Catorce

 

La retirada de Badis fue aún más costosa pues detrás suyo marcharon un grupo de jóvenes tuareg que eran los brazos fuertes del trabajo y el futuro en el que la comunidad se reflejaba.

De un plumazo la unidad del clan y su continuidad se veían comprometidas.  Esto resintió profundamente la salud de Merin que pareció envejecer años en pocos días.  La pena se le alojó en el alma y esto desesperó a Usem. 

Trató de generar calma en quienes habían quedado, especialmente porque eran  familias disgregadas por la partida.  Mujeres, niños, ancianos y los pocos hombres adultos que habían permanecido y no habían marchado detrás de la utopía que Badis prometía.

-Malos augurios trae el viento hoy, Usem- le dijo una nochecita Merin mientras conversaban en torno al fuego.

-¿Por qué dices eso padre?  Debes superar el dolor, tu pueblo te necesita.

-¿Así lo crees?  Badis piensa otra cosa.  Y aquellos que se fueron con él evidentemente creen que el mundo que yo represento cambió.

-Tal vez ellos sí, pero te debes a ti mismo, a tus creencias y a los que se quedaron-apuntó Usem tratando de ser enfático.

-Lo sé, pero mi pena es por un mundo que se va terminando.  La vida del tuareg como era va en retroceso.  No puedo ya garantizar la seguridad de mi comunidad, Usem.  Seamos honestos, hay que hacer cambios. ¿Cuáles crees tú que serán?- todo este discurso fue dicho en un tono de desdicha  tal que a Usem se le encogió el corazón. 

“¿Qué pérdida era la suya al lado de la de su padre y su comunidad?”  Prometió con fuerza  que siempre lo acompañaría y trataría de defender la vida y seguridad de los suyos.

-Me tranquiliza saber que tu compartes mi visión, hijo.  Que estés dispuesto a comprometerte en pos de los nuestros es un alivio, sin duda.

En su fuero interno Usem no estaba tan seguro de poder cumplimentar con éxito lo que había dicho. El mismo era un medio tuareg y había cosas que sabía debían cambiar.  Ante la pregunta que su padre había formulado en torno a qué modificar había comenzado a pensar con mayor profundidad.

Sin duda la vida nómade era más sencilla cuando se podía vivir con mayor holgura económica.  Cuando el comercio de productos les era más fácil.  Esto habían hecho por miles de años: recorrer el vasto desierto del Sahara para traer y llevar productos, además de pastorear su ganado.  Pero las sequías de larga duración y la aparición de los vehículos todoterreno habían ido minando estas tareas y constriñendo a los tuareg a una vida de subsistencia.  Esto limitaba sus chances.

Sabía también que algunos grupos ya habían cedido a la realidad y se habían establecido en los bordes de centros urbanos.  No era poco frecuente además que los jóvenes emigraran en busca de mejores chances de vida.  O se unieran a la lucha, como acababa de pasar.

La visión de su padre, que al comienzo se le tornó apocalíptica, pronto comenzó a volverse más real.  Él se resistía, no en vano había soñado románticamente con la vida en la comunidad desde pequeño.  Hasta ayer mismo no había mirado el futuro con ojos más que de enamoramiento por la tradición.  Ahora lentamente se filtraba en forma insidiosa en su mente la noción de las pocas oportunidades que tenían. 

-Tengo que pensar, debemos pensar.  Esta es una decisión que compete a todos en el clan.  La tarea del líder es proteger y dar las mejores oportunidades.  Pero hay que analizar los aspectos a favor y en contra- le comentó a su padre luego de varios días de barruntar ideas en silencio.

-¿Qué quieres decir, Usem? ¿A qué te refieres?

-Tú me preguntaste hace días qué cambios creía debíamos hacer.  Yo tengo alguna idea, sé que no te va a gustar.  Y como esto es algo que va a afectar la vida de toda nuestra comunidad, lo debemos pensar y discutir entre todos.

-Ah hijo, ¿crees que no sé en qué piensas?-meneó la cabeza tristemente Merin-  Hace mucho tiempo que sé que el desierto se nos ha achicado y ya no nos cobija como antes.  ¡Cuánto daría yo por dar vuelta las hojas del tiempo atrás! 

-¿Has pensado en la posibilidad que nuestro clan se asiente en forma permanente?- preguntó Usem con cierto asombro.  Creía que su padre se resistiría solo a considerarlo.

-He visto como tribus amigas han ido cediendo y es claro que cada vez somos menos en movimiento.  Hasta ahora fue posible resistir, y digo así porque ha sido duro… Sé que tienes razón aunque el dolor me recorre…

-Debemos hablar con el resto de nuestra gente y comentar lo que pensamos.  Y analizar con tranquilidad nuestras opciones.

-Así lo haremos, así será- sentenció el líder.  Una sombra cubría su rostro y lo haría desde entonces.  Sentía orgullo, por otra parte, de que Usem se comportara a la altura de las circunstancias, como un auténtico tuareg.

Decidieron delinear primero todas las posibilidades.  A dónde ir, qué lugares eran factibles nuevos hogares.  Un aspecto crucial era la seguridad y la cercanía cultural.  El lenguaje podría ser una traba por lo cual no cualquier sitio era bueno, amén de analizar la sustentabilidad económica.  Merin se negaba a algunos poblados en los que sabía la competencia por los recursos sería muy dura y los lugareños no verían con buenos ojos más bocas para alimentarse de los mismos.

