UNA PASION EN EL DESIERTO
HISTORIA NATURAL
DE UNA HISTORIA SOBRENATURAL
—¡Ese espectáculo es espantoso! —exclamó ella, saliendo del departamento de fieras del señor Martin.
Acababa de contemplar a este audaz especulador trabajando con su hiena, por decirlo en estilo de anuncio.
—¿Por qué medios —prosiguió— puede haber domado a sus animales hasta el punto de estar bastante seguro de su afecto como para…?
—Esto que a usted le parece un problema —respondí yo, interrumpiéndola— es, no obstante, una cosa natural.
—¡Oh…! —exclamó ella, dejando vagar por sus labios una sonrisa de incredulidad.
—¿Entonces, cree a los animales enteramente desprovistos de pasiones? —pregunté—. Pues sepa usted que podemos transmitirles todos los vicios comunes a nuestra misma civilización:
Ella me miró con gesto de asombro.
—Pero al ver al señor Martin por vez primera —proseguí—, confieso que, como a usted, se me ha escapado una exclamación de sorpresa.
Yo estaba entonces al lado de un antiguo militar que tenía amputada la pierna derecha, quien entró al mismo tiempo que yo. Su rostro me había impresionado. Era una de esas cabezas intrépidas marcadas por el sello de la guerra y en las cuales están escritas las batallas de Napoleón. Este viejo soldado tenía sobre todo un aire de franqueza y campechanía, lo que siempre me predispone favorablemente. Era sin duda uno de esos veteranos a los que nada sorprende, que hallan motivo de risa en la última mueca de un camarada, que lo entierran o lo despojan alegremente, que interpelan a las balas con autoridad, cuyas deliberaciones son, en fin, breves y que fraternizan con el diablo. Después de mirar con la mayor atención al propietario de las fieras en el momento en que salía de la jaula, mi compañero cerró los labios con esa especie de significativa mueca que se permiten los hombres superiores para hacerse distinguir de los cándidos. Así, cuando yo volví a expresar mi admiración por el valor del señor Martin, él sonrió, y me dijo con aire de suficiencia y meneando la cabeza:
—Conocido.
—¿Cómo conocido? —le respondí—. Si quiere explicarme ese misterio, se lo agradeceré mucho.
Luego de algunos instantes, mientras trabamos conocimientos, fuimos a cenar al primer restaurante que nos salió al paso. Al llegar a los postres, una botella de champaña prestó a los recuerdos del curioso soldado toda su diafanidad. Me contó su historia, y vi, en efecto, que había tenido razón en exclamar “Conocido”.