Veintiuno

 

Tal como lo previó, sus movimientos diarios fueron controlados.  Esto acarreó la curiosidad y molestia de sus empleadores, y a pesar de su buen desempeño, su nuevo status no era buena señal, por lo que lo despidieron argumentando recortes.

La tensión hacía mella en Dassim, que estallaba por cualquier tema.  Una noche llegó sollozando y temblando, tanto que Usem se asustó.  No podía calmarla.

-Están aquí, Usem.  Los vi, están aquí…

-¿Quiénes?  ¿De qué hablas?

- Es Badis, lo vi.   Quiso esconderse, pero lo reconocí.  Seguro es él quien nos denunció.  Te odia, nos odia… Quiere vernos muertos…

Comprobadas sus sospechas, pues no dudó un segundo del relato, Usem se concentró tratando de encontrar alternativas.  Además del rencor que le guardaba, Badis debía tener otras intenciones.  No se movería tan lejos de no serle requerido por su grupo de fundamentalistas.

Y de pronto lo entendió.  Estaban organizando algún atentado en la ciudad y ellos eran sus chivos expiatorios.  Los culpables perfectos del desastre.  Darse cuenta de esto lo desesperó.  Los caminos parecían cerrados: vigilados, sin trabajo, rodeados de enemigos y futuros responsables de un atentado terrorista.  Estaba seguro, entraba dentro de la lógica maquiavélica de su medio hermano.

Cerró los ojos y se sumió en sus pensamientos.  Se imponía la acción, no podían quedarse de brazos cruzados a esperar la muerte o la cárcel definitiva.  Debían irse, otra vez y en forma urgente.

Con toda la calma de la que fue capaz, relató sus sospechas a Dassim que lo escuchó en silencio.  El temor fue velando su rostro y la eminencia del desastre ensombreció su espíritu.

-Nuestro momento ha llegado, Usem.  No tenemos alternativas.  ¿Por qué tanto odio, tanto rencor?  Alá es bondadoso, ¿por qué matan en su nombre?-clamaba entre hipos y llantos.

-Yo voy a hacer todo lo posible por retrasar ese momento del que hablas, Dassim.  No voy a aceptar esto de manos cruzadas.  Tú y Titrit son mis tesoros, voy a protegerlas con uñas y dientes. 

-Pero ¿qué podemos hacer?

-Adelantarnos a lo inevitable.  Nos vigilan, deben estar planeando esto para dentro de algunas semanas, primero deben naturalizarse con el lugar.  En ese plazo debemos hacer algo para escapar…

-No van a dejar que nos vayamos, estamos atrapados…-casi gritó ella.

-Cálmate, cálmate-le contestó él- Sentémonos, estemos tranquilos.  De eso depende nuestra seguridad.  Estamos sobre aviso, es esencial no delatarnos para que no apresuren su accionar.  Yo voy a encontrar el camino de salida, te lo prometo.

-Estamos entre la espada y la pared… Cualquier salida que encuentres es buena si nos aleja de aquí- le dijo ella entre sollozos- Confío en ti, confío, siempre lo he hecho.-lo abrazó con desesperación. 

Titrit había observado todo en silencio, con el corazón encogido, y recién entonces y ante requerimiento de su padre se acercó.  Todos se fundieron en un silencioso abrazo interminable.

De inmediato Usem procedió a averiguar cómo implementar su plan, pues lo tenía.  Si antes el cruce del mar era un riesgo impensable, ahora era la única posibilidad de salir con vida.  El destino parece solazarse con nuestra desgracia, pensó amargamente.  Qué la única esperanza sea un viaje precario por el Mediterráneo…

Se deslizó morosamente por la ciudad, fingiendo buscar empleo.  Se sabía vigilado por dos lados: soldados marroquíes y los extremistas.

