19
Jase desenroscó las dos partes de una pequeña cerbatana y volvió a meterse el arma en el bolsillo interior de su chaqueta de cuero. Cuando los dos guardias de uniforme azul sacaron el cuerpo inconsciente de Kator del estrecho espacio en el que había caído, también él se dirigió allá. Y en el instante en que depositaban a Kator en un pequeño espacio abierto. Jase se inclinó y retiró un dardo diminuto y emplumado clavado en el cuello del ruml, justo detrás y debajo de la oreja plana y puntiaguda.
Al inclinarse sobre el ruml, y ocultando por un instante el brazo izquierdo con el cuerpo, arrancó con la mano izquierda el botón superior de la chaqueta de imitación de Kator. Al enderezarse y volverse tropezó con Swanson.
—Ahora podrá decírnoslos, ¿no? —dijo el hombre de gafas—. ¿Qué era ese anestésico?
Jase sonrió cansadamente, con cierta ironía.
—Alcohol etílico —respondió.
—¡Alcohol! —Swanson le miró y explotó—. ¿Pretende decir que su sistema es tan parecido al nuestro? ¡También nosotros podríamos haber utilizado alcohol!
—No son tan parecidos, no tanto como cree —dijo Jase—. Da la casualidad que el alcohol los emborracha como a nosotros. Pero no exactamente del mismo modo. La mayoría de nuestras drogas, el cloroformo, por citar un ejemplo, le habría matado. Ni siquiera el alcohol les afecta lo mismo que a nosotros —hizo un ademán hacia Kator—. ¿No vio con qué rapidez quedó inconsciente sin más que unas cuantas gotas introducidas en sus venas? La misma cantidad no nos habría hecho sentir nada a usted o a mí.
—Sí —aceptó Swanson sin relajarse. Se volvió a mirar a Kator—. Bien, empecemos a cargarle ahora. Cuando vuelva en sí y regrese a su nave, irá tan lleno de grabadoras en miniatura como podría estarlo una convención política. ¿Cuánto tiempo seguirá inconsciente?
—Ellos se toman esos cultivos productores de bacterias para relajarse, del mismo modo que nosotros bebemos whisky —dijo Jase—. Se sienten borrachos en un instante, se duermen casi inmediatamente y permanecen inconscientes unas dos horas, hundiéndose gradualmente en un sueño profundo que dura cuatro de nuestras horas.
—¿Seis horas, entonces?
—No; no si quiere estar bien seguro —dijo Jase—. Se le puede despertar en cuanto haya pasado el período de la auténtica inconsciencia. Pero con la urgencia que yo, que él —Jase vio que los ojos de Swanson parpadeaban momentáneamente al escuchar aquel error en sus labios—, que él sentía, tal vez se recupere en cuanto lo desee. Ahora bien, a fin de asegurarse se le puede mover, o hacer algún ruido.
—Está seguro, ¿verdad? —Swanson le miró en aquella relativa penumbra del interior del edificio—, acerca de toda esa información.
—Sí —dijo Jase—, pero ¿por qué no hace venir a su médico si quiere comprobarlo?
—Buena idea. —Swanson se volvió para hablar con los guardias. Jase se deslizó de nuevo hacia las sombras. Sacó de un bolsillo una cajita cuadrada, pequeña y oscura, del tamaño de un estuche de joyería en el que se presenta un anillo. Operando casi al tacto en la oscuridad, procedió a hacer unos ajustes en la superficie del botón que cogiera de la chaqueta de Kator y lo mantuvo contra una pequeña abertura existente en la cajita, haciendo presión sobre ella con los dedos.
Se escuchó un sonido muy débil, casi inaudible, como una cinta que girara, que sólo captaron los oídos de Jase. El zumbido se detuvo al fin.
Jase volvió a meterse la cajita en su bolsillo y se acercó a la figura inmóvil de Kator pasando entre dos de los tres guardias que le rodeaban ahora.
—Voy a comprobar de nuevo ese punto donde le di con el dardo —dijo Jase. Aunque algo inseguros, le permitieron acercarse al cuerpo inconsciente del ruml. Jase se arrodilló, giró la cabeza de Kator a un lado para exponer el área del cuello donde le clavara el dardo anestésico, y se inclinó a mirar el punto de cerca. Dejó caer la mano izquierda sobre la chaqueta de Kator, como si se apoyara en él para levantarse y colocó de nuevo el botón sobre los ganchos diseñados por los ruml a fin de sujetarlo.
Ninguno de los guardias lo advirtió al parecer. Aquella sujeción de los botones era típicamente ruml, y sólo uno como Jase —en contacto con la mente de un ruml— pensaría en examinarlos o en buscar el conjunto de superficies microscópicas y altamente sensibles bajo el camuflaje exterior del botón y que eran la versión ruml de una cámara de espionaje en miniatura.
—¿Qué hace? ¡No interfiera en esto! —dijo la voz de Swanson a sus espaldas cuando se ponía en pie—. ¡Salga de aquí, Jase! A partir de ahora, todo es cosa nuestra.
El tono de su voz era oficial, impersonal. Estaba bien claro que cuanto decía reflejaba sus pensamientos: una vez las grabadoras y cámaras implantadas bajo la piel de Kator, el ruml sería seguido por medios mecánicos de observación y enviaría imágenes y sonidos a través de una unidad de campo de reducción del universo incluso desde el Mundo Ruml, cuando Kator regresara a él. Jase ya no era importante a los ojos de Swanson, de Coth y de los demás hombres que nunca hablaban en su presencia.
Jason volvió a hundirse entre las sombras de las máquinas. Cuando se planeara la captura de Kator había dicho a Swanson que era imprescindible que él conociera los planos no sólo del área de aparcamiento espacial subterránea, sino de la fábrica abandonada que servía como camuflaje a nivel del suelo. Ahora siguió su camino tranquilamente por la fábrica, pero no hacia el patio lateral donde le aguardaba el transporte que había de llevarle de regreso a Washington.
Cruzando unas habitaciones vacías, pasando entre las máquinas silenciosas, llegó al otro extremo de la fábrica y, atravesando una pequeña puerta herrumbrosa, salió a un campo lleno de malas hierbas, de unos cuarenta metros cuadrados, rodeado de una valla de alambre espinoso y pequeños bosques de álamos y robles.
Cruzó el campo con aire casual. Una vez fuera de la vista y ya entre los árboles, caminó a paso rápido. Una hora más tarde tomaba un autobús en la estación de un pequeño pueblo.
Hubo algún retraso en la partida del vehículo. Pero unos dieciocho minutos más tarde silbó al fin el aire en los compresores y el autobús salió de la terminal. Jase apoyó la cabeza contra el respaldo almohadillado de su asiento y cerró los ojos cargados de fatiga. Ya había cumplido su parte en la misión.
A partir de ahora todo dependía de Kator y de los Jefes de Familia, allá en su Mundo.