19
Un dragón había tomado aire.
Loghain lo había visto lo primero en la mañana. Había sido perturbado en su sueño por los sonidos más extraños viniendo de lejos en la distancia, y había salido de su tienda con el sol apenas una franja de rosa y amarillo saliendo por las montañas del oeste. Se había quedado allí en la tenue luz, la escarcha aferrándose a su tienda y su aliento saliendo en bocanadas blancas, escuchando el sonido de nuevo.
Por un momento había pensado que podrían ser los caballeros llegando al río cruzando temprano, que sus exploradores se habían equivocado. Cuando escuchó el sonido de nuevo, sin embargo, supo de inmediato que no era posible que fueran ellos. No pudo identificar lo que era hasta que caminó saliendo de las tiendas y los soldados durmiendo envueltos en mantas escarchadas y se quedó en el borde del valle. Ahí saltó sobre algunas rocas y miró toda la extensión de tierra bajo él, el poderoso Río Dane cortando un camino retorcido a través de las rocas con la niebla de la mañana aún aferrándose al suelo como si estuviera reticente de despertar.
Era una vista majestuosa, e incluso mejor era el dragón que volaba sobre ella. Desde una distancia parecía casi pequeño, deslizándose lentamente en el aire con el sistema de montañas cubiertas de nieve tras él. Si hubiera estado más cerca, habría sido una bestia gigante, lo suficientemente grande como para tragarse a un hombre entero. Como era, cuando el dragón rugió, pudo sentir el temblor en el suelo incluso desde esta distancia.
Habían dicho que no había más dragones. Los Nevarranos habían cazado a las bestias sin piedad hacía más de un siglo, hasta que se dijo que estaban extintos. Pero ahí estaba ella, deslizándose en libertad en el viento de la mañana. Esta fue la primera vez que ella había venido al lado Fereldeño de las montañas, aparentemente, ya que hacía dos semanas había estado haciendo estragos en el lado Orlesiano.
La Capilla lo había tomado como un presagio. La Divina en Val Royeaux había declarado que la siguiente era sería llamada la “Era del Dragón.” De todas las cosas.
El explorador que había escuchado las noticias dijo que algunos estaban diciendo que se suponía que significaba que el siglo entrante sería uno de grandeza para el Imperio. Pero mientras Loghain observaba al grácil dragón deslizarse por la fría niebla, sus alas coriáceas extendidas, se preguntaba si realmente era así.
Escuchó los pasos crujiendo en la escarcha tras él, pero no se giró. Todo el campamento estaba tranquilo y apenas se movía, pero ya sabía quién estaría levantada tan temprano. Conocía la forma en que caminaba, el sonido de su respiración.
Rowan caminó en silencio hasta las rocas junto a él. Sus rizos marrones ondeaban en la fresca brisa, la escarcha aferrándose a su armadura, que había sido recién pulida para la batalla que se avecinaba. Loghain mantuvo sus ojos en el dragón distante, tratando de no perderlo de vista mientras se hundía en el valle neblinoso. Siempre podía girar y volar hasta aquí arriba y atiborrarse con los hombres convenientemente agrupados en el campamento, pero de algún modo sabía que no lo haría.
Observaron en silencio varios minutos, sin decir nada. Sólo el viento golpeando contra las rocas podía escucharse, junto con el ocasional rugido del dragón lejos en la niebla.
—Es hermosa, —murmuró finalmente Rowan.
Loghain no dijo nada al principio. Había sido difícil quedarse, sentir su rabia cuando ella le miraba. Rowan no le había perdonado; él lo sabía. Muy probablemente no lo haría nunca. Pero Maric había pedido —no, exigido— que él pusiera a Ferelden primero. Y así lo había hecho. Y ahora pasaría por esto.
—Dicen que Ferelden está en una revolución, —dijo él finalmente—. Denerim está ardiendo, o eso nos dijo el último jinete que se unió a nosotros durante la noche. El usurpador está paralizado.
