Morir
SE está calentito. Mamá ya está delante de la Mesa, hay una caja de cereales nueva y cuatro plátanos, ¡yupi! Seguro que el Viejo Nick ha venido durante la noche. Salgo de la Cama de un salto. También hay macarrones, y salchichas, y mandarinas y…
Mamá no come nada. Está de pie al lado de la Cajonera mirando la Planta. Hay tres hojas caídas. Mamá toca el tallo y…
—¡No!
—Ya estaba muerta.
—La has roto.
Mamá dice que no con la cabeza.
—Las cosas vivas se doblan sin romperse, Jack. Supongo que por el frío la planta se ha endurecido por dentro.
Intento poner bien el tallo.
—Le hace falta un poco de celo.
Me acuerdo de que se nos ha terminado, Mamá pegó el último trocito en la Nave Espacial: la tonta de Mamá. Voy corriendo a sacar la Caja de debajo de la Cama, encuentro la Nave Espacial y le arranco los trozos de celo.
Mamá me observa sin hacer nada.
Enrollo el celo en la Planta apretándolo bien, pero se resbala. El tallo sigue roto.
—Lo siento.
—Haz que viva otra vez —le digo a Mamá.
—Si pudiera, lo haría.
Espera a que pare de llorar, me seca los ojos. Ahora tengo demasiado calor, me quito la ropa que llevaba de más.
—Bueno, supongo que ahora lo mejor será tirarla a la basura —dice Mamá.
—No —le digo—, mejor por el Váter.
—Podría atascar las tuberías.
Les doy un beso a unas cuantas hojitas de la Planta y tiro de la cadena; luego otras pocas y tiro de la cadena otra vez, y después le corto el tallo en trocitos.
—Adiós, Planta —susurro. A lo mejor en el mar se pegará toda de nuevo y crecerá hasta el Cielo.
El mar es de verdad, ahora que me acuerdo. Todo es de verdad en el Exterior, todo lo que existe, porque vi el avión y el azul entre las nubes. Mamá y yo no podemos ir afuera porque no sabemos la contraseña secreta, pero es real de todas formas.
Antes no sabía ni enfadarme por no poder abrir la Puerta, mi cabeza era demasiado pequeña para que le cabiera dentro el Exterior. Cuando era pequeño pensaba como un niño pequeño, pero ahora que tengo cinco años ya lo sé todo.
Nos damos un baño justo después de desayunar, el agua desprende vapor, mmm. Mamá se tumba en la Bañera y se queda casi dormida; la despierto para lavarle el pelo y ella me lo lava a mí. También lavamos la ropa, pero hay pelos largos en las sábanas y tenemos que quitarlos con los dedos, y hacemos una carrera para ver quién va más rápido.
Los dibujos ya se han terminado, aparecen niños pintando huevos de colores para el conejo andarín. Miro a cada uno de los niños y digo dentro de mi cabeza: «Eres de verdad».
—Es el conejo de Pascua, no el conejo andarín —dice Mamá—. Paul y yo… Cuando éramos pequeños, el conejo de Pascua traía huevos de chocolate por la noche y los escondía por el patio trasero de casa, bajo los arbustos y en los huecos de los árboles, incluso en la hamaca.
—¿Se llevaba tus dientes? —pregunto.
—No, era a cambio de nada —se le desinfla la cara.
No creo que el conejo de Pascua sepa dónde está la Habitación, y además, no tenemos arbustos ni árboles porque están al otro lado de la Puerta.
Hoy es un día feliz por el calor y la comida, pero Mamá no está contenta. Seguramente echa de menos a la Planta.
Toca Gimnasia y elijo Caminata, que consiste en caminar juntos de la mano por la Pista y decir lo que vemos durante el paseo.
—Mira, Mamá, una cascada —y al cabo de un momento digo—: Mira, un ñu.
—Caramba.
—Te toca.
—Oh, mira —dice Mamá—, un caracol.
Me agacho para mirarlo.
—Mira, un bulldozer gigante derribando un rascacielos.
—Mira —dice ella—, un flamenco volando.
—Mira, un zombi lleno de babas.
—¡Jack! —eso la hace sonreír medio segundo.
Luego caminamos más rápido mientras cantamos This Land Is Your Land. Después bajamos de nuevo la Alfombra, que se convierte en nuestra alfombra voladora y nos lleva a toda pastilla hasta el Polo Norte.
Mamá elige Cadáver, y yo me tumbo superquieto, pero me olvido y me rasco la nariz, así que gana ella. Luego escojo el Trampolín, pero Mamá dice que ya no quiere hacer más Gimnasia.
—Tú haces los comentarios y yo hago de saltimbanqui.
—Cariño, lo siento, me vuelvo a la cama un rato.
Hoy no está muy divertida.
Saco a la Serpiente de Huevos de debajo de la Cama muy despacio y me parece que la oigo silbar con su lengua de aguja: «Buenasssss». La acaricio, sobre todo los huevos que están agrietados o rotos. Uno se me deshace entre los dedos, así que preparo engrudo con una pizca de harina y pego los trozos en un papel de rayas para hacer una montaña con picos. Quiero enseñársela a Mamá, pero tiene los ojos cerrados.
Me meto en el Armario y juego a que soy un minero. Encuentro una pepita de oro debajo de la almohada, que en realidad es la Muela Mala que se rompió; aunque no está viva, no se dobló como le pasó a la planta, y no tenemos que tirarla por el Váter. Pero a ella no tenemos que tirarla por el Váter. Está hecha de Mamá, como yo, sangre de su sangre.
Asomo la cabeza fuera y veo los ojos de Mamá abiertos.
—¿Qué haces? —le pregunto.
—Nada, estoy pensando.
Yo puedo pensar y hacer cosas interesantes a la vez, ¿ella no?
Se levanta a preparar la comida, una caja de macarrones de color naranja. Ñam.
Después juego a que soy Ícaro con las alas derretidas. Mamá lava los platos despacio a más no poder. Espero a que termine para que se venga a jugar, pero no quiere. Se sienta en la Mecedora y empieza a mecerse.
—¿Qué estás haciendo?
—Aún estoy pensando —al cabo de un momento pregunta—: ¿Qué llevas en la funda de la almohada?
—Es mi mochila —me he atado las dos puntas alrededor del cuello—. Es para ir por el Exterior cuando vengan a rescatarnos —he puesto dentro la Muela, el Jeep y el Mando, una muda de ropa interior para mí y otra para Mamá, y también calcetines, las Tijeras, y las cuatro manzanas, por si nos entra hambre—. ¿Hay agua? —le pregunto.
Mamá asiente.
—Ríos, lagos…
—No, digo para beber. ¿Hay un grifo?
—Montones de grifos.
Menos mal que no tengo que llevar una botella de agua, porque mi mochila pesa ya un montón. Tengo que aflojármela en el cuello para que no me estrangule las palabras.
Mamá no para de mecerse.
—Antes soñaba que me rescataban —dice Mamá—. Escribía notas y las escondía en las bolsas de la basura, pero nunca las encontró nadie.
—Es que tendrías que haberlas mandado por el Váter.
—Y cuando gritamos nadie nos oye —dice—. Anoche me pasé la mitad de la noche encendiendo y apagando la luz, y de pronto pensé: nadie nos ve.
—Pero…
—Nadie va a venir a salvarnos.
Al principio no digo nada.
—Tú no sabes todo lo que hay —le digo luego.
Pone la cara más rara que he visto en mi vida.
Preferiría que pasara el día ida a que esté así, como si no fuera Mamá.
Bajo todos mis libros de la Estantería y los leo: El libro móvil del aeropuerto y las Canciones infantiles, y Dylan, que es mi favorito, y El conejito andarín. Cuando ya voy por la mitad lo dejo y lo guardo para que me lo cuente Mamá. Leo un poco de Alicia, aunque me salto la parte de la Duquesa, que me da miedo.
Al final Mamá deja de mecerse.
—¿Puedo tomar un poco?
—Claro —dice—, ven aquí.
Me siento en su regazo y le levanto la camiseta; tomo sin parar durante mucho rato.
—¿Ya? —me dice al oído.
—Sí.
—Escucha, Jack. ¿Me estás escuchando?
—Yo siempre escucho.
—Tenemos que salir de aquí.
La miro.
—Y tenemos que hacerlo todo solos, por nuestra cuenta.
Pero dijo que era como en un libro… ¿Cómo escapan los personajes de los libros donde viven?
—Necesitamos idear un plan —habla con voz aguda.
—¿Como cuál?
—No lo sé, ¿qué te crees? Llevo siete años tratando de que se me ocurra algo.
—Podríamos destrozar las paredes —pero no tenemos un jeep para eso, ni siquiera un bulldozer—. Podríamos… volar la Puerta por los aires.
—¿Con qué?
—El gato de Tom y Jerry lo hizo…
—Es genial que te estrujes el cerebro —dice Mamá—, pero nos hace falta una idea que funcione.
—Una explosión grande de verdad —le digo.
—Si es grande de verdad, nos hará volar por los aires también a nosotros.
Eso no lo había pensado. Me estrujo el cerebro otra vez.
—¡Ya está, Mamá! Podríamos… esperar a que el Viejo Nick venga una noche y entonces le dices: «Ah, mira qué pastel tan rico que hemos hecho, cómete un buen pedazo de nuestro fantástico pastel de Pascua», pero que en realidad sea veneno.
Mamá niega con la cabeza.
—Aunque consiguiéramos envenenarlo, tampoco nos daría la contraseña.
Pienso con tanta fuerza que me duele.
—¿Alguna otra idea?
—Todas te parecen mal.
—Lo siento. Lo siento. Tan sólo procuro ser realista.
—¿Qué ideas son realistas?
—No sé… No sé —Mamá se pasa la lengua por los labios—. Sigo obsesionándome con el momento en que se abre la puerta… Si cronometráramos exactamente esa fracción de segundo, ¿podríamos escaparnos y huir corriendo?
—Sí, ésa es una idea guay.
—Si por lo menos tú pudieras escabullirte, mientras yo le busco la mirada… —Mamá sacude la cabeza—. Ni hablar.
—Sí hablar.
—Te cogería, Jack, te cogería antes de que hubieras llegado a la mitad del patio y… —se calla.
—¿Alguna otra idea? —digo al cabo de un momento.
—Sólo las mismas, dando vueltas y vueltas como ratas en una rueda —dice Mamá apretando los dientes.
¿Por qué las ratas dan vueltas en una rueda? ¿Igual que en una noria?
—Deberíamos preparar un truco ingenioso —le digo.
—¿Como cuál?
—Pues a lo mejor como cuando tú eras una estudiante y él te engañó para que te montaras en su furgoneta, con aquel perro que en realidad no era de verdad.
Mamá suelta el aire.
—Ya sé que intentas ayudar, pero ¿y si te quedas un ratito callado para que yo pueda pensar?
Pero si estábamos pensando, estábamos pensando superfuerte los dos juntos. Me levanto para ir a comerme el plátano con el trozo marrón más grande. Las partes marrones son las más dulces.
—¡Jack! —Mamá tiene los ojos enormes y se pone a hablar superrápido—. Eso que has dicho del perro es una idea brillante, ¡en serio! ¿Por qué no fingimos que estás enfermo?
Primero me hago un lío, pero poco a poco lo entiendo.
—¿Igual que el perro que al final no existía?
—Exacto. Cuando el Viejo Nick entre, podría decirle que te has puesto muy enfermo.
—¿Qué enfermedad podría tener?
—No sé, tal vez un resfriado muy, muy malo —dice Mamá—. A ver, prueba a toser mucho.
Toso y toso; ella escucha.
—Mmm —dice.
Creo que no me ha salido muy bien. Toso más fuerte, hasta que siento como si se me rasgara la garganta.
Mamá niega con la cabeza.
—Olvídate de la tos.
—Aún puedo hacerla más fea…
—Lo haces estupendamente, pero se nota que es de mentira.
Suelto la tos más grande y horrible del mundo.
—No sé —dice Mamá—, a lo mejor es porque es muy difícil fingir tos. De todos modos… —se da una palmada en la cabeza—. Soy tonta.
—No, no eres tonta —le froto donde se ha golpeado.
—Tiene que ser algo que te haya pegado el Viejo Nick, ¿entiendes? Es el único que trae aquí los microbios, y no ha estado resfriado. No, nos hace falta… ¿Una comida que te haya sentado mal? —mira con furia los plátanos—. ¿La E. coli? ¿Eso te puede dar fiebre?
Se supone que Mamá no es quien me pregunta las cosas, sino que ella las sabe.
—Una fiebre mala de verdad, como para que no puedas hablar ni tenerte en pie…
—¿Por qué sin hablar?
—Porque si no hablas, será más fácil fingir. Sí —dice Mamá, con los ojos brillantes—, le diré: «Tienes que llevar a Jack al hospital en la camioneta para que los médicos le den la medicina apropiada».
—Entonces, ¿iré montado en la camioneta marrón?
Mamá asiente.
—Hasta el hospital.
No me puedo creer que sea verdad. Pero entonces me acuerdo del planeta de la tele donde salen los médicos.
—No quiero que me hagan una raja.
—Cariño, los médicos no te harán nada, porque en realidad a ti no te pasará nada, ¿te acuerdas? —me acaricia el hombro—. Sólo es un truco para nuestra Gran Evasión. El Viejo Nick te llevará en brazos al hospital, y al primer médico que veas, o enfermera o lo que sea, le gritas «Ayuda».
—Eso puedes gritarlo tú.
