5

Loghain miró incómodo a los caballeros que le habían asignado a su mando, una vez más preguntándose cómo se había permitido acabar aquí. Treinta hombres montados en armadura pesada de placas, cada uno con más experiencia de combate en el último años que él en toda su vida, ¿y se suponía que él debía liderarlos?

Lo tenía merecido por sugerir un plan en primer lugar. Si hubiera sido listo habría mantenido su imbécil boca cerrada después de eso y se habría ido por su camino. Pero cuanto más escuchaba al Arl Rendorn y a Maric discutir sobre quién tendría el rol más importante en el plan, más se irritaba. Finalmente había alzado sus manos en disgusto y se ofreció voluntario a hacer ese rol él mismo, únicamente para hacer que esos dos dejaran de discutir.

Maric pensó que la idea era brillante. Eso en realidad debía haberle dicho a Loghain en el momento que todo el asunto estaba condenado al fracaso.

Incluso así, ahí estaba, preparado para hacer su parte. Loghain llevaba una fina camisa blanca, botas brillantes, y un casco para ocultar su pelo negro. Su capa morada oscura había pertenecido una vez a la Reina Rebelde, un adorno distintivo que se sentía extraño llevando. Los cueros que llevaba estaban delineados con terciopelo negro y eran casi demasiado estrechos, pero eran los únicos pantalones de Maric que le venían. Él nunca había llevado esas ropas tan caras, poco prácticas en su vida, pero era necesario.

Loghain y los caballeros mantuvieron a sus caballos calmados, en mitad de un arroyo profundo mientras esperaban a que llegara el enemigo. Los exploradores que el Arl Rendorn había mandado informaron de que el grueso de las fuerzas que se aproximaban desde el este vendrían por este camino, y que verían al enemigo saliendo de los árboles junto a la orilla del arroyo. Loghain planeaba hacerles creer que veían al Príncipe Maric huyendo de su ejército escoltado por una pequeña unidad de sus caballeros más rápidos y más fuertemente armados. Para pasar por Maric, Loghain imaginó que simplemente necesitaba parecer importante desde la distancia. Con suerte, el enemigo vería la capa morada y sus ropas elegantes y supondría que el Arl Rendorn estaba haciendo exactamente lo que pretendía hacer: poner a Maric a salvo.

Así, el trabajo de Loghain era atraer a la parte este del ejército atacante bien lejos. Entonces el grueso del ejército rebelde sería capaz de tratar con los atacantes norteños sin ser también atacados desde atrás.

¿Y después de eso? Bueno, Loghain esperaba que estuvieran en una posición como para ir a su rescate. Porque necesitaría uno, sin duda. Y eso era suponiendo que todo fuera de acuerdo al plan, que, como su padre siempre decía, no se había oído de eso en ninguna batalla. ¿Cómo terminé aquí? Se preguntó a sí mismo. La verdad era que no tenía ninguna buena respuesta.

Estaba todo en silencio excepto por el suave borboteo del arroyo mientras fluía al pasar y el ocasional relincho nervioso de uno de los caballos. Una brisa acariciaba suavemente los árboles cercanos, y Loghain respiró profundamente, tomando el olor a pino y agua fresca. Se sintió extrañamente en paz. La batalla inminente parecía ciertamente muy lejana.

Algunos de los caballeros siguieron mirando hacia él, su inseguridad sobre él destacable pese a sus esfuerzos por ocultarla. Tenían que preguntarse quién era, pensó Loghain. Había habido poco tiempo para presentaciones, apenas una ocasión para explicar lo que había en juego. El Arl había pedido voluntarios de entre sus hombres con más experiencia, y ahí estaban. Voluntarios, les decían, porque las oportunidades de que ninguno de ellos volviera eran bastante altas.

¿Por qué pensó que era un buen plan, exactamente?

Uno de los caballeros se inclinó hacia él, un compañero mayor con un mostacho prominente gris saliendo de dentro de su casco.

—¿Ese lugar al que vamos a cabalgar, —preguntó en silencio—, lo conoce, Ser Loghain?

—No hay necesidad del título. Sólo Loghain.

El caballero parecía sorprendido.

—Pero… Su Gracia dijo que su padre…

—Supongo que él lo era. Yo, sin embargo, no lo soy. —Loghain miró al hombre con curiosidad—. ¿Te molesta eso? ¿Ser liderado por un plebeyo?

El caballero miró a varios de sus compañeros que habían estado escuchando su intercambio. Él le devolvió la mirada a Loghain, agitando su cabeza con firmeza.

—Si este plan de verdad pondrá a salvo al Príncipe Maric, —afirmó él—, entonces alegremente seguiría a mi propio enemigo a la batalla. Daré mi vida, si es necesario.

—Al igual que yo, —dijo otro caballero, mucho más joven. Otros asintieron su aceptación.

Loghain miró alrededor hacia ellos, maravillándose ante su determinación. Quizás sus probabilidades no eran tan malas, después de todo.

—He estado por esta área una vez antes, —les dijo él—. Bajo este arroyo al sur, por la cresta y una llanura, hay un risco… un precipicio con una fachada amplia y aguda. Tiene un único camino angosto que sube su lateral.

—Lo conozco, —dijo uno de los hombres.

—Cuando lleguemos allí, cabalgaremos por ese camino tan rápido como sea posible. Hay un área plana allí arriba que es defendible. Si podemos defender el camino, podremos aguantar.

—Pero, —dijo el mismo hombre inseguro—, las rocas de detrás son demasiado escarpadas. No hay salida de allí.

Loghain asintió.

—No, no la hay.

Él dejó que eso calara. Loghain suponía que el enemigo querría que pensaran que era el Príncipe tanto que no abandonaran y cabalgaran de vuelta para atacar al resto de las fuerzas rebeldes. Así que él y los voluntarios del Arl tenían que hacer que se viera bien. Gradualmente, el murmullo entre los hombres se silenció y volvieron a esperar a que el enemigo diera la cara. No había nada más que pudieran hacer, después de todo.

