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… Y así sucedió que, antes de que Jason despertara, Kator Primosegundo, que viajaba por una parte de Cefeo, anotaba en sus cartas de navegación como 47391L, pero a la que el durmiente habría llamado Ursae Minoris o Polaris, la Estrella Polar, se vio bendecido de pronto por ese Factor Suerte que todos buscamos.
Inmediatamente —ya que aunque fuera simplemente un Primosegundo era de la familia de Brutogas— aprovechó la oportunidad que se le ofrecía y ajustó los controles. Ante él se hallaba la posibilidad de Fundar su Reino. Así pues, se lanzó a hacer planes con todo cuidado y rapidez. Captó con un rayo transmisor aquel artefacto que vagaba por el espacio y que le ofrecía el Factor Suerte. Era un hermoso artefacto, incluso en su estado fragmentario, y unas cinco veces mayor que la nave exploradora de dos plazas en la que él y Aton Tiomaterno, de la familia Ochadi, habían estado haciendo un viaje rutinario de recogida de muestras y restos por toda la galaxia.
Kator lo enfocó exactamente en el centro de la pantalla visora y se echó atrás en su silla de piloto. Un muro de contención de brillante superficie, a la izquierda de la pantalla, le devolvió su propia imagen, y él se retorció pensativamente los bigotes tiesos de gato en el rostro de forma casi triangular, y meditó satisfecho en la situación con toda la velocidad que su prudencia le aconsejaba.
Nunca una situación habría sido más conveniente. Aton Tiomaterno no estaba siquiera relacionado por vínculos matrimoniales con la familia Brutogas. Cierto que él, como los Brutogas, era en política del partido Hook y no de los Rod. Pero, por otra parte, las posibilidades en contra de que un Factor Suerte como éste se presentara a dos individuos en una investigación científica eran astronómicas.
Ello cancelaba automáticamente todos los Deberes y Convencionalismos Habituales. Aton Tiomaterno —de haber sido simplemente un observador de la situación y no el otro único miembro de la tripulación— habría aprobado por supuesto la intención de Kator de integrar positivamente el Factor Suerte en su propia vida. «Además —se dijo Kator observando su propia imagen en la brillante superficie y acariciándose los bigotes de gato—, yo soy joven y tengo mis mejores años por delante».
Se levantó de la silla del piloto, desconectó la grabadora interior de la nave y extendió las garras casi ocho centímetros al extremo de unos dedos cortos y gruesos. Volvió al departamento en que ambos dormían, tras la sala de mandos. En una nave más grande, esa puerta nunca habría estado abierta. Pero en una tan pequeña como ésta, los exploradores habían de llevar a cabo su trabajo sin el beneficio de un Hombre Clave. Aton dormía en la litera inferior, de espaldas a él.
Con la mayor destreza, Kator hundió las garras en la espina dorsal, en la base del cráneo redondo y cubierto de pelaje negro de Aton. Éste suspiró y quedó inmóvil. No había sentido nada, de eso estaba seguro Kator. El golpe había sido rápido y certero. Sacó el cuerpo pesado de la litera, lo llevó tiernamente a la cámara de presión de aire y lo lanzó a la amplitud del espacio exterior. Volvió a la grabadora, la puso de nuevo en marcha e informó del hecho de que Aton se había lanzado violentamente contra él sin previo aviso en un ataque de locura, desconectando involuntariamente la grabadora en el impulso de su ataque. Como Kator le opusiera resistencia, Aton había enloquecido, saltado a la cámara de presión de aire, y se había suicidado arrojándose al vacío exterior.
«Era cierto», pensó Kator con gratitud, reflexionando en sus antepasados al terminar de grabar el relato. «Mientras otros piensan, yo actúo», había sido el lema de los Brutogas originales. Kator se acarició los bigotes, agradecido a sus antepasados.
Se colocó el equipo espacial. Poco después de una hora según el equivalente del tiempo del pueblo de Kator, que se llamaban los ruml, éste había unido con una cuerda magnética el casco del artefacto dañado sin duda por una explosión y, cubierto por el traje espacial, iba avanzando lentamente por esa cuerda hacia el casco. Lo alcanzó sin dificultad y se puso a explorar el descubrimiento a la luz del reflector que llevaba unido al traje espacial.