Creo que no me ha oído. Luego dice:
—Yo no voy a estar en el hospital.
—¿Dónde estarás?
—Aquí mismo, en la Habitación. No creo que me deje acompañarlo.
Pues tengo una idea mejor.
—Podrías hacer ver que tú también estás enferma, como aquella vez que tuvimos diarrea al mismo tiempo, y entonces nos llevará a los dos en la furgoneta.
Mamá se muerde el labio.
—No se lo tragará. Sé que te resultará raro ir tú solo, pero yo te hablaré sin parar para que me oigas todo el rato dentro de tu cabeza, te lo prometo. ¿Te acuerdas de cuando Alicia va cayendo, cayendo, cayendo, mientras por dentro va hablándole a su gata Dina?
Mamá no estará en mi cabeza de verdad. Me duele la barriga sólo de pensarlo.
—Este plan no me gusta.
—Jack…
—Es una mala idea.
—Mira, en realidad…
—No voy a ir al Exterior sin ti.
—Jack…
—Nanay de la China, nanay de la China, nanay de la China.
—De acuerdo, tranquilízate. Olvídalo.
—¿En serio?
—Sí, no tiene sentido intentarlo si no estás preparado.
Todavía suena enfurruñada.
Hoy ya es abril, así que me pongo a inflar un globo. Quedan tres: rojo, amarillo y otro amarillo, así que elijo amarillo para que quede aún uno de cada color para el mes que viene. Lo inflo y lo suelto por la Habitación muchas veces, me gusta el ruido de pedorreta que hace. Es difícil decidirse a hacer el nudo, porque después el globo ya no sale disparado cuando lo suelto y solamente vuela lento. Pero para jugar a Tenis Globo hay que hacer el nudo, así que lo inflo tres veces más para que haga pedorretas voladoras y luego hago el nudo, aunque al principio se me queda el dedo en medio sin querer. Cuando está bien atado, Mamá y yo jugamos a Tenis Globo. De las siete partidas gano cinco.
—¿Quieres un poquito? —me dice Mamá.
—De la izquierda, por favor —le digo subiéndome a la Cama.
Hay poquita, pero riquísima.
Creo que me quedo dormido un ratito, aunque de pronto Mamá me está hablando al oído.
—¿Te acuerdas de que se escapan de los nazis arrastrándose por un túnel oscuro? Uno por uno.
—Sí.
—Así es como lo haremos cuando estés preparado.
—¿Por qué túnel? —miro por todas partes a mi alrededor.
—Como ellos por el túnel, pero en nuestro caso no será un túnel de verdad. Lo que quiero decir es que los prisioneros tenían que ser muy valientes y escapar uno por uno.
Digo que no con la cabeza.
—He estado dándole vueltas y estudiándolo desde todos los ángulos, y es el único plan que puede funcionar —a Mamá le brillan demasiado los ojos—. Tú eres mi príncipe JackerJack, mi niño valiente. Tú irás al hospital primero, y luego volverás aquí con la policía, ¿entiendes?
—¿Me van a arrestar?
—No, no, nos ayudarán. Tú los traerás aquí de nuevo para rescatarme y luego ya estaremos siempre juntos.
—Yo no puedo rescatarte —le digo—, sólo tengo cinco años.
—Pero tienes superpoderes —me dice Mamá—. Tú eres el único que puede hacer esto. ¿Lo harás?
No sé qué decir, pero ella sigue esperando.
—Vale.
—¿Eso es un sí?
—Sí.
Me da un beso enorme.
Salimos de la Cama y nos tomamos una tarrina de mandarinas cada uno.
Nuestro plan tiene algunas partes difíciles, Mamá no deja de pensar en ellas y de decir «oh, no». Pero luego siempre encuentra una manera de arreglarlo.
—La policía no sabe la contraseña secreta —le digo.
—Ya pensarán en algo.
—¿En qué?
Se restriega un ojo.
—No sé… ¿Un soplete?
—¿Qué es…?
—Es una herramienta de la que sale una llama, y con eso se podría quemar la puerta hasta abrirla.
—Podríamos fabricarnos uno —le digo, dando saltos—. Podríamos…, podríamos coger el frasco de vitaminas con la cabeza de dragón y ponerlo encima de la Cocina y encenderla hasta que se prenda fuego, y…
—Y quemarnos vivos —dice Mamá. Pero no de broma.
—Pero…
—Jack, esto no es un juego. Vamos a repasar otra vez el plan…
Me acuerdo de todas las partes, pero sigo entendiéndolas al revés.
—Mira, es lo mismo que pasa en Dora —dice Mamá—, cuando primero se va a un sitio, y luego a un segundo lugar para llegar a un tercero. En nuestro caso es: Camioneta. Hospital. Policía. ¿Lo repites?
—Camioneta. Hospital. Policía.
—O en realidad más bien son cinco pasos. Enfermo. Camioneta. Hospital. Policía. Salvar a Mamá.
—Camioneta…
—Enfermo.
—Enfermo —repito.
—Hospital… No, perdón, Camioneta. Enfermo, Camioneta…
—Enfermo, Camioneta, Hospital, Salvar a Mamá.
—Te has olvidado de Policía —me dice—. Cuenta con los dedos. Enfermo, Camioneta, Hospital, Policía, Salvar a Mamá.
Contamos una y otra vez. Hacemos un mapa en el papel de renglones y le ponemos dibujos. En el de enfermo salgo yo con los ojos cerrados y la lengua colgando de la boca; luego está una camioneta marrón; luego, una persona con una bata blanca larga que significa médicos; luego, un coche de policía con la sirena encendida; luego, Mamá saludando y sonriendo porque está libre, con el soplete que saca fuego como un dragón. Siento la cabeza cansada, pero Mamá dice que tenemos que ensayar un poco lo de estar enfermo, porque es lo más importante.
—¿Por qué?
—Porque si el Viejo Nick no se lo cree, todo lo demás no pasará. Tengo una idea: haremos que se te ponga la frente muy caliente y dejaremos que te toque.
—No.
—No pasa nada, no te quemaré…
No lo entiende.
—No quiero que él me toque.
—Ah —dice Mamá—. Sólo una vez, te lo prometo, y yo estaré a tu lado.
Sigo negando con la cabeza.
—Sí, eso podría funcionar —dice—. A lo mejor podrías tumbarte al lado del conducto de ventilación… —se arrodilla y pone la mano debajo de la Cama, cerca de la Pared de la Cama, pero luego arruga la frente y dice—: No está lo bastante caliente. Y… ¿ponerte una bolsa de agua bien caliente en la frente justo antes de que llegue? Estarás en la cama, y cuando oigamos el piii, piii de la puerta, escondo la bolsa de agua.
—¿Dónde?
—Eso no importa.
—Sí que importa.
Mamá me mira.
—Tienes razón, hemos de tener en cuenta todos los detalles para que nada nos estropee el plan. Tiraré la bolsa de agua debajo de la cama, ¿de acuerdo? Entonces, cuando el Viejo Nick te toque la frente estará supercaliente. ¿Quieres que lo probemos?
—¿Con la bolsa de agua?
—No, de momento sólo meterte en la cama y practicar estar muy tirado, como cuando jugamos a Cadáver.
En eso soy muy bueno, dejo que la boca me cuelgue abierta. Mamá hace como que es él, con una voz ronquísima. Me pone una mano encima de las cejas.
—Ostras, está ardiendo —dice con brusquedad.
Se me escapa la risa.
—Jack.
—Perdón —me quedo tumbado superquieto.
Practicamos un montón, hasta que ya estoy harto de estar enfermo de mentira y Mamá me deja descansar.
Hay perritos calientes para cenar. Mamá casi no come del suyo.
—Entonces, ¿te acuerdas del plan? —me pregunta.
Digo que sí con la cabeza.
—A ver, cuéntamelo.
Me trago el final del bollo.
—Enfermo, Camioneta, Hospital, Policía, Salvar a Mamá.
—Estupendo. Entonces, ¿estás listo?
—¿Para qué?
—Para nuestra Gran Evasión. Esta noche.
No sabía que iba a ser esta noche. Antes ha dicho «cuando estés preparado», pero no lo estoy.
—¿Por qué es esta noche?
—Ya no quiero esperar más. Después de que cortara la luz…
—Pero anoche la hizo volver.
—Sí, al cabo de tres días. Y la planta se ha muerto de frío, ¿quién sabe lo que puede hacer mañana? —Mamá se pone de pie y recoge su plato, está casi chillando—. Parece humano, pero dentro no hay nada.
Huy, qué lío.
—¿Igual que un robot?
—Peor.
—Una vez salió un robot en Bob y sus amigos…
Mamá me corta.
—¿Sabes lo que es el corazón, Jack?
—Pum, pum —le señalo dónde está en mi pecho.
—No, el lugar de los sentimientos, donde uno está triste o asustado, o se ríe y todo eso.
Eso es más abajo, creo que yo lo tengo en la barriga.
—Bueno, pues él eso no lo tiene.
—¿Barriga?
—El lugar de los sentimientos —dice Mamá.
Me miro la barriga.
—Y entonces, ¿qué tiene?
Ella se encoge de hombros.
—Solamente un agujero.
¿Como un cráter? Un cráter es un agujero donde ha pasado algo. ¿Qué es lo que ha pasado en el suyo?
Aún no entiendo qué tiene que ver que el Viejo Nick sea un robot con que tengamos que hacer el plan ingenioso esta noche.
—Lo hacemos otra noche.
—Vale —dice Mamá, y se deja caer en la silla.
—¿Vale?
—Sí —se frota la frente—. Lo siento, Jack, ya sé que te estoy metiendo prisa. He tenido mucho tiempo para pensar en todo esto, y en cambio para ti todo es nuevo.
Digo que sí con la cabeza todo el rato.
—Supongo que un par de días más no cambian mucho las cosas. Siempre y cuando no le dé motivos para enfadarse —me sonríe—. ¿A lo mejor dentro de un par de días?
—A lo mejor cuando tenga seis años.
Mamá me mira fijamente.
—Sí, cuando tenga seis años seguro que podré engañarlo y salir al Exterior.
Mamá esconde la cara entre los brazos.
Tiro de ella.
—Déjame.
Cuando la levanta de nuevo, es una cara que da miedo.
—Dijiste que ibas a ser mi superhéroe.
No me acuerdo de haber dicho eso.
—¿No quieres escapar?
—Sí. Pero no tanto.
—¡Jack!
Miro el último trozo de perrito caliente que me queda, pero no lo quiero.
—Mejor nos quedamos aquí.
—Se nos está quedando pequeña.
—¿El qué?
—Esta habitación.
—La Habitación no es pequeña. Mira —me pongo de pie en mi silla y salto con los brazos extendidos y doy vueltas sin chocarme con nada.
—Ni siquiera te das cuenta de lo que te está haciendo —habla con voz temblorosa—. Necesitas ver cosas, tocarlas.
—Eso ya lo hago.
—Más cosas, cosas distintas. Necesitas más espacio. Hierba. Pensé que querías conocer a la abuela y al abuelo y al tío Paul, ir a los columpios del parque, tomar helados…
—No, gracias.
—Muy bien, olvídalo.
Mamá se quita la ropa y se pone la camiseta de dormir. Yo hago lo mismo. Está tan furiosa conmigo que no me dice nada. Le hace un nudo a la bolsa de la basura y la pone junto a la Puerta. Hoy no hay ninguna lista.
Nos cepillamos los dientes. Mamá escupe. Tiene restos blancos en la boca. Sus ojos miran a los míos en el Espejo.
—Te daría más tiempo si pudiera —dice—. Lo juro, esperaría todo lo que fuera preciso si creyera que estamos a salvo. Pero no lo estamos.
Me doy la vuelta rápido hacia mi Mamá de verdad, escondo la cara en su barriga. Le dejo un rastro de Pasta de Dientes en la camiseta, pero no le importa.
Nos tumbamos en la Cama y Mamá me da un poco, de la izquierda. No hablamos.
En el Armario no consigo dormirme. Canto en voz baja:
—«John Jacob Jingleheimer Schmidt» —espero. Lo canto otra vez.
Al final Mamá contesta.
—«Su nombre es también mi nombre».
—«Cuando salgo por ahí…».
—«La gente dice siempre de mí…».
—«Ahí va John Jacob Jingleheimer Schmidt…».
Normalmente siempre canta lo del «na na na na na na na», es la parte más divertida, pero esta vez no.
Mamá me despierta, aunque todavía es de noche. Está asomada al Armario, me golpeo el hombro al incorporarme.
—Ven a ver —me susurra.
Nos quedamos de pie al lado de la Mesa y miramos hacia arriba, y de repente ahí está la cara plateada de Dios más redonda y más enorme que he visto. Brilla tanto que ilumina la Habitación entera: los grifos, y el Espejo y los cacharros, la Puerta, hasta las mejillas de Mamá.
—Mira —me susurra—, a veces la luna es un semicírculo, una medialuna, y a veces es sólo una curva fina, como una uña cortada.
—No —eso sólo pasa en la Tele.
Señala hacia arriba, la Claraboya.
—Tú sólo la ves cuando está llena y justo encima de nosotros. Pero cuando salgamos podremos verla más baja en el cielo, cuando va cambiando de forma. E incluso de día —dice Mamá.
—Nanay de la China.
—Te estoy diciendo la verdad. Vas a disfrutar tanto en el mundo… Espera a ver una puesta de sol llena de rosados y lilas.
Bostezo.
—Perdona —dice susurrando de nuevo—. Anda, vente a la cama.
Miro si la bolsa de la basura ha desaparecido ya, y veo que sí.
