11

Las Colinas Occidentales era un lugar ventoso, pobremente mantenido. Asentado alto en las colinas rocosas que sobrevolaban el Mar del Despertar, la fortaleza de piedra existió una vez para observar las aguas por señales de corsarios de la Marca que exploraran las costas. El declive de los corsarios había llevado al decline de la fortaleza con él, y hoy las torres de vigilancia altas estaban principalmente vacías. La fortaleza era útil principalmente por su posición por los caminos costeros que llevaban el escaso tráfico desde Orlais.

Aún así, se sentía olvidado. Los soldados estaban estacionados allí, con un puñado de propietarios y sirvientes para atenderlos, pero una vez la fortaleza había contenido a muchos más. Miles, donde ahora contenía cientos. Muchas de las plantas superiores estaban cerradas, así como la mayoría de las cámaras subterráneas que no eran aún utilizadas para el almacenamiento. Algunas puertas no habían sido abiertas en décadas. Era muy fácil hacer un mal giro en las Colinas Occidentales y acabar en un pasillo oscuro lleno de muebles destrozados cubiertos de sábanas y capas de polvo. Había muchos fantasmas antiguos aquí, o eso se decía, y los locales hablaban sólo en susurros como temerosos de suscitar su ira.

Katriel esperaba en silencio en las sombras, escuchando al viento silbar a través de las vigas oscuras de encima. No le gustaba este lugar. Demasiado a menudo los negocios requerían que uno pasara por los pasillos solitarios donde los únicos sonidos eran el eco de tus propios pasos.

Había pasado una semana desde que ella y los otros agentes rebeldes llegaran, se colaron uno a uno para tomar sus posiciones entre los sirvientes. Katriel había sido llevada con las lavanderas, un reemplazo para una mujer mayor que se había puesto enferma y había sido forzada a volver a su aldea natal. Los guardias no la habían mirado dos veces, ¿y por qué lo harían? Katriel había estado aquí antes.

Antes de encontrar su camino hacia la compañía del Príncipe, había pasado casi un año insinuándose entre los simpatizantes rebeldes, lentamente haciéndose indispensable para ellos. Había seducido a un guardia para que le anunciara al Arl Byron como un contacto de confianza, y eso había sido todo lo que necesitaba. El guardia desapareció lo suficientemente fácilmente después.

Ahora había vuelto. Tras una semana de dejar notas silenciosamente en posiciones preorganizadas, se percató de que los otros agentes rebeldes habían desaparecido. Así lo habían hecho también los simpatizantes, aquellos tipos simples con los que había trabajado durante tantos meses. Ella rápidamente se libró de la punzada de arrepentimiento que sintió en su nombre.

No podía correr riesgos. En las cortes del Imperio, no había inocentes… sólo había imbéciles y aquellos que tomaban ventaja de los imbéciles, como se decía. Aquellos que tenían algún poder se veían forzados a jugar el mismo juego que el resto de la aristocracia. Si una era la mujer aburrida de un magistrado provincial o un conde a la moda viviendo en una mansión gloriosa en la ciudad capital, uno utilizaba a los otros para seguir adelante. Otros debían hacerse parecer peores para que tú parecieras mejor, los rumores y las intrigas eran las armas de elección para cavar tu propio nicho. Era un deporte sangriento, y todos los que lo practicaban lo disfrutaban como tal o rápidamente eran dejados atrás.

En todos sus años allí, nunca se había encontrado a un jugador que no mereciera su destino. Las sonrisas ocultaban dagas e incluso los sirvientes más pobres confabulaban para unirse al caballo más rápido y más fuerte.

Aún así esto no era Orlais, ¿no? Aquí era bastante diferente. Aquí la gente conocía poco más que las adversidades, pero se miraban los unos a los otros a los ojos. Había llevado mucho tiempo para que se acostumbrara a eso.

Y entonces estaba Maric. Katriel se encontraba sonriendo mientras pensaba en su rubio, sonriente imbécil de príncipe. No habría durado ni cinco minutos en las cortes de Val Royeaux. Si hubiera sabido que iba a ser tan simple atraerle a su confianza, no tendría que haberlo intentado tanto. ¡Qué sincero era!

Y aún así cuán como su país era, también. Completamente sin artificios. Se había mantenido esperando encontrar algún vil secreto oculto en él, alguna ponzoña flotando justo por debajo de la brillante superficie, y aún así no había nada. Se decía a sí misma que era que él carecía de profundidad, pero cuando él le había mirado a los ojos aquella primera noche, incluso ella había encontrado difícil mantener la compostura. El Maestro que le había entrenado todos esos años como bardo se habría sentido avergonzado.

Aún así, sería una lástima ver al hombre arrastrado a una mazmorra. Sus sonrisas se desvanecerían en aquellas profundidades oscuras y nunca volverían, y eso era porque hombres como Meghren sabían que el juego existía en todas partes… incluso aquí en Ferelden.

El viento ululaba en las vigas una vez más, y un pichón se asustó en un vuelo repentino. Sus alas aleteando alto casi enmascaraban los distantes sonidos de pasos sobre la piedra.

Katriel se giró y observó a la figura encapuchada aproximarse, tocando la daga oculta dentro de su sobrevesta. Un joven señor una vez se burló de la pequeña hoja cuando la desenvainó hacia él… dejó de reír cuando su filo afilado abrió su garganta antes de que tuviera ocasión de ponerle otro dedo encima. Ella tenía pocas dudas de que este era el misterioso contacto al que le había estado dando información desde su llegada, pero siempre había motivos para ser cautelosa.

