Dos.
Apenas emergió de la tienda el aire caliente la envolvió. Miró a su alrededor y percibió el movimiento que se hacía más visible. Gente que ingresaba, otra que se iba. La desesperanza grabada en los rostros de unos y otros.
Al presentarse a la zona principal de la tarea, le asignaron la tarea de asistencia de materiales médicos a todas las tiendas que oficiaban de enfermería. Esto le implicó ir y venir en un ajetreo agotador.
También le permitió apreciar el movimiento del campamento desde otra perspectiva. Le llamó la atención en particular varios hombres con túnicas azuladas que vio frente a la carpa principal del jefe de las milicias de paz.
Al atardecer su tarea terminó y decidió caminar un poco por el campamento y alrededor de él. Al hacerlo se topó nuevamente con los hombres de azul, que ahora montados en dromedarios se alejaban. A pesar de lo cubierto de los rostros no pudo evitar sentir la mirada penetrante de quien parecía ir a la cabeza de la comitiva. Ojos negros intensos en un rostro moreno. Se sintió muy expuesta al traer su cabello y rostro descubiertos.
Al volver a la zona de descanso inquirió quienes eran los visitantes y le contaron que era una delegación tuareg. Pero nadie sabía exactamente que querían.
-Es extraño verlos por acá, son por naturaleza nómades y si bien hay algunos asentados en las afueras de las ciudades no han abandonado sus tradiciones-contó uno de los médicos.
-Están siendo rodeados tanto por los movimientos nacionalistas que buscan integrarlos a sus huestes como los gobiernos que procuran su apoyo.
-¿Cómo pueden ayudar unos nómades a los gobiernos?-se interesó.
-Es que al no tener límites en su ir y venir las fronteras no son nada para ellos. Pasan de un país a otro sin problemas. Saben los movimientos políticos de las aldeas y los activistas. Conocen el desierto como nadie y por tanto zonas de posibles escondites de las células terroristas.
-Se me antoja más un problema que una solución. Deben ser difíciles de controlar o convencer. O de interesar. Después de todo viven como quieren, ¿qué ganan involucrándose en asuntos de gobiernos y rebeldes? – expresó Victoria.
-Ellos también se ven afectados aunque en menor grado. Los espacios para sus rebaños y para el trueque se reducen cada vez más. Vagan por espacios codiciados por sus recursos naturales además, miren no más en Níger el tema del uranio- agregó información Morena que le encantaba interiorizarse en asuntos geopolíticos.
-Vale, vale, me convencieron –se rió- Los tuaregs son importantes, pero no sabemos qué hacían acá.
Después de esto la charla derivó a los asuntos que todos los días los convocaban. Morena anunció que el jefe de operaciones del campamento había citado a una reunión a todos los encargados de sección y que aparentemente se avecinaban cambios. No se sabía que ocurría pero parecía serio.
La duda se develó unas horas más tarde cuando se supo que comenzaba un operativo urgente de evacuación de unas aldeas distantes varios kilómetros hacia el sur. La amenaza del este había resultado inocua al menos por ahora pero existían datos certeros que establecían el sur como vulnerable ante tropas fundamentalistas.
Para colaborar con la evacuación se organizarían varias brigadas que contarían con personal médico y militar. La asignaron a una que recorrería dos aldeas distantes cincuenta kilómetros del campamento base. La tarea comenzó de inmediato al amanecer del próximo día. Debían alertar a las poblaciones y ayudarlos en la organización de la retirada.
No tuvieron inconvenientes con la primera población, con menos de cien habitantes. Le partía el alma ver cómo debían dejar todo lo que constituía su vida y retirarse, pero también veía un resignado abandono. La vida antes que todo.
Cuando la brigada emprendió el camino hacia la segunda población ya era avanzada la tarde. Avanzaron morosamente con los vehículos por una zona de rocas altas y de pronto todo se volvió un pandemónium.
Gritos escalofriantes fueron la primera señal. Ella se incorporó como rayo del asiento del vehículo para quedar helada de pánico. Al frente y hacia ellos se acercaban a toda velocidad varios jeeps con hombres vestidos enteramente de negro. Apenas pudo ver más porque inmediatamente una lluvia de balas arreció sobre el convoy de ayuda. Como en una pesadilla en cámara lenta vio caer ensangrentados a sus amigos y colegas uno a uno. Sintió dos agudísimos dolores en el pecho y pierna e inmediatamente una especie de bruma se abatió sobre ella.
Como en un sueño pudo ver que los hombres armados rodeaban los vehículos y en un círculo macabro continuaban disparando sin cesar hasta asegurarse que nadie quedara con vida. Uno de ellos descendió finalmente y recorrió la dantesca escena, buscando heridos que no encontró. Estampó sobre uno de los camiones una bandera como firma de autoría y se marcharon tan rápido como habían llegado.
Ella había caído en un costado de uno de los jeeps de ayuda y sobre ella su amiga Morena. Esta había sido acribillada por las impiadosas balas pero su cuerpo la protegió de un fin seguro.
Cuando despertó luego de un tiempo considerable, no entendió al comienzo la situación. Su cuerpo quemaba y el dolor la enceguecía. Pero pronto como rayo el recuerdo de la masacre la golpeó y quiso incorporarse. Al ver a su amiga y el resto del desolador panorama, su primera reacción fue de intenso llanto y vomitó hasta que su estómago no pudo más. Jadeando intentó incorporarse y accionar. Su instinto la movía a ayudar a quien se pudiera y lentamente recorrió los cuerpos de sus amigos, solo para comprobar la lividez que tenían.
Trató de calmar su corazón enloquecido por el dolor, la furia y el miedo. Era la única sobreviviente, pero ¿y si volvían? Necesitaba contactar al campamento base, comunicar lo sucedido, pedir asistencia. Penosamente se incorporó y arrastrando la pierna herida se encaminó al vehículo líder en busca de un radio. Su pesar fue grande al ver que las balas habían estropeado el mismo, volviéndolo absolutamente inútil. La desesperación la envolvió nuevamente y la debilidad comenzó a rodearla. Se hacía de noche en el desierto y la temperatura comenzaba a bajar. Sabía que la combinación de sus heridas que perdían abundante sangre mas el frío y las alimañas del desierto darían cuenta de ella en poco tiempo. Buscó refugio en el vehículo más alto y acudiendo al material médico trató de detener el sangrado pero el esfuerzo realizado fue demasiado y perdió nuevamente el conocimiento.