Afortunadamente, no llevó mucho.

Cuando el primer soldado sacó su cara de los árboles, Loghain liberó una flecha. Golpeó al hombre en el hombro cuando podría simplemente igual de fácil haberle dado en la garganta, pero quería que el hombre corriera en pánico… y lo hizo.

Más soldados le siguieron en unos momentos. Muchos de los caballeros alrededor de Loghain estaban armados como él, y el tañido de las cuerdas de los arcos fue seguido de los gritos de dolor y las caídas. Los caballos pisotearon nerviosos en el agua, retrocediendo de la orilla.

Ahora el contraataque comenzó mientras el enemigo se daba cuenta de lo que les esperaba. En lugar de cargar a ciegas fuera de los árboles hacia la orilla, empezaron a reunirse justo dentro de la cobertura. El ruido de muchos pies y gritos resonó a través del bosque como una tormenta que se avecinaba. Mientras las flechas perforaban el aire hacia ellos, los caballeros alzaron sus escudos contra el torrente enfadado.

—Su Alteza, —bramó uno de los caballeros con fuerza hacia Loghain—, ¡necesitamos ponerle a salvo!

—¡Proteged al Príncipe! —gritó otro.

—¡Al sur! —Loghain alzó su espada en alto—. ¡Seguidme! —Con eso se giró y aceleró su caballo hacia el sur, salpicando el agua con fuerza mientras los otros caballeros le seguían. Incluso sobre todo eso, sin embargo, Loghain escuchó gritos del enemigo de “¡Es el Príncipe!” y gritos más fuertes de “¡Tras ellos!”

Más flechas pasaron, un enjambre de avispas de proyectiles enfadados que empezaban a llegar más y más rápido mientras Loghain y los caballeros corrían bajo el arroyo. La capa morada ondeaba a su paso. Uno de los hombres directamente tras él gritó de dolor y cayó de su caballo, salpicando de forma extraña en el arroyo. Corriendo por sus vidas, los otros caballeros no podían hacer nada salvo saltar sobre él o pasar a su alrededor.

El agua estaba lo suficientemente alta como para ralentizarles. No querían ir demasiado rápido —querían que el enemigo les viera y les persiguiera, después de todo— pero las flechas estaban llegando en un volumen demasiado grande. El sonido de la masa de hombres tras ellos estaba creciendo demasiado rápidamente. ¿Y si las estimaciones de los exploradores estaban mal?

—¡Más rápido! —gritó Loghain.

Otro hombre cayó, gritando, mientras alcanzaban la cresta. Aquí el arroyo giraba y un terraplén inclinado se había formado. Loghain corrió por el lateral, urgiendo a su caballo a esfuerzos mayores mientras una flecha pasaba junto a su oído. Por un momento su montura luchó y se frenó discordante de camino a la cresta, y entonces casi dolorosamente alcanzó la cima y saltó hacia delante.

—¡Seguidme! —gritó Loghain a los hombres tras él.

Como una ola chocando contra un muro, surcaron por el lateral de la cresta. El agua batía bajo sus cascos mientras los caballos luchaban, y no muy lejos por detrás el enemigo salía del bosque hacia el arroyo en plena persecución. No tenían jinetes, afortunadamente, pero no eran para nada lentos. Ahora que estaban en la apertura, podían moverse más rápidamente.

Azotando a su caballo hasta casi hacerle sangrar, Loghain llevó la carga sobre la llanura abierta. El risco estaba a la vista, un largo desfiladero junto al borde de las colinas rocosas que marcaban el extremo sur del valle. Vio el camino que necesitaban también, y al mismo tiempo avistó a un grupo de soldados enemigos que salían de los bosques de delante. Eran exploradores, supuso él, o parte de las líneas más amplias del enemigo. Llevaban cuero pesado y estaban moderadamente armados, y giraron para enfrentarse a la línea que se aproximaba.

Bueno, pensó Loghain, si de verdad pretenden quedarse en el camino de caballos cargando, mejor darles lo que se merecen. Él dio un grito de ataque, alzando su espada una vez más, y aceleró directamente hacia el enemigo. Los caballeros respondieron a su grito y le siguieron.

Hubo un trueno de cascos y gritos de guerra mientras aterrizaban con todas sus fuerzas sobre los soldados. Durante un momento a Loghain le pareció como si el tiempo se moviera a paso de tortuga. Miró el horror apareciendo en sus caras, vio cómo algunos de ellos en la parte trasera se arrastraban demasiado tarde para volver a los árboles. Vio a su propio caballo aplastar a uno de ellos a pisotones, un hombre desafortunado que cayó sin una simple palabra. Un corte de espada abrió la garganta de un soldado a su derecha, antes de que el hombre pudiera sacar su propia espada, y la sangre salió como una fuente.

Y entonces todo se estaba moviendo deprisa de nuevo. Los hombres gritaban de dolor, los huesos crujían, y el acero chocaba contra el acero. Loghain golpeó a varios hombres con su espada, pero todo demasiado rápido, pasaba y cabalgaba hacia delante por el camino. El resto de sus hombres estaban ocupados anteponiéndose al enemigo tras él; ni siquiera necesitó mirar para saber que así era.

Se sentía bien, aunque eso no negaba el hecho de que el ejército pegado a sus talones era un asunto mucho más grande del que cualquiera podría haber esperado.

En unos momentos estuvieron en el camino, corriendo por el lateral del risco. En varios puntos el camino era lo suficientemente amplio para que dos caballos galoparan lado a lado. Cualquiera más y se arriesgaban a que alguien se deslizara y cayera a las rocas de debajo.

—¡Vamos! —urgió él.