—¿Ha venido el Viejo Nick?
—Sí. Le he dicho que andabas medio pachucho. Con calambres, diarrea —la voz de Mamá casi parece risa.
—¿Por qué le has…?
—Así empezará a creerse nuestro truco. Mañana por la noche será cuando lo hagamos.
Arranco mi mano de la suya.
—No deberías haberle dicho eso.
—Jack…
—Mala idea.
—Es un buen plan.
—Es un plan estúpido de tarugo.
—Pues es el único que tenemos —dice Mamá muy fuerte.
—Pero te dije que no.
—Sí, y antes de eso dijiste que a lo mejor, y antes dijiste que sí.
—Eres una tramposa.
—Soy tu madre —Mamá está casi rugiendo—. Eso significa que a veces tengo que decidir por los dos.
Nos metemos en la Cama. Me acurruco como un caracol, y Mamá se pone detrás de mí.
Ojalá tuviéramos esos guantes especiales de boxeo para el Gusto del Domingo, así podría pegarle sin hacerle daño.
Me despierto asustado, y el susto no se me pasa.
Mamá no deja que tiremos de la cadena después de hacer caca: la rompe toda con el mango de la Cuchara de Palo hasta que parece sopa de caca, huele que apesta.
No jugamos a nada, solamente practicamos estar tirado como un muñeco de trapo sin decir ni una palabra. Me siento un poco enfermo de verdad, Mamá dice que es nada más el poder de sugestión.
—Eres tan bueno fingiendo que te estás engañando incluso a ti mismo.
Me preparo otra vez la mochila, que en realidad es la funda de mi almohada; meto el Mando y mi Globo Amarillo, pero Mamá dice que no.
—Si te llevas algo, el Viejo Nick se dará cuenta de que te estás escapando.
—A lo mejor podría esconderme el Mando en el bolsillo de los pantalones.
Mamá sacude la cabeza.
—Nada más llevarás la camiseta de dormir y la ropa interior, porque eso es lo que llevarías si realmente estuvieras ardiendo de fiebre.
Pienso en el Viejo Nick llevándome hasta la camioneta, y me mareo como si fuera a caerme.
—Lo que pasa es que estás asustado —dice Mamá—, pero lo que vas a hacer es de valientes.
—¿Eh?
—Asustado-valiente.
—Asustiente.
Los sándwiches de palabras siempre la hacen reír, pero hoy yo no quería ser gracioso.
De comer hay caldo de ternera, pero yo sólo mojo las galletas saladas.
—¿Qué parte es la que te preocupa ahora mismo? —me pregunta Mamá.
—La del hospital. ¿Y si no me salen las palabras correctas?
—Todo lo que tienes que hacer es contarles que tu madre está encerrada y que el hombre que te trajo es quien la tiene presa.
—Pero las palabras…
—¿Qué? —espera a que siga hablando.
—¿Y si no me sale nada de nada?
Mamá apoya la boca en los dedos.
—Siempre me olvido de que no has hablado nunca con nadie más que conmigo.
Espero a ver qué más dice. Mamá saca todo el aire, resoplando.
—Te diré qué es lo que haremos, tengo una idea. Escribiré una nota para que la guardes escondida, una nota que lo explique todo.
—Súper.
—Simplemente se la das a la primera persona… No a un paciente, claro, sino a la primera persona que veas con uniforme.
—¿Y qué hará esa persona con la nota?
—Pues leerla, claro.
—¿Las personas de la Tele saben leer?
Mamá me mira fijamente.
—Son gente de verdad, ¿recuerdas? Igual que nosotros.
Eso aún no me lo creo, pero no lo digo.
Mamá escribe la nota en un trozo de papel con renglones. Es un cuento donde salimos nosotros y la Habitación, y pone: «Por favor, manden ayuda urgentemente», que significa superrápido. Cerca del principio hay dos palabras que no había visto nunca antes, y Mamá me dice que son su nombre y su apellido, igual que las personas de la Tele, que es como todo el mundo la llamaba en el Exterior. Yo soy el único que la llama Mamá.
Me duele la barriga, no me gusta que tenga otros nombres que yo nunca he sabido.
—¿Y yo, tengo otros nombres?
—No, tú eres siempre Jack. Ah, pero… supongo que también tienes un apellido —señala la segunda palabra.
—¿Para qué?
—Bueno, para que se sepa que tú no eres el mismo que todos los demás Jack que hay en el mundo.
—¿Qué otros Jack? ¿Los que salen en los cuentos?
—No, niños de verdad —dice Mamá—. Ahí fuera hay millones de personas, y como no hay tantos nombres distintos, deben compartirlos.
No quiero compartir mi nombre con nadie. Me duele mucho la barriga. No tengo bolsillo, así que me guardo la nota debajo de la ropa interior, aunque rasca un poco.
La luz va desapareciendo poco a poco. Ojalá que el día durase más y no llegara la noche.
Son las 08:41 y estoy en la Cama practicando. Mamá ha llenado la bolsa con agua bien, bien caliente y la ha atado para que no se vierta; la mete en otra bolsa y a ésa también le hace un nudo.
—Ay —trato de apartarme.
—¿Te molesta en los ojos? —vuelve a ponérmela en la cara—. Tiene que estar caliente o no funcionará.
—Pero me duele.
—Venga, un minuto más.
Levanto los puños y me tapo con ellos.
—Tienes que ser tan valiente como el príncipe JackerJack —dice Mamá—, porque si no, esto no saldrá bien. A lo mejor debería decirle al Viejo Nick que ya estás mejor, ¿es eso lo que quieres?
—No.
—Apuesto a que Jack el Matagigantes se pondría una bolsa caliente en la cara si no le quedara más remedio. Vamos, sólo un poco más.
—Déjame hacerlo a mí —pongo la bolsa encima de la almohada, arrugo la cara y la meto en lo caliente. La levanto de vez en cuando para descansar un poco, y Mamá me toca la frente o las mejillas y dice: «Hirviendo». Y luego me hace enterrar la cara otra vez. Lloro un poquito, no por el calor, sino por que venga el Viejo Nick, por si va a venir esta noche. No quiero, creo que me voy a poner malo de verdad verdadera. No dejo de escuchar por si oigo el piii, piii. Ojalá que no venga, porque no estoy asustiente, sino asustado nada más.
Voy corriendo al Váter y vuelvo a hacer caca. Mamá la remueve otra vez. Quiero tirar de la cadena pero me dice que no, que la Habitación tiene que oler mal, como si hubiera estado todo el día con diarrea.
Cuando vuelvo a meterme en la Cama me da unos besos en la nuca.
—Lo estás haciendo estupendamente, llorar va muy bien —me dice.
—¿Por qué?
—Porque hace que parezcas más enfermo. Vamos a hacerte algo en el pelo… Se me tendría que haber ocurrido antes —se unta un poco de lavavajillas en las manos y me lo frota con fuerza por la cabeza—. Así parece grasiento, perfecto. Ay, pero huele demasiado bien, tienes que oler peor —va corriendo a mirar otra vez el Reloj—. Se nos acaba el tiempo —dice, está temblorosa—. Soy una idiota, tienes que oler mal, de verdad que tienes… Espera un momento.
Se inclina encima de la Cama, hace una tos rara y se mete los dedos en la boca. No deja de hacer ese ruido raro. Entonces le sale algo por la boca, parece saliva, pero más espesa. Veo trozos de los palitos de pescado que hemos cenado.
Empieza a esparcirlo por la almohada y por mi pelo.
—¡Déjame! —chillo intentando escabullirme.
—Perdona, tengo que hacerlo —Mamá tiene una mirada extraña y brillante. Está untándome la camiseta con el vómito, y hasta la boca. Huele horrible, una peste venenosa que se me mete por la nariz—. Pon otra vez la cara encima de la bolsa caliente.
—Pero…
—Vamos, Jack, deprisa.
—Quiero que esto se termine ahora mismo.
—No es un juego, no podemos terminarlo. Vamos, hazlo.
Estoy llorando por la peste y por tener la cara hundida en la bolsa de agua caliente, creo que se me va a derretir.
—Eres mala.
—Tengo una buena razón —dice Mamá.
Piiii, piiii. Piiii, piiii.
Mamá saca la bolsa de un tirón, siento que me arranca la piel de la cara.
—Chsss —me cierra los ojos con la mano, me aplasta la cara contra la almohada asquerosa, tira del Edredón para taparme la espalda.
El aire frío entra con él.
—Menos mal que has llegado —dice Mamá enseguida.
—No grites —dice el Viejo Nick en voz baja, como con un gruñido.
—Es que…
—Chsss —otro piii, piii, y luego el pum—. Ya sabes lo que tienes que hacer —dice—, no quiero que píes hasta que esté la puerta cerrada.
—Perdona, perdona. Es que Jack está muy mal —la voz de Mamá tiembla, y por un momento casi me lo creo. Haciendo cuento es aún mejor que yo.
—Aquí apesta.
—Es porque ha estado vomitando y con unas diarreas terribles.
—Seguramente será uno de esos virus de un día.
—Lleva así más de treinta horas. Tiene escalofríos, está ardiendo…
—Dale una de esas pastillas para el dolor de cabeza.
—¿Qué crees que he estado intentando todo el día? Las vomita al momento. No retiene ni el agua.
El Viejo Nick resopla.
—Deja que le eche un vistazo.
—No —dice Mamá.
—Venga, quita de en medio…
—No, he dicho que no…
No muevo la cabeza de la almohada, está pegajosa. Tengo los ojos cerrados. El Viejo Nick está ahí, justo al lado de la Cama, puede verme. Siento su mano en la mejilla y se me escapa un ruido, porque estoy asustadísimo, Mamá dijo que me tocaría la frente, pero no, me toca la mejilla, y su mano no es como la de Mamá, sino fría y pesada.
Luego la quita.
—Le traeré algo más fuerte de la farmacia de guardia.
—¿Algo más fuerte? Si sólo tiene cinco años, está totalmente deshidratado, con una fiebre de Dios sabe qué —Mamá está gritando; no debería gritar, el Viejo Nick se va a poner furioso.
—Anda, cállate un segundo y déjame pensar.
—Hay que llevarle a urgencias ahora mismo, eso es lo que necesita, y lo sabes.
El Viejo Nick deja escapar un ruido, no sé lo que significa.
Mamá pone voz como de llanto.
—Si no lo llevas ahora, se… podría…
—Basta de histerismos —dice él.
—Por favor. Te lo suplico.
—Nanay.
Por poco digo «de la China». Lo pienso, pero no lo digo; no digo nada, sólo me quedo como muerto, ido.
—Sólo tienes que decirles que es un extranjero sin papeles —dice Mamá—. No está en condiciones de decir una sola palabra, puedes traerlo directamente en cuanto lo rehidraten un poco… —su voz se mueve tras él—. Por favor, haré cualquier cosa que me pidas.
—Contigo no valen las palabras —suena como si estuviera lejos, cerca de la Puerta.
—No te vayas. Por favor, por favor…
Algo cae al Suelo. Estoy tan asustado que no voy a abrir los ojos nunca más.
Oigo los gemidos de Mamá. El piii, piii. Pum, la Puerta se cierra. Estamos solos.
Todo se queda en silencio. Me cuento los dientes cinco veces; todas las veces me salen veinte, menos una vez que salen diecinueve, pero cuento de nuevo hasta que vuelven a ser veinte. Miro de reojo. Luego levanto la cabeza de la almohada apestosa.
Mamá está sentada en la Alfombra, con la espalda apoyada en la Pared de la Puerta. Tiene la mirada perdida.
—¿Mamá? —digo en un susurro. Pone una cara rarísima, una especie de sonrisa—. ¿He estropeado el truco?
—No, de ninguna manera. Has estado sensacional.
—Pero no me ha llevado al hospital.
—No pasa nada —Mamá se levanta y moja un trapo en el Lavabo, y luego viene a limpiarme la cara.
—Pero tú dijiste… —después de tener la cara ardiendo, del vómito, de que él me tocara—. Enfermo, Camioneta, Hospital, Policía, Salvar a Mamá.
Mamá asiente con la cabeza, me levanta la camiseta y me limpia el pecho.
—Ése era el plan A, merecía la pena intentarlo. Pero, como me imaginaba, el Viejo Nick estaba demasiado asustado.
Lo ha entendido al revés.
—¿Que él estaba asustado?
—Por si les contabas a los médicos que estamos encerrados en esta habitación y la policía entonces lo metiera en prisión. Tenía la esperanza de que asumiera ese riesgo si creía que tu vida corría peligro, pero la verdad es que nunca pensé que fuera a hacerlo.
Ajá, ya lo entiendo.
—Me has engañado —le chillo—, no he podido ni subirme a la camioneta marrón.
—Jack —me dice. Me aprieta contra su cuerpo, sus huesos se me clavan en la cara.
La empujo y me aparto.
—Dijiste que ya no habría más mentiras y que ahora estabas desmintiéndolo todo, pero luego vas y mientes otra vez.
—Lo hago lo mejor que puedo —dice Mamá.
Me chupo el labio.
—Escucha. ¿Me escuchas un momento?
—Estoy harto de escucharte.
Dice que sí con la cabeza.
—Ya lo sé, pero escúchame de todos modos. Hay un plan B. El plan A en realidad era la primera parte del plan B.
—No me lo habías dicho.
—Es bastante complicado. Llevo varios días dándole vueltas.
—Bueno, pues si me lo hubieras dicho, yo habría podido darle vueltas contigo. Que no soy tonto.
—Claro que no.