Rowan asintió lentamente.
—Considerando lo que dijo la Capilla, no estoy sorprendida.
—¿Qué dijeron?
Ella le miró con curiosidad.
—¿No lo has oído? La Gran Clériga de Ferelden en persona, la Reverenciada Madre Bronach, declaró que Maric era el dueño por derecho del trono. Ella fue tan lejos como para llamar a Meghren un peligroso tirano, y proclamar que el Hacedor había mandado a Maric para salvar a Ferelden.
Los ojos de Loghain se abrieron como platos.
—Al usurpador no va a gustarle eso.
—Evidentemente tiene sus manos ocupadas en este momento.
—¿Quieres decir que aún no ha puesto su cabeza en una pica?
—Tendría que atraparla primero, ¿no? Quizás ella gritó su pronuncia muy fuertemente desde las ventanas de su carruaje acelerando.
Él sonrió, pero no fue muy convincente. La Reverenciada Madre había puesto al bastardo Orlesiano en el trono en primer lugar; era más que probable que meramente hubiera detectado hacia dónde estaba soplando el viento.
Sospechaba que podría ser un buen movimiento por su parte. Cuando las noticias de su masacre de Ceorlic y los otros salieron, sólo un puñado de la nobleza se había molestado en alzarse ultrajados. Cada una de las familias de aquellos hombres habían jurado enfadados que lucharían con el Rey Meghren hasta el final, aunque era dudoso que lo hubieran hecho de otra forma, ¿pero los otros? Muchos parecían haber escuchado las noticias, y habían hecho justo como Maric había predicho que harían. Las filas del ejército se habían hinchado dramáticamente tan sólo en los dos últimos días.
Loghain se dio cuenta de que Rowan estaba mirándole, perdida en sus pensamientos. En la distancia el dragón rugió de nuevo. La bestia barrió por bajo y desapareció en las colinas mientras los grupos de niebla eran lentamente quemados por el sol naciente. Trató de no devolverle la mirada a Rowan, trató de no darse cuenta de cómo parecía radiante al viento, una reina guerrera de la que los trovadores cantarían sin duda con admiración.
—¿De verdad vamos a ir a la batalla sin Maric? —preguntó ella.
Era una buena pregunta, una que se había hecho él mismo.
—¿Sabes dónde está?
—Sé dónde debería estar. Debería estar aquí. Estos hombres necesitan verle, necesitan saber por quién están luchando.
—Rowan, —dijo él firmemente—, está haciendo lo que siente que debe hacer.
Ella frunció el ceño, girándose y mirando al valle de nuevo. Una fuerte brisa barrió por el acantilado, helándoles a ambos, y ella se estremeció en su armadura.
—Lo sé, —suspiró ella, su tono ansioso—, sólo temo por lo que pueda pasarle. Podría morir, sin nadie con él para ayudarle. Hemos llegado demasiado lejos como para perderle ahora.
Loghain le sonrió, vacilante alzando una mano para acariciar su mejilla. Era un pequeño gesto, y ella cerró sus ojos, aceptándolo… pero sólo por un momento. Los ojos de Rowan se abrieron y ella se apartó ligeramente, incómodamente evitando mirar en su dirección. Era suficiente. Había una brecha entre ellos ahora, y no se cruzaba tan fácilmente.
Él dejó caer su mano.
—Podría morir en cualquier parte, incluso aquí.
—Eso lo sé.
—¿Le negarías su oportunidad de hacer esta única cosa solo?
Ella lo pensó, y entonces sus ojos cayeron.
—No.
Hubo un ajetreo en el campamento a su alrededor ahora, y Loghain pudo ver por qué. El sol estaba empezando a despejar el horizonte, apartando las nubes, pero más importante había señales de actividad abajo en el valle. La vanguardia de las fuerzas Orlesianas, sospechaba él. Tendrían que moverse rápidamente.
Se giró para decírselo a Rowan, pero ella se había ido. Ya lo sabía.