Más flechas salieron disparadas hacia él mientras alcanzaban la parte superior del acantilado. Giró su caballo, y por primera vez vio exactamente lo que había tras él. El recordatorio de sus treinta hombres estaba pegado a sus talones, y no muy lejos tras ellos había bien cerca de doscientos soldados, cargando salvajemente por el campo. Llenaron su campo de visión, haciendo que su corazón corriera de miedo. Bajo de sus caballos, arrinconados aquí en el acantilado, estaban enormemente superados en número y podían ser estacados por los arqueros a distancia.

—¡Poneos a cubierto! —gritó él, rápidamente bajándose de su caballo. Había grandes rocas en el risco, tras las cuales cayeron.

El vuelo de las flechas se detuvo mientras los comandantes de abajo ordenaban a los arqueros detenerse. No tenía sentido mientras los caballeros estuvieran fuera de la vista. Loghain no podía escuchar cuáles eran sus siguientes órdenes, pero podía suponerlo. Estaban preparándose para correr camino arriba hacia el acantilado, utilizando sus flechas para mantener a los caballeros a cubierto tanto como pudieran. Sufrirían pérdidas, seguro, pero finalmente llegarían. Tenían los números.

El caballero más cerca de Loghain miró hacia él, respirando fuertemente con agotamiento. Había miedo en los ojos del hombre.

—¿Van a venir aquí arriba? —gritó él.

Loghain asintió.

—Tenemos lo que quieren. O creen que lo tenemos.

—¿Entonces qué hacemos ahora?

Él reafirmó el agarre en su espada.

—Luchamos.

En su interior esperaba que lo que fuera que hiciera el resto del ejército de Maric, llegara rápido. Ese era el plan, después de todo, y hasta el momento había funcionado. Lo que ponía a Loghain mucho más nervioso mientras escuchaba los primeros gritos sonar de debajo y se preparaba para su carga.

Cuando las fuerzas enemigas más pequeñas entraron en el valle desde el norte, sus comandantes —nobles Fereldeños que servían a su rey, aunque Orlesiano lo era— habían esperado encontrar unas fuerzas rebeldes desagrupadas, posiblemente en mitad de una derrota total.

En su lugar, se encontraron bajo asalto por el grueso de las fuerzas rebeldes. Bolas de fuego mágicas aterrizaron en medio de ellos, las explosiones mandándolos dispersos. Inmediatamente después, un golem gigante de piedra fue el primero en alcanzar su línea, los grandes puños balanceándose y mandando a los hombres volando por el aire. La infantería rebelde siguió inmediatamente después, gritando su grito de guerra y cargando contra la línea.

Maric estaba con esa infantería, pero bien atrás de la línea de frente como para no estar cara a cara con el enemigo. Rowan le observaba desde más allá en la colina, sus propias tropas montadas pateando impacientes por entrar a la batalla. Su padre le había dicho que esperara, oculta en los árboles, hasta que las fuerzas de Maric estuvieran bien reunidas antes de que cabalgara para atacar desde el flanco. Su única oportunidad era golpear al enemigo rápido y fuerte, y con esperanzas dispersarles a tiempo de alcanzar a Loghain. Si podían atrapar al enemigo en el acantilado, podrían aplastarles contra los riscos… estarían atrapados, incapaces de salir.

Era algo desesperado. La preocupación que había marcado la cara de su padre mientras aceptaba el plan le decía eso. Pero si el plan hubiera sido imposible, antes habría agarrado a Maric por la cabeza y le hubiera arrastrado personalmente que aceptarlo.

Podía ver a Maric gritando órdenes a los hombres, urgiéndolos a ir hacia delante. Estaba tratando de presionar al frente, intentando unirse a la batalla. Los hombres inmediatamente alrededor de él presionaron de cerca, sin embargo, formando un círculo. Padre les habría dicho que hicieran eso, supuso ella. Aunque Maric estaba llevando un casco, ella podía decir que se estaba sintiendo frustrado mientras se daba cuenta de lo que los soldados estaban haciendo.

Más magia crujió en el aire mientras una ventisca se formaba alrededor de una gran parte de las fuerzas enemigas. Estaban empezando a retirarse fuera del valle y a reagruparse, sus comandantes volviéndose frenéticos, pero el hielo que se estaba formando mágicamente en el suelo bajo sus pies se lo estaba poniendo difícil.

Uno de los comandantes enemigos empezó a gritar con fuerza y a señalar a Wilhelm, que estaba en pie sobre una roca no muy lejos de los hombres de Maric. Las túnicas amarillas del mago desafortunadamente le hacían destacar, así como su posición expuesta. Necesitaba ver sus objetivos, aún así, y su alcance era limitado. Mientras las flechas empezaban a volar en su dirección, fue forzado a saltar de su roca, su rabia maldiciendo tan alto, que incluso Rowan podía escucharlo desde donde estaba. Un gesto de la mano de Wilhelm mandó al golem de piedra cargando ponderosamente hacia los arqueros, sus puños balanceándose. Eso definitivamente les mantendría distraídos.

Estaría cerca. Rowan no podía ver cuántos hombres había, pero se imaginaba que probablemente tenían al menos tantos hombres como los rebeldes. Tan pronto como indagaran y empezaran a contraatacar, su ofensiva se hundiría a un alto.

Su caballo de guerra relinchó nervioso y ella golpeó su cabeza, calmándolo suavemente.

Uno de los jinetes cercanos le miró, aprensivo.

—¿Cuándo cargamos, mi lady? Si retroceden del valle, nunca les flanquearemos.

—No retrocederán por completo, —le aseguró ella—. Pero tenemos que esperar.

Aún así, ella compartía la ansiedad. Ya podía ver señales del enemigo reorganizándose y luchando por flanquear a los hombres de Maric al correr hacia el propio valle. Muchos de ellos fueron provocados a ir, de hecho, por su desesperación por alejarse de la ira de los puños del golem. Estaba yendo tal y como su padre había previsto, pero había más hombres de los que los exploradores habían informado. Eso significaba que esto llevaría más tiempo. Incluso si eran capaces de derrotar a esta parte de las fuerzas del usurpador, ¿qué sería de Loghain?