—Soy mucho más listo que tú.
—Eso es verdad. Pero no quería que tuvieras los dos planes en la cabeza al mismo tiempo, para que no te hicieras un lío.
—Ya estoy hecho un lío. Cien por cien hecho un lío.
Me besa a través del pelo, que está todo pegajoso.
—Deja que te cuente el plan B.
—Vale.
Estoy temblando porque voy sin camiseta. Encuentro una limpia en la Cajonera, una azul.
Nos metemos en la Cama, hay una peste horrible. Mamá me enseña a respirar por la boca, porque las bocas no huelen.
—¿Nos tumbamos con la cabeza en los pies?
—Una idea brillante —dice Mamá.
Quiere ser cariñosa, pero que no se crea que voy a perdonarla.
Ponemos los pies del lado de la pared apestosa, y del otro la cara.
Creo que no voy a dormirme nunca.
Ya son las 08.21, he dormido mucho y ahora estoy tomando un poco, la izquierda es supercremosa. El Viejo Nick no ha vuelto, o eso creo.
—¿Hoy es sábado? —pregunto.
—Pues sí.
—Qué guay, toca lavarnos el pelo.
Mamá sacude la cabeza.
—No puedes oler a limpio.
Por un momento me había olvidado.
—¿Qué es?
—¿El qué?
—El plan B.
—¿Estás listo para escucharlo ahora? —no digo nada—. Bueno, allá va —Mamá se aclara la garganta—. Le he dado vueltas y vueltas desde todos los ángulos, y creo que podría funcionar. No lo sé, no puedo estar segura, parece una locura y sé que es increíblemente peligroso, pero…
—Dímelo y ya está —le pido.
—Vale, vale —coge aire hondo—. ¿Te acuerdas del conde de Montecristo?
—Al que encerraron en una mazmorra en una isla.
—Sí, pero ¿te acuerdas de cómo salió de allí? Se hizo pasar por su amigo muerto, se escondió en la mortaja y los guardias lo tiraron al mar. Pero el conde no se ahogó, sino que se liberó y se escapó nadando.
—Cuenta el resto del cuento.
Mamá sacude la mano.
—Eso no importa. La cuestión es, Jack, que eso es lo que vamos a hacer.
—¿Tirarme al mar?
—No, escapar igual que el conde de Montecristo.
Otra vez estoy hecho un lío.
—Yo no tengo un amigo muerto.
—Me refiero a que irás disfrazado de muerto —la miro sin pestañear—. En realidad se parece más a una obra que vi en el instituto. Una chica llamada Julieta, para escaparse con el chico al que quería, fingió estar muerta tomando una medicina, y luego, unos días después, se despertó. Tachán.
—No, eso lo hizo el Niño Jesús.
—Eh…, no exactamente —Mamá se frota la frente—. Él pasó tres días muerto de verdad, y después volvió a la vida. Tú no vas a estar muerto en ningún momento, sólo vas a fingirlo, lo mismo que la chica de la obra de teatro.
—No sé cómo fingir que soy una chica.
—No, tienes que fingir que estás muerto —la voz de Mamá suena un poco refunfuñona.
—No tenemos ninguna mortaja.
—Ajá, pero vamos a usar la alfombra.
Miro al Suelo, donde está la Alfombra, toda llena de dibujos en zigzag rojos, negros y marrones.
—Cuando el Viejo Nick vuelva, esta noche, o mañana por la noche, o cuando sea… voy a decirle que estás muerto, voy a enseñarle la alfombra enrollada contigo dentro.
Es el disparate más grande que he oído nunca.
—¿Por qué?
—Porque a tu cuerpo no le quedaba el agua necesaria, y supongo que la fiebre te ha parado el corazón.
—No, ¿por qué en la Alfombra?
—Ah —dice Mamá—, inteligente pregunta. Será tu disfraz, para que no se dé cuenta de que en realidad estás vivo. Mira, ayer lo hiciste de maravilla fingiendo estar malito, pero hacerte pasar por muerto es mucho más difícil. Si se da cuenta de que respiras, aunque sea una sola vez, sabrá que estás vivo. Además, la gente cuando se muere se queda fría.
—Podríamos usar una bolsa de agua fría…
Sacude la cabeza.
—Fríos por todo el cuerpo, no sólo la cara. Ah, y además se quedan rígidos, así que tendrás que tumbarte igual que si fueras un robot.
—¿No como un muñeco de trapo?
—Todo lo contrario a un muñeco de trapo.
Pero quien se parece a un robot es él, el Viejo Nick, porque yo tengo corazón.
—Así que creo que envolverte en la alfombra es la única manera de evitar que se dé cuenta de que en realidad estás vivo. Entonces le diré que tiene que llevarte a algún sitio y enterrarte.
Me empieza a temblar la boca.
—¿Por qué va a enterrarme?
—Porque los cuerpos muertos empiezan a oler mal enseguida.
La Habitación huele bastante mal hoy por no haber tirado de la cadena y por la almohada vomitada y todo eso.
—«Los gusanos rastreros reptan por el suelo…».
—Exacto.
—No quiero que me entierren y quedarme todo pegajoso con los gusanos caminándome a rastras por encima.
Mamá me acaricia la cabeza.
—Sólo es un truco, ¿te acuerdas?
—Como un juego.
—Pero no divertido. Un juego serio.
Hago que sí con la cabeza. Me parece que estoy a punto de echarme a llorar.
—Créeme —dice Mamá—, si pensara que hay alguna otra cosa que pudiera tener una maldita posibilidad… —no sé lo que es una maldita posibilidad. Espero, pero Mamá no acaba la frase. Luego sale de la Cama y dice—: Bueno, deja que te explique cómo va a ir, y verás como así no estarás tan asustado. El Viejo Nick marcará los números para que la puerta se abra, y luego te sacará de la habitación enrollado en la alfombra.
—¿Tú también estarás en la Alfombra? —ya sé la respuesta, pero pregunto por si acaso.
—Estaré aquí mismo, esperando —dice Mamá—. Te llevará hasta su camioneta, te pondrá en la parte de atrás, en la parte abierta…
—Yo también me quiero quedar aquí esperando.
Me pone el dedo en la boca para hacerme callar.
—Y ésa es tu oportunidad.
—¿Cuál?
—¡La camioneta! La primera vez que se pare en una señal de Stop, te escabullirás de la alfombra, saltarás a la calle, echarás a correr y traerás a la policía para que me rescate —la miro fijamente—. Así que esta vez el plan es: Muerto, Camioneta, Correr, Policía, Salvar a Mamá. ¿Lo repites?
—Muerto, Camioneta, Correr, Policía, Salvar a Mamá.
Tomamos el desayuno, ciento veinticinco cereales cada uno porque necesitamos fuerzas extras. No tengo hambre, pero Mamá dice que tengo que comérmelos todos.
Luego nos vestimos y practicamos el muerto. Me parece que es la Gimnasia más rara a la que hemos jugado nunca. Me tumbo en el borde de la Alfombra y Mamá me envuelve y me dice que me ponga boca abajo, luego boca arriba, luego boca abajo y al final boca arriba otra vez, hasta que estoy embutido como un salchichón. Dentro de la Alfombra huele raro, a polvo y a algo más, distinto del olor que tiene cuando solamente me tumbo encima.
Mamá me levanta, estoy aplastado. Dice que soy como un paquete alargado y pesadísimo, pero que el Viejo Nick me levantará sin problemas porque tiene más músculos.
—Te llevará en brazos por el patio trasero hasta el garaje, lo más seguro, así… —siento que damos vueltas por la Habitación. Tengo el cuello agarrotado, pero no me muevo ni un pelo—. O a lo mejor te cargará al hombro, así… —me levanta más, gruñe, siento que me aprieta por la cintura.
—¿Es un camino muy largo?
—¿Cómo?
Mis palabras se pierden dentro de la Alfombra.
—Un momento —dice Mamá—. Se me ocurre que tal vez te deje en el suelo un par de veces, para abrir las puertas —me apoya en el Suelo, con la cabeza por delante.
—Ay.
—Pero tú no harás ningún ruido, ¿vale?
—Perdona.
La Alfombra se me pega a la cara, me da picor en la nariz, pero no llego a rascármela.
—Te echará en la plataforma de la camioneta, así.
Me deja caer, pumba. Me muerdo el labio para no gritar.
—Quédate rígido, rígido, rígido como un robot, pase lo que pase, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Porque si te quedas flojo, o te mueves o haces un solo sonido, Jack, si haces cualquiera de esas cosas por equivocación, sabrá que en realidad estás vivo, y se enfadará tanto que…
—¿Qué? —espero—. Mamá, ¿qué hará?
—No te preocupes, va a creer que estás muerto.
¿Cómo lo sabe seguro?
—Entonces se montará en la cabina de la camioneta y empezará a conducir.
—¿Hacia dónde?
—Ah, fuera de la ciudad, lo más probable. A algún lugar donde nadie pueda verlo cavando un agujero. Un bosque o algo por el estilo. Pero la cuestión es que en cuanto ponga en marcha el motor sentirás un zumbido fuerte y una sacudida constante, así… —me hace una pedorreta a través de la Alfombra; las pedorretas me dan risa, pero ahora no—. Ésa es la señal para que empieces a soltarte. ¿Quieres intentarlo?
Me retuerzo, pero no puedo; me aprieta demasiado.
—Estoy encallado. Estoy encallado, Mamá.
Me desenrolla enseguida. Respiro aire a montones.
—¿Mejor?
—Mejor.
Me sonríe, pero con una sonrisa rara que no parece de verdad. Luego me enrolla de nuevo, no tan apretado.
—Aún me aplasta.
—Perdona, no creí que la alfombra fuera tan rígida. Espera un momento —Mamá me desenrolla de nuevo—. A ver, intenta doblar los brazos sacando un poco los codos para hacerte sitio.
Esta vez, cuando Mamá me enrolla con los brazos doblados, puedo sacarlos por encima de la cabeza, y asomo los dedos por el borde de la Alfombra.
—Estupendo. Trata ahora de reptar hacia arriba, como si estuvieras en un túnel.
—Me aprieta demasiado —no sé cómo se las ingenió el conde mientras se estaba ahogando—. Déjame salir.
—Espera un minuto.
—¡Déjame salir ahora mismo!
—Si sigues desesperándote así —dice Mamá—, nuestro plan no va a funcionar.
Me echo a llorar otra vez. La Alfombra se humedece al rozarme la cara.
—¡Quiero salir!
La Alfombra se desenrolla, vuelvo a respirar.
Mamá me pone la mano en la cara, pero yo la aparto.
—Jack.
—No.
—Escúchame.
—El plan B es de tarugos.
—Ya sé que da miedo. ¿Crees que no lo sé? Pero tenemos que intentarlo.
—No, no tenemos que hacerlo. Al menos hasta que cumpla seis años.
—Mira, existe una cosa que se llama ejecución hipotecaria.
—¿Qué? —me quedo mirando a Mamá fijamente.
—Es difícil de explicar —suelta el aire de golpe—. En realidad el Viejo Nick no es propietario de su casa, porque la casa es del banco. Y si ha perdido su empleo y no tiene dinero y deja de pagarles, el banco… Los del banco se enfadarán y harán lo posible para quitarle la casa.
Me pregunto cómo un banco puede hacer esas cosas. ¿Con una excavadora gigante, a lo mejor?
—¿Con el Viejo Nick dentro? —pregunto—, ¿igual que Dorothy cuando el tornado arranca su casa y la hace volar por los aires?
—Escucha —Mamá me agarra de los codos con fuerza, casi me duele—. Lo que intento decirte es que nunca consentirá que entre nadie en su casa o en su patio trasero, porque entonces descubrirían esta Habitación, ¿verdad?
—¡Y nos rescatarían!
—No, jamás dejaría que eso ocurriera.
—¿Qué haría?
Mamá se muerde los labios tan dentro que parece que no tiene.
—La cuestión es que tenemos que escapar antes de que eso ocurra. Ahora vas a volver a enrollarte en la alfombra y practicarás un poco más hasta que le cojas el truco a soltarte solo.
—No.
—Jack, por favor…
—¡Tengo mucho miedo! —grito—. ¡No voy a hacerlo nunca jamás y te odio!
Mamá respira raro, se sienta en el Suelo.
—Muy bien.
¿Cómo que muy bien que la odie?
Apoya las manos en la barriga.
—Yo te traje a esta habitación. No quería, pero lo hice, y no lo he lamentado ni una sola vez.
La miro, y ella me mira también.
—Yo te traje aquí, y esta noche voy a hacer que salgas.
—Vale —lo digo muy bajito, pero me oye. Asiente con la cabeza—. Y a ti te sacaremos, con el soplete. Uno por uno, pero los dos juntos.
Mamá sigue asintiendo.
—Pero el que importa eres tú. Solamente tú.
Sacudo la cabeza hasta que se me bambolea, porque no sólo importo yo.
Nos miramos sin sonreír.
—¿Listo para volver a la alfombra?
Digo que sí. Me tumbo, Mamá me enrolla superapretado.
—No puedo…
—Claro que puedes —siento que me da palmaditas a través de la Alfombra.
—No puedo, no puedo.
—¿Me haces el favor de contar hasta cien?
Lo hago, chupado, rapidísimo.
—¿Ves? Ya pareces más tranquilo. Vamos a resolver esto en un santiamén —dice Mamá—. Mmm. Estoy pensando que… si lo de reptar no funciona, tal vez en lugar de eso podrías, no sé, ¿desenrollarte?
—Pero estoy aquí metido.