La figura encapuchada se detuvo a un par de pies de distancia, inclinándose ligeramente desde el pecho como una señal de respeto. Ella le asintió pero no dijo nada. Sus túnicas estaban sucias, y ella no podía juzgar si cubrían una armadura o no. Extendió el brazo hacia arriba y retiró su capucha, revelando una cara Rivaina de piel morena con rasgos afilados, una que Katriel no había visto entre los residentes de la fortaleza. Un agente oculto, ¿entonces? Ciertamente había pocos lugares donde ocultarse en las Colinas Occidentales.

—Eres Katriel, —afirmó él, su acento entrecortado y extranjero.

—Y tú eres el hombre de Severan.

Él la señaló.

—No deberías mencionar el nombre de nuestro benefactor de forma tan casual, elfa.

—Y tú deberías recordar quién te ha entregado esta fortaleza. —Ella alzó las cejas curiosa—. ¿Supongo que te has encargado de todos mis compañeros agentes ya?

Él asintió cortésmente.

—Esperamos hasta la última noche, siguiendo tus instrucciones.

—Quería esperar hasta que recibiéramos el último mensaje del ejército. —Ella extendió el brazo hacia su sobrevesta y sacó un pergamino enrollado. Aunque lo sostuvo hacia el Rivaino, él no se movió para cogerlo—. Han estado marchando en pequeños grupos en las colinas y estarán en posición esta mañana. Atacarán tan pronto las puertas estén abiertas, como prometí.

—Se están abriendo ahora. —Él sonrió fríamente—. Hay una gran fuerza oculta más allá del risco oeste, preparada para golpear. Serán aplastados. Severan estará complacido, y manda su palabra de que serás recompensada como prometió.

—Hay un problema. —Ella toqueteó el pergamino pensativa contra su frente—. El Príncipe Maric no va a cabalgar con el ejército. Hay un campamento al sur de las Colinas Occidentales donde estará durante la batalla, un arreglo que él hizo para…

—Sabemos eso, —interrumpió el Rivaino, su voz aguda e impaciente—. Se están encargando de ello.

Katriel se detuvo, frunciendo el ceño.

—¿Encargándose de ello? ¿A qué te refieres? Fui contratada para entregar al Príncipe al Rey Meghren personalmente. Difícilmente puedo hacerlo si…

—Se están encargando de ello, —soltó el hombre irritado—. El príncipe rebelde ya no es de tu incumbencia. Debe perecer, y así debe morir mientras la batalla comienza.

—¿Qué? —Ella dio un paso enfadada hacia él. Sus ojos negros siguieron los suyos alerta, pero no flaqueó o se retiró—. ¡Esto es absurdo! Yo podría fácilmente haber logrado eso mi primera noche con el Príncipe. ¿Qué significa esto?

Él se encogió de hombros.

—¿Qué importa? El imbécil habría sido ejecutado finalmente, seguro. Es más rápido para él morir así, ¿no? —Él se mofó de ella, sus ojos con conocimiento—. Dicen que es atractivo. Pero has hecho lo que has venido a hacer. Ahora está hecho.

—Vine aquí para entregarle, —insistió ella—. No para matarle.

—Le has entregado a él, y a su ejército. A nosotros. —Una de sus manos se deslizó ligeramente en su túnica, alcanzando cualquier arma que tuviera almacenada allí. Ella no hizo ninguna indicación de que estuviera al tanto de ello, sin embargo, y continuó encontrando sus ojos fríos—. Vine aquí para darte tus nuevas órdenes, elfa. Sería una lástima si mencionara al mago que su pequeña espía tuvo un accidente durante la batalla en su lugar.

Ella se detuvo, muy al tanto de la distancia entre ellos. La tensión era puntuada sólo por los aullidos estridentes del viento por encima.

—No soy la sirviente de Severan, —dijo ella claramente.

—¿No? ¿No eres su empleada?

—Me trajeron aquí a grandes expensas para realizar una tarea específica. Una vez que la tarea esté hecha, él y yo estamos en paz.

Él se rió entre dientes, bajo y amenazador.

—Entonces supongo que estáis en paz.

El Rivaino hizo como para sacar su espada y lanzarse sobre Katriel, pero ella fue demasiado rápida para él. Su daga estaba fuera y volando por el aire antes de que él diera medio paso hacia ella, y sus ojos se abrieron como platos con shock mientras se daba cuenta de que una hoja se había enfundado en su garganta. Tambaleándose para detenerse, dejó salir un jadeo amortiguado y alzó una mano para tirar de la daga. Sus ojos se abrieron mientras la fuente de sangre resultante manaba de su cuello y corría bajo sus túnicas.

Él la miró indefenso, y ella se encogió de hombros.

—Quizás Severan no te lo dijo. Soy mucho más que sólo una espía. O sólo una elfa. —Su tono era helado, y cuando el Rivaino se lanzó hacia ella con su espada corta, ella hábilmente dio un paso a un lado para dejarle tambaleándose sobre sus rodillas.

El jadeo ahogado continuó mientras Katriel le observaba desapasionada. Entonces caminó más cerca y extendió el brazo hacia abajo, tirando de su daga bañada en sangre desde su mano. Él la dejó ir con poco esfuerzo y colapsó. La sangre inundándole a su alrededor en el suelo era brillante y enfadada, un fuerte contraste con el color apagado de las piedras viejas. Fueran cuales fueran los fantasmas que pululaban este lugar sin duda se reunieron para saludar a su reciente adición a sus números.

Y habrá muchos más por venir, pensó ella sombríamente.