Cogiendo las riendas, cabalgó hacia donde su propia teniente estaba esperando. Una mujer corpulenta con el nombre de Branwen, la teniente era una de las otras pocas mujeres que servían con los rebeldes como soldado. Rowan sabía que muchos de los hombres que no las conocían a ninguna de ellas creían que ella había ascendido a Branwen por ese único motivo, pero no era así. La teniente era fuerte y determinada, quizás porque tenía más por demostrar. Rowan sabía exactamente lo que era eso.

—Teniente, —gritó ella—, necesito hablar con el Arl.

Branwen asintió solemnemente.

—¿Alguna orden, mi lady?

—Si no vuelvo en veinte minutos, cargad hacia el flanco como estaba planeado. —Rowan sonrió sombríamente—. Confío en su juicio en todo lo demás.

Branwen parpadeó sorprendida y sus labios se estrecharon, pero sin embargo aceptó la orden inusual sin un comentario.

—Entendido, mi lady.

Rowan giró su caballo y corrió fuera de los árboles y bajo el valle. Trató de prestarle poca atención a la batalla que aún estaba teniendo lugar, aunque se percató de que Maric había tenido su deseo: el círculo de hombres a su alrededor había sido dispersado por la melé, significando que Maric podría unirse. Rowan se preocupó por eso, pero no tanto como lo habría hecho su pare. Él quería mantener a Maric fuera de la batalla por completo. Rowan sabía que Maric estaba bien armado y era mucho mejor espadachín de lo que jamás admitiría. Uno de los motivos por la que había tenido que trabajar tan duro, después de todo, era para ganarse su respeto.

Los hombres de su padre estaban esperando al otro lado del valle, y llevó varios minutos de cabalgar duramente para alcanzarle. Ella salpicó sobre la parte amplia pero profunda del arroyo, y cuando llegó a la otra orilla, los hombres de su padre ya estaban corriendo para interceptarla. Su padre salió un momento más tarde, cabalgando en su propio semental oscuro, y pareciendo más que un poco preocupado por la interrupción.

—¿Qué es? —preguntó él—. Deberías estar con los caballeros.

—Hay más hombres de los que pensábamos, Padre. Eso significa que debería haber más viniendo desde el este, también. Necesitamos ayudar a Loghain.

Su pare hizo una mueca. La luz del sol brilló con fuerza en su armadura de platerita mientras se giraba hacia los soldados que estaban a tan solo un par de pies de distancia.

—Idos —le señaló a ellos— Deseo estar a solas un momento.

Sus hombres vacilaron momentáneamente, confusos, pero no cuestionaron la orden. Se fueron.

Él lentamente se giró de vuelta hacia ella, con las cejas blancas fruncidas con preocupación. Rowan no podía decir exactamente que iba a decir, pero ya entendió en lo que estaba pensando. Ella sintió su furia alzarse.

—Puedo ver lo mismo que tú, —empezó él—. Y estoy de acuerdo. Será lo suficientemente difícil derrotar a los hombres del usurpador aquí en el norte.

—¿Pero…?

Él alzó una mano.

—El amigo de Maric ha hecho su trabajo. Aún quedan por ver cualquiera de las fuerzas del este viniendo a través del valle. Los ha atraído a todos, y eso nos da tiempo para hacer lo que debemos hacer.

—¿Que es? —soltó ella.

—Que es, —afirmó él con fuerza—, salvar a Maric así como a su ejército. —El Arl caminó más cerca de Rowan y le puso su mano sobre su hombro. Su expresión era triste—. Rowan… en el momento en que dirijamos a estos hombres a algún tipo de retirada, necesitaremos huir del valle con lo que se que nos quede. Es nuestra única oportunidad.

—Loghain nos espera como refuerzos.

—Es prescindible. —El Arl dijo la palabra intranquilo, pero la dijo aún así.

Rowan se alejó de su padre, frunciendo profundamente el ceño. Lo que había dicho no era del todo una sorpresa, y aún así se sentía decepcionada.

—Dimos nuestra palabra, —protestó ella—. Él nos dio el plan que te está dando tu oportunidad, ¿y vas a abandonarle?

—La parte que está representando en su propio plan, —suspiró su padre—, es la del cordero sacrificado. Quizás él no se dio cuenta, pero lo es. —Él tomó agarre de su mano con guantelete con firmeza, mirándola directamente a los ojos—. Es un buen plan. No debemos desperdiciarlo, por el bien de Ferelden.

Ella retiró su mano y le dio la espalda a su padre, pero no se marchó. Él le dio unos golpes en el hombro de nuevo.

—Hay cosas que debemos hacer, cosas que deben hacerse. Para sobrevivir. La Reina Moira las hizo, y así debe hacerlo su hijo. Este Loghain está haciendo un servicio, así como los hombres con él.

Ella asintió lentamente, poniendo una mueca. La mano del Arl permaneció en su hombro un momento más, pero lo que hubiera en su mente se lo guardaba para sí mismo.

—Ve, entonces, —dijo finalmente—. No hay mucho tiempo.

Ella no miró atrás.

Cuando Rowan se unió de nuevo a sus fuerzas al otro lado del valle, vio que ya estaban preparados para cabalgar. Su teniente cabalgó hacia ella, haciéndole detenerse.

—Estábamos a punto de cargar, —le informó Branwen—. ¿Quiere que esperemos, mi lady?

—¿Cuál es la situación?

—El Príncipe parece estar haciéndolo bien hasta el momento. Evitó que el enemigo le rodera. El mago es casi un ejército por sí mismo. —Su atención fue entonces atraída por el sonido de cuernos que hacían señales desde la parte baja del valle. Dos de los vigilantes cercanos le hicieron un gesto, y ella asintió una aceptación—. El Arl se está uniendo ahora, mi lady.

Rowan no respondió de inmediato. La pluma verde de su casco ondeaba en la brisa mientras miraba con fuerza al suelo desde su caballo. Los sonidos de muchos hombres gritando y chillando podían escucharse levemente en la distancia. Cualquiera de ellos podría ser Maric, pensó ella.

