HOMENAJE A JEAN COCTEAU

Il vous faudrait mourir pour joindre les

deux bouts.

J. C., en la muerte de Eluard.

El alambrista recorre de lado a lado lo más alto del circo,

y aplaude la multitud.

La multitud no sabe que él va palpando espejos, pidiendo claves

para cruzar el otro alambre más tenso y peligroso:

el que dos ángeles vestidos de arlequines sostienen de lado a lado,

sobre el vientre de la noche.

¡Quién pudiera ser siempre niño inocente,

inocente, es decir, dueño de mil secretos!

menos mal que se nos ha dado el ardid del disfraz y la bola de nieve,

el poder soñar con que un caballo es un candelabro,

un portallamas para empuñarlo y recorrer las planicies de la muerte.

Al otro extremo de la cuerda tiene que estar Dios,

al otro extremo no es posible que abra sus poderosas mandíbulas la nada.

Bien está pues la volatinería, el salto del payaso, la pirueta del cisne;

bien está el olé a la sonrisa de la golondrina disecada, y al torerito

muerto por sorpresa.

Bien está dar cuerda todas las noches a un ruiseñor de acero,

para sacarle de entre las tripas

la música depositada allí por el difunto Orfeo.

La línea del ferrocarril que parecía interminable,

se cortaba de pronto a cuchillo sobre la barranca imposible de saltar,

El feérico vagón se quedaba vacío en un segundo:

¡eh, vosotros, camaradas, amigos, centinelas, no os vayáis!,

¡llevadme a vuestro juego, otro acto de magia, por favor!,

¡pronto, corred, sacad el conejo del sombrero, reanimad a Nijinsky!,

¡haced algo, permitidme otra vuelta en el carrousel, convertirme en busto,

pintar otra estrellita en la puerta del dormitorio de Eurídice!

Hay que morir, amigo, para unir los extremos

de este cotidiano alambre

tendido sobre el abismo de estar vivo.

Hay que morir, no hay fallo, para enterarse un poco

de si es cierto que existe la Poesía, de si hay

al otro lado del castillo un guardián, una orquesta

y un teatro.

Y sobre todo hay que morir, amigo,

Y para quedarnos finalmente convencidos

Y de que la luna es el sol de las estatuas.