De su peregrinar obtuvo los ansiados datos.  Dónde y cuándo embarcar, precio del mismo.  Este era casi inaccesible, pero de alguna forma iban a pagar.  De hecho al contarle a su mujer esta buscó sus joyas en silencio y se las entregó.  Eran dos brazaletes y un anillo en oro labrado, que habían trascendido de generación en generación. 

-Es tu legado, Dassim, no podemos…

-¿Qué legado si morimos?-declaró ella con su acostumbrado espíritu práctico, sonriendo- Alá dirá si sobrevivimos, y si lo hacemos, construyamos nuestro propio legado.

Habiendo obtenido el dinero necesario, luego de maniobras de disuasión a posibles espías que pudieran sospechar las razones de la venta, se prepararon para partir una noche de abril.  Antes de salir prepararon con esmero sus pocas pertenencias, ya que nada podían llevar.  Papeles, algo de dinero y algún alimento enlatado.  Se abrazaron largamente los tres y oraron.  Luego escaparon sigilosamente por la parte trasera de la vivienda, dejando el mundo que habían construido detrás.

Caminaron con premura y siempre en las sombras y al llegar a la costa se unieron a una cohorte de aquellos que como ellos, no encontraban esperanza en África.  A Usem se le paralizó el corazón cuando vio la patera: de una precariedad absoluta y repleta totalmente de gente, más de lo que hubiera sido siquiera imprudente.  Resguardando la subida y cobrando el “pasaje” se apostaban  un conjunto de tres mal encarados rufianes armados.  Las protestas eran inútiles y la marcha atrás impensable.  El único camino era hacia el mar, que golpeaba su negrura contra la playa.

Subieron y se apretaron hacia el medio, que parecía el lugar más seguro.  Dassim y Titrit temblaban aunque ni una palabra o lágrima escapó de ellas.  Usem las abrazó y procuró trasmitirles todo su amor.  Y la patera se hizo a la mar.  Nuevamente tiraban los dados al destino.

Se dirigían a Ceuta, la primera ciudad española en el estrecho de Gibraltar.  Los kilómetros no serían tantos en condiciones y embarcación normal, pero en la noche y a la deriva, amontonados y con miedo, el trayecto era un infierno.  Sacudidos por las olas que el viento agudizaba, la patera se sacudía y con ella las pobres almas que en ella navegaban.  Algunos rezaban, otros lloraban.  Usem contó treinta personas, entre ellos cuatro niños aparte de Titrit.  El primero sacudón de envergadura precipitó al agua a uno de los navegantes, que se hundió en la negrura y no lo vieron más.  Las horas pasaron y con ellas el mal clima aumentó.  Al despuntar el alba; Usem contó amargamente quince personas a bordo. El hombre abrazaba a Titrit casi como imponiendo un cepo sobre ella y sostenía a Dassim que tenía la mirada perdida, casi enloquecida de miedo y agotamiento

De pronto una ola tremenda volvió a poner el jaque la embarcación y barrió a Dassim de la misma.  Inmediatamente Usem se precipitó al borde, sin soltar a Titrit, y trató de ayudar a su mujer.  Pero nada de lo que pudo hacer la sostuvo y desapareció ante sus ojos.  Usem continuó barriendo con su mirada el mar, tratando de encontrar una forma de salvarla, llorando su dolor y apretando a su hija contra su pecho.  Lo peor había ocurrido y nada había podido hacer para evitarlo.

En ese preciso momento sintió agitación a su alrededor y al mirar vio la embarcación que se acercaba, perteneciente a la Guardia Civil española.  La misma procedió al salvataje de los afortunados que había logrado cruzar.

-Estamos salvados, estamos salvados-gritaba uno de los niños.  Usem asintió con tristeza y trató de fortalecerse ante su hija, que lo miraba en silencio.

-¿Mamá no pudo llegar, verdad papi?-le inquirió.

El hombre sintió que sus ojos se arrasaban ante la madurez de su pequeña.  Ella estaba a salvo, eso lo aliviaba.  Pero el dolor, la culpa y el vacío que la muerte de Dassim le provocaban recién empezaba.