Ella bajó la mirada al cuerpo del agente de Severan pensativa y consideró sus opciones. Técnicamente esto era autodefensa. Parte de ella estaba rabiosa por que Severan cambiara los términos de su acuerdo, y si él realmente ordenó a su agente matarla entonces era más imbécil de lo que había imaginado.

Incluso así, estaba hecho. Los Orlesianos estaban obviamente tratando con Maric por su cuenta. Ella podría irse ahora y decir lo que deseara sobre el Rivaino, un cuerpo más en medio de la pila no haría ninguna diferencia. Si Severan de verdad estaba tratando de traicionarla, ella podría tratar con eso entonces. Lo inteligente a hacer sería salir ahora antes de que la batalla comenzara.

¿Entonces por qué no se estaba moviendo?

No ha acabado aún, se recordó ella. Aún no.

Era un pensamiento imposible que le recorría, y aún no podía rechazarlo. Incluso si iba de alguna forma a ayudar a Maric ahora, él no se lo agradecería. Ella ya le había entregado como un cordero al matadero; ¿qué sentido tendría? Como el Rivaino había dicho, si Maric no moría ahora ciertamente moriría después.

El pensamiento de su cara le cruzó la mente. Esos ojos inocentes, tan confiados. Y cuando él la había tocado esa noche en la tienda, había sido gentil. Mucho más gentil de lo que había esperado, ciertamente.

Bajando la mirada a sus propias manos, Katriel se encontró perturbada por la cantidad de sangre que encontró ahí. Sacando un pañuelo, empezó a limpiarse las manos y su hoja, y trató de recordarse lo que significaba ser lo que era. Un bardo debe conocer la historia para que no se repita. Cuenta los relatos pero nunca forma parte de ellos. Observa pero permanece por encima de lo que ve. Inspira pasiones en otros y domina los suyos propios.

Pero no tenía sentido. Ella dejó de limpiar, mientras su pañuelo ya estaba empapado con la sangre y ella no estaba más limpia.

En la distancia, un gran sonido amortiguado empezó a sonar. Era el sonido de las puertas de la fortaleza abriéndose.

Katriel soltó el pañuelo y empezó a correr.

—¡Comandante Loghain, las puertas se están abriendo!

Loghain asintió y continuó observando la fortaleza en la distancia. De momento, todo iba de acuerdo al plan, y eso estaba empezando a perturbarle. No se habían encontrado con otras naves durante el tormentoso pasaje por el Mar del Despertar, piratas o fragatas Orlesianas o de otro tipo. No había habido tropas esperándoles en la cueva arenosa donde habían desembarcado en botes con fugas, y no había habido emboscadas sorpresa mientras se esparcían en las colinas rocosas. Ni un solo teniente había informado de encontrar resistencia, y aparte de un par de carros tardíos de mercaderes tratando de evitar los caminos principales, realmente no se habían encontrado con nadie en absoluto.

Había acampado directamente al este de la fortaleza, un centinela de piedra viejo y de aspecto ominoso que se alzaba alto en las colinas y miraba abajo al vasto mar que se esparcía bajo él. Sus torres más altas le ponían nervioso, pese a la seguridad de Katriel y de los otros agentes dentro que decían que esas torres raramente estaban habitadas… ciertamente, si alguien realmente tratara de ascender las escaleras hacia las viejas estaciones de vigilancia, era más probable que acabaran cayendo por la borda a sus muertes. Las probabilidades eran buenas de que nadie viera las fuerzas de Loghain, o las fuerzas del Arl Rendorn al otro lado de la fortaleza al oeste.

Aún así, le molestaba que todo estuviera yendo tan suavemente. Había esperado un ataque sorpresa a Gwaren antes de que se marchara, una emboscada, una alarma alzada en la fortaleza, algo que diera tranquilidad a su mente. Tenía cerca de cuatrocientos hombres a su mando, y el Arl estaba al mando de una fuerza aún mayor, fácilmente el mayor ejército que habían reunido hasta la fecha, con muchos extraños provistos por los nobles que se habían unido a ellos en Gwaren. Cualquiera de ellos podía ser un traidor. Habían sido cuidadosos, pero pese a ello que todo fuera exactamente como lo habían planeado le provocaba un picor en la piel.

Maric estaba contento, naturalmente, y se burlaba de Loghain por buscar deliberadamente problemas. Loghain estaba tentado de darle un puñetazo en la boca para borrar esa sonrisa de su cara, pero eso probablemente no se vería bien enfrente de los hombres.

—Nos quedamos por ahora, —informó al teniente—. El Arl ataca primero.

El soldado saludó y marchó para entregar sus órdenes. Cerca, varios de los Elfos de la Noche toqueteaban sus arcos ansiosos mientras se posaban sobre las rocas más altas para observar la batalla. Él le hizo un gesto a uno de ellos.

—¿Alguna señal de movimiento, aún?

El elfo miró en la distancia, escudando sus ojos del sol.

—Creo… el Arl Rendorn está aquí, ahora.

Era cierto. Loghain observó mientras una gran fuerza de hombres marchaba a la vista en la base de la colina y empezaba a ascender el camino rocoso hasta la entrada abierta. Había señales de actividad frenética en la fortaleza, pero no había aparecido aún resistencia. Medio esperaba que las puertas se cerraran, pero permanecieron abiertas. Katriel había dicho en su última respuesta que no sería difícil sabotear el tirador, lo que significaba que las puertas podrían cerrarse sólo con dificultad. Hasta el momento, parecía fiel a su palabra.

Seguramente no podía ser tan fácil, ¿no? Si las fuerzas del Arl entraban en la fortaleza, podrían abrumar a los defensores en una hora. Los hombres de Loghain no tendrían que marchar. ¿Habían pillado al usurpador completamente desprevenido? ¿Era eso posible?