—¿Mi lady? —preguntó dudosa su teniente.

—No, —afirmó Rowan. Ella miró arriba e hizo girar su caballo—. Vamos a reforzar el acantilado ahora, antes de que sea demasiado tarde.

—¡Pero mi lady! ¿Qué hay del Príncipe?

Rowan empezó a cabalgar hacia delante, su expresión firme.

—El Hacedor cuidará de él, —murmuró ella solemnemente. Entonces, más fuerte para dirigirse a los jinetes asombrados reunidos tras ella—: ¡Todos vosotros! ¡Seguidme! ¡Cabalgaremos al sur! —Sin esperar una respuesta, pateó a su caballo de guerra para que galopara y empezó a dirigirse al valle.

El enemigo estaba en su tercera carga por el camino.

Loghain estaba empapado en sudor y sangre, un dolor ardiente, fiero en su pecho de donde una hoja le había apuñalado con éxito antes. Lo ignoró y luchó contra ello. Quedaban siete de los treinta caballeros que habían cabalgado con él por el camino, y mantuvieron el terreno en la cima del acantilado mientras oleada tras oleada de soldados enemigos trataban de colarse a través. Estos eran soldados Fereldeños, instados por los comandantes Orlesianos que permanecían a salvo abajo. Mandando a sus perros a hacer el trabajo sucio, pensó enfadado.

El enemigo llevaba alabardas esta vez, hojas de hacha curvadas unidas a largos palos que le daban la ventaja del alcance. Había perdido casi diez hombres inmediatamente ante la primera avalancha de alabarderos mientras alcanzaban la parte superior del camino y casi les habían superado. Un hombre perdió su brazo como si se lo hubieran arrancado, la sangre escupiendo mientras el hombre lo miraba, horrorizado.

—¡Empujadles! —gritó Loghain.

Un soldado enemigo saltó sobre él, medio para atacar y medio porque había sido empujado hacia delante desde atrás. Sorprendido, Loghain fue empujado hacia atrás por un momento. El soldado, un hombre bajo con cara de comadreja, parecía excitado ante el pensamiento de darle un golpe al poderoso príncipe y se movió para golpear de nuevo.

Loghain agarró al hombre por la garganta y le lanzó atrás. El soldado bajo se tambaleó, y sus manos moviéndose agarraron la capa real morada, que ahora estaba manchada de un negro pegajoso por la sangre y la mugre. Cayó hacia un lado, tirando con fuerza de la capa, y Loghain cortó con su espada para cortar la tela. Liberado, el soldado se tambaleó hacia atrás aún más y fue retrocediendo por el borde del risco, gritando de forma estridente.

Otro hombre estaba sobre Loghain antes de que pudiera recuperarse, un hombre grande con una barba roja robusta. Y entonces un segundo hombre cargó sobre él, con el hacha sobre su cabeza. Loghain se agachó y rodó, haciendo un amplio arco con su espada. Atrapó al portador del hacha por el abdomen, abriéndole en canal. Mientras el hombre se tambaleaba, Loghain golpeó con su codo y dio al soldado de barba roja en la garganta. No evitó que apuñalara a Loghain en el hombro, pero Loghain meramente siseó de dolor y saltó hacia atrás, forzando a que la hoja saliera de él.

Golpeó con su espada de nuevo, y el hombre de barba roja apenas bloqueó mientras jadeaba y tosía. Intercambiaron varios golpes, Loghain recuperando más fuerza y posición con cada uno hasta que finalmente abatió al hombre.

Los pocos caballeros con él apenas estaban aguantando, y aún así el enemigo presionaba. Loghain casi no podía ver con el sudor punzando en sus ojos, y la sangre cubriendo el suelo en el linde del camino hacía el agarre de los pies en las rocas difícil.

¿Dónde están los malditos refuerzos? Pensó él, golpeando a nuevos enemigos mientras presionaban hacia delante. Incluso mientras hacía la pregunta sabía la respuesta. No iban a venir. No tenía sentido que vinieran. De hecho, si estuviera en el lugar del Arl ahora mismo, no vendría, tampoco.

Gruñó enfadado y cortó aún con más fuerzas, tratando de evitar que el enemigo pasara de su línea. Otro hombre corrió hacia él y él puso su bota en medio del hombre y le pateó, mandando al hombre volando de espaldas sobre el borde del risco con un grito horrorizado.

Y entonces un cuerno sonó.

Loghain se frotó los ojos y miró bajo el risco, entonces empezó a reír con fuerza en pura sorpresa. El estruendo de cascos era el heraldo de la carga del resto de las fuerzas de caballeros de los rebeldes mientras golpeaban a las fuerzas enemigas mayores desde detrás. La figura en armadura que lideraba la carga sólo podía ser Rowan, la pluma verde sobre su casco oscilando.

El efecto en el enemigo fue dramático. Los Orlesianos fueron empujados atrás hacia el risco, sus gritos cambiando a confusión y sorpresa. Casi inmediatamente su organización se rompió. El pánico se apoderó de los soldados a pie, y empezaron a dispersarse y a correr, incluso mientras los comandantes les gritaban inefectivamente que aguantaran.

Loghain ya no tenía tiempo para observar cómo los enemigos que aún estaban en el camino se volvían desesperados. Atrapados entre el grupo de hombres que trataban de correr tras ellos para escapar de la carga de caballería y los hombres restantes de Loghain, sus gritos de temor se volvieron diáfanos.

—¡Ahora! ¡Hacedlo! ¡Empujad! —gritó él. Seis caballeros estaban junto a él, su armadura manchada de sangre y todos ellos fuertemente heridos, pero apretaron sus dientes e hicieron lo que les ordenaron. Presionaron su ventaja y empezaron a balancearse con fuerza para llevar atrás al enemigo.

