10
Se despertó luchando y llorando. Unos rostros libres de pelos le rodeaban. Unas manos libres de pelo le ponían en pie y le guiaban por corredores fantásticos hacia una jaula que ascendía…
—¡No! —gritó luchando—. ¡Mi Honor! ¡El duelo…!
—Jase, Jase —un rostro libre de pelo se inclinaba muy próximo a él—. Todo va bien. Soy Alan Creel…, ¿no te acuerdas? Mediante una sugerencia hipnótica te ordené que te despertaras cuando llegara el momento del duelo. Sólo te llevamos arriba, donde tendré todo el equipo a mano por si surgen problemas.
Jase sentía que se le iba la cabeza. Lo que él oía tenía lógica, y a la vez carecía de ella. Todo se le confundía en su mente.
—Puedes volver a dormirte en cuanto te llevemos a la otra habitación —dijo la voz de aquel rostro llamado Alan Creel.
Jase dejó de luchar y les permitió que le condujeran, que le sacaran de la jaula y le llevaran por otro corredor, esta vez de muros oscurecidos con alguna sustancia extraña. Lo que le sonaba lógico estaba bien y en cuanto a lo demás, iba a volver a tiempo para el duelo, de modo que también eso estaba bien.
Le hicieron cruzar una puerta y entrar en una habitación brillantemente iluminada. Estaba llena de un equipo mecánico que le resultaba familiar. Había una larga mesa, estrecha y blanca, con un almohadón. Le ayudaban a subir a ella.
Se echó de espaldas. La luz que le dio en los ojos le cegó por un momento; luego alguien dijo algo y la encaró hacia el techo. Las sombras cubrieron su rostro. Sintió un pinchazo justo bajo el codo, en el brazo derecho.
—Todo irá bien. Ahora puedes volver. Vuelve… —Era la voz del hombre (¿hombre?) llamado Alan. Jase sintió que todo le daba vueltas. Esta escena, esta pesadilla, se disolvió…
Ya se encontraba de nuevo en un ambiente familiar. Era un gimnasio en el Centro de Examen. Al otro extremo del gimnasio estaban los miembros del Consejo de Selección. Uno de ellos —el Nelkosan— hablaba con un hombre alto y de cuerpo poderoso cuya capa de pelo negro brillaba de salud. En un estribo sobre el hombro —aquel que no podía ser otro que el Campeón familiar del Nelkosan— llevaba una espada de duelo, larga y de doble filo.
—Aquí viene ya —dijo una voz familiar.
Jase se volvió y vio a Brodth, el Maestro de Esgrima. Bruscamente, toda la confusión se aclaró en su mente. Recordó que Brodth se había ofrecido a reunirse con él aquí y a actuar como su portador de armas. Mirando al otro lado de la habitación, Jase advirtió que el Campeón del Nelkosan se le acercaba. Era un hombre de aspecto agradable, sereno y capaz, aunque muy grande, y saludó a Jase y a Brodth al detenerse ante ellos.
—Soy Horaag Hijoadoptivo —dijo a Jase—. Campeón del Nelkosan. ¿Es usted Kator Primosegundo Brutogas?
—Sí, lo soy —repuso Jase.
—Entonces, señor —dijo Horaag—, y como delegado del Nelkosan, el Honor me exige que le acuse de arrogancia, de una actitud desafiante hacia mi amo.
—Señor —dijo Jase—, habrá de retirar esa acusación o luchar conmigo con las armas de mi elección.
—Con Honor lucharé con usted —dijo Horaag—. ¿En qué armas ha pensado?
Jase se lamió los bigotes.
—Espadas de doble filo —dijo. Horaag empezó a asentir— …y escudos —añadió Jase.
Horaag quedó cortado en su gesto. Miró fijamente a Jase. Había un ligero endurecimiento en la piel en torno a su nariz.
—¿Habla en serio? —preguntó, sin alterarse.
—Mi jefe —se apresuró a decir Brodth— habla totalmente en serio.
La mirada de Horaag pasó a éste y al parecer le reconoció como otro Maestro de Esgrima. Le observó por un instante.
—Señor —dijo—, ¿puedo preguntarle…, es usted Brodth Hermanomenor?
—Lo soy —dijo Brodth.
Horaag le saludó.
—Es un honor conocerle, señor. —Se volvió y llamó más allá de sus interlocutores, a un ángulo diferente de la habitación—. ¿El Arbitro?
Un hombre delgado, cuyo pelo apenas empezaba a grisear en torno a las orejas, se acercó a ellos.
