Capítulo IV
MANITAS TIENE UNA BUENA IDEA
La señora Kirrin, que había aparecido durante la discusión, suspiró al oír gritar a su marido. ¡Vaya con los científicos!
Siempre tan preocupados por hacer cosas maravillosas para toda la humanidad y a menudo tan despreocupados de si sus familiares se sienten tristes o no Sonrió a Jorge y la cogió por el brazo
—Vamos a la salita, pero antes llama a los otros. Hemos de decidir lo que vamos a hacer. Tu padre está haciendo un trabajo estupendo y tengo que confesar que Manitas, Travieso y Tim no le facilitan precisamente las cosas. Ya lo sé, Jorge, ya lo sé: no es culpa de Tim, pero tiene un ladrido tan fuerte… Ya lo sabes.
La señora Kirrin se reunió con los niños y con Tim en la salita. El mono, asustado ante todos aquellos gritos, se había escondido y no se le veía por ninguna parte. La señora Kirrin llamó a Juana:
—Juana, ven y ayúdanos a decidir lo que debemos hacer. Esto no puede seguir así.
Todos se sentaron con aire muy solemne. Tim se deslizó bajo la mesa y apoyó el hocico sobre las patas.
¿En dónde estaría aquel monito que le había dado su bizcocho?
La discusión empezó. Jorge fue la primera en hablar, muy indignada.
—Mamá, ésta es nuestra casa. ¿Por qué tenemos que irnos? ¿Sólo porque papá quiere que ese científico amigo suyo pase unos días con él? Yo también tengo que hacer mis deberes y sin embargo no hago una escena cada vez que a papá se le ocurre cerrar una puerta de golpe mientras estoy estudiando. Además…
—Ya está bien, Jorge —la interrumpió su madre—. No sé cómo no comprendes mejor a tu padre. Sois los dos exactamente iguales: impacientes, de mal carácter, aficionados a dar portazos… pero también muy buenos. Ahora veamos si entre todos logramos encontrar alguna solución.
—Me gustaría que pudiésemos irnos a casa —dijo Julián, sintiéndose incómodo—. Pero está cerrada y mis padres se han ido.
—¿Y por qué no nos vamos con nuestras tiendas de campaña a la isla? —propuso Jorge—. Sí, mamá, sí. Ya sé lo que me vas a decir. Que sólo estamos a comienzos de abril, que todavía hace demasiado frío… Lo mismo de siempre, pero…
—El parte meteorológico no es nada bueno —rechazó su madre—. Lluvia, lluvia y más lluvia. No podréis acampar si está lloviendo a cántaros. Os pasaréis la vida empapados como una sopa Antes de tres días estaríais de regreso en «Villa Kirrin» con una pulmonía Entonces sí que no sabría qué hacer
—Muy bien, mamá. ¿Tienes tú alguna idea mejor? —dijo Jorge, aún enfadada.
—¡Eh! —exclamó de pronto Dick—. ¿Qué es lo que está haciendo ahora ese mono? No le dejéis.
—Sólo está atizando el fuego —protestó Manitas—. Aquí hace frío para él.
—¿Y qué travesura se le ocurrirá luego? —suspiró Juana, mientras le quitaba a Travieso el atizador—. ¿Es que quieres quemar la casa o qué…?
—Desde luego. Travieso siempre está planeando alguna travesura —asintió Dick—. No se puede dejar de vigilarle ni un momento.
—Bueno, no podemos quedarnos aquí, ni ir a la isla Kirrin, ni volver a casa. ¿Qué hacemos entonces? —dijo Julián con cara seria—. Los hoteles son demasiado caros. ¿Y cuál de nuestros amigos estaría dispuesto a alojarnos en su casa a los cinco? Y además con un mono «travieso» y un perrazo con un apetito enorme…
Hubo un largo silencio. ¡Qué problema! De pronto habló Manitas:
—Ya sé dónde podríamos ir y divertirnos muchísimo.
—¿Ah, sí? ¿Y dónde se encuentra ese lugar tan maravilloso? —replicó Jorge, incrédula.
—Bueno, estaba pensando en mi faro.
Nadie pronunció una palabra. Se le quedaron mirando con cara de asombro, hasta que Manitas repitió enfadado:
—He dicho mi faro. ¿O es que no sabéis lo que es un faro?
—Déjate de tonterías, por favor —dijo Dick—. Ahora no estamos para bromas.
—No es ninguna broma —saltó Manitas, indignado—. Es la verdad, puedes preguntárselo a mi padre.
—¡Pero, Manitas! ¡Es imposible que seas propietario de un faro! —sonrió la señora Kirrin.
—Pues lo soy —afirmó Manitas orgullosamente—. Mirad. Una vez, mi padre tenía que hacer unos experimentos que no se podían llevar a cabo en tierra firme. Por eso compró un viejo faro, fuera de servicio. Allí terminó su trabajo. Yo fui con él. Era estupendo vivir allí, con el aire silbando y las olas rompiendo a nuestros alrededores.
—Pero me imagino que no te lo regalaría, ¿verdad? —preguntó Julián.
—¿Y por qué no iba a regalármelo si yo tenía tantas ganas de él? —contestó Manitas—. Él ya no lo necesitaba; nadie se lo hubiese comprado y yo lo deseaba con todas mis fuerzas. Así que me lo regaló en mi último cumpleaños. Es mío, ya os lo he dicho.
