EPÍLOGO
—¿Pero ganaron?
La Madre Ailis sonrió entretenida al joven Cailan mientras él se retorcía nervioso en su silla. Para un chaval de doce años, había escuchado bastante intensamente el relato, pensó ella. Siempre le habían fascinado tales relatos, y amaba más que ningunos aquellos que involucraban a su padre. ¿Y por qué no? Él no era el único chico en Ferelden que idolatraba al Rey Maric, después de todo.
Ella alisó el pelo rubio de Cailan ausente con una mano curtida y asintió.
—Sí, ellos ganaron. —Ella se rió entre dientes mientras el chico aplaudía en deleite—. Como debes haber imaginado. Si no lo hubieran hecho, ¿estarías aquí hoy, joven?
Él sonrió.
—Probablemente no.
—Probablemente no, —estuvo de acuerdo ella—. Loghain lideró al ejército a una gran Victoria, diezmando al ejército Orlesiano de una forma tan terrible que el Emperador Florian se negó a mandar al usurpador más fuerzas. Perdimos a muchos de los nuestros. Nalthur y la Legión murieron bravíamente, como lo hizo la mitad de nuestro ejército. Incluso tu madre casi muere. Pero fue un gran día para Ferelden, y así fue cómo Loghain pasó a ser conocido como el Héroe del Río Dane, un título que aún lleva hasta este día.
Cailan hojeó el libro en su regazo, un fino libro lleno de pinturas delicadas que habían sido presentadas al joven Príncipe como regalo por parte del embajador Orlesiano. Había sido el primer representante mandado desde la coronación de la nueva Emperatriz hacía dos años, y el hombre había sido prácticamente cargado con regalos de todo tipo. Sobornos, los había llamado el Teyrn Loghain.
Naturalmente, el joven Cailan amaba las pinturas de los caballeros y las batallas en el libro, y ellos encendían sus pensamientos de las victorias de Ferelden más que la grandeza del Imperio, el embajador ciertamente no tenía que saberlo. Cailan estaba rodeado de libros, algunos abiertos y a medio leer, otros descartados o leídos amorosamente una docena de veces. La Reina Rowan había trabajado incansablemente mientras estaba viva para llenar el palacio de libros, y ella suponía que el chaval los amaba tanto como él le había amado a ella.
Cailan alzó la mirada hacia ella en confusión.
—¿Pero qué le ocurrió al usurpador? No estaba en esa batalla, ¿no?
La Madre Ailis se rió entre dientes.
—No, no, no lo estaba. Fueron tres años más de batallas antes de que tu padre le hiciera caer. El Rey Meghren se negaba a admitir la derrota hasta el amargo final. Al final, él y los pocos de sus simpatizantes se atrincheraron dentro del Fuerte Drakon aquí en la ciudad.
—¿El de dentro de la montaña?
—Ese es. Él se quedó ahí durante seis días, hasta que finalmente tu padre desafió a Meghren a un duelo. El Teyrn Loghain estaba furioso con tu padre por hacerlo, pero naturalmente, el usurpador no podía evitar aceptar. Estaba bastante seguro de que iba a ganar.
Cailan sonrió ampliamente de nuevo.
—¡Pero no lo hizo!
—No. No lo hizo. —Ella se detuvo, preguntándose por un momento si debía continuar. Pero el Rey le había dicho que su hijo debería saberlo todo, ¿no? Entonces debía saberlo todo—. Tu padre se enfrentó en duelo a Meghren en el tejado de Fuerte Drakon, y cuando mató al hombre, le arrancó la cabeza y la colocó en una pica fuera de las puertas del palacio. Esa fue la última cabeza que jamás decoró este palacio.
El chico asintió, aceptando estas noticias con ecuanimidad. Volvió su atención al libro en su regazo, con su largo pelo rubio cayendo de nuevo enfrente de sus ojos. La Madre Ailis le observó un tiempo, extendiendo el brazo y acariciándole el pelo a un lado de nuevo. Había pocos otros sonidos en la biblioteca aparte de los vientos del otoño corriendo fuera de las ventanas.
—¿En qué estás pensando ahora, querido chico? —le preguntó ella finalmente.
Él alzó la mirada hacia ella, sus grandes ojos sombríos.
—¿Mi madre y mi padre no se amaban?
Ah. Ella tomó aliento profundamente.
—Eso no es todo, niño. —Ella le sonrió gentilmente— Se convirtieron en Rey y Reina de Ferelden, y eso era de gran importancia para ambos. Había mucho trabajo por hacer para reconstruir esta nación una vez fue liberada, y ellos sabían que necesitaban permanecer unidos para hacerlo.
Ailis vio que el chico no lo entendía, y suspiró profundamente y arropó su mejilla con su mano.
—Se tienen un gran afecto el uno por el otro, y en su momento, eso se convirtió en amor. Cuando tu madre murió, —ella trató el tema con cuidado—, le puso tan triste que se quedó en su cámara durante semanas. Lo recuerdas, ¿no?
