23

«Morir es detenerse —pensó Jase, vagamente—. Pero experimentar esa detención sin morir supone recorrer un largo trecho y tener por delante un largo camino por el que regresar…»

No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que se «detuviera» con la muerte de Kator y con la sensación de aquellas garras arrancándole la vida; pero sí habían pasado varios días desde que por primera vez se sintiera consciente del techo blanco sobre el lecho del hospital en que yacía. La luz diurna y la oscuridad cortaban por turnos aquel techo. Entraban y salían gentes en la habitación. De vez en cuando le hablaban, pero durante mucho tiempo no se molestó en responder.

«Después que uno se ha detenido —pensó—, nada tiene importancia, ni siquiera una nueva detención. Sólo es preciso continuar adelante un poco más con objeto de detenerse de nuevo, y esta vez para siempre». En ocasiones, Jase se preguntaba vagamente por qué no lo hacía. Parecía haber alguna razón para no morir, pero sentíase demasiado indiferente para inquirir al respecto.

Luego, algún tiempo después, Mele empezó a figurar entre los que entraban y salían. Gradualmente fue dándose cuenta de que ella se sentaba junto al lecho incluso varias horas seguidas. Y muy lentamente, al cabo de cierto tiempo, se halló respondiendo de vez en cuando a las preguntas que Mele le hacía sobre su estado físico o sus pensamientos. Y de este modo, imperceptiblemente, fue volviendo a la conciencia de su mundo y de sus conversaciones con ella.

—No —le dijo en respuesta a una de sus preguntas—. Kator era un hombre muy extraño, valiente y extraordinario… un ruml, quiero decir. Por uno como Kator hay un millón entre los ruml que no se habrían atrevido a hacer cuanto él hizo. Eso es algo que Swanson y los demás son incapaces de comprender. Otra cosa que…

—No tienes por qué decirme nada si no quieres —le interrumpió Mele—. Esta habitación está llena de micrófonos, ya sabes. Lo que tratan de conseguir es la información suficiente para poder juzgarte por traición o algo así. Por eso me permiten que venga, confiando en que hablarás conmigo.

—Está bien —dijo él con indiferencia—. Es que quiero que ellos lo entiendan. ¿Qué iba diciendo? Otra cosa que los de aquí no entienden, pero que comprenderán algún día, es que ni Kator ni los demás ruml deseaban conquistar la tierra en el sentido que damos nosotros a la palabra conquista. Kator quería lograr su derecho a Fundar un Reino, lo que significa que podría iniciar una familia propia y tener tantos hijos como quisiera. Los ruml corrientes sólo pueden tener uno.

Veía a Mele sentada muy cerca de él, observándole.

—¿Dices que quieres que los otros lo sepan? —le preguntó.

Asintió con aire ausente. Se hundía de nuevo en la marea de la indiferencia.

—Si realmente quieres que lo sepan, yo te haré preguntas —dijo ella—. ¿Quieres que te haga preguntas?

Consideró sus palabras sin interés. Lentamente, como obedeciendo a un torpe reflejo, surgió la respuesta. Se incorporó un poco.

—Claro —dijo—. ¡Pero si acabo de decírtelo!

—Sé lo que me dijiste. Pero ¿para qué había de querer él muchos hijos? ¿Para sentirse orgulloso de ellos?

Jase agitó la cabeza.

—Piensas como un ser humano —dijo—. La posibilidad de que pudiera enorgullecerse de uno de sus hijos era muy remota. Pero, el tener muchos, aumentaba las posibilidades.

—¿Qué posibilidades?

—La de llegar a tener otro como él, entre sus hijos o los hijos de éstos. Tal vez surgiera, uno, o más, que asimismo Fundaran Familias.

Mirándole, Mele agitó la cabeza, desconcertada.

—Pero ¿por qué? —insistió—. No lo entiendo. ¿Él Funda Familias o Reinos?

—Es lo mismo —murmuró Jase.

—¿Para que algunos de sus descendientes puedan hacerlo también? Es un círculo. Lo mismo repetido una y otra vez.