Hubo un largo momento de resistencia frenética mientras el acero chocaba contra el acero, y entonces la línea enemiga rompió. Con un grito victorioso, Loghain se movió hacia delante y apuñaló con su espada a dos hombres que huían de espaldas mientras gritaban por piedad. Los caballeros junto a él hicieron lo mismo, y mientras el enemigo iba atrás, se quedaron sin terreno y forzaron a todo un grupo de sus propios soldados a caer por el risco.

Había pánico de masas ahí abajo. El enemigo estaba corriendo para salir del camino de los caballeros, abalanzándose hacia el bosque en los lindes del valle. Algunos incluso soltaron sus armas en su carrera. Uno de los comandantes Orlesianos gritó a sus hombres con indignación, intentando liderar una carrera, pero Rowan le puso fin rápidamente. Un par de pezuñas cortaron al pomposo compañero a mitad de grito, mandando su cuerpo volando contra las rocas e incitando a los soldados enemigos más cercanos en una retirada aún más rápida.

Llamando a varios de sus hombres para seguirla, Rowan se giró y corrió por el camino hacia Loghain.

Alentado por la vista, Loghain urgió a sus caballeros a que continuaran empujando… y lo hicieron. Estaban empujando hacia delante ahora, barriendo la línea de soldados enemigos ante ellos por el borde del camino como escombros. Los gritos que helaban la sangre mientras esos hombres eran mandados a su muerte eran difíciles de soportar.

Y entonces estaban en el borde, Loghain y sus seis hombres. Miraron abajo a la matanza, los muchos hombres yacían rotos al fondo de una caída de cien pies. Como muñecos destrozados por un niño enfadado, pensó sombrío Loghain.

Los pocos soldados que quedaban en el camino estaban ahora saltando por el lateral para apartarse del camino de Rowan y de los varios caballeros que cargaban con ella por el camino. Aquellos que mantuvieron el terreno fueron cortados sin piedad. Uno de ellos era un único alabardero, tembloroso, que alzó su arma hacia el caballo que corría hacia él. Rowan tiró de su caballo a un lado en el último momento y cortó con su espada eficientemente profundamente en el cuello del hombre mientras cabalgaba junto a él. Cayó en menos de un abrir y cerrar de ojos.

Cuando Rowan alcanzó la parte superior del camino, bajó de su caballo en un movimiento suave y corrió hacia Loghain, levantándose el casco. El pelo marrón se esparció por su cara mientras asimilaba la vista del pequeño número de hombres heridos, macilentos que estaban ahí con él. Todos le devolvieron la mirada perdida, abstraídos por el cansancio y los restos que se desvanecían de adrenalina.

—¿Estás… bien? —preguntó insegura, su expresión preocupada.

Loghain caminó hacia ella y alzó su mano. Rowan vaciló, mirándole como si no estuviera segura de lo que significaba antes de que se relajara y la agitara.

—Esa fue una buena carga, —le felicitó él. Sus ojos se encontraron, durando un momento más largo del que era necesario. Rowan rápidamente separó su mano y apartó la mirada.

—No puedo creer que hayáis aguantado tanto. Ojalá hubiera llegado antes. —Ella asintió oficialmente a los otros hombres tras Loghain, varios de los cuales habían caído de rodillas—. Bien hecho, todos vosotros.

—Aún no ha acabado, —suspiró él. Ya podía ver al enemigo recuperándose abajo. La carga les había espantado y se había cobrado un precio en sus fuerzas, pero no pasaría mucho antes de que los Orlesianos se recuperaran del shock. Aún tenían la superioridad numérica, después de todo, y si se daban cuenta lo suficientemente rápido, podrían correr de vuelta al claro y rodear a los hombres de Rowan. Necesitaban salir… ahora.

Rowan estaba asintiendo, entendiendo la situación exactamente como él, se dio cuenta él. Loghain se encontró difícilmente sorprendido.

—Maric nos necesitará. Vámonos mientras podamos.

Maric jadeó al borde de la batalla durante un par de raros segundos en los que podía respirar en el caos, los oídos sonando con el sonido del acero contra el acero. Su brazo de la espada le dolía bastante, pensó que podría caérsele. También se percató de repente de una flecha clavada en su hombro, la punta penetrando entre las juntas de su fina armadura. Bueno, eso explicaría el dolor punzante que sentí antes, pensó para sí mismo.

El flujo y reflujo de la melé parecía continuar indefinidamente. Había perdido la habilidad para juzgar lo que estaba ocurriendo realmente con la batalla una vez que el Arl Rendorn cargó contra las líneas. Se había convertido en su única preocupación sólo sobrevivir, enfrentándose a un grupo interminable de oponentes que cargaban hacia él desde cada dirección.

Hasta el momento, permaneció con vida pese a todo. La armadura pesada de enano que llevaba había repelido docenas de golpes sin mucho más que una muesca. Demasiados rebeldes habían sido asesinados ante los ojos de Maric, tratando de conseguirle a su príncipe un par de momentos más de vida. Incluso con toda esta protección, su espada goteaba con la sangre de hombres que seguro le habrían matado, si Maric no hubiera sido un segundo más rápido que ellos. Y entonces, por supuesto, estaba la pura suerte.

En cierto punto había sido arrollado por un gigante de hombre en una armadura de malla, y cuando Maric rodó, vio una gran hacha preparada para bajar directamente sobre su cabeza. Ninguno de sus protectores había estado lo suficientemente cerca como para ayudar. Todo lo que le salvó fue un guantelete perdido que voló de algún soldado desconocido cercano, probablemente por accidente, que golpeó al gigante en la nuca y le hizo perder el equilibrio. El hacha bajó rozando la oreja de Maric. Su aliento se había vaporizado en el metal de la cabeza del hacha enterrada en el suelo ni a un centímetro de distancia de la punta de su nariz.