Casi como si les siguieran, escuchó los sonidos distantes de un caballo cabalgando con fuerza hacia ellos, y varios hombres cerca gritaron. Se giró en su silla y se sorprendió de ver a Rowan aproximarse, completamente en armadura pero sin su casco. Estaba sudando profusamente mientras cabalgaba de lleno hacia él.

Lo peor era la mirada en su cara: terror.

Lo sabía, maldijo para sí mismo. Sin vacilar, pateó a su caballo de guerra al galope y corrió bajo la colina para interceptar a Rowan. Muchos de sus hombres estaban revueltos ahora, intranquilos mientras percibían que se habían perdido algo.

—¡Loghain! —Rowan llevó a su caballo a detenerse mientras Loghain le alcanzaba—. ¡Están atacando el campamento! ¡Maric está en peligro!

—¡Qué! ¡Quién? ¿Quién ha atacado el campamento?

Rowan jadeó por aliento y trató de coger aire. Su caballo brincaba nervioso bajo ella, y ella tenía problemas en mantenerlo bajo control.

—Algunos de mis exploradores no volvieron… pensamos que se podían haber retrasado o… o desertado, pero… —Ella agitó su cabeza incrédula—. …Cabalgué con algunos hombres para buscar. Hay todo un ejército aproximándose. —Ella miró a Loghain con los ojos bien abiertos, horrorizados—. El usurpador… ¡Está aquí, están todos aquí!

Se le heló la sangre. Lo sabían, entonces. Habían estado esperando.

—Mandé a mis hombres para tratar de advertir a Padre, —continuó ella con la mirada perdida—, y entonces cabalgué de vuelta al campamento para decírselo a Maric. Pero… el campamento ya no está. Fue atacado. Ni siquiera vi a Maric. Yo no… no… —Ella se detuvo, incapaz de continuar, y miró a Loghain como si pudiera ser capaz de arreglarlo todo.

Loghain lo consideró. Su caballo relinchó irritado, y él pateó su cabeza ausentemente. Entonces miró a Rowan y asintió cortésmente.

—Vamos. Necesitamos encontrarle.

—¿Encontrarle? ¿Encontrarle cómo?

—Va a haber rastros. Encontrémoslos, y rápido.

Ella asintió, aliviada, y giró su caballo. Los hombres en el área estaban hablando, una oleada de miedo moviéndose a través de las filas, los sonidos de preocupación volviéndose más y más fuertes.

—¡Comandante Loghain! —Uno de sus tenientes corrió ansioso, con varios otros tras él—. ¿Qué está ocurriendo? ¿No se marcha?

Loghain miró agudamente al hombre.

—Lo hago. Estás al mando.

La cara del teniente se volvió ceniza.

—¿Qu…qué?

—Hazlo, —ordenó él—. Coge los hombres y carga, ve a la fortaleza y ayuda al Arl. El ejército del Rey está viniendo.

La oleada de miedo se volvió incluso más fuerte. El teniente le miró con puro terror.

—¿Coger los hombres? …Pero…

—Maric… —Rowan sonaba intranquila.

Loghain le frunció el ceño.

—Maric nos necesita. ¿Quieres quedarte?

Rowan apartó la mirada en dirección a las fuerzas de su pare y una mirada de culpa cruzó sus ojos. Entonces ella reluctante agitó su cabeza. Loghain pateó a su caballo de guerra, y los dos cabalgaron, dejando al teniente con pánico y al resto de las fuerzas rebeldes atrás. Loghain sintió una frialdad no habitual en su interior. Estaba a punto de desmoronarse, todo. Podía sentirlo deslizarse entre sus dedos.

Pero no importaba. Si ganaban esta batalla y Maric moría, era todo para nada. Incluso si significaba abandonar su carga iban o a encontrar a Maric y salvarlo, o vengarían su muerte. Le debía eso a su amigo. Intercambió miradas con Rowan mientras cabalgaban velozmente por las colinas, y vio que ella se sentía igual. Ella sabía que él ayudaría; es por lo que había venido buscándole.

El Arl estaba por su cuenta.

El dolor se extendía por la pierna de Maric mientras cabalgaba con fuerza por el bosque. Su caballo estaba esforzándose y relinchando de dolor, pero el miedo le mantenía corriendo. Estaba seguro de que había sido golpeado por una flecha o dos al mismo tiempo que su pierna, pero era imposible detenerse y mirar. Agarró el cuello del caballo, cerrando sus ojos mientras las ramas bajas le golpeaban. No estaba siquiera seguro de dónde estaba o adónde se dirigía, o cuán lejos estaban sus perseguidores tras él.

En cierto punto, el caballo había corrido fuera del camino hasta las colinas ligeramente pobladas de árboles, y pensó que podría tratar de perderles entre los árboles. El bosque estaba resultando ser más que una molestia, sin embargo. Con cada salto del caballo sobre una rama o una raíz expuesta, la flecha en su pierna se movía. Estaba sangrando con fuerza, sabía él, y luchando contra una debilidad que amenazaba con arrastrarle fuera del caballo. No tenía silla, ni su armadura, aunque afortunadamente llevaba su espada.

Había ocurrido tan rápidamente. Un segundo estaba observando al ejército marchar y quejándose por cómo tenía que quedarse atrás, y al siguiente, su puñado de guardias estaban siendo masacrados fuera de la tienda. Maric apenas tuvo tiempo suficiente para cortar la tela y saltar a un caballo cercano. Sus guardaespaldas le habían conseguido un par de segundos, pero eso fue todo.