—Ya lo sé, pero puedes alcanzar el borde con las manos y encontrar la esquina de la alfombra. Probémoslo.
Palpo el borde hasta que llego a algo que acaba en punta.
—Eso es —dice Mamá—. Estupendo, ahora estira. No, así no, hacia el otro lado, ya verás como sientes que se suelta. Igual que si pelaras un plátano.
Lo hago, un poquitín nada más.
—Estás tumbado encima del borde, y por eso lo aplastas con tu peso.
—Perdona —vuelven las lágrimas.
—No tienes que pedir perdón, lo estás haciendo de maravilla. ¿Y si tratas de rodar?
—¿Hacia dónde?
—Hacia donde sientas que se queda más suelto. Poniéndote boca abajo, a lo mejor, y buscando luego otra vez el extremo de la alfombra para tirar de él.
—No puedo.
Lo hago. Consigo sacar un codo fuera.
—Genial —dice Mamá—. Por arriba ya la has aflojado. Eh, ¿y si te sientas? ¿Crees que podrías incorporarte?
Me duele y es imposible.
Consigo enderezarme un poco y tengo ya los codos fuera, y la Alfombra se está aflojando alrededor de mi cara. Puedo sacarla del todo.
—¡Lo he conseguido! —grito—, ¡soy el plátano!
—Eres el plátano —dice Mamá. Me besa la cara, que está toda húmeda—. Ahora vamos a volver a intentarlo.
Cuando estoy tan cansado que tengo que parar, Mamá me cuenta cómo será todo en el Exterior.
—El Viejo Nick irá conduciendo por la calle. Tú estás en la parte de atrás, en la parte abierta de la camioneta, así que no puede verte, ¿de acuerdo? Te agarras bien del borde para no caerte, porque se moverá rápido, así —me coge y me zarandea de un lado a otro—. Entonces, cuando pise el freno, sentirás una especie de… tirón en sentido contrario, a medida que la camioneta aminore la marcha. Eso significa que hay una señal de Stop, donde los conductores deben pararse un momento.
—¿Y él también?
—Claro. Así que en cuanto sientas que la camioneta ya casi no se mueve, es el momento más seguro para saltar hacia un lado.
Al Espacio Exterior. No lo digo, sé que está mal.
—Aterrizarás en el asfalto, estará duro como… —mira alrededor—. Como la cerámica, pero más rugoso. Y entonces corres, corres, corres como GingerJack.
—A GingerJack se la comió la zorra.
—Caramba, mal ejemplo —dice Mamá—. Pero esta vez somos nosotros los pillos que hacemos el truco. «Jack, ten ahínco, Jack, corre raudo…».
—«Jack, salta de un brinco el candelabro».
—Tendrás que correr siguiendo la calle, alejándote de la camioneta superrápido, igual que…, ¿te acuerdas de aquellos dibujos que vimos una vez, el Correcaminos?
—Tom y Jerry, ellos también corren.
Mamá asiente.
—Lo único importante es no dejar que el Viejo Nick te atrape. Ay, pero si puedes, primero tendrías que llegar a la acera, para que no te atropelle un coche. Y también tendrás que gritar, para que alguien te ayude.
—¿Quién?
—No sé, cualquiera.
—¿Quién es Cualquiera?
—Nada más tienes que ir corriendo hasta la primera persona que veas. Aunque será un poco tarde… A lo mejor no hay nadie caminando por la calle —se está mordiendo el pulgar, la uña, pero no le digo que pare—. Si no ves a nadie, tendrás que hacerle señas a un coche para que pare, y decirle a la gente que vaya dentro que a ti y a tu mamá os han secuestrado. O si no hubiera coches… Ay, Dios… Supongo que tendrás que ir corriendo hasta una casa… Cualquier casa que tenga las luces encendidas… y golpear la puerta con los puños tan fuerte como puedas. Pero sólo en una casa que tenga las luces encendidas, que no esté vacía. Y debe ser la puerta principal, ¿sabrás reconocerla?
—La de delante.
—¿Lo probamos ahora? —Mamá espera—. Háblales igual que hablas conmigo. Imagínate que yo soy ellos, ¿qué les dices?
—Yo y tú hemos…
—No, haz como si yo fuera la gente de la casa, o quien vaya en el coche o caminando por la acera, diles que tú y tu Mamá…
Lo intento de nuevo.
—Tú y tu Mamá…
—No, tú dices: «Mi Mamá y yo…».
—Tú y yo…
Da un soplido.
—Bueno, da igual, simplemente dales la nota… ¿La nota sigue aún en lugar seguro?
Miro dentro de mi ropa interior.
—¡Ha desaparecido! —así que me palpo y veo que ha resbalado y se me ha metido en medio del culo. La saco y se la enseño a Mamá.
—Guárdatela delante. Si por casualidad se te cayera, simplemente puedes decirles: «Me han secuestrado». ¿A ver cómo te sale?
—Me han secuestrado.
—Dilo fuerte y claro para que te oigan bien.
—Me han secuestrado —grito.
—Fantástico. Y entonces ellos llamarán a la policía —dice Mamá—, y… supongo que la policía buscará en todos los patios traseros de los alrededores hasta que me encuentren.
No pone cara de estar segura del todo.
—Y te salven con el soplete —le recuerdo.
Practicamos una y otra vez. Muerto, Camioneta, Soltarse, Saltar, Correr, Alguien, Nota, Policía, Soplete. Son nueve cosas. No creo que pueda guardarlas todas a la vez en mi cabeza. Mamá dice que claro que puedo, soy su superhéroe, el señor Cinco.
Ojalá que aún tuviera cuatro años.
Hoy elijo yo la comida porque es un día especial, el último día que estamos en la Habitación. Eso es lo que Mamá dice, pero la verdad es que yo no me lo creo. De repente estoy muerto de hambre: escojo macarrones, perritos calientes y galletas saladas, que son como tres comidas juntas.
Nos pasamos todo el rato jugando a las Damas, pero me está entrando miedo por nuestra Gran Evasión y pierdo dos veces. Ya no quiero jugar más.
Intentamos echar la siesta, pero no podemos dormirnos. Tomo un poco, primero la izquierda, luego la derecha y de nuevo la izquierda, hasta que casi no queda nada.
Ninguno de los dos queremos cenar nada. Tengo que volver a ponerme la camiseta vomitada. Mamá dice que puedo dejarme los calcetines puestos.
—Si no, el asfalto de la calle te hará llagas en los pies —se seca un ojo; después el otro—. Ponte el par más grueso que tengas.
No sé por qué los calcetines la hacen llorar. Voy al Armario y busco la Muela Mala debajo de mi almohada.
—Me la voy a meter en el calcetín.
Mamá dice que no con la cabeza.
—¿Y si se te clava en el pie y te hace una herida?
—No, de verdad, se quedará quietecita ahí en un lado.
Son las 06.13, y eso quiere decir que falta poco para que sea de noche. Mamá dice que ya tendría que estar envuelto en la Alfombra, porque como estoy enfermo posiblemente hoy el Viejo Nick venga antes.
—Todavía no.
—Bueno…
—Por favor, no.
—Mira, quédate aquí sentado, ¿de acuerdo? Para que pueda enrollarte rápido si hace falta.
Repetimos el plan una y otra vez para que practique los nueve pasos. Muerto, Camioneta, Soltarse, Saltar, Correr, Alguien, Nota, Policía, Soplete.
No dejo de darme sustos cada vez que oigo el piii, piii, pero no es de verdad, sólo imaginaciones mías. No dejo de mirar la Puerta, que brilla como un puñal.
—¿Mamá?
—¿Sí?
—Mejor lo hacemos mañana por la noche.
Se agacha y me abraza fuerte. Eso significa que no.
Otra vez la odio un poquito.
—Ojalá pudiera ir yo en tu lugar.
—¿Y por qué no puedes?
Niega con la cabeza.
—Lamento mucho que tengas que ser tú y que tenga que ser ahora. Pero no te olvides de que yo estaré dentro de tu cabeza, ¿vale? No dejaré de hablarte en ningún momento.
Repasamos el plan B un montón de veces más. De repente se me ocurre otra cosa que me da miedo.
—¿Y si abre la Alfombra? —pregunto—. Sólo para ver si estoy muerto, ¿y si la abre?
Mamá se queda un momento callada.
—Sabes que pegar está mal, ¿verdad?
—Sí.
—Bueno, pues esta noche es un caso especial. De verdad que no creo que lo haga, porque tendrá prisa por… por liquidar el asunto rápido. Pero si por casualidad pasara eso, lo que tienes que hacer es golpearle con todas tus fuerzas.
Ostras.
—Le das patadas, lo muerdes, le metes los dedos en los ojos… —sus dedos se clavan en el aire—. Cualquier cosa con tal de que puedas escapar.
Casi no puedo creer lo que me está diciendo.
—¿Incluso puedo matarlo?
Mamá va corriendo hasta donde dejamos secar los cacharros después de lavar. Coge el Cuchillo Afilado.
Miro cómo brilla y me acuerdo de cuando Mamá se lo puso en el cuello al Viejo Nick.
—¿Crees que podrías agarrarlo fuerte dentro de la alfombra, y si…? —se queda mirando el Cuchillo Afilado y vuelve a dejarlo con los tenedores en el Escurreplatos.
—¿Qué?
—¿En qué estaría yo pensando? —¿cómo voy yo a saberlo si ella no lo sabe?—. Te lo clavarás —dice Mamá.
—No, no me lo clavaré.
—Sí, Jack, ¿cómo no vas a clavártelo y hacerte trizas si empuñas una hoja desnuda envuelto en una alfombra? Creo que estoy perdiendo la cabeza. ¿Crees que estoy perdiendo la cabeza?
—No, la tienes ahí —le digo dándole unas palmaditas en el pelo.
Mamá se acerca y me acaricia la espalda.
Compruebo que la Muela Mala sigue aún en el calcetín, que la nota está debajo de mi ropa interior, en la parte de delante. Cantamos para que el tiempo pase, pero bajito. Lose Yourself y Tubthumping y la de un hogar en la pradera.
—«Donde retozan los antílopes y los ciervos…» —canto.
—«Donde rara vez se oye una palabra de desaliento…».
—«Y las nubes dejan siempre ver el cielo».
—Bueno, ya es la hora —dice Mamá sujetando la Alfombra extendida.
No quiero. Me tumbo y pongo las manos encima de los hombros con los codos hacia afuera. Espero a que Mamá me enrolle.
Mamá me mira y no hace nada. Me mira los pies, las piernas, los brazos, la cabeza, sus ojos resbalan por todo mi cuerpo, como si estuviera contando todas las partes.
—¿Qué pasa? —digo.
No dice ni una palabra. Se agacha, no me da ni un beso, solamente toca mi cara con la suya hasta que ya no sé cuál es suya y cuál es mía. El pecho empieza a martillearme pum, pum, pum. No quiero soltarme de ella.
—Bueno —dice Mamá, con la voz toda rasposa—. Qué asustientes estamos, ¿a que sí? Estamos totalmente asustientes. Venga, nos vemos fuera.
Me coloca los brazos de esa manera especial con los codos salidos. Me envuelve en la Alfombra y la luz desaparece.
Estoy enrollado en medio de la oscuridad picorosa.
—¿No está demasiado prieta?
Pruebo a sacar los brazos por encima de la cabeza y volverlos a bajar, raspándome un poco.
—¿Está bien?
—Sí —le digo.
Entonces esperamos, nada más. Noto que algo entra por la parte de arriba de la Alfombra y me frota el pelo; es su mano, lo sé aunque no lo vea. Oigo mi respiración, hace mucho ruido. Pienso en el conde metido en la bolsa donde se cuelan los gusanos. En la caída hacia abajo, hacia abajo, hasta que choca contra el mar. ¿Los gusanos saben nadar?
Muerto, Camioneta, Correr, Alguien… No, Soltarme, luego Saltar, Correr, Alguien, Nota, Soplete. Me he olvidado de Policía antes de Soplete. Es demasiado complicado, voy a estropearlo todo y el Viejo Nick me va a enterrar de verdad y Mamá me estará esperando aquí siempre.
Después de un buen rato susurro:
—¿Va a venir o no?
—No lo sé —dice Mamá—. ¿Cómo no va a venir? Si le queda todavía algo de humanidad…
Pensaba que los humanos eran o no eran, no sabía que alguien pudiera ser poco humano o mucho. Entonces, ¿de qué son sus otras partes?
Espero. Espero. Ya no siento los brazos. La Alfombra me toca la nariz, quiero rascarme. Lo intento una y otra vez hasta que llego.
—¿Mamá?
—Aquí estoy.
—Yo también.
Piii, piii.
Doy un bote, se supone que estoy muerto, pero no puedo evitarlo, quiero salir de la Alfombra ahora mismo, pero estoy encallado y no puedo ni intentarlo porque entonces él vería…
Noto una presión en el cuerpo, debe de ser la mano de Mamá. Necesita que sea su superpríncipe JackerJack, así que me quedo quieto como una estatua. Nada de volver a moverme, soy el cadáver. Soy el conde; no, soy su amigo aún más muerto. Me pongo rígido como un robot que se ha quedado sin electricidad.
—Toma —es la voz del Viejo Nick. Suena igual que siempre. Ni siquiera sabe lo que me ha pasado de que me he muerto—. Antibióticos. Están caducados, pero por muy poco. Para un crío los partes por la mitad, me dijo el tipo.
Mamá no responde.
—¿Dónde está, en el armario?
Habla de mí.