—¿Señores? —preguntó cortésmente.
—Voy a presentarles al Arbitro de este gimnasio —dijo Horaag—. Bolf Sobrinopaterno Cheles. Bolf, éstos son mis oponentes.
—Ya los conocía. —Bolf saludó a Jase y a Brodth—. ¿Cuál es el problema?
—Mi oponente desea luchar con espada de doble filo… y escudo —dijo Horaag—. ¿Entra eso dentro de los cánones honorables del combate?
—Comprobaré los expedientes —Bolf se fue. Horaag habló cortésmente de temas banales con Jase y Brodth. Era evidente que le interesaba sobre todo hablar con Brodth, pero dedicar casi toda su atención al portador de armas de su oponente habría sido descortés, ya que Jese se hallaba ante él. Por tanto, Horaag habló de temas generales, felicitando a Jase por haber descubierto el artefacto y comentando el tamaño de la expedición que ahora iba a enviarse.
Bolf Sobrinopaterno se acercaba ya por el gimnasio, hacia ellos.
—Los escudos son arcaicos y no se usan generalmente, pero siguen estando permitidos —declaró—. Sin embargo, si el Campeón del Nelkosan desea aplazar el duelo sobre la base de que no está familiarizado con los escudos…
—En absoluto —dijo Horaag. Como Campeón no podía aplazarlo honorablemente, aunque fuera su derecho legal. Como representante de una Familia, tenía la obligación de estar familiarizado con toda clase de armas—. Si puedes encontrarme un escudo, Bolf, yo utilizaré mi propia espada, ya que estoy familiarizado con ella.
—Por supuesto —dijo el Arbitro.
—Buscaré las armas de mi jefe —dijo Brodth.
Los tres salieron. Por supuesto, a Brodth se le había pedido que dejara las armas en manos del portero de la entrada del Centro de Examen, y Horaag tenía ya un permiso para llevar la suya. Mientras Jase aguardaba, vio que Horaag se ejercitaba con el escudo redondo, en forma de blanco de tiro, que Bolf le entregara. Era un círculo de metal sin adornos, que se colocaba sobre el brazo izquierdo, el cual pasaba por unos asideros en su superficie interior, mientras el derecho utilizaba la espada. Horaag se lanzaba a atacar a fondo con su espada larga de doble filo a la vez que trataba de decidir qué hacer con aquel escudo que el Honor le exigía llevar. Si se lo colocaba muy bajo en el brazo, al adoptar la posición normal de ataque, el escudo le hacía perder el equilibrio, y, si lo sostenía ante él, le restringía los movimientos.
Llegaron las armas de Jase, las mismas con las que practicara con tanta asiduidad durante los últimos días. Las recibió de Brodth. El escudo era como el que habían entregado a su oponente, pero la espada que sostenían sus manos era tan arcaica como el escudo. Casi sin empuñadura, de hoja ancha y corta, era una de las que Brodth había guardado colgadas en el muro de la sala a la que condujera a Jase aquel primer día.
Éste metió la mano y el brazo izquierdo por los asideros en el interior del escudo apretando fuertemente el anterior con el puño. Aferró violentamente la empuñadura de la espada y, en vez de adoptar la posición de ataque, se colocó más bien como un boxeador, el hombro izquierdo y el escudo delante, y no el hombro derecho delante y la espada tendida.
Los miembros del consejo, y una docena o más de espectadores que se habían reunido, murmuraron al ver esto. Una voz comentó la similitud de la posición de lucha de Jase con la de las figuras de los viejos grabados que representaban a los guerreros ancestrales, quienes utilizaran unas armas tan antiguas. Horaag, con la notable adaptabilidad del atleta entrenado, copió instantáneamente la postura de Kator, si bien con cierta torpeza. Bolf Sobrinopaterno les hizo una seña a los dos y ambos se reunieron en el centro del gimnasio.
—Se hallan ustedes aquí por cuestiones de Honor —empezó Bolf Sobrinopaterno mientras ellos se enfrentaban con las armas dispuestas—, y de acuerdo con el código del combate honorable, a fin de resolver una situación para la cual no puede hallarse otra solución. —Jase escuchaba bolo a medias. Abría los ojos de par en par y le parecía poder percibir el olor de todos los presentes en la habitación e incluso el mismo aroma de ésta. Y todos los sonidos, por débiles que fuesen, llegaban claramente a sus oídos incluso a través del resonar de la voz de Bolf.