Los pensamientos corrieron frenéticamente a través de su cabeza. ¿Se dirigía hacia la batalla o lejos de ella? ¿Cómo había sabido el enemigo dónde estaba su campamento? ¿Cómo habían sabido que iba a ser dejado atrás?

La luz del sol de la tarde se filtraba a través de los árboles en parches, dejando sombras lo suficientemente profundas como para no tener ni idea de adónde girar. A veces parecía como si un camino sólo se formara para desaparecer igual de rápido. Mientras una oleada de pérdida de consciencia bañaba a Maric, se dio cuenta de que estaba dejando que el caballo encontrara su camino más a menudo. Por lo que sabía, podría haber dado la vuelta y estar dirigiéndose de vuelta hacia sus atacantes.

Maric sintió un dolor repentino y fue lanzado del caballo mientras su pierna quedaba atrapada entre algunas raíces. El caballo relinchó de dolor mientras su pierna se partía con un crack enfermizo. Por un único momento voló, girando en el aire, y entonces golpeó con fuerza contra un roble, el viento le noqueó de una vez.

Se deslizó bocabajo, golpeando su cabeza con fuerza contra el suelo irregular. Todo se volvió blanco y nubloso. Apenas escuchaba el caballo mientras colapsaba y caía al suelo, gritando alocado. Ese sonido parecía muy distante y no del todo conectado a él. Él apenas sintió el dolor desgarrador en su pierna también, aunque finalmente vio el asta rota de la flecha en su muslo ahora. El dolor también parecía muy lejano.

Mientras yacía ahí en el suelo, alzó la mirada al cielo brillante y las copas de los árboles a su alrededor ligeramente meciéndose en el viento. Hacía frío. La brisa tocó su cara, y hubo un cosquilleo en la parte superior de su cabeza de donde fluía la sangre. Se acordó de la noche en que su madre fue asesinada, de su huida por el bosque. El recuerdo no era con miedo, sin embargo, pero parecía tranquilo y casi placentero, como si pudiera fácilmente flotar lejos en cualquier momento.

El sonido de gritos cerca trajo a Maric de un tirón de vuelta a la tierra. El caballo estaba chillando de agonía, pateando las hojas y los arbustos. El sonido hizo que su cabeza le palpitara. Estaba cubierto de barro, y su espalda se sentía retorcida y maltrecha, aún así de algún modo se forzó a sí mismo a ponerse de rodillas.

Por un momento, todo lo que Maric pudo ver eran árboles y la luz brillante mientras el mundo danzaba a su alrededor. Mientras se balanceaba peligrosamente, sacó sus manos para mantener el equilibrio… sólo para caer de nuevo. Su frente golpeó las raíces de los árboles, cubiertas de frío barro, y él siseó mientras el dolor le cegaba una vez más.

—¡Le veo! —El grito amortiguado no era uno amistoso.

Tranquilizándose, Maric tembloroso se puso en pie. Su pierna herida daba espasmos y amenazaba con ceder bajo él. Apretó sus dientes contra el dolor y se limpió los ojos, retrocediendo alerta mientras veía las siluetas de muchos hombres aproximándose. Ocho hombres en total, quizás, soldados en brigantina que llevaban los colores del usurpador. Saltaron de sus caballos y empezaron a moverse hacia él en grupo.

Retrocedió hasta el roble, inclinándose contra él para apoyarse mientras pescaba su espada de su vaina. Casi cayó de sus dedos adormecidos. Maravilloso, pensó él. ¿Es así como muero, entonces? ¿Cortado mientras me balanceo como un becerro mareado?

Los soldados avanzando parecían confiados. Su presa era peligrosa; un lobo que podía contraatacar si se le trataba sin cuidado, pero atrapado sin ninguna duda. El caballo de Maric gimoteaba lastimeramente cerca y trató de levantarse de nuevo, sólo para colapsar de nuevo en un bulto patético.

—¿Qué crees que vas a hacer con eso? —gritó uno de los soldados burlonamente. Era atractivo, con un mostacho oscuro y barba y un fuerte acento Orlesiano. Su comandante, sospechó Maric—. Vamos, baja tu espada, chico estúpido. ¡Parece que apenas puedas sostenerla!

Los otros con él se rieron entre dientes y se acercaron. Maric reafirmó su agarre en la espada y se forzó a erguirse, ignorando el dolor en su pierna. Sus labios se curvaron en una mueca mientras apuntaba la espada a cada uno de los hombres en respuesta.

—¿Eso crees? —Dijo él en un tono bajo y mortal—. ¿Quién de vosotros quiere ser el primero en ver lo equivocado que está?

No fue un farol muy bueno. El comandante de pelo oscuro se rió entre dientes.

—Sería mejor para ti si hacemos esto rápido. Ahora mismo el Rey Meghren está aplastando a tu patético ejército. Hemos estado esperándoos todo este tiempo.

Maric casi tropieza.

—Estás… estás mintiendo. —No podía ser cierto. Pero explicaba gran parte. Explicaba cómo habían sabido de él, para empezar. ¿Podía todo eso haber sido una trampa? ¿Pero cómo?

El comandante sonrió incluso más ampliamente.

—Suficiente. —Él movió su mano impaciente, girándose hacia los otros soldados a su alrededor—. Acabad con esto, —ordenó él.

Los soldados se movieron, ninguno de ellos queriendo ser el primero en encontrar la espada de Maric.

—¡He dicho que lo hagáis! —gritó el comandante.

