Nueve
Usem estaba desencajado. Maldita provocadora, él resistía como podía y ella insistía en buscarlo.
Trató de distraerse y al cabo de un rato lo logró. Se hundió en la fiesta, en el baile y en la bebida. La excitación creció y lo envolvió. Al buscar a Dassim la vio acaramelada en brazos de un pretendiente y su mirada altiva lo convenció que allí ya no tenía lugar. Podría haber cortejado a alguna otra; varias lo miraban con interés.
Pero el cerrojo que había puesto a sus sentimientos se había roto y el dique se desbordaba. Decidido se encaminó al carromato de Victoria. Si ella buscaba verdades él se las daría.
La joven se había dormido hacía un buen rato y el ruido que provocó él al ingresar con cierta rudeza la despertó inmediatamente. Al principio algo aturdida lo miró con muda interrogación, pero algo en su rostro le dijo que lo más sensato era callar. No le tuvo miedo, porque a pesar del enojo que su faz traslucía, lo sabía gentil. Además tiempo suficiente había tenido desde que se toparon para portarse con ruindad. Por lo menos rogó que su intuición fuera cierta. Jamás le perdonaría una actitud deleznable.
-Así que tu quieres saber que sensaciones tengo sobre ti. Muy bien, aquí va- le espetó- Me provocas un intenso deseo de amarte, de hacerte mía, de besar todos tus rincones y poseerte con intensidad. ¿Qué dices a eso?
Victoria trató de calmar su corazón embravecido. Saberse tan deseada por aquel que la desvelaba hacía muchas noches era un mimo a su orgullo. Pero la cautela debía primar. Se notaba que él no estaba totalmente en sus cabales, de otra forma no habría ingresado así ni se hubiera declarado tan abiertamente.
-No te noto bien, Usem.- le contestó con calma- Tal vez deberías descansar y hablar más tranquilo mañana.
El se aquietó un tanto y se sentó procurando no trastabillar.
-Te me has metido muy hondo, hechicera. Me vas a provocar dolor, yo lo sé. Pero no puedo evitar amarte.- Dicho esto se tendió junto a ella y se durmió. La bebida le pasaba factura.
Ella se quedó totalmente quieta a su lado, aún impactada por el peso de la declaración de amor que acababa de recibir.
“Mira dónde y cuándo vengo a encontrar el amor” se dijo con amargura. “Tanto tiempo sola y esperando la carroza y llega así. El adecuado para mí no podría serlo menos” se burló con sorna. Pero luego se puso seria. Más allá que la noche lo hubiera afectado el discurso sonó muy sincero. Él lo dijo casi con pesar.
Lo entendía. El vínculo entre ellos no podía ser más inadecuado. Dos mundos que chocaron por el más puro azar. Y aún así, ella sentía igual. No estaba segura de que se pudiera llamar amor lo suyo. Estaba en una posición tan única que tal vez mezclaba agradecimiento, soledad, tristeza, con amor. Pero ese hombre la movilizaba. Y tal como estaban dándose las cosas se imponía hacer algo al respecto. Renunciar al vínculo o hundirse en él.
Estuvo buena parte de la noche evaluando que hacer. El dormía ruidosamente a su lado, sin conciencia de la tormenta que había provocado en ella.
Antes que el sol se elevara en el firmamento, ella lo despertó. Había tomado una decisión.
-¿Usem?- le dijo con gentileza tocando su rostro. El se movió y abrió sus ojos.
-No sé si te amo, tuareg. Pero lo que siento por ti es fuerte y lo quiero vivir enteramente. Suficientes muestras he tenido de lo breve que es esta vida.
El hombre la escuchó e inmediatamente hundió su mano en el cabello de la mujer, atrayéndola contra sí. Besó con fuerza su boca, recorrió con sus labios el rostro y llegó a su oreja.
-Los momentos que vivamos los atesoraré por siempre-musitó.
Esto bastó para que ambos fundieran sus cuerpos y la pasión que los acercaba se desatara. Se besaron con fiereza y las caricias se fueron tornado más y más rápidas, como si les urgiera llegar hasta el fondo del placer. Él recorría sus curvas provocando en ella sensaciones dormidas. Su cuerpo respondía con ardor, como si hubiera esperado por años que alguien lo despertara de esa forma. Besó sus pechos, sopesando cada uno y sorbiendo sus pezones. Victoria estallaba de lujuria. Lo empujó sobre su espalda y trepó sobre él, acariciándolo. Cabalgó sobre él provocándole tal lujuria que él la empujó con suavidad y montado sobre ella la penetró delicadamente. Abrazados siempre el ritmo se tornó frenético hasta que ambos alcanzaron el máximo placer. Luego sobrevino la calma y él yació a su lado por unos minutos sin hablar. Finalmente le dijo:
-Victoria…
Ella se incorporó sobre su brazo y lo miró con interrogante.
-Esta noche te hice el amor, no solo tuvimos sexo. No lo olvides.
-¿Es importante para ti que lo sepa por qué?
-Porque te acabo de entregar mi corazón- le expresó él con seriedad- Soy tu esclavo y siempre lo seré.
-Me asustas Usem- dijo ella un tanto cohibida. La dimensión de lo que él decía la abrumaba.
-No te pido nada, sé que el tiempo que tenemos es corto. Pero lo que te digo es para que nunca dudes de mi amor -
Él mismo se asombraba de sus palabras. Pero era lo que sentía y quería que ella lo escuchara.
-He estado con muchas mujeres y las he respetado, eso es claro. Pero a tí te amo. Es así de simple. No quiero sonar grandilocuente ni dramático. Solo verdadero.
-Gracias, Usem.- no pudo decir más que esto. Quería ser tan sincera como él, y por ello no podía responder livianamente con una declaración de la que no estaba segura.
El hombre se incorporó y miró hacia afuera.
-Las estrellas comienzan a irse. Voy a mi tienda. Que descanses.-
Tomó sus ropas y se vistió, todo lo cual fue observado por Victoria. Era un hombre admirable, bello, tierno. Pero en qué circunstancias lo encontraba.