Cailan asintió con tristeza. Ella recordaba el momento, también. Meses de una enfermedad agotadora y ni una cosa ni siquiera en mejor mago del Círculo podía ayudar a la Reina, y al final, cerró sus ojos en silencio y se fue a dormir. Durante semanas después, el Rey Maric se había encerrado, mirando al fuego o sentándose en su escritorio. No dijo nada en absoluto y apenas respondió ante nadie. Comía poco, menos con cada día que pasaba, y todo el castillo se alarmó. La nación lloró a su amada Reina, y temían pronto llorar a su Rey, también.
Ailis había estado perdida sobre qué hacer. No había habido nadie a quien pedir ayuda en el palacio, ciertamente no a Loghain. Después de la guerra, Maric había elevado a Loghain a la nobleza y le había hecho el Teyrn de Gwaren. Todo Ferelden había celebrado ese día; la misma idea de que uno de los suyos, un héroe nacido entre la gente plebeya, pudiera elevarse al rango de noble les alentaba en gran medida. El Teyrn Loghain se había casado con una fina mujer y había tenido una maravillosa hija, y aún así pese a la supuesta amistad legendaria entre él y el Rey Maric, nunca había venido ni una vez al palacio.
Cada vez que se mencionaba el nombre de Loghain delante de la Reina, ella siempre se había quedado muy en silencio, y el Rey miraba triste en su dirección. La primera vez que ocurrió, Ailis lo supo. Uno no puede evitar saberlo. Y por lo tanto el nombre de Loghain no se mencionaba en el palacio. El Rey iba a Gwaren en alguna ocasión, pero cuando lo hacía, la Reina encontraba motivos para quedarse y Ailis pasaba aquellos días en la compañía silenciosa de la Reina.
De modo que ella mandó un mensajero a Gwaren, y Loghain vino. Su cara como de piedra, había ido a la cámara del Rey y cerró la puerta y allí se quedó durante horas. Y entonces, sin advertencia, salieron. Sin una palabra para nadie, habían ido al lugar donde habían sido colocadas las cenizas de Rowan y lloraron juntos.
—Lo recuerdo, —suspiró Cailan.
—Lo que tu padre por la mujer elfa, Katriel, era muy diferente. Eso no significa que no amara a tu madre, sin embargo. Nunca dudes que lo hizo.
Ella recordó cuando Loghain la había encontrado. Había estado viviendo en una pequeña aldea al norte de la Espesura entonces y había escuchado de un hombre preguntando por los refugiados que habían sido masacrados años antes por los hombres del usurpador. Había estado buscando a su padre. Cuando Loghain finalmente la vio en el hospicio, corrió y la abrazó con sus brazos, riendo con una alegría que era tan impropia de cualquier cosa que hubiera visto nunca en él.
Y entonces ella había llevado a Loghain al lugar donde había esparcido las cenizas de su pare, junto con las cenizas de tantos que él había tratado de proteger. Le había llevado mucho tiempo ponerlos a todos a descansar en aquella colina. Y allí en la lluvia, ella lo había sostenido como un niño mientras sollozaba, y ella sollozó con él. Él le rogó por su perdón, y ella le dijo que no era necesario ninguno.
Gareth habría estado orgulloso de su hijo. Ella estaba segura de ello.
Cailan cerró el libro, admirando el labrado de las cubiertas de cuero, y entonces alzó la mirada hacia ella de manera burlona.
—¿Voy a ser Rey algún día, Madre Ailis?
—Cuando tu padre se vaya, sí. Recemos para que no sea pronto. Ciertamente dudo que esté viva para verlo.
—¿Seré tan buen rey como mi padre?
Ella se rió entre dientes ante eso.
—Eres un Theirin, mi querido chico. Tienes la sangre no sólo de Calenhad el Grande en ti sino también la de Moira la Reina Rebelde y Maric el Salvador. No hay nada que no puedas hacer si centras tu mente en ello.
El chico puso sus ojos en blanco y suspiró en exasperación.
—Eso es lo que Padre siempre dice. No creo que sea nunca tan buen rey como él.
Tan parecido a su padre, ciertamente. Ailis acarició su pelo cariñosamente y se levantó de su silla.
—Vamos, hombrecito. Camina con tu vieja tutora, y encontrémonos con tu padre en los jardines. Puedes decirle tú mismo lo buen escuchador que has sido hoy.
Cailan saltó de su asiento, sonriendo.
—¿Crees que él me contará otra historia? ¡Quiero escuchar más sobre los dragones!
—Creo que hay tiempo para más historias más tarde. Pero no hoy.
El joven príncipe tenía que estar satisfecho con eso, de forma que corrió excitado por el pasillo del palacio y se fue en un instante. Sacudiendo su cabeza entretenida, la Madre Ailis cogió su bastón y lentamente empezó a perseguirle.