Varias y largas noches debatieron cómo presentar la idea al resto.  Era menester hacerlo pues todos debían acordar la nueva vida.  Se les ocurrió que la única forma de ver el mejor lugar era probar varios asentamientos.  Establecerse por un tiempo e ir viendo como discurría la vida.  

-Parece una locura, lo sé. Un salto al vacío.  ¿Pero cómo saber que el que escojamos será el mejor lugar para vivir si sólo probamos uno?  Cuando se es nómade los sitios son circunstanciales, pero acá hablamos de permanecer- se quejaba el jefe.

-Lo sé padre.  Tal vez tienes razón.  Pongamos esto a consideración del resto.  Sin exclusiones, todos deben participar.  Serán afectados en lo más caro, que es su forma de vivir.

Efectivamente así lo hicieron.  Convocaron una reunión que atrajo a todas las familias del clan.  Sentados en torno a las fogatas, esta vez no se entonaron cánticos ni poesía, ni se relataron las tradiciones de antaño. 

Merin se incorporó y con voz pausada explicó el motivo de la reunión.  Esto provocó estupor primero y una agitación generalizada después.  El líder aguardó la calma;  entendía perfectamente las reacciones suscitadas.

-Les estoy diciendo esto con pesar…  Nadie más que yo ama esta vida y este mundo.  Hemos sido jinetes azules por siglos, dominando las arenas del desierto por milenios… Pero esos tiempos se van perdiendo y ustedes lo saben. ¿Qué otros testigos más privilegiados que ustedes de la decadencia en que hemos caído?

-¡Conservamos el orgullo!-gritó uno de los pocos hombres que permanecían en el campamento.

-¿Y tú quieres que vivamos del orgullo?- argumentó Dassim amargamente.  Entendía lo que ocurría, ella y las otras mujeres- Veníamos en retroceso y lo que ocurrió con Badis y los que se fueron nos ha precipitado a la desgracia. 

La realidad que las palabras de la mujer trasuntaban a todos atravesó y una ola de desaliento se abatió sobre el campamento.

Usem se incorporó y se posicionó al lado de su padre.  Quería estimularlo a continuar exponiendo.

-Ambos tienen razón, lo sé bien-continuó el jefe- ¿Creen que no hubiera querido evitar esto? … Pero la situación es cada vez más acuciante y mi deber como líder es cuidarlos.  ¿Qué sería de ustedes si yo me guiara solamente por mi espíritu orgulloso e indómito?  Somos débiles hojas en medio del desierto, cada vez con más dificultades para mantenernos.  Asolados por la guerra y la desesperanza.  Esta última empujó a nuestros jóvenes a la yihad, no lo duden.

-Pero… ¿qué haremos?  No conocemos otra forma de vivir – terció temerosa una joven.

-Por eso estamos hoy reunidos.  Debemos pensar juntos.  Usem y yo hemos barajado ideas y posibilidades muchas noches, pero lo justo es que todos decidamos.  La postura que tomemos nos cambiará la vida a todos.

-¡Yo creo en resistir y continuar como ahora!  Si nuestra forma de vida se acaba, que no sea porque nos vencimos nosotros mismos- habló fuerte uno de los ancianos.

-No creas que no lo pensé también. Pero ¿es justo arrastrar a todo nuestro clan a una carrera de supervivencia?

Varias voces se alzaron y la discusión se tornó aguda y por momentos fiera.  Usem escuchó más de lo que habló, ya que era consciente de la gravedad del momento y no quería que su condición de mestizo le fuera enrostrada para rebatir el argumento de Merin.

A pesar de esto, la alusión a su condición de medio tuareg no tardó en aparecer. 

-Sin duda tú no pierdes nada y ni siquiera te mueve un pelo que nuestro mundo se derrumbe.  Eres un extranjero-le gritó uno de los hombres con rabia.

Usem trató de conservar la calma y responder con la mayor buena disposición.

-No creas tú eso.  Si no estimara la forma en que vivimos, ¿crees que hubiera vuelto y permanecido tanto tiempo?  Mi lealtad es con mi padre y con mi tribu. 

A nadie se le escapaba que era uno más en las tareas y cumplía bien su rol de sostén de su padre.  Las mujeres especialmente sabían de su sacrificio al elegir la vida del tuareg por encima del amor que la mujer blanca había despertado en él.  Las voces de defensa pronto se alzaron y pidieron templanza.  Eran muchos los asuntos a resolver para estancarse en reproches sin sentido.

Pronto comenzaron a evaluar locaciones, considerar posibilidades económicas, proponer acciones.  Casi en forma unánime se consideró el asentamiento permanente como la única opción de supervivencia del clan en el largo plazo.  Perdían uno de sus rasgos fundamentales, la libertad del viaje y el gobierno de su destino.  Pero las opciones no eran muchas.  Varios meses les llevaría consolidar su posición en algún lugar pero lo harían paulatinamente y buscando la forma de que todos pudieran acostumbrarse.

Usem suspiró… La tarea por delante era titánica.

 

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