Jase agitó la cabeza sobre la almohada.

—Es la supervivencia de los más adecuados, según ellos lo entienden —dijo.

Por un instante no le comprendió. Luego estalló de pronto:

—¡Ya lo veo! ¡Lo entiendo! ¡Para que al fin todos los ruml sean descendientes de los que Fundaron Familias, de los líderes!

—Sí —dijo Jase. Empezaba a alejarse otra vez.

—Pero, Jase…

Sin embargo, él ya estaba más allá del alcance de su voz. La conversación prolongada le había agotado. En los días siguientes fue recuperando las fuerzas pero resistió al empeño de Mele por obligarle a seguir hablando. De nada servía. Sólo le había explicado todo aquello por puro reflejo. Las gentes estaban emocionalmente bloqueadas contra la comprensión de las razones de los ruml… como los Jefes de Familia ruml lo estuvieran en contra de comprender a Kator y dejarle aceptar la vergüenza de vivir. De nada servía tratar de explicarlo.

De pronto se despertó en una brillante mañana y descubrió que Mele le sacudía violentamente.

—¡Despiértate! —decía en voz baja pero intensa—. ¡Despierta, Jase! Los ruml han venido. Una gran flota vuela ya en órbita en torno al mundo precisamente ahora. ¡Tienes que despertarte! Por lo visto no querían que yo lo supiera, pero lo decían por la radio en la sala de enfermeras y lo oí por casualidad. Y he sabido que van a llevarte de aquí… a alguna parte. Y probablemente te matarán. ¡La enfermera de noche se lo estaba diciendo a la de día! Jase, ¡despierta! Tal vez consigamos antes salir de aquí, de algún modo. ¡Pero tienes que despertarte!

La miró aturdido, irritado por el hecho de que continuara sacudiéndole. Al fin la comprensión, la consciencia de cuanto ella le decía, le invadieron como una suave oleada que iba creciendo en intensidad. La sujetó por los brazos.

—Ayúdame a levantarme —dijo—. Ayúdame. Intentaré caminar.

Mele le ayudó. Cuando estuvo en pie casi le fallaron las rodillas, pero las forzó a seguir adelante.

—Ayúdame a caminar —repitió. Le acompañó ella y así recorrieron la habitación—. Swanson —dijo él de pronto—. Tengo que hablar con Swanson.

—¡No es posible, Jase! —gritó Mele—. ¡Hay que sacarte de aquí! Las enfermeras…

—No importa eso. ¡Pero esto sí! —gritó obligando a sus piernas a que caminaran—. ¿Cómo podemos hacernos con Swanson?

—No podemos —dijo Mele—. ¡Oh, Jase, deja de actuar tontamente! Ya no estás en poder de Swanson. Hay que irse de aquí como sea. Ellos no creen que puedas levantarte de la cama todavía, así que tenemos una posibilidad. Si cruzamos el vestíbulo hacia el otro lado, hay una salida de incendios.

—No —le interrumpió él—. Escucha, Mele. Si me llevaran de aquí quiero que tú misma trates de hablar con Swanson. Si los ruml han venido debes hacerte con él y obligarle a que comprenda cómo debe tratar con ellos. Si actúa equivocadamente, los ruml atacarán. Con la misma seguridad con que mataron a Kator.

—Pero atacarán de todos modos…

—No. Escúchame. ¿Quieres escucharme? —insistió—. Probablemente no tenemos mucho tiempo antes de que venga a buscarme quienquiera que sea.

—Te escucharé. Si eso es lo que tú quieres, te escucharé. Pero, Jase…

—Pues escucha y recuerda bien esto —le interrumpió él de nuevo—. Dile a Swanson, y tal vez ahora sí esté dispuesto a escuchar y a creerme, después de haber visto morir a Kator y después de la llegada de los ruml, dile que el problema involucra a ambas razas, a la nuestra y a los ruml. Ambos tenemos el instinto de la conservación y mejora de la raza mediante la supervivencia de los más aptos pero, debido a diferencias animales básicas, esto ha evolucionado en dos culturas diferentes. Culturas en las que los instintos de sus individuos les empujarán a un enfrentamiento terrible a menos que se comprendan. ¿Lo has entendido?

