragos.
—¿A dónde vamos a ir? —preguntó.
—No te preocupes... A cualquier lado. A la carretera. Podemos ir por la de La Coruña y pararnos donde nos apetezca.
—¿No se nos hará tarde? —dijo miedosamente Elisa—. En la carretera...
—¿Tú tienes mucha prisa?
—No.
—¿Entonces? Qué más da una hora que otra. Hay que refrescarse y la moto es lo mejor para eso. Te quitarás el calor y te pondrás contenta en seguida. Ya lo verás. Anda, termina de beber.
Elisa apuró de golpe lo que quedaba del cubalibre.
—¿No irás muy de prisa?
—Tú no tengas miedo... ¿Qué te debo? —preguntó al chico—. Tú te coges fuerte y todo irá perfectamente.