No llegaba a dos horas más tarde, el ejército rebelde se había reunido. Estaban reunidos tras él ahora, una gran horda rebelde de jinetes y arqueros, caballeros y plebeyos. Apenas podía recordar quiénes eran la mayoría de ellos; la pequeña fuerza con la que habían abandonado Gwaren constituía sólo un pequeño núcleo de aquellos que estaban presentes aquí. Prominentemente enfrente de ellos había un puñado de enanos, menos de un tercio de la Legión de los Muertos que había luchado con ellos en Gwaren. Nalthur había estado complacido en volver justo a tiempo para la batalla, y había sonreído alocado cuando Loghain le había informado de las probabilidades a las que se enfrentaban. Él sonrió aún así, observando a Loghain desde donde estaba con sus hombres, a todos los cuales se les había dado una evasión respetuosa por parte de los otros soldados.
Cerca de mil hombres, en total. Mucho más indisciplinados de lo que a Loghain le habría gustado, e incluso con los veteranos como los de la Legión no tenían casi oportunidad de entrenar juntos o trazar formas de comunicar la estrategia apropiadamente. Potencialmente podía ser una pesadilla. Cualquier cosa podía ir mal.
Pero entonces recordó al dragón.
Los caballeros estaban abajo en el valle y ya se habían percatado de las fuerzas rebeldes reuniéndose sobre ellos. Estaban luchando por asumir una posición defendible y volver a llamar a aquellos caballeros que ya habían sido llevados por el río. Era o eso o abandonarlos y retirarse a un terreno más elevado, lo cual no iban a hacer. No aún. Contarían con su movilidad superior para tirar de ellos fuera de los problemas si llegaban a eso.
Que fue por lo que Rowan estaba cabalgando con sus caballeros hasta el otro lado del valle ahora mismo, para cortar cualquier vía de escape. Aplastarían al enemigo aquí o morirían intentándolo.
Loghain giró su caballo para encarar a los soldados tras él, todos ellos esperando con el acero brillando a la luz y el aliento soplando en blanco al frío. La capa negra de Loghain ondeaba en el viento helado, y mientras sus ojos azules serios viajaban por cada uno de los hombres presentes, se pusieron un poco más firmes. Estaba llevando su antigua armadura, el mismo traje de cuero tachonado que su padre había hecho hacía tiempo. Por la buena suerte, pensó él.
—Había un dragón en el cielo, —gritó a los hombres, su voz compitiendo con el viento silbando—. Lo vi yo mismo, volando en las montañas. Si los dragones pueden alzarse de la derrota, amigos míos, ¿por qué no Ferelden?
El ejército aulló su aprobación, alzando las espadas y las lanzas y sacudiéndolas hasta que finalmente Loghain alzó su mano.
—Se siente bien luchar, —gritó él—, ¡Levantarse contra esos bastardos Orlesianos y decirles que ya no más!
Ellos aullaron de nuevo, y Loghain alzó su voz aún más.
—¡Vuestro príncipe no está aquí! Pero cuando vuelva con nosotros, ¡debemos entregarle su trono usurpado! ¡Aquí en el Río Dane es donde empieza la Era del Dragón, amigos míos! ¡Hoy ellos nos oirán rugir a nosotros!
Y ellos rugieron. Si los caballeros Orlesianos en el valle alzaban la mirada en ese momento, temblaron mientras escuchaban el sonido de mil hombres gritando con ira, el tipo de sonido que sólo aquellos que exigen libertad pueden hacer. Se congelaban en sus sillas mientras observaban al ejército rebelde extenderse por el acantilado y venir cargando por el valle hacia ellos.
Y quizás en las Montañas de la Espalda Helada, un dragón alzaba su cabeza en una caverna sombría y escuchó el largo rugido de los rebeldes, y lo aprobaba.