—Sí…, creo que sí… —Seguía ayudándole a caminar de un lado a otro de la habitación.

—De todas formas no hay tiempo para repetirlo —dijo Jase—. Continuaré. La primera unidad protectora entre los humanos fue la familia. Luego el clan, y la tribu, y siguió ampliándose más y más hasta incluir la nación y los grupos de naciones. Incluyendo cada vez más personas en la categoría de compatriotas. Hasta que finalmente empezamos a incluir a toda la población del mundo en un grupo capaz de protegerse a sí mismo. Y entonces…

Se interrumpió súbitamente; las piernas le temblaban.

—Será mejor que me siente un momento —dijo. Mele le llevó de nuevo al lecho y Jase se sentó en el borde, sintiéndose algo violento con aquel ridículo camisón del hospital y sus cintas atadas a la espalda—. De cualquier modo la aparición de una raza extraña e inteligente vino a despertar, tanto en nosotros como en los ruml, el antiguo sentimiento de protección ante lo desconocido que tiene su origen en la asociación primitiva de la familia en los seres humanos, pero en algo distinto en los ruml.

—¿Algo distinto? —repitió Mele.

—Sí, eso es lo que intento explicarte. El instinto que obliga a los humanos a agruparse frente al peligro que supone un enemigo extraño se basa en los lazos primitivos de afecto existentes no sólo en la familia humana, sino también en los mamíferos superiores. Es lo que obliga a los elefantes a tratar de levantar a un congénere herido por un cazador, o las marsopas a sostener a cualquier miembro del grupo que haya quedado inconsciente. Esa respuesta nace del afecto entre madre e hijo, entre marido y mujer, etcétera. Pero el ruml no conoce esa clase de afecto.

—Pero sí tienen Familias. Tú siempre estabas hablando de las Familias.

—No según lo que nosotros denominamos familia —dijo Jase—. El bebé ruml se pasa todos sus años de formación viviendo semiinconsciente en la bolsa de su madre. Poco después de salir de la bolsa, a una edad que equivale a los diez años del niño humano, madura mucho más aprisa que nosotros y llega a olvidarse incluso del aspecto que tenía su madre. Los años de afecto de un niño humano no existen para el ruml. El único afecto de que son capaces, con una base individual, es una especie de cálida admiración entre los varones y un amor momentáneo y transitorio entre varón y hembra, en absoluto relacionado con el nacimiento de su hijo al mundo ruml unos diez años más tarde.

Mele frunció las cejas.

—Pero… ¿Tienen una sociedad? —preguntó.

—Una clase distinta de sociedad —contestó Jase—. Ya te dije que la familia no era la base de su respuesta social. Pero sí tienen el mismo instinto racial por la supervivencia. En su caso esto encuentra la expresión más adecuada en su concepto de Honor. —La miró ansiosamente—. ¿Lo entiendes?

Agitó la cabeza.

—No comprendo cómo podría comprarse el Honor con…

—Exactamente. Un ser humano es incapaz de imaginarlo. A menos que haya estado en el interior de una mente ruml, como he estado yo. Habrás de aceptar mi palabra al respecto. Todo el mundo habrá de aceptar mi palabra, ya que es cierto. Créeme, un ruml reacciona con la misma fuerza y emoción ante una posible amenaza a su Honor, o al sistema del Honor, con que un humano reacciona ante una amenaza a su hijo. —Jase se levantó del borde de la cama—. Ayúdame de nuevo a caminar. Reacciona con la misma fuerza, y de un modo igualmente primitivo.

—Pero ¿por qué? —preguntó Mele sosteniéndole—. ¿Cómo puede reaccionar ante algo tan frío y abstracto? Es decir, ¿por qué habría de hacerlo?