Maric se preparó mientras dos soldados se lanzaron hacia él juntos. Cortaron bajo con fuerza con sus espadas, pero sus golpes eran torpes. Maric se agachó a un lado del primero y alzó su propia espada para reflejar al segundo. Su cuerpo aullaba de dolor, pero lo ignoró y se lanzó contra la espada del segundo soldado. Se tambaleó hacia atrás, y mientras el primer soldado recuperaba el pie, Maric cortó hacia él rápidamente. El ataque fue afortunado y cortó a través de la cara del hombre, haciéndole retroceder, cubriéndose la cara con sus guanteletes.

Los otros retrocedieron un paso, sus ojos moviéndose nerviosamente hacia su camarada herido, que caía al suelo cerca, gritando de agonía. Sus expresiones contenían duda; ¿quizás su presa no estaba tan indefensa como parecía?

—¡Dije que acabarais con él! —Soltó el comandante tras ellos—. ¡Juntos!

Alzaron sus espadas, ajustando sus mandíbulas e ignorando los gritos. Estaban preparándose para cumplir las órdenes de su comandante, y Maric vio que esta vez actuarían juntos.

La ira se alzó dentro de él. El pensamiento de su cabeza decorando alguna pica fuera del palacio real en Denerim, justo junto a la de su madre, pasó por su mente. El pensamiento de Meghren riéndose engreído para alzar la mirada hacia él. ¿Así era como acababa? ¿Después de todo lo que había logrado? ¿Sus amigos muertos, la rebelión derrotada? ¿Era todo para nada?

Maric alzó su espada sobre su cabeza y dejó salir un grito de furia. Sonó a través de los árboles y asustó a una bandada de pájaros a volar repentinamente. Déjales venir. Déjales intentarlo. Se llevaría a tantos de ellos como pudiera; respetarían el nombre Theirin.

Los hombres parecían desconcertados. Prepararon sus espadas… y se detuvieron.

Un nuevo sonido creció tras ellos, el sonido de cascos aproximándose. Maric alzó la mirada, el sudor cayéndole a los ojos, y vio dos caballos corriendo a través de los árboles sombríos. Más de sus compañeros, ¿quizás? ¿De verdad necesitaban más? Parecía que tenían bastantes.

El comandante atractivo se giró irritado hacia el ruido, alzando una mano como para hacer que se fueran los recién llegados… y entonces una flecha salió de las sombras y le golpeó para matarlo en el pecho. Bajó la mirada hacia el asta que sobresalía en confusión, como si su presencia fuera impensable.

Los caballos se deslizaron a detenerse en el barro y las hojas mientras los jinetes saltaban de sus sillas. Maric luchó para ver a través de las sombras. Una estaba en armadura pesada, una figura femenina que empezó a correr hacia los soldados. El segundo estaba en cuero, llevando un arco largo, y dejó que otra flecha volara tan pronto tocó el suelo. Corrió por el aire y golpeó al comandante Orlesiano en el ojo. El comandante fue golpeado hacia atrás por la fuerza del golpe, muerto incluso mientras golpeaba el suelo.

El alivio bañó a Maric. No había dudas de quiénes eran.

—¡Maric! ¿Estás bien? —gritó Loghain, soltando otra fleche que justo falló apenas a uno de los otros soldados. Rowan corrió hacia ellos, balanceando su espada en un amplio arco que un soldado apenas bloqueó, la fuerza de su golpe noqueándole fuera de equilibrio. El enemigo se separó en confusión.

—¿Parezco estar bien? —Gritó en respuesta Maric—. ¿Qué estáis haciendo aquí? ¡Dónde está el ejército! —El enemigo separó sus esfuerzos, y el caos fue más de lo que Maric podía seguir. Se encontró a sí mismo luchando contra los dos soldados a la vez, su arrebato inicial casi abrumándole de inmediato. Estaban tratando con fuerza de golpearle tan rápidamente como podían, sus golpes sonando contra la espada de Maric y adormeciéndole su brazo.

—¡Estamos salvándote, bobalicón! —llegó el grito de Rowan desde cerca. Maric estaba periféricamente al tanto de ella luchando contra varios hombres a la vez pero realmente no podía ver lo que estaba haciendo. Ganando, por como sonaba, aunque se preguntaba cuánto sería capaz de mantenerse así. Más de lo que él podía, temió.

Una hoja apuñalando contra su clavícula le llevó de vuelta a la realidad. Maric gritó de dolor y golpeó la espada a un lado, pero ambos hombres sobre él presionaron su ventaja.

—¡Maric! —llegó el grito preocupado de Loghain. Otra flecha voló por el aire, y uno de los atacantes de Maric gritó de dolor, agarrándose a algo empalado en su espalda. Cayó al suelo, retorciéndose. El otro atacante miró en shock a su camarada, y Maric utilizó la apertura para correr a través. Le llevó todas las fuerzas de Maric y varias arcadas mientras la sangre brillante salía en oleadas de la boca del soldado.

Cayó de espaldas al suelo, tomando la espada de Maric con él. Maric se tambaleó, casi cayendo encima de él, pero consiguiendo aterrizar sobre una rodilla. Su pierna herida amenazando con ceder por completo.

Maric alzó la mirada, sus manos agitándose con cansancio, y vio a Rowan y Loghain combatiendo furiosamente contra cuatro soldados cerca. Loghain había soltado su arco y había llegado en ayuda de Rowan, pero esos últimos pocos oponentes estaban luchando por sus vidas. Las espadas chocaban con fuerza contra las espadas. Maric quería desesperadamente ayudarles, pero le llevó todo lo que pudo evitar perder el conocimiento.

Maric alzó la mirada mientras escuchaba a más hombres aproximarse. Sus esperanzas cayeron mientras vio a varios soldados en los colores del usurpador entrando al bosque, señalando y gritando enfadados, sacando sus espadas mientras se daban cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—¡Maric! —Gritó Rowan, el miedo crepitando en su voz—. ¡Corre mientras puedas! ¡No podemos contenerlos!