El soldado gigante tiró del hacha de nuevo hacia arriba, pero esta vez Wilhelm intervino. Un arco de relámpagos surcó el campo de batalla y dejó un agujero hueco, humeante en el pecho del compañero. Maric tuvo el suficiente juicio como para rodar fuera del camino antes de que el hombre se volcara como un edificio.

Evidentemente, la hora de Maric sobre Thedas aún no había llegado.

Apretó sus dientes contra el dolor en su hombro y echó un vistazo al campo de batalla. Lo primero que se preguntó fue qué le había ocurrido a Rowan. No podía ver el verde de su casco, ni corriendo por el campo ni yaciendo sobre él. Ni había caballeros en la batalla. ¿Cuánto habían estado luchando? ¿Estaba a punto de caer sobre ellos el grueso de las fuerzas enemigas desde el sur?

Se encontró preocupándose por Loghain más que nada y de la posibilidad de que le hubiera pedido al hombre que cometiera un sacrificio inútil. Si el hijo de Gareth moría tratando de mantenerle con vida, también…

Y entonces sonó el cuerno. Con retraso, para ser exactos, pero aún así tuvo el efecto deseado. En la distancia podía ver a los caballeros de Rowan cargando contra las líneas enemigas, dispersándolos en cada dirección.

Demostró ser suficiente. Durante los siguientes diez minutos, la desesperación surgió entre los soldados de ambos bandos. Maric podía escuchar al Arl gritando a los hombres, urgiéndolos a empujar hacia la colina, y Maric empezó a hacer lo mismo. La sangre se estaba derramando rápidamente mientras se amontonaban las bajas, pero mientras los caballeros se cobraban su precio, el enemigo empezó a retroceder. Los comandantes enemigos ordenaron una retirada, gritando a sus hombres que se reagruparan fuera del valle.

Maric estuvo casi tentado de darles caza mientras observaba a los soldados enemigos luchando por alejarse, pero la llegada del Arl Rendorn le previno de ello.

—¡Déjales ir! ¡Tendremos que correr! —gritó él. El hombre se estaba agarrando el pecho y sangrando con fuerza mientras estaba apoyado en otros dos. Al verlo, Maric meramente asintió y empezó a gritar a los hombres que retrocedieran.

No era una victoria.

Al final, tras horas de confusión y correr mientras el ejército rebelde se retiraba dl valle, consiguieron reagruparse al borde de un pequeño río a varias millas al norte. Los hombres llegaron poco a poco, exhaustos y heridos y a veces llevándose los unos a los otros. Hombres a caballo eran mandados a buscar a los otros que habían huido en direcciones diferentes, pero al final pareció como si hubieran perdido la mitad de sus números. Además de esto, muchos de sus suministros y equipo se habían quedado en el valle por necesidad.

Pero se sintió como una victoria para Maric. En lugar de perder todo lo que su madre había construido, habían sobrevivido. Habían evadido la trampa del usurpador e incluso le habían dado en las narices al salir. Tan dolorosa como era su condición, las fuerzas del usurpador no serían rápidas en seguirles el rastro. No esta noche, y eso era todo lo que necesitaban los rebeldes.

Cuando Rowan llevó finalmente a un magullado y sangriento Loghain al fuego de su nueva tienda, aún llevando los cueros lujosos y los restos sucios, raídos de la capa morada de la Reina, Maric gritó de alegría y corrió para atrapar al sorprendido Loghain en un gran abrazo de oso. Loghain se dobló del dolor pero toleró el espectáculo, mirando a Maric como si se hubiera vuelto loco.

—¡Funcionó! —Gritó Maric—. ¡Tu plan funcionó malditamente bien!

—Suficiente, —se quejó Loghain, empujando a Maric para que se soltara rápidamente.

—Ten cuidado Maric, —le reprendió Rowan entretenida—. Loghain ha recibido varias heridas en el pecho.

—¡Bah! ¡Es invulnerable! —se rió Maric, y entonces se fue bailando exuberante. Rodeó el fuego como algún tipo de chamán bárbaro realizando un extraño ritual de la victoria, mientras reía como un maníaco.

Loghain le observó, perplejo, y entonces miró incrédulo a Rowan.

—¿Hace esto a menudo?

—Creo que le han dado un golpe en la cabeza.

El Arl Rendorn caminó hasta allí entonces, ahora sin su armadura y llevando gruesas vendas alrededor de su abdomen, la tela ya oscureciéndose con manchas de sangre. Uno de sus ojos estaba de algún modo vendado, y cojeaba con fuerza. Su expresión era lo suficientemente enfadada como para atraer la atención, y cuando Rowan fue para ofrecerle apoyo, él le hizo un gesto con un guante.

—Aparentemente, —afirmó con ira silenciosa—, has decidido que mis órdenes no necesitan ser seguidas.

Maric detectó la tensión y detuvo su carrera salvaje, girándose para dirigirse al Arl.

—¿Su Gracia? ¿Algo va mal?

—Mucho. Como ella bien sabe.

Rowan asintió sobriamente, aceptando la recriminación.

—Sé que está enfadado, Padre… —Ella alzó una mano para detener cualquier explosión más de él— …pero hice lo que era necesario. Si no me hubiera dirigido hacia ellos, al menos durante un tiempo, podrían haber marchado al norte una vez que Loghain fuera masacrado.

—Ella también mató a uno de los comandantes Orlesianos, —señaló Loghain—. Bastante espectacularmente.

—Puede que nos hubiéramos alejado para entonces, —soltó el Arl. Entonces miró a Loghain y se suavizó de algún modo—. Pero… me alegro de verte con vida, chaval. Y tu plan fue un éxito. —De Loghain, se giró hacia Maric, frunciendo el ceño—. Estaría más contento, sin embargo, si nuestras condiciones no fueran tan pobres. Hemos perdido a un gran número de hombres y equipo. Moverse hacia delante será difícil.

Maric caminó hacia Rendorn y puso una mano consoladora en el hombro del Arl, con una sonrisa permaneciendo incluso aunque su entusiasmo hubiera disminuido.