Pensó que dentro de poco, un breve espacio de tiempo, quizá lo bastante largo para escuchar la canción del primer Brutogas, triunfaría o estaría muerto. Se repitió de nuevo para sí que podía estar muerto, pero era incapaz de creerlo. Nunca se había sentido tan vivo. El corazón le latía fuertemente, con firmeza pero no con excesiva rapidez. El aliento entraba suavemente por las aletas de su nariz. Sudaba un poco por debajo del cuello, pero no era tanto el sudor del temor como el de la exultación.
Miró la figura alta y enorme de Horaag Hijoadoptivo y la espada larga y de doble filo que sostenía en su mano. Lo veía todo con tal claridad que podía distinguir unas muescas y roces en la empuñadura y advertir unas como rayas sobre el suave pelaje de Horaag, allí donde los pelos crecían en una dirección a un lado de la raya en otra al otro. Incluso distinguía las venas en el interior de las aletas de la nariz de Horaag.
—Y éste es un caso del punto noventa y nueve —continuaba Bolf—, en el que está previsto que, si un hombre posee algo y le ordenan que lo entregue, puede honorablemente desafiar el derecho del que se lo quita: el derecho a exigir un Campeón por cada parte, aunque en este caso el que desafió lucha personalmente. Por tanto, como Arbitro, declaro el combate autorizado, celebrado ante testigos y honorable ¡Adelante!
Esta palabra, que marcaba el comienzo, agitó a Jase de sus pensamientos. De no haber sido por los días de entrenamiento, habría vacilado pero los reflejos respondieron por él.
Los dos se movieron a la vez y Jase alzó el escudo a tiempo de rechazar un ataque de la larga espada de Horaag. En el instante en que el impacto le echó atrás, la emoción se apoderó de Jase. De pronto le pareció que él y Horaag estaban solos en algún lugar lejano, donde se había borrado no sólo la vista, sino incluso el sonido de todo lo que les rodeaba. Se veían unidos en un empeño que excluía todo lo demás, compañeros en una danza que sólo uno de ellos terminaría. Por encima del borde de su escudo veía los ojos de Horaag entrecerrados y rápidos mientras las espadas chocaban entre ellas y sobre el escudo del contrario.
Un grito distante penetró el silencio que les rodeaba. Por un segundo Jase se negó a oírlo, enojado. Luego reconoció la voz. Era Brodth, gritándole un aviso. Jase había estado cediendo terreno. El Maestro de Esgrima de pelaje grisáceo le había reconvenido por ello repetidamente durante los días de práctica anteriores al duelo. La ventaja del antiguo escudo y la espada corta y arcaica se basaba precisamente en el ataque… ya que ésta podía introducirse bajo la hoja más larga del oponente. Jase se agachó, alzó el escudo que vino a chocar con la espada de Horaag que le atacaba y se adelantó levantando bruscamente la suya.
Horaag cedió terreno. Jase sintió una exaltación repentina. Entonces, sin previo aviso, su oponente le atacó por la izquierda. Por un instante su propio escudo privó a Jase de la visión… y Horaag se lanzó a fondo. Jase, al volverse a toda prisa, vaciló y casi cayó al suelo. Horaag estuvo instantáneamente sobre él. Jase le rechazó con su escudo. Horaag, rápido en aprender, le golpeó también con el suyo, utilizándolo como un arma.
Jase resbaló bajo el golpe, aún recibió otro fortísimo de su contrario, mucho más alto, y cayó sobre una rodilla.
Horaag se lanzó a fondo con la espada. Jase la detuvo con el escudo, trató de atacarle con la suya aún arrodillado y falló. Horaag dispuso el arma para un golpe mortal, y Jase, moviendo en círculo su espada más corta, la alzó bajo el escudo y, cogiéndole desprevenido, dio a Horaag en el hombro. Éste dejó caer el arma de su mano, ahora insensible, y pasó el otro brazo en torno a su oponente, más pequeño, con el propósito de quebrarle la espalda. Jase, soltando ahora la espada, ya que no había lugar para utilizar el arma, levantó la mano y clavó las garras en la garganta de su oponente.
Cayeron juntos.
Cuando Jase, ensangrentado y sin aliento, fue sacado de debajo del cuerpo de Horaag, sólo vio a un brazo de distancia al Nelkosan que, de pie, sostenía en la mano el aro de metal del que pendían todas las llaves de una nave expedicionaria. Las llaves de todas las habitaciones e instrumentos de la nave que llevaría a la expedición al planeta de las Gentes Embozadas.
Se las entregó a Jase.