Reuniendo sus fuerzas, cojeó hacia el soldado que había abatido y tiró de su espada fuera con un gran esfuerzo. Apenas podía sostener la espada, sin embargo, y casi cayó hacia atrás mientras finalmente se liberaba de su cuerpo. Casi no le quedaban fuerzas. Pero no iba a correr y dejar atrás a sus amigos. No mientras le quedara aliento.

Rowan finalmente sobrepasó las defensas de uno de sus oponentes, cortando su cuello con un balanceo de su espada. La sangre se esparció en espray hacia fuera mientras se tambaleaba a un lado, atragantándose, y ella se giró hacia otro. Loghain estaba apretando sus dientes y conteniendo al suyo propio, pero era inevitable que los tres soldados que corrían les superaran rápidamente a ambos.

—¡Maric! ¡Ve! —gritó urgentemente Loghain.

—¡No! —gritó Maric. Se empujó a ponerse de pie con puro esfuerzo, sus piernas temblando. Escuchó el sonido de otro caballo aproximarse y alzó la mirada, esperando ver por complete a otro Orlesiano llegando. Sin embargo, el jinete con capa y encapuchado no desmontó y se unió a los otros. En su lugar, el caballo cabalgó directamente hacia ellos sin frenar. Los tres soldados se dieron cuenta con retraso de que este recién llegado no era uno de los suyos, girándose en sorpresa justo mientras el hombre más atrasado era atrapado. Cayó gritando.

El segundo soldado trató de saltar a un lado, pero no había adónde ir excepto hacia los árboles cercanos. Se hundió sólo para ser atrapado por el caballo también. Sus horripilantes gritos fueron cortados rápidamente.

El tercer soldado gateó con éxito fuera del camino del caballo. El camino se detuvo y retrocedió, relinchando con fuerza mientras el jinete con capa se deslizaba de su espalda. Maric se dio cuenta de que era una mujer, llevando una capucha azul y cueros negros, y cuando sacó una daga larga de una vaina y saltó sobre el tercer soldado, la capucha cayó hacia atrás y reveló las orejas de punta y una masa de pelo ondulado rubio.

Era Katriel.

Maric observó aturdido mientras Katriel rápidamente apuñalaba al soldado bajo ella. El hombre desesperadamente trató de eludirla, pero sus esfuerzos se volvieron más débiles con cada golpe que le daba. Alzando la hoja en alto, ella la hundió en el cuello del soldado y cortó su garganta. La sangre salpicó por su capa y corrió bajo su mano desde la daga. La mirada en su cara era intensa y violenta.

Mientras los últimos tres hombres que luchaban contra Rowan y Loghain se daban cuenta de que sus refuerzos habían sido abatidos, empezaron a entrar en pánico. Rowan intensificó sus esfuerzos y desarmó a uno, mandando su espada volando mientras giraba y le cortaba su brazo. Loghain se giró y pateó a su oponente hacia ella, y ella obligó al hombre a empalarse en su espada.

El último soldado se giró y corrió más profundo del bosque, gritando de pánico. Loghain hizo una mueca y lanzó a un lado su espada ensangrentada. Casualmente desató su arco largo y enarcó una flecha, rastreando al hombre mientras huía. El disparo aceleró por los árboles, limpiamente alojándolo profundamente en la espalda del soldado. Él gruñó y cayó, deslizándose a través del barro y las hojas antes de detenerse y no volver a levantarse.

Y entonces todo se volvió siniestramente silencioso de nuevo.

Rowan se limpió su frente sudorosa, su respiración pesada y ajada. Loghain se giró hacia ella, poniendo una mano en su hombro mientras miraba para ver si estaba herida. Ella simplemente asintió e hizo un gesto hacia Maric.

—No te preocupes por mí, —jadeó ella.

Maric estaba sorprendido. Katriel estaba aún sentada sobre el hombre que había matado, con el cuchillo dentado aún en su mano. Ella miró alrededor alerta, como si buscara a más atacantes que saltaran de las sombras. Por encima, una bandada de pájaros se asustó y voló desde la copa de los árboles. Los cuerpos muertos estaban por todas partes, el olor de sangre fresca denso en el aire.

—¿Katriel? —preguntó Maric en voz alta, su voz temblorosa.

—Su Alteza. Ella asintió cuidadosamente, mirándole con sus ojos verdes. Ella recolocó la daga en la vaina en su cintura y se alzó lentamente, recogiendo su capa azul a su alrededor.

—¿No te dije… que no me llamaras así?... —Maric sonrió alocado, sintiendo la cabeza ligera. La sensación de aturdimiento y distancia había vuelto, y parecía como su Loghain y Rowan y Katriel estuvieran todos mirándole desde un largo camino de distancia. Sus fuerzas drenadas de él, como si alguien hubiera abierto el grifo y las hubiera dejado fluir.

Él se desmayó.

—¡Maric! —gritó Rowan, corriendo hacia él mientras caía a peso muerto al barro. Estaba fuertemente herido y pálido, la flecha rota sobresaliendo de su muslo con un aspecto particularmente grave. Cuando Rowan le alcanzó, ella se dio cuenta rápidamente de que aún estaba respirando. Estaba temblando y había perdido un montón de sangre, pero estaba vivo.

—¿Está…? —preguntó Loghain, casi temiendo acercarse.

Rowan agitó su cabeza.

—No. Aún no.

Katriel se alejó del soldado que había masacrado y se aproximó a Rowan. Ella descolgó un pequeño paquete de su hombro y se lo ofreció.