Severan envolvió su capa de armiño más cerca de él, maldiciendo el frío Fereldeño. No era siquiera del todo invierno aún, pero ya a esta hora de la noche el aire era peor de lo que nunca lo había sido en su tierra natal. El frío aire soplaba desde las corrientes del sur y los baldíos más allá de la Espesura de Korkari, haciendo que cada invierno aquí fuera algo que resistir. Una explicación, quizás, para la población dura e implacable de la tierra.
Era en momentos como este en que empezaba a desear no haber venido nunca. Deja que Meghren vuelva a Orlais y le ruegue al Emperador que le deje quedarse allí y no volver nunca, ya que era lo que de verdad quería de cualquier modo. Deja que los Fereldeños tengan su trozo de suelo y sus perros y su frío. Él estaría mejor volviendo al Círculo de Magos y empezando otra vez.
Pero entonces sacudió su cabeza. No, había invertido demasiado aquí. Las revueltas eran mucho peor de lo que había podido predecir, pero una vez que el ejército rebelde fuera aplastado, los locales serían pacificados, una ciudad cada vez si era necesario. Para cuando todo acabara, Meghren estaría tan totalmente agradecido y tan totalmente dependiente de Severan que el mago tendría rienda suelta.
Y habría algunos cambios. Oh, sí ciertamente.
Como era, estaba actualmente enfrentándose nada más que a problemas. Se giró para mirar al joven paje cubriéndose junto a la entrada de su tienda, sosteniendo la misiva que el chaval le había llevado y arrugándola en su puño.
—¿Por qué, —Él echaba humo—, está siendo insultada mi inteligencia? ¿Me estás diciendo que ni uno solo de nuestros exploradores ha vuelto aún?
—¡No lo sé, Ser Mago! —Protestó el paje—. Yo… ¿yo simplemente traje el mensaje?
Severan frunció el ceño, y entonces arrojó el papel arrugado al chico. Él se estremeció de miedo, doblándose como si hubiera sido golpeado por una roca. Resoplando de disgusto, Severan movió su mano y despidió al chico, que se fue corriendo agradecido.
No tenía sentido volcar su rabia sobre nadie, por mucho que le gustaría. Severan había sacado a su ejército para que se encontrara con las legiones de caballeros que llegarían desde Orlais, pero en ese momento las legiones no estaban en ninguna parte. Severan había sido retrasado por las revueltas en Pináculo, y entonces había sido forzado a mandar mensajes a Denerim una vez que escuchó del decreto de Bronach, y eso le había retrasado aún más. Ahora llegaba al punto de encuentro sólo para no encontrar caballeros, y sus esfuerzos para reunir inteligencia de delante no se encontraban con otra cosa salvo problemas.
¿Podían ser los rebeldes? ¿Podían haber llegado tan al oeste ya? El último informe confiable localizaba al ejército rebelde en una aldea en el Bannorn, donde el Príncipe Maric había realizado sus sorprendentes ejecuciones de Ceorlic y los otros. Eso había sido casi hacía tres días, sin embargo, y antes de eso Severan no tenía inteligencia confiable desde hacía casi una semana. Parecía improbable que los rebeldes pudieran seriamente desafiar a dos legiones de caballeros con el batiburrillo de fuerzas que clamaban tener, pero la duda le plagaba.
Si tan solo Katriel no se hubiera vuelto en su contra. ¡Cómo le irritaba pensar en esa elfa! Severan caminó alrededor de su tienda, pateando los cojines de seda en agitación. Ya había mandado palabras a sus contactos en Orlais, preparando una sorpresa bastante desagradable para ella en el momento en que volviera con sus compatriotas bardos. Había pagado un buen dinero para preparar su asistencia, y ahora había pagado aún más para adquirir otro, que desafortunadamente no llegaría hasta al menos otra semana.