—¿Está en la alfombra? Pero ¿estás loca, envolver así a un crío enfermo?
—No volviste —dice Mamá, con una voz rara de verdad—. Por la noche empeoró, y esta mañana ya no se ha despertado.
Nada. Luego el Viejo Nick hace un ruido extraño.
—¿Estás segura?
—¿Si estoy segura? —aúlla Mamá; pero yo no me muevo, no me muevo, estoy todo rígido y no oigo, no veo, no nada.
—Oh, no —oigo que suelta el aire despacio—. Es terrible. Pobre chiquilla, es…
Nadie dice nada durante unos momentos.
—Supongo que ha debido de ser algo realmente grave —dice el Viejo Nick—, las pastillas no habrían servido de nada.
—Lo has matado —Mamá está dando alaridos.
—Venga, vamos, cálmate.
—Cómo voy a calmarme. Jack está… —respira raro, las palabras le salen como si las tragara. Lo hace tan bien de verdad que casi me lo creo.
—Déjame ver —la voz del Viejo Nick está muy cerca, me pongo tirante y rígido, rígido, rígido.
—No lo toques.
—Vale, vale —luego el Viejo Nick dice—: No puedes tenerlo aquí.
—Mi niño.
—Lo sé, es algo terrible. Pero ahora debemos sacarlo de aquí.
—No.
—¿Cuándo ha sido? —le pregunta—. ¿Esta mañana, has dicho? ¿Habrá sido tal vez durante la noche? Debe de estar empezando a… No es saludable tenerlo aquí por más tiempo. Vale más que me lo lleve y busque un lugar.
—Aquí en el jardín trasero no —Mamá habla casi como si gruñera.
—De acuerdo.
—Si lo pones en el jardín… Jamás deberías haberlo hecho, está demasiado cerca. Si lo entierras ahí, lo oiré llorar.
—He dicho que de acuerdo.
—Llévatelo bien lejos con el coche, ¿lo harás?
—Sí. Deja que…
—Otra cosa —Mamá llora sin parar—. Quiero que lo dejes tal como está.
—No te preocupes, lo dejaré envuelto.
—Ni se te ocurra ponerle una mano…
—Vale.
—Jura que ni vas a mirarlo con tus asquerosos ojos.
—De acuerdo.
—Júralo.
—Lo juro, ¿satisfecha?
Estoy muerto, muertísimo.
—Lo sabré —dice Mamá—. Si lo pones en el patio, lo sabré, y me liaré a gritos cada vez que se abra la puerta, y lo destrozaré todo, te juro que nunca más estaré callada. Tendrás que matarme para que me calle, porque ya no me importa.
¿Por qué le está diciendo que la mate a ella también?
—Tranquilízate —dice el Viejo Nick como si le hablara a un perro—. Ahora voy a levantarlo para llevármelo a la camioneta, ¿de acuerdo?
—Despacio. Encuentra un sitio bonito —dice Mamá. Está llorando tanto que casi no entiendo lo que dice—. Algún lugar con árboles o algo así.
—No te preocupes. Ahora es hora de irse.
Me agarran a través de la Alfombra, me estrujan. Es Mamá, que no para de repetir: «Jack, Jack, Jack».
Entonces me levantan del Suelo. Primero creo que es ella, y luego sé que es él. No te muevas, no te muevas, JackerJack, quédate tieso, tieso, tieso. Voy envuelto en la Alfombra y noto que me aprieta, no puedo respirar, pero luego me acuerdo de que los muertos no respiran. «Que no me destape, por favor». Ojalá llevara el Cuchillo Afilado.
El piii, piii otra vez, luego el clic, que significa que la Puerta está abierta. El ogro me tiene en su poder, ¡diantre! Siento calor en las piernas, oh, no, se me ha escapado un poco de pis. Y también se me ha salido un poco de caca, Mamá no me avisó de que pasaría esto. Qué peste. «Perdona, Alfombra». Un gruñido cerca de mi oreja, el Viejo Nick me agarra con fuerza. Estoy tan asustado que no puedo ser valiente… Basta, basta, basta… No puedo hacer ningún ruido, porque entonces descubrirá el truco y se comerá primero mi cabeza, luego me arrancará las piernas de cuajo…
Me cuento los dientes, pero pierdo la cuenta todo el rato, diecinueve, veintiuno, veintidós. Soy el príncipe robot superJack el Valiente, el señor Cinco, no me muevo ni un pelo. «¿Estás ahí, Muela? No te siento, pero debes de estar dentro de mi calcetín, a un lado. Eres un trocito de Mamá, un trocito de sangre de su sangre que me acompaña».
No me siento los brazos.
El aire ha cambiado. Aún respiro el polvo de la Alfombra, pero cuando levanto la nariz un poquitín de nada, me llega ese aire que es…
El Exterior.
¿De verdad estoy fuera?
No hay movimiento. El Viejo Nick está de pie, quieto. ¿Por qué se queda de pie quieto en el jardín? ¿Qué va a…? Nos ponemos en movimiento de nuevo. Me quedo tieso, tieso, tieso.
Ayyy, he caído en algo duro. Creo que no he hecho ningún ruido, por lo menos yo no he oído nada. Creo que me he golpeado la boca, siento ese sabor que es el de la sangre.
Hay otro pitido, pero distinto. Un tintineo, como de cosas metálicas. Arriba otra vez, y luego ¡zas!, otra vez aterrizo de cara, ay, ay, ay. Pum. De pronto todo empieza a temblar y a vibrar y a rugir debajo de mi frente, es un terremoto…
No, es la camioneta, eso tiene que ser. No se parece en nada a una pedorreta, es un millón de veces más fuerte. «¡Mamá!», grito dentro de mi cabeza. Muerto, Camioneta. Son dos de los nueve pasos. Estoy en la parte de atrás de la camioneta, igual que en la historia.
No estoy en la Habitación, pero ¿yo sigo siendo yo?
Ahora nos movemos. Voy en la camioneta a toda pastilla, de verdad verdadera.
Huy, tengo que Soltarme, se me olvidaba. Empiezo a hacer como una serpiente, pero la Alfombra me aprieta tanto que no sé cómo. Estoy encallado, no hay manera. «Mamá, Mamá, Mamá…». No puedo soltarme como hemos ensayado, aunque practicamos y practicamos. Todo ha salido mal, lo siento. El Viejo Nick va a llevarme a un sitio donde «los gusanos rastreros reptan por el suelo» y me va a enterrar… Estoy llorando otra vez, me gotea la nariz, tengo los brazos hechos un nudo debajo del pecho, estoy peleando porque la Alfombra ya no es mi amiga, doy patadas como de Karate pero me tiene atrapado, es la mortaja de los cadáveres que caen al mar…
El ruido se hace más silencioso. No nos movemos. La camioneta se ha parado.
Es un Stop, es una señal de Stop, eso significa que tendría que estar dando el Salto, que es el cuarto punto de la lista, pero aún no he hecho el tercero. Si no puedo soltarme, ¿cómo voy a saltar? Si no puedo llegar al cuarto, al quinto, al sexto, al séptimo, al octavo o al noveno, si me quedo atascado en el tercero, va a enterrarme con los gusanos…
Nos movemos de nuevo, brum, brum.
Consigo sacar una mano por encima de mi cara, que está toda llena de mocos; la mano escarba hasta arriba del todo y estiro con fuerza el otro brazo. Agarro el aire nuevo con todos los dedos; hay algo frío, algo metálico, otra cosa que no es de metal y que tiene bultos. Me agarro y tiro, tiro, tiro, y doy patadas, me golpeo la rodilla, au, au, au. Nada, no hay manera. «Encuentra la esquina». ¿Es Mamá quien habla dentro de mi cabeza, como me dijo, o será sólo que me acuerdo? Tanteo todo el borde de la Alfombra sin encontrar ninguna esquina. Al final la encuentro y tiro de ella. Se suelta, creo que sólo un poco. Ruedo sobre la espalda, pero aún me aprieto más, y ahora ya no puedo ni encontrar la esquina.
Se ha parado, la camioneta se ha parado otra vez y aún no estoy fuera, y resulta que tenía que saltar en el primero. Tiro de la Alfombra hacia abajo hasta que está a punto de romperme el codo, y de repente veo un resplandor enorme, pero enseguida desaparece porque la camioneta se mueve de nuevo, brrrrum.
Creo que lo que he visto es el Exterior. Existe de verdad y brilla un montón, pero no puedo…
Mamá no está, no hay tiempo para llorar, soy el valiente príncipe JackerJack, tengo que ser superJack o los gusanos rastreros se me meterán dentro. Me pongo otra vez boca abajo, doblo las rodillas y levanto el culo, estoy a punto de reventar la Alfombra, y ahora la siento más floja, se abre y cae y se desprende de mi cara…
Ya puedo respirar todo el aire negro, qué alivio. Me siento y desenrollo la Alfombra. Me siento como una especie de plátano magullado. La coleta se me ha soltado, me cae todo el pelo encima de los ojos. Me busco las piernas, una y dos, saco todo mi cuerpo del envoltorio, lo he conseguido, lo he hecho, ojalá que Dora pudiera verme, cantaría la canción de «Lo hicimos».
Otra luz pasa como una bala. Hay cosas que resbalan por el cielo, creo que son árboles. Y casas y luces encima de postes gigantescos, y algunos coches, todo a toda velocidad. Me siento igual que en un cómic, pero más sucio. Me agarro al borde del camión, está duro y frío. El Cielo es de lo más inmenso y enorme, a lo lejos hay un trocito naranja, pero el resto es gris. Cuando me asomo a mirar la calle veo que es negra y larga, larguísima. Sé cómo dar un buen salto, pero no mientras sigan los rugidos y los brincos y las luces sean manchones borrosos y el aire huela tan raro, como a manzana. Los ojos no me funcionan bien, estoy demasiado asustado para estar asustiente.
La camioneta se ha parado otra vez. No puedo saltar, porque no puedo ni moverme. Consigo ponerme de pie y mirar abajo, pero…
Me resbalo y me caigo en la camioneta, me golpeo la cabeza y noto que me arde, y sin querer grito.
—Aayyyyy.
Se para otra vez.
Un sonido metálico. La cara del Viejo Nick. Ha salido de la camioneta con la cara más enfadada que he visto y…
Salto.
El suelo me rompe los pies, me rasguña la rodilla, me pega en la cara, pero yo corro, corro, corro en busca de Alguien, Mamá dijo que le gritara a cualquiera, o a un coche, o a una casa iluminada, veo un coche pero está oscuro por dentro y de todos modos no sale nada de mi boca, que está llena de pelo, pero sigo corriendo. Jack, ten ahínco. Jack, corre raudo. Mamá no está aquí pero me prometió que estaría dentro de mi cabeza animándome: «Corre, corre, corre». Un rugido me persigue, es él, es el Viejo Nick, que viene a partirme en dos. ¡Diantre! Tengo que encontrar a Alguien para gritar «ayuda, ayuda», pero no hay nadie, no hay ningún Alguien, voy a tener que correr toda la vida, pero se me acaba la respiración y no veo nada y…
Un oso.
¿Un lobo?
Un perro… ¿Un perro es Alguien?
Alguien viene detrás del perro, aunque es una persona muy pequeña, un bebé caminando, va empujando algo que lleva ruedas con un bebé más chiquitín dentro. No me acuerdo de lo que tengo que gritar, me he quedado sin voz, como la Tele, sólo sigo corriendo hacia ellos. El bebé se ríe, casi no tiene pelo. El chiquitín que va dentro de la cosa de empujar no es de verdad, creo, es una muñeca. El perro es pequeño, pero sí es de verdad, está haciendo una caca en el suelo, nunca había visto a los perros de la Tele hacer eso. Una persona viene detrás del bebé y recoge la caca en una bolsa como si fuera un tesoro, creo que es un hombre, es Alguien con pelo corto, como el Viejo Nick sólo que más rizado, y es más marrón que el bebé. Digo «ayuda», aunque muy flojito. Voy corriendo casi hasta ellos y el perro ladra, da un salto y me come…
Abro la boca para dar el grito más grande del mundo, pero no sale ningún sonido.
—¡Rajá!
Veo un montón de puntitos rojos en mi dedo.
—Rajá, al suelo —la persona hombre coge al perro por el cogote.
La sangre me chorrea por la mano.
Entonces, ¡zas!, me agarran por detrás. Es el Viejo Nick cogiéndome con sus manos gigantes por las costillas. Lo he echado todo a perder, me ha atrapado. «Perdón, perdón, Mamá, perdón». Me levanta del suelo. Entonces grito, grito sin que me salgan palabras. Me lleva bajo el brazo, de vuelta hacia la camioneta. Mamá dijo que podía pegarle, que podía matarlo, y yo doy miles de golpes pero sin alcanzarlo, solamente consigo pegarme a mí mismo…
—Disculpe —dice la persona que aguanta la bolsa con la caca—. ¡Eh, señor! —no tiene una voz ronca, es más suave.
El Viejo Nick se da la vuelta. Me olvido de gritar.
—Perdone, ¿está bien la nenita?
¿Qué nenita?
El Viejo Nick se aclara la garganta; sigue llevándome hacia la camioneta, pero ahora camina de espaldas.
—Todo bien.
—Normalmente Rajá es muy bueno, pero como la nena salió corriendo de la nada…
—Es sólo una pataleta —dice el Viejo Nick.
—Eh. Espere, creo que le sangra la mano.
Me miro el dedo comido, la sangre cae a gotas.
Entonces el hombre levanta del suelo a la persona bebé, la lleva con un solo brazo. En la otra mano lleva la caca y pone cara de no entender nada.