—Tengo vendas, y algunos bálsamos, —dijo ella en silencio—. Pueden ser de ayuda.

Rowan le miró sospechosa pero cogió el paquete.

—Gracias, —dijo ella reluctante. Ella se quitó los guanteletes y empezó a rebuscar.

Loghain miró a Katriel con curiosidad mientras fue a recuperar su espada. Ella pareció sentir su mirada y se la devolvió, sus ojos sin traicionar nada de sus pensamientos.

—¿Tiene alguna pregunta, mi señor?

—Me estoy preguntando cómo has llegado aquí.

Ella hizo un gesto hacia los muchos caballos que quedaban entre los árboles, algunos de los cuales ya estaban vagando nerviosos.

—¿No me vio llegar?

—Simplemente encuentro tu llegada… conveniente.

Ella pareció impávida.

—No llegué aquí por casualidad, mi señor. Escuché por encima a esos hombres hablando del ataque al Príncipe, pero era demasiado tarde para que mandara un mensaje. Les seguí hacia fuera después de que la puerta se abriera. —Ella miró hacia donde yacía Maric, su preocupación evidente—. Debo confesar que no estaba segura de lo que haría. Su Alteza ha tenido mucha suerte de que estuvieran aquí para defenderle.

Rowan se levantó e interrumpió.

—Maric se recuperará, pero Loghain, necesitamos volver. ¿Quién sabe qué podría estar pasando?

Loghain miró a Katriel.

—¿Has visto algo de camino aquí?

—Sólo que la batalla había empezado.

—Maldición. Entonces necesitaremos movernos rápidamente.

Maric estaba colgado sobre la espalda del caballo de guerra de Loghain, y los tres corrieron de vuelta hacia las Colinas Occidentales. No era difícil ver en qué dirección iban: ya podía verse una gran nube de humo negro elevándose en el cielo. Parecía como si todo un bosque estuviera ardiendo, o quizás era la propia fortaleza. El fuego mágico era probablemente era el culpable, aunque si era acción de Wilhelm o de más de los magos del usurpador era imposible decirlo.

Dos veces mientras se acercaban fueron forzados a cambiar de ruta mientras encontraban al enemigo. La primera vez fue inmediatamente antes de dejar el bosque, cuando encontraron cientos de soldados marchando en formación por el camino. El enemigo dio el grito, pero los tres fueron capaces de evadirlos y evitar una caza. Cabalgaron con cuidado a través del bosque traicionero sólo para avistar un campo de soldados de morado marchando hacia el norte.

Loghain los rodeo y giró hacia el este. Cuando finalmente salieron de los arbustos, la vista que les saludó fue horrible. Un campo de batalla de los muertos, cuerpos esparcidos de formas grotescas. El denso olor a sangre colgaba por el campo, y el bajo sonido de gemidos de angustia indicaban que algunos de esos hombres aún vivían. La batalla había continuado en otra parte de las colinas, y ciertamente el chocar de armas podía escucharse. La batalla aún estaba continuando.

No se escapó de su noticia de que la mayoría de los hombres en el campo pertenecían a los rebeldes. Rowan miró a la escena, su cara de piedra. Loghain pensaba que era probablemente mejor que Maric no estuviera consciente de eso.

Los intentos de localizar la lucha fueron mermados. Un cambio en el viento sopló el humo por su camino, confundiendo su sentido de la orientación y haciendo difícil respirar. Vieron vagas formas que parecían grupos de hombres corriendo a través del humo, pero Loghain los evitó por ahora. Necesitaba encontrar al Arl… ¿dónde estaba el cuerpo principal de las fuerzas rebeldes? ¿Se habían colado dentro de la fortaleza? ¿Habían huido?

Los sonidos de la batalla y los gritos se volvieron más fuertes y se dirigieron más lejos en la densidad del humo, y no pasó mucho antes de que encontraran un gran grupo de caballeros. Los soldados les desafiaron, y cuando se dieron la vuelta y huyeron, los caballeros les dieron caza.

Era un cabalgar desesperado, aterrador. Varias veces Loghain tuvo miedo de que Maric se deslizara —sería muy típico de él caerse de un caballo ahora, gruñó Loghain para sí mismo— pero afortunadamente se quedó conde estaba. El humo trabajaba en su favor, y finalmente los caballeros abandonaron. O eso o estaban distraídos. Ciertamente parecía haber hombres por todas partes, era una confusión en masa.

Cuando finalmente salieron del humo, Loghain se dio cuenta de que habían salido de las colinas y se dirigían al sur. Atontados, se sentaron allí en sus caballos, mirando a un atardecer brillante en la distancia. La paz de ese momento era inquietante. Parecía un crimen de algún tipo que el resto de Ferelden no reconociera lo que había ocurrido. Parecía como si la propia tierra debiera estar colapsando y agitándose.

Loghain intercambió una mirada con Rowan, ambos cubiertos de humo y salpicados de sangre, y él supo que ella lo entendía.

El ejército rebelde había sido masacrado. Su plan había sido un completo fracaso.

Katriel observó con ellos en silencio, y entonces silenciosamente sugirió que deberían encontrar refugio antes de que oscureciera. Maric necesitaría ser apropiadamente atendido. Rowan asintió ausente, y empezó a cabalgar por la colina rocosa. Loghain pensó en cubrir sus huellas… si las fuerzas rebeldes habían sido masacradas, era posible que el usurpador pudiera estar tratando de darles caza para acabar con ellos. Podían estar viniendo por aquí.

Viajaron hasta que el sol se puso y las sombras llegaron para tragárselos.