—Estoy de acuerdo, pero aún así creo que hay mucho por celebrar. La rebelión hizo sangre, y sigue con vida.

El Arl Rendorn intentó dar una sonrisa lánguida.

—Tu madre, —empezó él, con la voz densa con la emoción—, habría estado muy orgullosa de verte hoy, mi chico.

Maric estaba sorprendido tanto por el despliegue de emoción como por las lágrimas contra las que luchaba en sus propios ojos mientras él y el Arl Rendorn se abrazaban con fuerza. Las espaldas fueron golpeadas con firmeza, y cuando Maric se alejó, sólo pudo asentir de forma extraña al Arl en silencio.

Maric se giró entonces hacia Loghain, que había tomado asiento junto al fuego. Sacó una mano, y Loghain la agitó lentamente.

—Gracias por todo lo que has hecho hoy, Loghain. Espero que consideres quedarte con nosotros.

—Deberías haberle visto arriba de ese acantilado, —dijo Rowan—. Estaba magnificente. Los caballeros que lucharon con él ya están hablando de ello.

Loghain sonrió, un poco tímido. Maric se preguntaba si era, de hecho, la primera vez que había visto realmente al hombre sonreír.

—Era una situación difícil, e hicimos lo que teníamos que hacer. —Entonces miró a Maric casi disculpándose, sosteniendo lo que quedaba de la capa morada—. Yo, eh, también arruiné la capa de tu madre.

Maric se rió, y Rowan se unió.

—Estás siendo modesto, —le provocó ella.

—Cierto. —El Arl cojeó hasta Loghain y agitó su mano también—. Te juzgué mal. Claramente tienes unos instintos excelentes, y podemos usar tu asistencia.

Los ojos azules de Loghain se movían entre el Arl y Maric y Rowan, y por un momento Maric pensó que parecía casi atrapado. Miró abajo al fuego y lo miró un tiempo antes de asentir reluctante.

—Yo… muy bien. Me quedaré. Por ahora.

Complacido, Maric se giró al final hacia Rowan. Incluso magullada y maltrecha, parecía radiante: ella era así. Brillaba mientras él tomaba sus manos en la suya.

—Cuando no cargasteis, pensé que quizás os habíamos perdido—, dijo él seriamente—. No me asustes así de nuevo.

Sus ojos se empañaron, aunque ella sonrió y rió.

—No te librarás tan fácilmente, Maric.

—Gracioso, —respondió él irónicamente.

Loghain alzó la mirada del fuego, desconcertado.

—¿Librarse de qué? —preguntó él al Arl.

—Maric y Rowan están prometidos. —El Arl Rendorn sonrió—. Se prometió con él cuando nació.

—Ah, —dijo simplemente Loghain, y volvió su mirada al fuego.

No mucho después, Maric se alejó del fuego y caminó solo bajo el cielo nocturno. La luna brillaba, y polillas brillantes aleteaban en un gran enjambre cerca. Era extrañamente pacífico, pensó él. Los fuegos de campamento que punteaban la orilla del río eran demasiado pocos, y los leves gruñidos de hombres heridos eran los únicos sonidos que puntuaban el silencio.

Caminó más cerca de uno de esos fuegos, doblándose del dolor cuando vio la pila de soldados vendados y exhaustos a su alrededor. Algunas tiendas habían sido levantadas apresuradamente, pero había un gran número de soldados que estaban durmiendo en el suelo, algunos sin ni siquiera mantas. Los hombres alrededor del fuego le miraron con la mirada perdida, tratando con fuerza de no escuchar los gritos angustiados de aquellos que no sobrevivirían la noche viniendo de más arriba del río.

Maric observó, saliendo fuera de la vista y aún así sintiéndose extrañamente atraído. Trató de decirse que estarían todos muertos ahora si no hubiera insistido en la batalla.

—¿Su Alteza? —escuchó de cerca.

Maric se sorprendió y se giró hacia el sonido. Un soldado estaba ahí en las sombras, yaciendo contra un árbol. Mientras Maric se aproximaba, se percató de que el hombre era más viejo, probablemente demasiado viejo para estar aún luchando. Entonces vio la pierna derecha del hombre cortada por la rodilla, una masa de vendas sangrientas mostrando una reciente amputación. El compañero estaba pálido y tembloroso, bebiendo abundantemente de un pellejo de vino.

—Yo… lo siento por tu pierna, —ofreció Maric, sintiéndose inadecuado.

El hombre se rió entre dientes, mirando su nuevo muñón y golpeándolo casi afectuosamente.

—No me duele demasiado ahora, —sonrió él—. El mago incluso dijo que vendría y haría lo que podría.

Maric no sabía qué decir. Se quedó ahí un momento hasta que el hombre le ofreció su pellejo de vino como brindis.

—Le vi en el campo de batalla hoy, Su Alteza. Luchando no llega a veinte pies de usted en cierto punto.

—¿Lo hiciste?

—Se lo diré a mis nietos un día: yo luché junto al Príncipe, —dijo él orgulloso—. Erais una vista bastante buena, mi lord. Le observé abatir a tres hombres seguidos, como si no fuera nada.

—Estoy seguro de que tú estabas distraído. —Sonrió Maric—. Yo estaba asustado.

—Sabía que íbamos a ganar, —insistió el soldado. Miró a Maric con los ojos brillantes—. Cuando volvió a nosotros esta mañana, todos lo supimos. El Hacedor le mandó con nosotros. Para protegerle.

—Quizás Él lo hizo.

El hombre le sonrió y bebió profundamente del pellejo de vino.

—¡Por la Reina! —Él brindó ebrio hacia la luna—. Descanse en paz ahora, Su Majestad. Usted ya hizo su parte.

Maric sintió las lágrimas inundar sus ojos pero las ignoró. Silenciosamente cogió el pellejo y bebió profundamente de él.

—Por la Reina, —él brindó hacia la luna.

Y de repente ya no parecía todo tan desalentador como antes.