Evidentemente, había pertenecido a un pueblo muy parecido al de Kator. Las puertas eran de tamaño normal para él, y en sus asientos podría haberse sentado Kator con toda comodidad. Por desgracia, la mayor parte del material original de lo que era indudablemente una nave espacial había quedado destrozada por una explosión del campo de reducción que la destruyó casi por completo. Lo cual era importante, muy importante, ya que el sistema de conducción más rápido que la luz, utilizado por el pueblo de Kator, también seguía la teoría del campo de reducción del universo, y con un campo magnético semejante a éste, que, al explotar, había dejado unas manchas con los colores del arco iris en los muros ruinosos del artefacto.
Naturalmente, casi todo lo que no quedó destrozado a bordo del artefacto fue lanzado al espacio como resultado de la explosión… Pero no todo, descubrió Kator. Encontró una especie de maletín de mano, con un asa semicircular, encajado entre las patas de uno de los asientos. Kator lo sacó de allí y lo llevó a su nave con él.
Después de hacerle las pruebas de seguridad rutinarias, procedió a abrirlo. El descubrimiento era magnífico. Varios modelos de lo que parecía ser algo para cubrir el cuerpo, fabricados todos de una pieza, de un material sólido y fino, como un arnés capaz de cubrir el cuerpo entero, si es que algo así resultaba concebible. Pero no había en él gancho alguno para colocarse honores ni armas. Sin embargo, sí había honores de varias formas y diseños, de metal, en la caja; generalmente en forma de anillo, y de un tamaño que sin duda sería adecuado para colocarlo en los dedos o en los brazos. Y también lo que era evidentemente un utensilio de escritura, de suave cera roja, con una punta afilada y un dispositivo para proyectarlo de su caja.
Metidos en un fino material envolvente de propiedades semejantes al plástico y de construcción evidentemente artificial, había dos contenedores de forma extraña que tal fueran protectores para los pies. Todavía había tierra adherida a su parte inferior y Kator se quedó sin respiración al descubrirla. Desprendió la tierra, se la llevó a un microscopio y la examinó cuidadosamente.
El Factor Suerte no le había fallado. Entre aquellos terrones secos descubrió y separó una forma diminuta y seca: el cuerpo de una criatura orgánica y muerta.
Era un gusano muy semejante a la forma primitiva de los gusanos de su mundo.
Kator lo alzó cuidadosamente de la suciedad con unas pinzas y lo encerró en un pequeño cubo de material transparente y preservativo. «Esto era suyo», se dijo, metiéndolo en la bolsa que pendía de un arnés. Quedaba mucho material en el resto del artefacto para que los examinadores trabajaran sobre ello allá en su mundo, a fin de descubrir la procedencia de la raza que construyera el artefacto. Esta pequeña forma, la raíz de su futuro Reino, la conservaría siempre con él. Y si el Factor Suerte seguía asociado con la situación, podría utilizarlo…
Kator marcó su posición y la dirección de vuelo que el artefacto había estado siguiendo cuando lo viera por primera vez. Entonces se dirigió, con el artefacto, a la zaga hacia el Mundo Ruml, y se echó en la litera de Aton para un descanso bien merecido.
Al sumergirse en el sueño empezó a recordar algunos de los otros vuelos que él y Aton habían realizado juntos en esta misma nave de exploración, y el arrepentimiento se apoderó de él como un dolor profundo, hasta que las sombras del sueño vinieron a suavizarlo.
No habían estado emparentados, desde luego, ni siquiera por el matrimonio de unos parientes muy lejanos, Pero había llegado a sentir una profunda amistad por aquel ruml más viejo que él, y Kator no era de los que hacen amistad con facilidad.
«Ahora bien —pensó al sumergirse hasta lo más hondo en el pozo del sueño—, cuando nos llama un Reino, ¿qué puede uno hacer?»