El Viejo Nick me deja en el suelo, de pie, y me sujeta por los hombros con los dedos, que me queman en la piel.
—Todo controlado.
—Y la rodilla también, parece un buen raspón, pero eso no se lo ha hecho Rajá. ¿Se ha caído la nena? —pregunta el hombre.
«No soy una nena», digo, pero sólo para dentro de mi garganta.
—¿Por qué no te ocupas de tus asuntos y dejas que yo me ocupe de los míos? —dice el Viejo Nick, casi rugiendo.
«Mamá, Mamá, te necesito para poder hablar». Ya no está dentro de mi cabeza, ya no está en ninguna parte. Ella escribió la nota, ya se me olvidaba. Busco dentro de los calzoncillos con la mano que no está comida; primero no la encuentro, pero luego sí, y la saco toda manchada de pis. No me salen las palabras, pero la agito delante del Alguien hombre.
El Viejo Nick me la arranca de la mano y la desaparece.
—Vale, esto no… Esto no me gusta —dice el hombre. Sujeta un teléfono pequeño en una mano, ¿de dónde habrá salido?, y está diciendo—: Sí, con la policía, por favor.
Todo pasa exactamente como dijo Mamá; ya estamos en el ocho, que era Policía, y todavía ni he enseñado la nota ni he dicho nada de la Habitación. Creo que me está saliendo al revés. Tendría que hablar con Alguien porque son humanos igual que yo. Empiezo a decir: «Me han secuestrado», pero me sale nada más un susurro, porque el Viejo Nick me ha levantado otra vez del suelo, corre hacia la camioneta, me sacudo tanto que me voy a romper en trocitos, no encuentro dónde golpear, va a…
—¡Eh, señor, tengo su número de matrícula! —eso lo dice la persona hombre a gritos, ¿me estará gritando a mí? ¿Qué matrícula?—. K93… —va diciendo en voz alta, ¿por qué grita esos números?
De pronto, aaaaay, la calle me golpea la barriga, las manos, la cara. El Viejo Nick sigue corriendo, me ha soltado. Se aleja por segundos. Esos números deben de ser mágicos para que me haya dejado caer.
Intento levantarme pero no me acuerdo de cómo se hace.
Oigo un ruido como de un monstruo, la camioneta hace brrrrrrum, brrrrrrrum, y viene hacia mí. Rrrrrrrrrrr, va a aplastarme y voy a quedar hecho picadillo en el asfalto, no sé cómo, dónde, qué… El bebé se echa a llorar, no había oído nunca llorar a un bebé de verdad…
La camioneta se ha ido. Ha pasado de largo muy rápido y ha girado la esquina sin pararse. La oigo todavía un momento, y luego ya no la oigo.
La parte más alta, la acera, Mamá dijo que me subiera a la acera. Tengo que arrastrarme, pero sin apoyar la rodilla que me escuece. La acera está dibujada de cuadrados grandes, rugosos.
Un olor horrible. La nariz del perro está justo a mi lado, ha vuelto para morderme, grito.
—Rajá.
El hombre tira del perro y lo aparta. El hombre se agacha, en una de sus rodillas tiene al bebé, que no para de retorcerse. Ya no lleva en la mano la bolsa de la caca. Se parece a una persona de la Tele pero vista de cerca, más ancho y con olores: un poco a lavavajillas, menta y curry, todos mezclados. Con la mano que no sujeta al perro intenta agarrarme, pero me aparto justo a tiempo.
—Tranquila, cielo. No pasa nada.
¿Qué cielo? Sus ojos miran los míos, lo de «cielo» me lo dice a mí. No puedo mirarlo, me parece demasiado raro tenerlo ahí mirándome y hablando conmigo.
—¿Cómo te llamas?
La gente en la Tele nunca pregunta nada. Bueno, menos Dora, que ya sabe cómo me llamo.
—¿Puedes decirme tu nombre?
Mamá dijo que hablara con el Alguien, eso es lo que tengo que hacer. Pruebo, pero no sale nada. Me mojo los labios con la lengua.
—Jack.
—¿Cómo? —se agacha y se acerca más a mí; me acurruco y escondo la cabeza entre los brazos—. Tranquila, nadie va a hacerte daño. Dime tu nombre un poco más fuerte.
Es más fácil decirlo sin mirarlo.
—Jack.
—¿Jackie?
—Jack.
—Ah. De acuerdo, perdona. Tu papá ya no está, Jack, se ha ido.
¿De qué está hablando?
El bebé empieza a tirarle de eso que lleva encima de la camisa. Creo que es una chaqueta.
—Por cierto, yo me llamo Ajeet —dice la persona hombre—, y ésta es mi hija… Espera, Naisha. Jack necesita una tirita para esa pupa de la rodilla, voy a ver si… —rebusca en todos los rincones de la bolsa que lleva—. Rajá siente mucho haberte mordido.
El perro no parece nada triste, tiene un montón de dientes sucios y puntiagudos. ¿Se habrá bebido mi sangre como un vampiro?
—No tienes muy buen aspecto, Jack, ¿has estado enfermo hace poco?
Digo que no con la cabeza.
—Mamá.
—¿Cómo?
—Mamá vomitó en mi camiseta.
El bebé habla, aunque creo que no en un idioma. Agarra al perro Rajá de las orejas, ¿cómo es que no le tiene miedo?
—Perdona, no te entiendo —dice el hombre Ajeet. Ya no digo nada más—. La policía va a llegar de un momento a otro, ¿de acuerdo? —se ha dado la vuelta para ver la calle. El bebé Naisha está llorando un poco, así que la pone a dar saltos encima de la rodilla—. Iremos con Ammi dentro de un minuto, a casa y a la cama.
Pienso en la Cama. En el calor.
El hombre aprieta los botoncitos del teléfono y se pone a hablar otra vez, pero no escucho lo que dice.
Quiero irme de aquí, aunque si me muevo, el perro Rajá me morderá y me chupará más sangre. Estoy sentado encima de una línea, así que una parte de mí está en un cuadrado y una parte en otro. El dedo comido me duele mucho, y la rodilla también. Es la derecha, sale sangre por donde se ha roto la piel; al principio era roja, pero se está volviendo negra. Hay un óvalo puntiagudo al lado de mi pie, y al intentar cogerlo veo que está pegado. Luego se me queda entre los dedos: es una hoja. Es la hoja de un árbol de verdad, como la que había aquel día en la Claraboya. Miro hacia arriba, hay un árbol encima de mí, seguro que es el que ha dejado caer la hoja. La farola gigante me deslumbra. Más arriba veo que el cielo inmenso se ha quedado ya completamente negro, han desaparecido los restos rosas y anaranjados, ¿adónde han ido a parar? El aire se mueve y me acaricia la cara; tiemblo sin querer, no puedo evitarlo.
—Debes de tener frío. ¿Tienes frío?
Al principio creo que el hombre Ajeet le está preguntando al bebé Naisha, pero luego veo que es a mí; lo sé porque se quita la chaqueta y me la da.
—Toma.
Sacudo la cabeza, porque es la chaqueta de una persona; yo nunca me he puesto una chaqueta.
—¿Cómo has perdido los zapatos?
¿Qué zapatos?
Después el hombre Ajeet ya no habla más.
Se para un coche. Sé qué clase de coche, es de los que la policía lleva en la Tele. Salen personas, dos, con el pelo corto, una lo tiene negro y la otra, amarillo; se mueven rápido. Ajeet habla con ellos. El bebé Naisha intenta soltarse; Ajeet lo tiene agarrado, aunque creo que no le hace daño. Rajá está tumbado en una especie de alfombra amarillenta, es hierba. Yo pensaba que la hierba era verde. Está dentro de unos cuadrados, al lado de la acera. Ojalá tuviera aún la nota, pero el Viejo Nick la desapareció. No sé las palabras que tengo que decir, con los golpes se me han ido de la cabeza.
Mamá todavía está en la Habitación, quiero tanto, tanto, tanto que esté aquí conmigo… El Viejo Nick se ha ido a toda pastilla en la camioneta, aunque no sé adónde. Al lago y a los árboles ya no, porque ha visto que no estoy muerto. Tenía permiso para matarlo, pero no lo he conseguido.
De repente se me ocurre una idea horrible. A lo mejor ha vuelto a la Habitación, a lo mejor está ahí ahora mismo abriendo la Puerta con el piii, piii, y está hecho una furia, es culpa mía por no estar muerto…
—¿Jack?
Miro la boca que se mueve. Es la policía, la que es una mujer, creo, aunque es difícil saberlo. La de pelo negro, no amarillo. Dice «Jack» otra vez. ¿Cómo sabe mi nombre?
—Soy la agente Oh. ¿Puedes decirme cuántos años tienes?
Tengo que decir Salvar a Mamá, tengo que hablar con los policías para que cojan el soplete, pero la boca no me funciona. Lleva una cosa en el cinturón, una pistola, igual que los policías de la Tele. A ver si va a ser un policía malo como el que encerró a San Pedro, eso no se me había ocurrido. Miro el cinturón, no la cara; un cinturón muy chulo, con hebilla.
—¿Sabes la edad que tienes?
Fácil, chupado. Levanto cinco dedos.
—Cinco años, estupendo —la agente Oh dice algo, pero no oigo bien. Luego pregunta no sé qué de una casa. Y lo repite dos veces.
Hablo todo lo fuerte que puedo, pero sin mirar.
—No tengo casa.
—¿No tienes casa? ¿Dónde duermes por la noche?
—En el Armario.
—¿En un armario?
«Inténtalo», me dice Mamá dentro de la cabeza; pero el Viejo Nick está a su lado, más furioso que nunca y…
—¿En un armario, has dicho?
—Sí, tenemos tres vestidos —digo—. Mamá, quiero decir. Hay uno rosa, otro es verde con rayas y otro marrón. Pero ella prefiere los vaqueros.
—¿Tu mamá, has dicho? —pregunta la agente Oh—. ¿Esos vestidos de los que hablas son de mamá?
Decir que sí con la cabeza es más fácil.
—¿Y dónde está tu mamá esta noche?
—En la Habitación.
—En una habitación, de acuerdo —dice—. ¿En qué habitación?
—La Habitación.
—¿Puedes decirnos dónde está?
Me acuerdo de una cosa.
—No está en ningún mapa.
Suelta un bufido, creo que mis respuestas no sirven.
Creo que el otro policía es un hombre, aunque nunca había visto de verdad un pelo como el suyo, casi transparente.
—Estamos en Navaho esquina Alcott. Tenemos a un menor trastornado, probablemente razones familiares —creo que está hablando por teléfono. Es como jugar a Loro, conozco las palabras pero no sé lo que significan. Luego se acerca a la agente Oh—. ¿Ha habido suerte?
—La cosa va despacio.
—Lo mismo con el testigo. El sospechoso es un varón blanco de uno ochenta aprox., entre cuarenta y cincuenta años, que huyó del lugar de los hechos en una camioneta pick-up granate o marrón oscuro, posiblemente una F150 o una Ram, la matrícula empieza K93, podría seguir una B o una P, el estado no figura…
—El hombre con quien estabas ¿era tu padre? —la agente Oh me habla otra vez.
—No tengo.
—¿El novio de tu madre?
—No tengo.
Eso ya lo he dicho, ¿puedo decirlo dos veces?
—¿Sabes cómo se llama?
Pienso hasta que me acuerdo.
—Ajeet.
—No. El otro hombre, el que se fue en la camioneta.
—Viejo Nick —lo digo en un susurro, porque sé que no le gustaría que lo llamara así.
—¿Cómo?
—Viejo Nick.
—Negativo —dice el hombre policía a su teléfono—. El sospechoso huyó antes de que llegáramos. Nombre de pila Nick, Nicholas, sin apellidos por el momento.
—Y tu mamá ¿cómo se llama? —pregunta la agente Oh.
—Mamá.
—¿Y tiene otro nombre?
Levanto dos dedos.
—¿Dos nombres? Genial. ¿Te acuerdas de cuáles son?
Estaban en la nota que el Viejo Nick desapareció. De pronto me acuerdo de un poquito.
—Él nos robó.
La agente Oh se sienta a mi lado en el suelo. No es como el Suelo, aquí está duro y da escalofríos.
—Jack, ¿quieres una manta?
No lo sé. Mi Manta no está aquí.
—Veo que tienes unos cortes muy feos. ¿Ese hombre, el tal Nick, te ha hecho daño?
El hombre policía vuelve. Me da una cosa azul, pero no la toco.
—Adelante —le dice luego a su teléfono.
La agente Oh me envuelve con la cosa azul. No es de felpa gris como mi Manta, es más áspera.
—¿Cómo te has hecho esos cortes?
—El perro es un vampiro —busco a Rajá y a sus humanos, pero han desaparecido—. Este dedo lo mordió él, y lo de la rodilla fue el suelo.
—Perdona, ¿cómo dices?
—La calle, que me golpeó.
—Adelante —eso lo dice el hombre policía, habla otra vez con su teléfono. Luego mira a la agente Oh y dice—: ¿Llamo a protección de menores?
—Dame un par de minutos más —dice ella—. Jack, apuesto a que eres bueno contando historias.
¿Cómo lo sabe? El hombre policía mira su reloj, lo lleva pegado en la muñeca. Me acuerdo de que la muñeca de Mamá no funciona bien. ¿Estará el Viejo Nick ahí ahora, retorciéndole la muñeca o el cuello, rompiéndola en pedazos?