—Porque —respondió Jase apretando los dientes y obligándose a caminar— así es como funciona el sistema ruml de la supervivencia racial y el proceso de selección de la supervivencia de los mejores.

—¿Cómo?

—La raza ruml —empezó Jase—. No, no, quiero seguir caminando —le habían cedido las rodillas, pero se resistió a la sugerencia de Mele de volver de nuevo a la cama—. La raza ruml es exactamente como un ejército a la espera de su general, una espera constante. Cualquier individuo que se proponga dirigirlo hacia una empresa, ya sea el establecimiento de nuevas tierras, o algo con lo que se obtengan mejores condiciones de vida para la raza, puede contar con los servicios de ese ejército sólo por el hecho de iniciar la empresa.

—Pero eso carece de sentido —dijo Mele—. Todos estarían intentando…

—¡Por supuesto! —dijo Jase, y no había alegría en su voz—, pero es que existe un riesgo. Aquel que los dirija, aquel que intente Fundar un Reino, una Familia, como hizo Kator, ha de triunfar… o morir. No se le permite el menor fallo. Si lo que alcanza no llega a ser el éxito completo, eso es prueba de que el Factor Suerte no actuaba en su favor, es decir, que no era un líder elegido, y hay que librarse de él inmediatamente.

—Y ¿le matan?

—Ya viste —repuso Jase— lo que hicieron con Kator.

—Pero ¿por qué matarle? Castigarle por intentar…

—No —dijo Jase—. Ahí es donde interviene el elemento primitivo e instintivo de la reacción. Socialmente creen que lo matan como castigo, pero el moderno sociólogo ruml sabe que la verdadera razón es algo distinto. —Volvió la cabeza para mirar a Mele—. Verás, si le permitieran vivir podría intentarlo de nuevo y triunfar después de todo. Y eso daría lugar a una pregunta muy peligrosa: ¿Triunfó debido a su genio innato y genético para dirigir a los ruml hacia el éxito y las mejores condiciones de vida? ¿O triunfó porque aprendió de su primer error? Para asegurarse de los puros talentos genéticos, matan a los que no triunfaron en toda la línea. Compréndeme: en sentido evolutivo marchan inconscientemente hacia la creación de un super–ruml, lo mismo que nosotros luchamos inconscientemente por llegar al super–hombre.

—Pero tampoco esto explica el que tú dijeras que Kator era uno entre un millón —dijo Mele—. ¿Es que no lo intentan otros, muchos?

—No —dijo Jase—, y ése es el otro lado de la moneda. El bloqueo emocional del ruml corriente ante la decisión del intento es tremendo. Lo que dirige todo este proceso es un rasgo del carácter ruml que se opone al intento de Fundar un Reino. El temor del fracaso es intenso pero el temor de enfrentarse al reconocimiento de su fracaso aún lo es más. Por eso fue Kator tan noble al regresar. Pero no volvamos de nuevo a eso. La cuestión es que si el individuo ruml, o la raza ruml, tienen ciertas razones para dudar del éxito de una hazaña, nadie puede obligarles a intentarla, a no ser como una medida desesperada y a muerte.

Se interrumpió. La puerta se había abierto. Dos hombres altos, de rostro sereno y traje gris, aparecieron en ella.

—¡Me han estado escuchando! —dijo Jase—. Lo oyeron, ¿verdad? Pues déjenme que les explique en qué nos afecta.

—No sé de qué habla —contestó uno de ellos—. Nosotros acabamos de llegar. Han de venir con nosotros. Los dos.

—¡No puede caminar! —gritó Mele—. Trataba de dar unos cuantos pasos. Lleva tres semanas sin moverse del lecho.

—Lo sé —dijo el hombre que había hablado—. Todo está arreglado. Tenemos una silla de ruedas para él ahí fuera, en el corredor. Vamos. —Cogió a Jase del brazo.

—¿Para qué la quieren a ella? —exigió Jase mientras le conducían hacia la puerta—. ¿Adónde nos llevan?

—Puede ahorrarse las preguntas —dijo el hombre que le sujetaba—. No va a recibir ninguna respuesta.