Más retrasos, se quejó él. Estaba tentado de irrumpir fuera de la tienda ahora mismo, patear a los comandantes para que despertaran pese a las horas tardías, y exigir que el ejército marchara de inmediato. Podían dejar el punto de encuentro, dirigirse más hacia el oeste, y quizás interceptar a los caballeros en ruta. Pero se calmó a sí mismo. No le gustaba que forzaran su mano, así que se instruiría a ser paciente por ahora.
Severan se estremeció de nuevo, reuniendo la blanca capa de armiño más cerca a su alrededor una vez más. Se giró hacia la estufa en su gran tienda, decidiendo que ya que los sirvientes no iban a venir y reemplazar las brasas, era mejor que se encargara él mismo. Entonces se detuvo, enfrentado a un hombre que estaba en pie en la parte trasera de su tienda junto a la cortina posterior. Era un hombre rubio en una brillante armadura de placas y una capa morada, sosteniendo una pálida espada larga ante él que brillaba con runas mágicas. La mirada mortal del hombre dejaba clara su intención.
—Príncipe Maric, —comentó Severan—. Qué… inesperado por su parte mostrarse aquí, de entre todos los lugares. —Era una sorpresa, a decir verdad. ¿Estaba aquí el ejército rebelde? ¿Estaba a punto de atacar? ¿Seguro que este imbécil no había venido por su cuenta? Manteniendo un ojo sobre su invitado indeseado, el mago hizo un gesto con su mano, invocando un hechizo de protección mágica. Un suave brillo le rodeó; y el hombre rubio se movió alerta dentro de la tienda, manteniendo su espada larga apuntando a Severan.
—Tus guardias están muertos, —le dijo Maric—. Yo no me molestaría en llamarlos.
—Podría gritar más fuerte y traer a todo mi ejército aquí sobre ti.
Maric sonrió tristemente.
—No antes de que te matara.
Severan tenía que admitir que estaba impresionado. Este joven hombre parecía en cada aspecto el Rey, y un guerrero, también. Qué distinto de los rumores sobre él; hablaban de un hombre completamente distinto del asesino al que se enfrentaba ahora.
Él extendió su brazo y dijo una única palabra, una orden en la antigua lengua de Tevinter, y el bastón ornado de Severan voló por la tienda para aterrizar en sus manos. Él se mofó del joven príncipe confiado.
—¿Es esto para lo que está aquí? Puede que lo encuentre un poco desafiante, mi príncipe.
La cara de Maric se llenó de furia.
—No me llames así.
—¿Mi príncipe? ¿Por qué no?
Sin responder, Maric se lanzó hacia el mago, bajando su espada incluso mientras Severan alzaba su bastón y bloqueaba el barrido. Volaron chispas blancas mientras las armas conectaban, así como un flash de fuego. Los ojos de Severan se abrieron como platos mientras se daba cuenta del poder del arma.
Haciendo un hechizo rápido, alzó una palma hacia Maric, y un relámpago saltó, golpeando al hombre y mandándolo volando de espaldas, gritando de dolor. Maric chocó contra una vitrina, golpeándolo por encima y casi haciendo caer esa sección de la tienda sobre él. Fuera, el distante sonido de gritos alarmados sonó.
Severan caminó lentamente hacia donde el Príncipe aún tenía espasmos de dolor, rayos de electricidad surcando su armadura.
—¿De verdad creías que podías caminar hasta mi campamento y derrotarme, joven? ¿Cómo me encontraste siquiera?
Maric rodó, apretando sus dientes en agonía mientras lentamente se ponía de rodillas.
—Un regalo de Katriel, —siseó él, alzando la mirada al mago a través de los ojos encogidos.
—¿Ella te lo dijo? —Severan se frotó la barba con interés—. ¿Y dónde está ahora?
—Muerta. —El Príncipe se levantó, temblando con el esfuerzo y resistiendo los efectos del relámpago con pura fuerza de voluntad.