—¡Vaya, eso es la mar de divertido! —exclamó Julián—. Jorge es propietaria de una isla que le ha regalado su madre, Manitas tiene un faro que le ha regalado su padre. Me gustaría que mis padres me regalasen un volcán o algo así de emocionante.
Los ojos de Jorge relucían mirando al pequeño Manitas.
—¡Un faro enteramente tuyo! ¿Dónde está?
—Como a unos cien kilómetros al oeste de aquí —respondió Manitas—. No es muy grande, pero resulta fantástico. El fanal continúa allí, pero ya no se usa.
—¿Y por qué?
—Pues porque construyeron un nuevo faro un poco más allá, mejor situado para advertir a los barcos —explicó Manitas—. Por eso pusieron el mío a la venta. Era estupendo para el trabajo que quería hacer mi padre. Allí nadie lo molestaba, aunque se enfadaba bastante por culpa de las gaviotas. Decía que maullaban igual que los gatos todo el santo día y que le hacían sentir ganas de darles un poco de leche.
Todo el mundo rió las palabras de Manitas, por lo que éste se quedó la mar de contento y orgulloso. Incluso la señora Kirrin y Juana reían con todas sus fuerzas. Manitas los interrumpió golpeando la mesa.
—Bueno, ¿me creéis o no? —preguntó—. El faro es mío, podéis preguntárselo a mi padre. Lo mejor que podemos hacer es ir allí y quedarnos hasta que nuestros padres hayan terminado su trabajo. Podríamos llevarnos a Tim y a Travieso. Hay sitio para todos.
La proposición era tan sorprendente que durante unos momentos nadie dijo nada. Luego Jorge le dio un amistoso golpe en la espalda.
—Iremos. Resultará la mar de divertido vivir en un faro. Apuesto a que las chicas del colegio no se lo querrán creer cuando se lo cuente.
—Tía Fanny, ¿podremos ir? —preguntó Ana.
—Bueno… La verdad es que no lo sé… —respondió—. Desde luego, es una idea extraordinaria. Tendré que discutirlo con vuestro tío y con el padre de Manitas.
—Mi padre dirá que sí, ya lo creo que sí —dijo Manitas—. Dejamos allí algunas provisiones y también unas mantas. Será algo fantástico gobernar el faro nosotros solos.
La idea, en efecto, les pareció fantástica a los cinco. Incluso Tim agitó alegremente el rabo como si hubiera entendido cada palabra. Quizá lo había entendido, porque nunca se perdía detalle de lo que sucedía.
—Aquí tengo un mapa en el que aparece señalado el faro —dijo Manitas, rebuscando en uno de sus bolsillos—. Está ya gastado y sucio de tanto usarlo. Mirad, ésta es la línea de la costa y justamente aquí, construido sobre las rocas, está mi faro. Lo he señalado con un círculo rojo, ¿lo veis?
Se apretujaron para ver el mapa. Nadie dudaba de que aquello era la solución de todos sus problemas. Dick contemplaba asombrado a Manitas. ¡Qué suerte ser el dueño de un faro! Nunca había conocido al propietario de un faro. ¡Y pensar que éste era el pequeño y divertido Manitas!
—Las rocas en las que fue construido el faro hicieron naufragar muchos buques —continuó Manitas—. Los piratas se escondían en la costa y encendían luces para engañar a los barcos y guiarlos hacia las rocas. Entonces chocaban contra ellas, se rompían en pedazos y todos los pasajeros se ahogaban. Después los piratas esperaban a que las olas llevasen hasta la playa los restos del naufragio y recogían todo lo que tenía algún valor.
—¡Qué malvados! —se horrorizó Dick.
—Hay una Cueva de los Piratas, donde éstos almacenaban todo lo que robaban de los barcos naufragados —dijo Manitas—. No he entrado muy adentro, porque me daba miedo, pero dicen que todavía queda un viejo pirata.
—¡Vaya! Eso es una tontería —repuso la señora Kirrin riéndose—. Un cuento inventado para mantener a los niños lejos de las cuevas peligrosas. Bueno, no veo razón alguna para que no vayáis, siempre que el padre de Manitas esté de acuerdo.
—¡Gracias, mamá! —gritó Jorge, dando un abrazo tan fuerte a su madre que casi la deja sin respiración—. ¡Es fantástico! ¡Vivir en un faro! Parece demasiado bonito para ser verdad. Me llevaré mis prismáticos y veré cómo pasan los barcos.
—Julián podría llevarse su tocadiscos —insinuó la señora Kirrin—. Si hace mal tiempo encontraréis más aburrido de lo que pensáis el estar encerrados en un faro solitario.
—¡SERÁ MARAVILLOSO! —gritó Manitas. Y, de pronto, se transformó en un coche de carreras y empezó a correr alrededor de la habitación a toda velocidad, armando un alboroto insoportable. Tim ladró y Travieso se puso a parlotear con todas sus fuerzas.
—¡Chissst! —ordenó la señora Kirrin—. Harás que tu padre se enfade y estropee tu fantástica idea. Apaga el motor, por favor, y siéntate tranquilo. Hablaré con tu padre tan pronto como me sea posible.