—¿Crees que serías capaz de contarme lo que ha pasado esta noche? —la agente Oh me sonríe—. Y podrías hablar despacito y claro, porque no tengo los oídos muy finos.
A lo mejor es sorda, aunque no veo que hable con los dedos, como los sordos de la Tele.
—Recibido —dice el hombre policía.
—¿Estás listo? —dice la agente Oh.
Me mira fijamente. Cierro los ojos y hago como si hablara con Mamá, eso me vuelve valiente.
—Hicimos un truco —digo muy, muy despacito—, Mamá y yo. Hicimos ver que yo estaba enfermo y que luego estaba muerto, pero en realidad yo me desenvolvía y saltaba de la camioneta, lo que pasa es que debía saltar la primera vez que fuéramos lentos, pero no pude.
—Muy bien, ¿y qué pasó después? —la voz de la agente Oh está justo al lado de mi cabeza.
Todavía no miro, porque entonces me olvidaré de la historia.
—Llevaba una nota en mis calzoncillos pero él la desapareció. Aún tengo la Muela Mala —meto los dedos en el calcetín para tocarla. Abro los ojos.
—¿Puedo verla?
Intenta coger la Muela Mala, pero no se la dejo.
—Es de Mamá.
—¿Es de tu Mamá de quien estabas hablando?
Creo que el cerebro no le anda bien, igual que los oídos, ¿cómo iba a ser Mamá una muela? Sacudo la cabeza.
—Sólo de un trocito de sangre de su sangre que se le cayó.
La agente Oh mira la Muela Mala de cerca y la cara se le queda rígida. El hombre policía menea la cabeza y dice algo que no oigo bien.
—Jack —me dice ella—, me has dicho que tenías que saltar de la camioneta la primera vez que frenara, ¿verdad?
—Sí, pero todavía estaba en la Alfombra. Luego pelé el plátano, pero no fui lo bastante asustiente —miro a la agente Oh mientras hablo—. Pero después de que parara la tercera vez, la camioneta hizo uuuuuuuh…
—A ver, a ver, ¿qué fue lo que hizo?
—Como si… —se lo enseño— de repente todo fuera hacia otra parte.
—Giró.
—Sí, y yo me di un golpe, y él, el Viejo Nick, bajó de un salto hecho una furia y entonces fue cuando salté.
—Bingo —la agente Oh da una palmada.
—¿Qué? —dice el hombre policía.
—Tres señales de Stop y un giro. ¿A la derecha o a la izquierda? —espera—. No importa, has estado magnífico, Jack —mira hacia el otro lado de la calle, y de pronto tiene en la mano una cosa que parece un teléfono, ¿de dónde ha salido? Está mirando la pantallita, y dice—: Dales la parte de la matrícula que tenemos y que lo solapen con…, prueba con Carlingford Avenue, o tal vez Washington Drive…
Ya no veo ni rastro de Rajá ni de Ajeet ni de Naisha.
—¿El perro ha ido a la cárcel?
—No, no —dice la agente Oh—. Ha sido un error, pero sin mala fe.
—Adelante —le dice el hombre policía a su teléfono. Le dice que no con la cabeza a la agente Oh.
Ella se pone de pie.
—Eh, a lo mejor Jack puede ayudarnos a encontrar la casa. ¿Te gustaría dar una vuelta en el coche patrulla?
No me puedo levantar. Ella me tiende la mano, pero hago como si no la viera. Pongo un pie abajo, después el otro y me levanto, aunque me mareo un poco. En el coche me subo por donde está la puerta abierta. La agente Oh también se sienta en la parte de atrás y me pone un cinturón por encima, me hago pequeño para que su mano no toque nada que no sea la manta azul.
Ahora el coche se está moviendo. No tiembla tanto como la camioneta, es suave y susurrante. Me recuerda un poco al sofá del planeta de la Tele donde vive la mujer del pelo hinchado que hace preguntas, sólo que aquí las hace la agente Oh.
—Esa habitación —me dice— ¿está en una casa de una planta, o hay escaleras?
—No es una casa —voy mirando un rectángulo reluciente en el medio, se parece al Espejo, pero en chiquitito. Dentro se ve la cara del hombre policía, que es el conductor. Sus ojos me miran hacia atrás en el espejito, así que prefiero mirar por la ventana. A los lados todo resbala, me da vértigo. Una luz que sale del coche ilumina la carretera, lo pinta todo al pasar. Ahí viene otro coche, uno blanco que va superrápido, se va a chocar…
—Tranquilo, no pasa nada —dice la agente Oh.
Cuando me quito las manos de la cara el otro coche ya no está, no sé si porque el nuestro lo ha desaparecido.
—¿Te suena algo?
No me suena nada, no se oyen ruidos. Todo son árboles y casas y coches en la oscuridad. «Mamá, Mamá, Mamá». Tampoco la oigo a ella dentro de mi cabeza, no me habla. Las manos del Viejo Nick la aprietan tanto, cada vez más fuerte, que no puede respirar, no puede hacer nada. Las cosas vivas se doblan sin romperse; pero a ella la dobla, la dobla, la dobla y…
—¿Crees que ésta podría ser tu calle? —pregunta la agente Oh.
—Yo no tengo ninguna calle.
—Me refiero a la calle de donde ese tal Nick te ha sacado esta noche.
—Nunca la he visto.
—¿Qué quieres decir?
Estoy cansado de decirlo.
La agente Oh hace un chasquido con la lengua.
—No parece haber más camionetas que aquella negra de allí al fondo —dice el hombre policía.
—Podríamos aparcar un momento, de todos modos.
El coche se para, qué pena.
—¿Estás pensando en alguna especie de secta? —dice él—. El pelo largo, sin apellidos, el estado de esa muela…
La agente Oh tuerce la boca.
—Jack, en esa habitación donde vives, ¿entra la luz del sol?
—Es de noche —le digo. ¿Es que no se ha dado cuenta?
—Quiero decir durante el día. ¿Entra la luz del sol?
—Por la Claraboya.
—Así que hay una claraboya, estupendo.
—Adelante —le dice el hombre policía a su teléfono.
La agente Oh está otra vez mirando la pantalla iluminada.
—El satélite muestra un par de casas con claraboyas en el techo en Carlingford…
—La Habitación no está en una casa —digo otra vez.
—Me cuesta entenderte, Jack. ¿Dónde está, entonces?
—En nada. La Habitación está dentro.
Mamá está ahí, y el Viejo Nick también, quiere que alguien se muera y yo no estoy muerto.
—Entonces, ¿qué hay fuera?
—El Exterior.
—Dime más cosas que haya en el exterior.
—Me quito el sombrero —dice el hombre policía—, no te rindes.
¿Me lo dice a mí?
—Vamos, Jack —dice la agente Oh—, cuéntame lo que hay fuera de esa habitación.
—El Exterior —grito. Tengo que explicárselo rápido por Mamá. «Mamá, espérame»—. Fuera hay cosas de verdad como helados y árboles y tiendas y aviones, y granjas y la hamaca…
La agente Oh está asintiendo.
Tengo que intentarlo con más fuerza, aunque no sé qué.
—Pero está cerrado y no sabemos la contraseña.
—¿Queríais abrir la puerta y salir de allí?
—Igual que Alicia.
—¿Alicia es otra amiga tuya?
Digo que sí con la cabeza.
—Vive en el libro.
—Alicia en el País de las Maravillas. ¡Por el amor de Dios! —dice el hombre policía.
Eso sí que me lo sé, aunque no entiendo cómo ha leído el libro, si nunca ha estado en la Habitación.
—¿Sabes cuando hace un estanque de lágrimas? —le digo.
—¿Cómo dices? —me mira a través del espejito.
—Sus lágrimas forman un estanque, ¿te acuerdas?
—¿Tu mamá estaba llorando? —pregunta la agente Oh.
Los de fuera no entienden nada, no sé si porque ven demasiada Tele.
—No, Alicia. Siempre quiere salir al jardín, lo mismo que nosotros.
—¿Queríais salir al jardín también?
—Es un jardín trasero, pero no sabemos la contraseña secreta.
—¿Esa habitación da justo al jardín trasero? —me pregunta.
Niego con la cabeza. La agente Oh se frota la cara.
—Ayúdame con esto, Jack, trabajemos juntos. ¿Esa habitación está cerca de un jardín trasero?
—Cerca no.
—De acuerdo.
«Mamá, Mamá, Mamá».
—Está por alrededor.
—Esa habitación ¿está en un jardín trasero?
—Sí.
He puesto contenta a la agente Oh, aunque no sé cómo.
—Vamos allá, vamos allá —está mirando la pantalla y apretando botones—. Estructuras independientes en jardines traseros, tanto en Carlingford como en Washington…
—Con claraboya —dice el hombre policía.
—Exacto, con una claraboya.
—¿Eso es una Tele? —pregunto.
—¿Mmm? No, es una foto de todas estas calles. La cámara está muy arriba, en el espacio.
—¿El Espacio Exterior?
—Exacto.
—Qué chulo.
La agente Oh habla muy rápido.
—Washington, número tres cuatro nueve. Caseta de proporciones considerables en la parte trasera, claraboya iluminada… Ahí tiene que ser.
—Localízame Washington, tres cuatro nueve —dice el policía a su teléfono—. Adelante —mira de nuevo por el espejo—. El nombre del propietario no coincide, pero se trata de un varón de raza blanca, fecha de nacimiento 5 del 10 del 61…
—¿Vehículo?
—Adelante —dice el hombre de nuevo. Espera—. Un Silverado marrón de 2001, K93 P742…
—Bingo —dice la agente Oh.
—Vamos para allá —dice él—. Solicitamos refuerzos en Washington, tres cuatro nueve.
El coche da media vuelta y va hacia el otro lado. Entonces nos movemos más rápido, siento como un remolino por dentro.
Nos hemos parado. La agente Oh está mirando una casa por la ventana.
—Luces apagadas —dice.
—Seguro que él está en la Habitación —digo—, seguro que la está muriendo —pero llorar me derrite las palabras y no me deja oírlas.
Detrás de nosotros hay ahora otro coche igual que éste. Salen más personas policías.
—Quédate aquí sentadito, Jack —dice la agente Oh abriendo la puerta—. Vamos a buscar a tu mamá.
Doy un salto, pero su mano me empuja para que me quede en el coche.
—Yo también —intento decirle, pero lo único que salen son las lágrimas.
Lleva una linterna grande y la enciende.
—Este agente se quedará aquí contigo…
Una cara que no había visto nunca se asoma.
—¡No!
—Dale un poco de espacio —le dice la agente Oh al nuevo policía.
—¡El soplete! —me acuerdo cuando es demasiado tarde, ya se ha ido.
Hay un crujido y la parte de atrás del coche se levanta; maletero, se llama.
Me tapo la cabeza con las manos para que no pueda entrar nada, ni caras ni luces ni ruidos ni olores. «Mamá, Mamá, no estés muerta, no estés muerta, no estés muerta…».
Cuento cien como ella me dijo, pero no estoy más tranquilo. Llego hasta quinientos, pero parece que los números no funcionan. La espalda me da brincos y me tiembla, debe de ser por el frío, ¿dónde se me ha caído la manta?
Oigo un ruido terrible. El policía del asiento de delante se está sonando la nariz. Pone una sonrisita y se escarba la nariz con el pañuelo; miro hacia otra parte.
Por la ventana observo la casa de las luces apagadas. Ahora hay una parte abierta que creo que antes no estaba: el garaje, ésa es la palabra, un enorme cuadrado oscuro. Miro sin parar durante cientos de horas, hasta que los ojos empiezan a escocerme. Alguien sale de lo oscuro, pero es otro policía al que no había visto nunca. Entonces aparece una persona que es la agente Oh, y a su lado…
Empiezo a dar golpes y aporrear la puerta del coche. No sé cómo, tengo que romper el cristal y no puedo: «Mamá Mamá Mamá Mamá Mamá Mamá Mamá Mamá…».
Mamá hace que la puerta se abra y me caigo con medio cuerpo fuera. Ella me agarra al vuelo, me coge en brazos. Es ella de verdad, está cien por cien viva.
—Lo hemos conseguido —dice cuando estamos los dos juntos en la parte de atrás del coche—. Bueno, en realidad tú lo has conseguido.
Hago que no con la cabeza.
—No paraba de estropear el plan.
—Me has salvado —dice Mamá dándome besos en el ojo y abrazándome fuerte.
—¿Estaba el Viejo Nick?
—No, he estado sola sin nada que hacer más que esperar, ha sido la hora más larga de mi vida. Y de pronto ha habido una explosión y se ha abierto la puerta, creía que me daba un ataque al corazón.
—¡El soplete!
—No, han usado un rifle.
—Yo quería ver la explosión.
—Ha durado apenas un segundo. En otro momento podrás ver una, te lo prometo —Mamá sonríe—. Ahora podemos hacer lo que queramos.
—¿Por qué?
—Porque somos libres.
Me siento mareado, los ojos se me cierran sin que pueda evitarlo. Tengo tanto sueño que creo que la cabeza se me va a caer.
Mamá me habla al oído, dice que tenemos que hablar con algunos policías más. Me acurruco recostado en ella.
—Quiero ir a la Cama.
—Dentro de un rato nos buscarán algún lugar donde dormir.
—No. La Cama.
—¿La cama de la habitación? —Mamá se aparta un poco, me está mirando a los ojos.
—Sí. Ya he visto el mundo, y ahora estoy cansado.
—Jack —dice—, no vamos a volver ahí dentro nunca más.
El coche empieza a moverse, y lloro tanto que no puedo parar.