De nuevo Severan estaba impresionado. Pero tan impresionante como era, el hombre no iba a derrotarle con una espada. Sosteniendo extendido su bastón hacia Maric, gritó varias palabras de nuevo en la lengua de Tevinter, y toda la tienda resplandeció mientras una tormenta se formaba dentro. Los vientos helados rápidamente giraron dentro, instantáneamente cubriendo la tela de las paredes y el suelo con escarcha y helando a Maric en el punto.
La armadura plateada fue rápidamente congelada, y Maric se dobló del dolor, tratando de luchar contra los vientos y la nieve. La piel en su cara se congeló y agrietó, sangre brillante supurando de las heridas.
—Qué lástima, —Severan suspiró mientras caminaba hacia Maric con calma—. Habría preferido matar a la zorra elfa yo mismo, después de lo que me hizo. Si me has ahorrado el esfuerzo, imagino que necesitaré practicar las torturas que pensé contigo, en su lugar.
El príncipe estaba de vuelta de rodillas, encogiéndose de dolor mientras Severan se alzaba sobre él. El mago extendió una mano, preparándose para hacer otro hechizo sobre su objetivo indefenso, cuando de repente Maric lanzó hacia arriba su mano.
Algo voló desde su mano hasta la cara de Severan, una nube de polvo o tierra. Severan no estaba del todo seguro, pero en cualquier caso, le hirió los ojos y quemó el interior de su garganta, y se tambaleó hacia atrás rápidamente. Cayendo sobre una silla cubierta de hielo, gritó de dolor mientras golpeaba el suelo, instantáneamente convulsionando en un ataque de tos mientras la sensación ardiente en su garganta se volvía incluso más intensa.
Apenas podía ver. Tosiendo alocadamente, trató de reptar lejos de donde debía estar el Príncipe, no fuera que el hombre viniera corriendo con su espada.
Maric se recompuso lentamente, sin embargo. El viento aún soplaba salvajemente alrededor de la tienda, tirando pequeñas piezas de decoración y libros y amenazando con hacer volar la tienda. Más gritos podían escucharse a través del viento, acercándose. Maric estaba cubierto de densa escarcha y sangrando por las grietas en su cara y manos, y apretando sus dientes, empezó lentamente a cojear hacia el mago.
—Otro regalo de Katriel, —jadeó a través de su dolor—. Me dejó una carta. Me decía quién eras, me decía cómo encontrarte y todo lo que necesitaba para derrotarte. —Mientras los ojos de Severan empezaban a aclararse, vio lágrimas cayendo de los ojos del Príncipe, dejando surcos en su piel blanca como la escarcha.
—¡No dejarás este lugar con vida! —gritó con ira Severan. Reptó hacia atrás más rápidamente, pero el Príncipe siguió avanzando. Finalmente, reuniendo su fuerza de voluntad, Severan alzó su palma hacia el hombre. Su mano se rodeó con una explosión de llamas…
…y entonces las llamas se apagaron. En la parte trasera de su cabeza, un zumbido familiar rugió a la vida, y el adormecimiento empezó a extenderse por su cuerpo.
—¡No! —gritó con horror, dándose cuenta de lo que el Príncipe había hecho.
Maric se irguió sobre el mago, resoplando con furia mientras sostenía la espada larga por la empuñadura y bajaba la espada. La punta del hueso de dragón golpeó el hechizo de protección de Severan y resplandeció con chispas brillantes. Severan no fue golpeado, pero retrocedió de dolor mientras la espada mágica agrietaba las energías de su escudo.
Mientras Maric alzaba la espada de nuevo, Severan gritó de puro terror. Alzó sus manos defensivamente, tratando de invocar otro hechizo, pero era demasiado tarde. La espada bajó con todo el peso de Maric. Con un gran destello de luz, destrozó el hechizo de protección, impulsándose a través de él y clavándose en el corazón de Severan.
El mago jadeó, sintiendo la agonía explotar a través de él como fuego blanco.
Los pensamientos corrían por su cabeza. ¡No! ¡No puede ser así como acaba! ¡No así! Él trató de llevar a su mente un hechizo que pudiera salvarle, un hechizo sanador o incluso un rito para sacar el espíritu de su cuerpo y preservarlo. Pero el adormecimiento le dejaba indefenso, le dejó gritando en su mente mientras su pulso se ralentizaba y la sangre vital supuraba de su herida.
Entonces el bastón rodó de los dedos de Severan y se quedó tranquilo al fin, sus ojos incrédulos centrados en la nada.
La ventisca dentro de la tienda se desvaneció, desapareciendo como si nunca hubiera existido. La escarcha y el hielo que había depositado permanecieron, cubriendo todo el interior de la tienda y los muebles dispersos con un denso blancor y una niebla helada que colgaba en el aire. Gritos confusos sonaban por el campamento fuera, algunos de ellos acercándose mucho.
Maric bajó la mirada al mago muerto bajo él, la sangre brillante una mancha extendiéndose lentamente en la escarcha. Con una mueca, tiró hacia arriba de la espada del cuerpo. El mago no se movió.
—Gracias, Katriel, —murmuró él, y sintió el dolor elevándose en su interior. Había encontrado la carta y el pequeño cofre en su cuarto a la mañana siguiente, dejada por ella a la vista, donde él no pudiera pasarla por alto. Ella lo había sabido. Había sabido que sería seguida hasta Denerim, había sabido lo que le esperaba cuando volviera. Había escrito que no podía haber perdón por lo que había hecho, y entonces había explicado en detalle cómo se podía uno aproximar a Severan y matarlo.
Sin él, había escrito ella, el usurpador está perdido. Y entonces ella le había deseado que todo le fuera bien.
Maric lloró. Se agachó en la tienda llena de hielo y las lágrimas fluyeron libremente por Katriel, por su madre, por la parte de sí mismo que de algún modo había perdido por el camino. Pero estaba hecho. Le había jurado a su madre que encontraría una forma, y lo había hecho. Todo lo que quedaba ahora era acabarlo.
Dos soldados irrumpieron en la tienda, deteniéndose cuando vieron a su maestro muerto en el suelo y a Maric agachado sobre él. Uno de ellos se sobrepuso a su shock y corrió hacia Maric, gritando un grito de guerra enfadado mientras alzaba su espada.
Maric se levantó y cortó con su espada alrededor en un amplio arco al mismo tiempo. La espada larga cortó a través de la brigantina del hombre con facilidad, dejando una herida profunda que escupía sangre. El hombre se tambaleó de rodillas, y mientras Maric saltaba sobre él, apuñaló hacia abajo en el lateral del cuello del hombre. El soldado murió, gorgoteando.
El otro vio a Maric cargando, y sus ojos se abrieron de miedo. Se giró para correr y empezó a gritar ayuda al mismo tiempo, pero Maric sacó su espada del primer soldado y la lanzó rápidamente al pecho del otro. Los gritos del hombre murieron en sus labios. Sombríamente y silenciosamente, Maric caminó hacia delante y terminó de matar al soldado.
Hubo más gritos cerca. El campamento estaba en confusión, pero las distracciones que había sembrado durarían sólo un tiempo. Todos estarían aquí pronto.
Mirando atrás al mago muerto, Maric se detuvo. El hombre había pagado por su arrogancia. Había pagado por ayudar al usurpador a mantener su agarre de hiero sobre el reino, y por cual fuera el plan que le había llevado a Ferelden en primer lugar. Si Maric le debía algo, era por mandarle a Katriel. Por eso, Maric se había enfrentado a él solo. Lo había hecho rápido.
Pero ahora no habría piedad.
Voy a por ti ahora, Meghren.
Con esa promesa silenciosa, Maric se giró y caminó hasta la oscuridad del exterior y huyó. Loghain y Rowan habían luchado una batalla por él hoy, pero el resto pretendía lucharlas él mismo. El trono usurpado sería devuelto, y Ferelden estaría libre una vez más, y que el Hacedor se compadezca de aquellos que se metieran en su camino.